Los partos, como los medos y los persas, eran un pueblo iranio. La patria de los partos estaba inmediatamente al este de Media y es mencionada por primera vez en las inscripciones de Darío I. Hasta puede que «Partia» sea una forma dialectal de la palabra «Persia».
Alejandro Magno pasó por Partia en sus viajes de conquista; luego, ésta permaneció bajo la dominación de los seléucidas (con una considerable autonomía) durante un siglo y medio. Esto no fue suficiente para cambiar las costumbres del pueblo, que siguió siendo iranio en su lengua y su religión.
Pero las clases superiores se adherían a un zoroastrismo muy suave y adquirieron un fuerte tinte griego. Griega fue la lengua de la aristocracia parta, que sentía entusiasmo por los productos literarios de Grecia. Estaban particularmente interesados por las leyendas de Heracles, o Hércules (como nos es más familiar), y crearon prácticamente un culto a Hércules.
Los gobernadores de Partia son llamados los arsácidas, porque todos descendían de Arshak o Arsaces I, bajo el cual Partia obtuvo por vez primera cierta autonomía de los seléucidas. Al principio, los sucesivos monarcas partos tomaron todos el nombre de Arsaces al subir al trono, pero eran también conocidos por sus propios nombres. Así, Arsaces VI es más conocido como Mitrídates. Este nombre muestra el espíritu zoroastriano incluso en los monarcas helenísticos de la región, pues significa «don de Mitra». Mitra era el símbolo zoroastriano del sol.
Mitrídates I subió al trono en el 171 a. C. y desde un comienzo adoptó una vigorosa política expansionista. Mientras vivió Antíoco IV y avanzó hacia el Este, Mitrídates permaneció a la defensiva frente a los seléucidas, pero también avanzó hacia el Este, hacia Bactria. Luego, cuando Antíoco IV murió, se dirigió también al Oeste.
La provincia de Media, que estaba entre Partia y Mesopotamia, se declaró independiente al morir Antíoco IV. Los seléucidas, en rápida decadencia, no pudieron hacer nada para impedirlo, pero Partia, que estaba en ascenso, sí que pudo. Llevó su influencia al Oeste y, en el 150 a. C., absorbió totalmente a Media, por lo que podemos empezar a hablar del Imperio Parto.
Pero las cosas no pararon allí. Varios miembros de la familia real seléucida estaban luchando desesperadamente unos con otros en Siria. Entonces, Mitrídates extendió su presión hacia el Oeste y en el 147 a. C. se apoderó de Mesopotamia y de su orgullosa capital, Seleucia, que había fundado siglo y medio antes Seleuco I.
Mitrídates trató de tranquilizar a los colonos y las clases superiores griegos de Mesopotamia, asegurándoles que la soberanía parta no significaba el fin del helenismo. Para poner de relieve esta actitud, se hizo llamar Mitrídates Filheleno («Mitrídates, el Admirador de Grecia»). Él y sus sucesores fueron más griegos que los mismos griegos. Mientras que éstos habían tratado activamente de mantener viva la vieja cultura babilónica, los partos no se interesaron por ella. Las últimas tradiciones de Sumer y Acad, de Sargón y Hammurabi, desaparecieron bajo su gobierno. El último texto cuneiforme que poseemos data de dos siglos después de la llegada de los partos. Desapareció hasta el último rastro de la cultura babilónica, mortalmente herida por Jerjes.
Los judíos de Mesopotamia, en cambio, se beneficiaron con la moderada actitud de los partos, alejada del zoroastrismo habitualmente intolerante, y tuvieron un período de esplendor.
Sin embargo, las ciudades griegas de Media y Mesopotamia contemplaban con gran recelo a sus nuevos amos partos (y quizá con cierto esnobismo) y anhelaban la vuelta de los seléucidas. Enviaron peticiones a tal efecto a Antíoco, y en dos ocasiones los monarcas seléucidas intentaron reconquistar el Oriente.
En el 140 a. C., el rey seléucida Demetrio II invadió los dominios partos. Ganó varias batallas, pero, en el 139 a. C., cayó en una emboscada con su ejército. Fue tomado prisionero y su ejército destruido.
Mitrídates murió en el 138 a. C. En sus treinta y tres años de reinado había convertido su provincia en un Imperio que dominaba una extensión de más de 2.400 kilómetros de Oeste a Este. Ocupó la mitad norte del territorio del viejo Imperio Persa, desde el Éufrates hacia el Este. (La mitad meridional, formada por las provincias del golfo Pérsico y el océano Indico —particularmente el corazón de la misma Persia— se aferró a un anticuado zoroastrismo y nunca formó parte claramente de los dominios partos).
Muerto Mitrídates, los seléucidas hicieron un nuevo intento. El hermano menor de Demetrio, Antíoco VII, subió al trono. Invadió la Mesopotamia en el 130 a. C., derrotó a los partos y durante un breve período dominó nuevamente la tierra de los dos ríos. Los partos se retiraron a Media, Antíoco los siguió y fue derrotado y muerto.
Los partos luego liberaron a Demetrio II para que retornara a Antioquía a gobernar su país. Pensaban que una persona que había sido prisionera de los partos no intentaría nuevas aventuras. Y así fue. Durante las escasas décadas en que el Imperio Seléucida siguió existiendo, ninguno de los monarcas restantes se movió de Siria.
En el 129 a. C., los partos decidieron crear una nueva capital en la región occidental del reino. (Eran suficientemente helénicos como para experimentar la seducción del Oeste, igual que los seléucidas). Ya existía Seleucia, pero quizá era demasiado griega. En cambio, eligieron un suburbio que estaba al este, del otro lado del Tigris con respecto a Seleucia. Fue llamado Ctesifonte.
Ctesifonte iba a ser la capital del poder iranio (tanto de Partia como del régimen que le siguió) durante ocho siglos. Creció, naturalmente, y llegó a rivalizar con Seleucia y hasta a superarla, formando ambas una especie de «ciudades gemelas», una griega y otra irania, que simbolizó la fusión de las dos culturas que Alejandro Magno habría admirado.