Dejando de lado esta demostración de fanatismo religioso, que indudablemente le fue impuesta por los nobles y sacerdotes como precio de la corona, y olvidando también la casi rutinaria matanza de parientes para evitar una guerra civil, Cosroes I fue un rey civilizado. Quizás haya sido el más ilustrado de los sasánidas y fue llamado Cosroes Anushirvan («del espíritu inmortal»), o Cosroes el Justo.
En tiempos de Kavad había proseguido la endémica guerra con Roma, pero en el 527 subió al trono de Constantinopla un nuevo y talentoso monarca, Justiniano I. (Constantinopla era por entonces la capital del Imperio Romano, y lo había sido desde la época de Constantino, dos siglos antes. En ese momento, la ciudad de Roma se hallaba, en realidad, bajo la dominación de tribus germánicas).
Justiniano soñaba con recuperar la mitad occidental del Imperio, arrebatándosela a los germanos que la poseían. Para lograr tal fin, necesitaba la paz con Persia. En cuanto a Cosroes, deseaba firmemente reorganizar la administración interna de Persia y tenía la sensata convicción de que era mejor llevar a cabo esas reformas en tiempos de paz.
Con esta disposición por ambas partes, se facilitó la firma de la que fue llamada «La Paz Perpetua», en el 533.
Desgraciadamente, una ironía de la historia es que la «Paz Perpetua» duró menos que cualquier paz común. A los siete años de haber sido firmada, Roma y Persia estaban nuevamente en guerra.
El problema era que Justiniano había obtenido demasiados triunfos. Sus generales habían recapturado rápidamente el norte de África, Italia y hasta partes de España. Cosroes pensó que si Justiniano seguía así, llegaría a ser tan fuerte que estaría en condiciones de aplastar a Persia. En esto se equivocó, pues las victorias romanas no se lograron sin grandes costos; en verdad, el reino de Justiniano se estaba agotando por los esfuerzos hechos para llevar adelante las luchas contra las aguerridas tribus germánicas.
Pero esto lo podemos discernir ahora nosotros más fácilmente que Cosroes en aquel tiempo, y, en el 540, se reiniciaron las interminables guerras entre Persia y Roma. En la primera etapa de la nueva guerra Persia ocupó por breve tiempo Antioquía, pero pronto la situación llegaría al punto muerto habitual.
En el intervalo de paz, se produjo un paradójico suceso.
Desde la muerte del emperador Juliano, siglo y medio antes, el paganismo había sufrido un constante declive en el Imperio Romano. Hacía tiempo que había perdido vitalidad y, bajo la opresión cristiana, los paganos que quedaban se hicieron cristianos o dejaban transcurrir su vida en la apatía.
Hasta en Atenas, la fortaleza de la filosofía pagana, su luz comenzó a extinguirse. Por la época en que Justiniano fue hecho emperador, la única escuela filosófica que quedaba en Atenas era la Academia, que había sido fundada en el 387 a. C. por el gran filósofo ateniense Platón. Perduró por nueve siglos, pero ahora su existencia ofendía al piadoso Justiniano, quien ordenó su cierre. Los últimos maestros paganos vieron prohibido su inocuo saber (escuchado por muy pocos) y sin tener adonde ir.
Luego se difundieron noticias del nuevo rey persa, de su tolerancia e ilustración. Parecía que allí había alguien que podía entender las enseñanzas platónicas. Así fue como los últimos filósofos paganos de Atenas la misma Atenas que había ganado fama por su inflexible resistencia contra la tiranía persa, en los días de Darío y Jerjes buscaron la libertad en Persia.
Sin duda, una vez allí, se encontraron con que las cosas no eran tan placenteras como ellos esperaban. La corte persa los ignoraba, y Cosroes estaba absorto en su labor y poco interesado en oírlos. Con el tiempo, sintieron la añoranza de Atenas y los paisajes familiares aun de una Grecia cristiana.
Cosroes mostró, entonces, su esencial honestidad. No se sintió insultado por este cambio, sino que hizo un especial esfuerzo para que Justiniano los recibiera de vuelta y los dejase en paz (aunque no les permitiera enseñar). En el 549, lo consiguió. Los maestros volvieron, colmando de alabanzas de gratitud al magnánimo persa; cuando murieron, el paganismo griego murió con ellos.
Cosroes I reinó durante casi medio siglo, del 531 al 579, y en su tiempo Persia progresó mucho. Reorganizó la administración del Imperio, dividiéndola en cuatro distritos principales. Estableció un impuesto a la tierra fijo y hasta dispuso que se realizara un censo de palmeras datileras y olivos, con el propósito de aplicar tasas de impuestos justas. (Siempre es más fácil para la gente pagar un impuesto cuando saben cuál va a ser su monto. Antes los impuestos eran muy variables, según la particular rapacidad de los funcionarios locales. Cuando sucede esto, todo pago de impuestos parece insoportablemente elevado, aunque sea realmente razonable).
El siglo de confusión también había deteriorado la red de riego mesopotámica, y empezaban a hacerse patentes los estragos de una prolongada negligencia. El curso cambiante de los ríos, el gradual aumento del contenido de sal del suelo y el enarenamiento de los canales estaban minando gradualmente la prosperidad —por tanto tiempo fabulosa— de Mesopotamia. Cosroes hizo lo que pudo para reparar lo que todavía podía repararse, y en su tiempo Mesopotamia disminuyó el ritmo de su lenta decadencia.
Cosroes también protegió a los extranjeros (como en el caso de los filósofos griegos) y mantuvo la tolerancia del cristianismo nestoriano.
Hubo un considerable intercambio comercial y cultural con la India: la literatura y los tratados médicos indios entraron en Persia. También se produjo una importación adicional de algo que sería de particular valor en lo sucesivo para muchas personas del mundo occidental.
Los indios, al parecer, tenían un sutil juego con piezas de diferentes tipos que se mueven sobre un tablero cuadrado. Se cree que este juego fue inventado en la India; al menos, no se lo puede hacer remontar más atrás con alguna razonable certidumbre.
Se supone que el médico de Cosroes, después de un viaje a la India al servicio del rey, llevó el juego de vuelta consigo. La corte persa quedó fascinada con él. De los persas, pasó luego a los árabes, quienes a su vez lo transmitieron a los españoles y al resto del Imperio Romano. De allí se difundió por todo el mundo.
El juego lleva en Occidente las huellas del tiempo en que pasó por Persia. La pieza que representa al rey es fundamental en dicho juego. La palabra persa que significa rey (shah), después de sufrir numerosos cambios, dio al juego el nombre que lleva en inglés: chess (ajedrez)[12].
Cuando el rey es atacado, el jugador dice «jaque», que también deriva de shah. Y cuando el juego termina, con la inevitable captura del rey, se dice «jaque mate», que proviene del persa shah mat («el rey ha muerto»).
Pero durante el largo, próspero y, en general, constructivo reinado de Cosroes, se produjeron, fuera de las fronteras persas y apenas observados en la época, los dos procesos más importantes para el futuro de Persia y de la totalidad del Oriente Próximo.
Primero, un pueblo nómada avanzó hacia el Sur desde Asia Central e hizo su aparición en la frontera nordeste de Persia. Esos nómadas eran llamados por un nombre que, para nosotros, se ha convertido en «turcos», y en el 560 se encuentra la primera mención de los turcos en los documentos persas. (El nombre de «Turkestán», o «tierra de los turcos», aún se aplica a grandes partes de Asia Central, de manera no oficial).
Por entonces, los eftalitas estaban en decadencia, y los persas dieron la bienvenida a los turcos porque vieron en ellos la oportunidad para poner fin a los nómadas anteriores. Persas y turcos formaron una alianza contra los eftalitas, que fueron aplastados y desde entonces desaparecen de la historia. Una vez más, el Reino Persa se extendió hasta lo que es ahora Afganistán.
Pero esto dejó a los turcos como nuevos vecinos de Persia, y en este papel no resultaron ser más gratos que los eftalitas. El Imperio Romano, a su vez, hizo una alianza con ellos, y le tocó el turno a Persia de quedar atrapada entre las dos mandíbulas.
Persia rechazó a turcos y romanos y, quizá, se hizo la ilusión de que los turcos no serían nada más que otro grupo de nómadas que llegan y se van. Nadie, en tiempos de Cosroes, podía prever que los turcos no eran de esa clase de nómadas y que, con el tiempo, llegarían a dominar el Este.
El segundo suceso que conmocionaría el mundo y que se gestó durante el reinado de Cosroes fue aún menos advertido en la época. En verdad, se produjo sin que provocase ningún comentario o siquiera fuese conocido fuera de una distante ciudad de Arabia. Y ni siquiera en esa lejana ciudad nadie podía haber imaginado las consecuencias de ese suceso. La ciudad era La Meca, y, en el 570 aproximadamente, en ella nació un niño que recibió el nombre (en su forma castellana más conocida) de Mahoma.