Los alemanes

La rivalidad ruso-británica habría continuado indefinidamente, de no haber sido porque ambos países debieron enfrentarse con un nuevo enemigo. En 1871, varios Estados alemanes se unieron para formar el Imperio Alemán, que muy pronto llegó a ser, en el terreno militar, el más próspero y fuerte Estado de Europa.

Cuando Guillermo II subió al trono de Alemania, en 1888, inició descabelladamente una insensata política exterior que atemorizó al resto del mundo. Rusia temió la presencia de su gran y eficiente ejército en su frontera occidental, y Gran Bretaña temió la nueva armada técnicamente avanzada que Alemania estaba por construir.

Por el temor que Alemania inspiraba a Gran Bretaña y Rusia, los dos viejos enemigos no tuvieron más remedio que unirse. En 1907 llegaron a un acuerdo informal. Parte de ese acuerdo se refería a Persia: Rusia reconocía el control exclusivo por Gran Bretaña de la costa del golfo Pérsico, y Gran Bretaña el control ruso de la costa del mar Caspio. Entre ambas se extendía una franja neutral que separaba suficientemente las dos influencias como para evitar problemas.

Fue una respuesta específica al intento alemán de introducirse en Oriente Próximo. Su influencia estaba creciendo en Turquía (los restos de un Imperio Otomano muy reducido), y en 1892 una compañía alemana obtuvo el permiso para construir un ferrocarril que atravesara Asia Menor hasta Mesopotamia, hasta Bagdad.

Finalmente, en 1914, cuando estalló la Primera Guerra Mundial, con Alemania de un lado y Rusia y Gran Bretaña del otro, Turquía se unió a los alemanes, pero Persia se declaró neutral.

Persia, y Oriente Próximo en general, era importante como ruta por la que Gran Bretaña y Rusia podían tomar contacto y rebasar al grupo alemán de potencias. Por ello en 1914, inmediatamente después de la entrada de los turcos en la guerra, los británicos desembarcaron en Basra, en territorio turco, cerca del extremo septentrional del golfo Pérsico. En la primavera de 1915, las fuerzas británicas iniciaron una marcha aguas arriba, para ocupar Bagdad.

En noviembre, los británicos llegaron a la antigua Ctesifonte, donde libraron una batalla con los turcos. Pero el avance no había sido fácil; el calor y las enfermedades habían causado muchas bajas, y aunque la batalla con los turcos no fue una completa derrota, el ejército británico estaba suficientemente debilitado como para hacer aconsejable la retirada.

Los británicos se retiraron a Kut-al-Imara, ciudad a orillas del Tigris situada a unos 160 kilómetros aguas abajo de Bagdad. Los turcos la sitiaron en diciembre, y durante cinco meses los miembros del ejército británico (compuesto en su mayor parte por indios) se desangraron y pasaron hambre dentro de la ciudad, mientras fracasaban tres intentos de liberarlos. El 29 de abril de 1916, se vieron obligados a rendirse.

A fines de ese año, los encolerizados británicos reunieron un ejército mayor y mejor equipado, y penetraron nuevamente en Mesopotamia. En enero de 1917, lucharon con los turcos en Kut-al-Imara y esta vez obtuvieron la victoria y ocuparon la ciudad. El 11 de marzo estaban en Bagdad, y por primera vez en los once siglos de historia de la ciudad, la capital de los califas fue hollada por un ejército cristiano conquistador.

La guerra terminó en 1918 con la completa victoria de Gran Bretaña y sus aliados (incluidos los Estados Unidos, como «potencia asociada», pero con exclusión de Rusia, que había caído en la revolución y el caos, y había abandonado la guerra).

Poco después de la paz, el Imperio Otomano llegó a su fin, después de seis siglos de existencia.

Los pueblos sometidos no turcos que habían quedado después de 1918 fueron ahora liberados, pero no totalmente. Mesopotamia se convirtió, en teoría, en la nación independiente de Irak, pero de hecho los británicos dominaban el país por un «mandato» otorgado por la Sociedad de Naciones (una laxa unión de naciones fundada después de la Primera Guerra Mundial).

A los iraquíes no les gustó el acuerdo y se rebelaron contra sus nuevos amos británicos en 1920, pero la rebelión pronto fue sofocada. En 1921, Faysal, perteneciente a una importante familia árabe que había cooperado con los británicos durante la Primera Guerra Mundial, se convirtió en rey de Irak. Con un monarca propio, Irak recuperó más su autorrespeto como nación. El país se aplacó y durante veinte años mantuvo una razonable cooperación con los británicos.

Persia, entre tanto, tuvo mayor independencia que antes. Rusia, bajo su nuevo gobierno revolucionario, apenas pudo mantener intacto su territorio. No podía intentar aventuras imperialistas. Hasta los británicos, que habían sufrido bastante con la guerra, se sintieron menos ansiosos por extender su dilatado imperio (que abarcaba una cuarta parte de la superficie terrestre).

En 1921, un oficial persa, Reza Kan, se apoderó del gobierno de Persia y, en 1925, se proclamó sha. Bajo su dominación, Persia experimentó un vigoroso renacimiento nacionalista. Disminuyó la influencia británica, se firmaron tratados con Rusia (ahora la Unión Soviética) y Turquía; y el país se modernizó. En 1935, adoptó oficialmente el nombre de Irán, el viejo nombre iranio, en lugar del nombre griego «Persia».

Pero en el decenio de 1930 hubo un creciente descontento en Oriente Próximo. Los judíos estaban entrando en Palestina e intentaban la creación de un Estado judío independiente (movimiento llamado «sionismo»). A esto se oponían los diversos Estados musulmanes de Oriente Próximo. Como los judíos eran apoyados, en cierta medida, por la opinión pública occidental, Occidente vio cómo aumentaba su impopularidad, en especial entre los nacionalistas árabes, esta impopularidad ya era elevada debido a que las potencias coloniales impedían a los Estados árabes gozar de una independencia completa.

Lo que empeoró aún más las cosas fue que Alemania experimentó un resurgimiento en la década de 1930 y cayó bajo el poder del demoníaco Adolfo Hitler. Figuraba en su programa una fanática posición antijudía que agradó a los árabes antisionistas. Hitler hizo todo lo posible para influir en el Oriente Próximo y atraer a sus pueblos a su lado en la gran guerra que estaba planeando.

Así, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, en 1939, hubo nuevamente luchas en el Oriente Próximo.

La Alemania de Hitler ganó las primeras etapas de la guerra, al derrotar totalmente a Francia y reducir a Gran Bretaña a una desesperada lucha en el aislamiento. El gobierno de Irak supuso que Gran Bretaña estaba acabada y pensó que era el momento apropiado para proclamar su independencia con ayuda alemana.

Pero Gran Bretaña no estaba en modo alguno liquidada. En mayo de 1941, fuerzas británicas entraron en Irak, bombardearon sus aeródromos y ocuparon Bagdad.

En junio de 1941 los alemanes invadieron la Unión Soviética, y una vez más Gran Bretaña y Rusia estuvieron unidas ante el común enemigo alemán. Nuevamente fue necesario establecer una línea de comunicación entre las dos naciones, y Persia parecía la ruta más conveniente. Pero el sha de Persia, Reza Kan, era de simpatías claramente progermanas.

Gran Bretaña y la Unión Soviética no podían permitirse muchas ceremonias. Montaron una invasión combinada de Irán en agosto de 1941, obligaron al sha a abdicar y establecieron una sólida línea de comunicaciones a través de ese territorio.

Lentamente, la marea comenzó a cambiar, sobre todo después de que Estados Unidos fuese arrastrado a la guerra a causa del bombardeo de Pearl Harbor por los japoneses en diciembre de 1941. En 1945, Alemania fue derrotada por segunda vez, pero mucho más desastrosamente que antes.