Durante la generación siguiente, Partia permaneció sumida en la guerra civil. Todo lo que tenemos como testimonio de este período son algunas monedas con nombres de reyes y algunas aisladas y muy casuales referencias literarias.
Sólo en el 109 Partia pudo tomar aliento, cuando Cosroes I se impuso como único gobernante del país. Pese al agotamiento de Partia por las guerras, Cosroes, en un acceso de estupidez, rompió el compromiso que había mantenido la paz con Roma desde la época de Corbulo. Reemplazó al gobernante armenio por otro que reconocía la supremacía parta, en vez de la romana.
Trajano era por entonces emperador de Roma. Fue uno de los mejores y más capaces emperadores que tuvo Roma y el primer gobernante desde Julio César que sintió gran ansia de iniciar una política expansionista y tuvo la habilidad necesaria para ponerla en práctica. Libró dos feroces guerras contra las duras y bien conducidas tribus de Dacia (el territorio que hoy corresponde a la Rumanía moderna) y anexó esos territorios al Imperio.
Quizá Cosroes pensó que Roma estaba demasiado ocupada en Dacia, pero, si fue así, calculó mal. Trajano puso en orden las cosas en otras partes y se trasladó a Asia Menor. Cosroes, quien ahora comprendió la situación y se dio cuenta de que en modo alguno estaba en condiciones de combatir con Roma, ofreció reparaciones.
Pero Trajano no quiso saber nada. Era fuerte, y Partia débil; quería la victoria total. Así, ocupó Armenia y la convirtió sencillamente en una provincia romana.
Pero quiso más aún. En el 115, se dirigió al Sur, a Mesopotamia, y anexó a Roma su parte septentrional. La región en la que Craso había luchado y muerto casi dos siglos antes era ahora romana, e iba a seguir siéndolo durante varios siglos. En el 116, Trajano cruzó el Tigris y anexó la región situada del otro lado de éste a la que convirtió en la «provincia de Asiria».
Barcos romanos fueron lanzados al Éufrates y al Tigris. Como la flota de Senaquerib ocho siglos antes, se abrieron camino aguas abajo. Las ciudades gemelas de Seleucia y Ctesifonte cayeron en manos romanas. Las ruinas de Babilonia (que en tiempo de Trajano era una diminuta y miserable aldea) sintieron el paso de las legiones romanas y, finalmente, el emperador romano acampó en el Golfo Pérsico.
Ningún emperador romano había llegado antes tan al este, y ninguno volvería a hacerlo.
Por un breve momento, toda la Media Luna Fértil fue romana, y en ese momento, en el 117, el Imperio Romano alcanzó su máxima extensión. Desde el extremo occidental de España hasta el Golfo Pérsico, se extendía por más de 5.000 kilómetros.
Sin embargo, Trajano no estaba satisfecho. Extendió su mirada a través del Golfo Pérsico y se dice que murmuró tristemente: «¡Si yo fuese más joven!».
Pero no lo era. Tenía sesenta y cuatro años y sentía el peso de su edad. Pero aunque hubiese sido tan joven como Alejandro, no podía haber ido más allá, pues estaban surgiendo problemas a su alrededor. La fortaleza de Hatra, situada entre los ríos y a unos 100 kilómetros al sur de donde había estado Nínive, se le resistió y fue un perpetuo peligro para su línea de comunicaciones. Los partos se habían retirado ante el avance de Trajano y su ejército aún estaba intacto en las montañas del este. Internamente, los judíos de Cirene habían iniciado una violenta y peligrosa revuelta.
Cualquiera que hubiese sido su edad, Trajano tenía que retornar. Pero no lo logró. Cayó enfermo apenas partió y murió en Asia Menor, en su viaje de retorno.
Su sucesor, Adriano, era un hombre de paz. Sensatamente, concluyó que las conquistas de Trajano no podían ser mantenidas sin guerras continuas, por lo que abandonó la mayor parte de ellas y concertó una paz con Partia sobre la base del viejo compromiso de Corbulo.
Pero medio siglo más tarde, la aventura de Trajano fue repetida de tal modo que ambos participantes tuvieron que pagar un precio mayor.
En el 161 murió Adriano, y le sucedieron dos gobernantes como coemperadores. Uno de ellos, Marco Aurelio, era un filósofo, y el otro, Lucio Vero, un amante del placer.
El monarca parto de la época era Vologeso III, y pensó que dos monarcas debían enfrentarse en una guerra civil. Por lo tanto (así razonó él) podía romper el compromiso de Corbulo con tranquilidad, y se apoderó de Armenia.
Pero Marco Aurelio no era solamente un filósofo. Era un hombre capaz y un guerrero. Envió a Lucio Vero al Este con un general muy talentoso, Avidio Casio. Éste siguió la ruta de Trajano y atacó hacia el Sur, a través de Mesopotamia.
En el 165, se apoderó de Seleucia, que era todavía una ciudad griega, grande y populosa. En verdad, era la mayor ciudad grecohablante fuera del Imperio Romano, con una población, quizá, de hasta 400.000 habitantes. Casio, sin razón alguna como no fuese su embriaguez por la victoria, ordenó que se incendiase la ciudad. Así se hizo, y Seleucia nunca se recuperó. Como gran ciudad, llegó a su fin casi cinco siglos después de haber sido fundada. La causa del helenismo en Oriente también recibió una mortal herida.
Casio se apoderó luego de Ctesifonte, que estaba al otro lado del río y destruyó el palacio real, pero dejó más o menos intacta la ciudad.
Como compensación por la gratuita y criminal destrucción de Seleucia, los partos tuvieron una involuntaria pero horrible venganza. Una epidemia de viruela se había expandido por Asia y había llegado a Partia. Los soldados romanos cayeron enfermos en cantidad tal que se vieron obligados a retirarse de Seleucia.
Los soldados en retirada llevaron consigo la enfermedad a todas las partes del Imperio, y en los años 166 y 167 murieron un número incontable de romanos. La peste debilitó al Imperio más que si hubiera sufrido una invasión enemiga a gran escala. En verdad, muchos piensan que la decadencia romana debe hacerse remontar a esta peste, que el Imperio quedó tan debilitado que nunca pudo volver a recobrarse verdaderamente de todos los males que lo aquejarían en las décadas siguientes.
Pero iba a tener lugar otra invasión romana de Mesopotamia. En el 192, fue asesinado el hijo de Marco Aurelio, que le había sucedido como emperador. En los años de anarquía y guerras civiles que siguieron, Partia, gobernada ahora por Vologeso IV, decidió que era una buena ocasión para llevar acabo una aventura. Vologeso envió un ejército parto a aquellas provincias mesopotámicas septentrionales que habían sido romanas desde la época de Trajano, ochenta años antes.
Pero Roma recuperó la calma y en el 197, Septimio Severo se afirmó en el trono. Inmediatamente marchó al Este y, por tercera vez, un ejército romano invadió Mesopotamia. Nuevamente, las legiones romanas pasaron por Babilonia, pero esta vez ya no había nada allí; ni una sola casucha habitada señalaba el lugar donde antaño habían vivido casi un millón de personas.
En el 198 el ejército romano tomó Ctesifonte por tercera vez en ochenta años. Severo la saqueó totalmente, matando a los hombres y llevándose como esclavos a mujeres y niños.
Pero Roma era más débil que bajo Trajano o Marco Aurelio. Era más difícil mantener a un ejército a tal distancia, y la escasez de provisiones obligó a Severo a retornar. En el camino de vuelta, puso sitio a Hatra, que resistió tan tenazmente como antes había resistido a Trajano.
Severo no tuvo éxito. Se vio forzado a retirarse de Hatra con una considerable pérdida de prestigio y algunos recuerdos sangrientos de los arqueros partos.
Su hijo Caracalla volvió al escenario parto en el 217. Llevó a cabo su campaña en el norte de Mesopotamia hasta llegar al Tigris, y pudo haber hecho más, pero fue asesinado.