El terror de Asia Central

Pero mientras cristianos y musulmanes luchaban en los ensangrentados campos de Palestina y Siria, los mongoles de Asia Central preparaban una nueva y monstruosa invasión.

El fundamento para la irrupción de los mongoles en la historia del mundo fue puesto en el 1206, cuando su jefe, Temujin, logró unir las diversas tribus de Mongolia. Pronto adoptó el nombre de Gengis Kan. Este nombre significa «rey universal», y Gengis Kan debe de habérselo tomado al pie de la letra, pues inmediatamente se embarcó en un proyecto de ilimitadas conquistas. Podía parecer que se trataba de un plan alocado, pues los mongoles no eran más de un millón, rodeados por poderosas civilizaciones con avanzadas tecnologías.

Pero Gengis Kan sorprendió al mundo. Era un genio organizador, que estaba adelantado en siglos con respecto a su época en cuanto a estrategia militar. Fue el primer hombre que supo llevar una guerra en una escala verdaderamente continental; el primero que llevó a cabo una Blitzkrieg en el sentido moderno. Sus jinetes hacían batidas independientes en grupos distanciados a miles de kilómetros unos de otros para reunirse en un punto fijado de antemano, mientras diversas señales y mensajeros mantenían a las unidades en contacto unas con otras. Los mongoles prácticamente vivían sobre sus peludos poneys y podían avanzar a velocidades que no serían igualadas, en operaciones militares, hasta la invención del motor de combustión interna.

Como los asirios, los mongoles utilizaban el terror como arma: matanzas al por mayor cuando se les ofrecía la menor resistencia, pero siempre exceptuando a los técnicos de todo tipo para usar sus habilidades en la siguiente conquista.

Gengis Kan murió en el 1227, pero en los veintiún años que dirigió sus ejércitos, conquistó la mitad de China e irrumpió en Persia oriental.

Gengis Kan tenía una concepción del mundo sencilla: el nomadismo era, para él, el modo apropiado de vida. Su ideal habría sido eliminar todas las ciudades y poner fin a la civilización. Se lo persuadió con dificultad a que dejara intactas las ciudades chinas, con el argumento de que los habilidosos habitantes de las ciudades podían serle útiles.

Teniendo su base urbana en el Este, fue menos cuidadoso con las regiones sedentarias del Oeste. Las matanzas colectivas en Persia y la destrucción de las ciudades llevó a la disgregación de los sistemas de irrigación que sólo se mantenían por el trabajo estrechamente cooperativo de las poblaciones sedentarias. Este laborioso trabajo de siglos fue deshecho y zonas que eran fértiles por la infatigable labor de los hombres se convirtieron en semidesiertos, con resultados que se han hecho sentir hasta hoy, siete siglos después.

A Gengis Kan le sucedió su hijo Ogodai Kan, quien amplió la capital de su padre, Karakorum, que estaba casi en el centro de lo que es ahora la República Popular de Mongolia.

En el 1236, fue enviada una fuerza expedicionaria contra Europa que obtuvo rápidas victorias. Rusia y Polonia fueron tomadas enseguida y los mongoles, que estaban a punto de entrar en el corazón de Alemania, sólo se detuvieron por la afortunada (para los europeos) muerte de Ogodai, a fines del 1241. Los generales mongoles tuvieron que retornar a Karakorum para participar en la elección de un nuevo kan.

Hubo algunos problemas, pero, finalmente, fue establecido en el trono un nieto de Gengis, Mangu Kan, en el 1251. Durante esta década de incertidumbre, el vasto Imperio Mongol quedó totalmente intacto. Nadie osó moverse contra él. Los mongoles se llamaban a sí mismos «tártaros», pero para los postrados europeos «tártaros» significaba criaturas del Tártaro (el Infierno).

Una vez asentado Mangu firmemente en el trono, se reinició el proyecto mongol de conquista mundial. El hermano de Mangu, Kublai, recibió el encargo de subyugar lo que quedaba de China, mientras otro hermano, Hulagu, fue puesto al frente de la campaña contra el mundo musulmán.

Hulagu comenzó su campaña a fines del 1255 desplazándose hacia el Sudoeste desde el mar de Aral. Rodeó el mar Caspio y envió a sus hombres en bandada al apartado valle del Viejo de las Montañas. Los Asesinos habían resistido a los mejores ejércitos y los más capaces generales que los musulmanes habían podido enviar en su contra, pero acabar con ellos fue para los mongoles un juego de niños. Los barrieron totalmente y quedaron de golpe reducidos a la insignificancia. Todavía hoy existen restos de los ismailíes. Su jefe lleva desde 1800 el título de Aga Kan, pero estos jefes son hoy conocidos como playboys, no como temibles asesinos.

El ejército de Hulagu luego se dirigió hacia el Sur, para penetrar en Mesopotamia. Se enviaron mensajeros al califa para ordenarle que compareciera ante Hulagu como suplicante y desmantelara Bagdad.

El califa era al-Mutasim. Se había negado antes a aliarse con los mongoles contra los Asesinos y ahora se negó a rendirse. No sabemos cuándo ni cómo logró el coraje (o la locura) para hacer esto. Los mongoles no se inmutaron por su desafío. En el 1258 barrieron al ejército reclutado por el califa y se arrojaron sobre Bagdad, a la que sometieron a un salvaje saqueo que duró muchos días. Se supone que mataron a cientos de miles de personas, y fueron destruidos indiscriminadamente los tesoros acumulados durante siglos.

Al-Mutasim tuvo el melancólico honor de ser el último de los califas abasíes de Bagdad, linaje que se remontaba cinco siglos atrás. Según ciertos relatos, fue estrangulado; según otros, fue pateado hasta morir.

Pero aunque el califato llegó a su fin en Bagdad, no fue borrado completamente. Con fines exclusivos de propaganda, los gobernantes de Egipto recibieron a un miembro de la familia abasí que había logrado escapar de la destrucción general de Bagdad y lo proclamaron califa. El Califato abasí de Egipto sólo fue reconocido en este país, pero subsistió allí durante dos siglos y medio.

La comunidad judía de Mesopotamia también llegó prácticamente a su fin con el advenimiento de los mongoles, después de dieciocho siglos de oscilante historia que se remontaba a los tiempos de Nabucodonosor. Durante algunos siglos, la comunidad había estado decayendo, y el liderazgo intelectual judío había pasado a otras partes del islam, a Egipto y España. Pero ahora desapareció totalmente de la historia.

El califato y la comunidad judía no fue todo lo que llegó a su fin en Mesopotamia. La destrucción y despoblación de la tierra provocó la desorganización y aniquilación del sistema de canales. Es verdad que había estado en decadencia desde hacía un siglo, pero podía haber sido restaurado a tiempo, como había sucedido antes en más de una ocasión. Mas lo que ocurrió después de la devastación mongólica no permitía ninguna restauración.

El vandalismo que ello suponía es algo que nos espanta. Esos canales habían sustentado una elevada civilización en Mesopotamia durante más de cinco mil años. Habían llegado y pasado invasiones, destrucciones y edades oscuras, pero los canales habían sobrevivido y la riqueza de Mesopotamia, por mucho que se la dilapidase y disipase, siempre había sido recuperada.

Pero ahora no fue posible. El sistema de canales desapareció, y Mesopotamia decayó hasta la miseria total, que no la ha abandonado hasta el presente.

En el 1259, Mangu Kan murió y fue sucedido por Kublai. Cuando subió al poder, gobernó sobre el más grande imperio que haya sido nunca gobernado por un solo hombre. Desde el Pacífico hasta Europa Central, dominaba sobre unos 28.000.000 de kilómetros cuadrados, un tercio de la superficie de todo el hemisferio oriental. Este récord no ha sido batido hasta el día de hoy.

Pero en el momento en que Kublai subía a ese trono sin igual, estaba próximo a su fin, cuando el insaciable Hulagu, después de completar la conquista de Mesopotamia, penetró en Siria.

Extrañamente, fue bien recibido por algunos sectores de la población. La principal esposa de Hulagu era una cristiana nestoriana; los jefes mongoles, en general, estaban bastante interesados en el cristianismo. Para los cristianos de Oriente Próximo, los mongoles eran aliados potenciales contra los musulmanes.

Pero aún se alzaba como obstáculo una potencia musulmana. Egipto estaba gobernado por los descendientes de Saladino, pero el poder real estaba en manos de una casta militar de esclavos llamados los «mamelucos» (de una palabra árabe que significa «esclavo»). El jefe de esa banda por la época en que los invictos mongoles se dirigían a Egipto era Barsbay. Era un hombre descomunal, de una ferocidad y una valentía casi demoníacas. Llevó a sus mamelucos a Siria, y cerca de Damasco se enfrentó a los mongoles. El mismo Barsbay condujo personalmente la carga salvaje de los mamelucos que aplastó al ejército mongol en el año 1260.

Fue la primera derrota sufrida por los mongoles en medio siglo de ininterrumpida expansión. Esa derrota salvó a Egipto, pero sus efectos tuvieron mayor alcance. Enseñó al mundo que los jinetes del Infierno, los demoníacos tártaros, podían ser derrotados. El Imperio Mongol dejó de expandirse.

Persia y Mesopotamia quedaron en manos de Hulagu, aun después de que la victoria de Barsbay hubiese detenido su avance. Él era el «Il-Kan» («gobernador regional») y, por consiguiente, sus descendientes son llamados los «ilkanes».

Al principio, los ilkanes fueron más bien antimusulmanes. El hijo de Hulagu, que le sucedió en el 1265, estaba (como su padre) casado con una cristiana, una princesa bizantina. Los cristianos gozaron de considerable favor en su reino, y se intentó establecer relaciones diplomáticas con las potencias cristianas de Europa. Pero la población siguió siendo tenazmente musulmana.

En el 1295, subió al trono un nuevo ilkán, Gazán, y con él llegó a su fin la lucha contra lo inevitable que había durado una generación. Se convirtió al islam, y con esto terminó la guerra fría entre los gobernantes y los gobernados. También declaró su independencia formal del gobierno central de Mongolia. (Kublai Kan acababa de morir en el 1294, y con su muerte se desintegró la unidad mongólica).

La dominación mongólica se había suavizado por entonces. China había creado el papel moneda, que funcionó bien como conveniente sustituto de la moneda acuñada mientras la población tuvo confianza en tal papel. Los ahora progresistas ilkanes trataron de introducirlo en su reino, pero el intento fracasó. La gente no aceptaba tiras de papel escritas a cambio de artículos valiosos, y se produjo un caos financiero. Hubo que dar fin al experimento.

La vida intelectual se reanimó, y bajo los ilkanes actuó un sabio llamado Rashid al-Din. Nació en Hamadán por el 1250, fue médico, visir y compuso una historia de los mongoles. En ésta, escribió también sobre la India, China y hasta sobre la distante Europa, esto es, sobre todos los pueblos a los que había llegado la conquista o la presión mongólicas. Fue un intento de escribir una historia mundial, y la primera vez que se emprendía un proyecto semejante, en un sentido razonablemente moderno.

Persia bajo los Ilkanes.