La atracción del Oeste

Hubiera sido mejor para Seleuco, y para el Imperio Seléucida, que se hubiese contentado con su reino oriental. Pero ni siquiera Seleuco podía apartar totalmente de su cabeza a Grecia.

Para empezar, debía oponerse a la insaciable ansia de poder supremo de Antígono. Seleuco fue uno de los espíritus inspiradores de una ofensiva aliada que finalmente derrotó y mató al viejo Antígono en Ipso, en Asia Menor central, en el 301 a. C.

En recompensa, Seleuco recibió la provincia de Siria, de modo que su reino llegó entonces al Mediterráneo. No poseyó la totalidad de la Media Luna Fértil, pues Tolomeo de Egipto retuvo la parte meridional de la mitad occidental, incluso Judea.

Seleuco celebró su adquisición de Siria fundando en el año 300 a. C. una ciudad que llamó Antioquía (en honor de su padre, Antíoco). Está ubicada en el norte de Siria, a unos quince kilómetros del mar. Fue la capital occidental del Imperio Seléucida y su ventana sobre el mundo griego.

Este éxito en Occidente agudizó el apetito de Seleuco. En el 281 a. C., derrotó y mató al general de ochenta años Lisímaco, que había luchado antaño con Alejandro. Seleuco se apoderó de toda Asia Menor y se vanaglorió de ser el último de los generales de Alejandro que quedaba vivo. A los setenta y siete años, sólo él quedaba de todos aquellos generales que habían estado junto a Alejandro, medio siglo antes, en sus épicas conquistas por el Asia occidental.

Pasó a Macedonia para apoderarse también de ella, y allí, en el 280 a. C., fue asesinado.

Sentó un mal ejemplo para sus sucesores (los seléucidas). Si se hubiesen limitado a sus posesiones, si hubiesen trabajado para fortalecer su heterogéneo imperio, podían haber durado muchos siglos, y la cultura y el conocimiento griegos (el «helenismo», de Hellas, nombre que daban los griegos a su país) podía haber echado raíces permanentes en Asia occidental.

Tampoco debemos pensar que esto sólo hubiese beneficiado a Asia (con nuestros prejuicios occidentales). En las generaciones posteriores a Alejandro, Europa recibió mucho de Asia. Dejando de lado el botín y hasta el conocimiento, hubo objetos materiales hasta entonces desconocidos en Europa que fueron de gran beneficio. Europa recibió un delicioso alimento al que se llamó persikon melon (la fruta persa); la primera palabra sufrió una serie de cambios hasta dar en inglés el nombre del conocido y apreciado melocotón: peach. Europa también descubrió el cidro, el cerezo, la alfalfa y el algodón. Indudablemente, si la influencia europea hubiese estado más afirmada en Asia, ambos continentes se habrían beneficiado enormemente.

Pero la dificultad fue que los seléucidas siempre tuvieron la mirada fija en Occidente, y el vasto Oriente ocupaba un lugar secundario en sus cálculos. Las victorias de Seleuco I en sus últimos años sentaron fatal precedente. Los seléucidas iniciaron una larga lucha con los tolomeos de Egipto que siguió durante un siglo después de la muerte de Seleuco I y Tolomeo I. Se arrojó todo a esta oscilante contienda que no resolvió nada, fue interminable y sólo sirvió para debilitar a ambas partes y, más tarde, las llevó a su extinción.

Al principio, los seléucidas llevaron la peor parte. En el año 246 a. C., subió al trono el tercer Tolomeo y casi inmediatamente estalló la Tercera Guerra Siria entre los dos reinos macedónicos. Tolomeo llevó su ejército a Asia y derrotó a Seleuco II, que gobernaba por entonces el Imperio Seléucida. El ejército de Tolomeo marchó sobre la misma Mesopotamia y durante unos vertiginosos momentos ocupó Seleucia. Fue el punto más alto al que llegó el Reino Tolemaico.

Juiciosamente, Tolomeo no hizo ningún intento de conservar sus conquistas. Pensaba que su seguridad estaba en Egipto, y no valía la pena ponerla en peligro por la ilusión de un imperio más vasto. Por ello, se retiró.

Pero el Imperio Seléucida había resultado sacudido en el proceso, y las provincias del lejano Este quedaron fuera de control. Mientras el monarca seléucida luchaba absurdamente por unos pocos kilómetros de costa mediterránea, en el Este se separaban provincias enormes.

La provincia más oriental era Bactria (aproximadamente equivalente al moderno Afganistán). Hacia el 250 a. C., su gobernador, Diodoto, se declaró independiente del monarca seléucida.

Inmediatamente al oeste estaba la provincia de Partia (en lo que es ahora el Irán nororiental). También por entonces se declaró independiente bajo su gobernador Arshak, más conocido por la forma griega de su nombre, Arsaces.

A la manera de las monarquías orientales, Arsaces I de Partia pretendía descender del anterior linaje real de los aqueménidas. Hacía remontar su linaje a Artajerjes II, quien siglo y medio antes había obtenido la victoria de Cunaxa. Eso era falso, por supuesto, pero agradó a sus súbditos y los predispuso a combatir por él.

Durante una generación, los seléucidas fueron incapaces de evitar todo esto. Estaban demasiado ocupados con sus reyertas en el Oeste. Pero en el 223 a. C., subió al trono Antíoco III. En el 217 a. C. fue derrotado en una guerra contra Tolomeo IV y, disgustado, se volvió al Este. Allí concentró, durante una docena de años, su considerable talento. Sofocó revueltas, restauró su autoridad y llegó a un compromiso con Partia y Bactria. Les dejó cierta autonomía, pero las obligó a reconocer la soberanía seléucida.

En el 204 a. C., Antíoco III volvió a Mesopotamia como había vuelto Alejandro un siglo y cuarto antes, y con el mismo resultado, al parecer: un Oriente totalmente conquistado. Por ello, Antíoco se hizo llamar Antíoco el Grande (a imitación de Alejandro), y por este nombre se lo conoce en la historia.

Lamentablemente, después de todas estas ganancias Antíoco cayó presa nuevamente de la seducción de Occidente. Poco después del retorno de Antíoco, Tolomeo IV murió, y el nuevo rey, Tolomeo V, sólo era un niño. Antíoco vio la oportunidad de vengar su anterior derrota y de ajustar cuentas de una vez por todas con Egipto. Antíoco III invadió Egipto y, en el 200 a. C., había obtenido suficientes triunfos como para apoderarse de partes de Asia Menor y de toda Judea. Por primera vez, los seléucidas dominaron toda la Media Luna Fértil.

Pero, por entonces, apareció en el escenario occidental la más poderosa nación de la región mediterránea: Roma. Durante dos siglos había estado expandiéndose constantemente. Había llegado a dominar toda Italia y las islas circundantes, y acababa de derrotar completamente a la ciudad norteafricana de Cartago. El Mediterráneo occidental era un lago romano, y ahora Roma estaba dispuesta a medir sus armas con las de las diversas monarquías macedónicas.

Si Antíoco hubiese decidido que su futuro estaba en el Este y se hubiera fortalecido, el Imperio Seléucida podía haber sido el rival y el par de Roma. Posteriores imperios orientales lo lograrían.

Desgraciadamente para él, Antíoco se tomó demasiado en serio su autodescripción de «Grande», y el fatal atractivo del Oeste era demasiado fuerte. Quiso luchar contra Roma y fue aplastado, primero en Grecia y luego en Asia Menor. Tuvo que abandonar sus posesiones de Asia Menor y pagar una enorme indemnización. Peor aún, la parte oriental del Imperio, que había sometido con tan penoso esfuerzo, se independizó nuevamente.

Las circunstancias de la muerte de Antíoco III fueron un melancólico indicio de la medida de su derrota, y al mismo tiempo llevan consigo un hálito del pasado desaparecido hacía largo tiempo. Fue muerto por una multitud exasperada ante su intento de saquear un templo a fin de obtener el oro necesario para pagar las indemnizaciones a Roma. En las historias griegas, el lugar de su muerte aparece con el nombre de Elymais. En realidad, se trata de la forma griega de Elam, de modo que Antíoco III murió donde Asurbanipal había logrado las últimas grandes victorias asirias y donde Darío I había gobernado con gloria.

En el 175 a. C., un hijo menor de Antíoco III llegó al trono y reinó con el nombre de Antíoco IV. Era un hombre capaz que se arruinó por falta de juicio. Ferviente admirador de la cultura griega, hizo todo lo posible para alentar la creciente helenización de sus súbditos. Así, construyó teatros y gimnasios griegos en varios puntos de sus dominios, incluso en la agonizante Babilonia, que estaba retardando su camino hacia la desaparición.

Su ansiedad lo llevó a usar la fuerza donde la persuasión era insuficiente, en particular contra los judíos. Éstos se resistían a la helenización mucho más que los otros pueblos de su reino y se lanzaron a la rebelión bajo el liderazgo de un grupo de cinco hermanos, conocidos hoy colectivamente como los macabeos. La imagen que tenemos en la actualidad de Antíoco IV proviene principalmente de los libros judíos que describen la rebelión. Es innecesario decir que Antíoco IV es pintado como un monstruo, algo semejante a como algunos libros americanos describen a Jorge V de Inglaterra.

El Imperio Seléucida bajo Antíoco IV.

Antíoco IV también trató de ajustar cuentas con Egipto y derrotó fácilmente a Tolomeo VI. Pero Roma le ordenó que se marchase de Egipto, y se vio obligado a obedecer, escabulléndose como un perro azotado.

La pérdida de prestigio que le acarreó su retirada ante Roma y los gastos que le ocasionó el intento de sofocar la rebelión judía lo debilitaron tremendamente, y se volvió al Este. Allí, pensaba, podía obtener el dinero que necesitaba y restaurar la reputación que había perdido.

En cierto grado, lo consiguió. Como su padre, reprimió revueltas y volvió a hacer sentir una vez más el poder seléucida. Tal vez hubiese completado la tarea y hasta hecho más que su padre, si hubiese vivido lo suficiente. Pero murió de muerte natural (al parecer, de tuberculosis) en Persia, del otro lado de los Montes Zagros.

La muerte de Antíoco IV señaló el fin del Imperio Seléucida como gran potencia, aunque todavía iba a hacer algunos intentos en el Este. Partia y Bactria se independizaron en forma total y permanente; ambas se caracterizaban por poseer una delgada capa de helenismo sobre una base campesina irania.

Bactria, aunque estaba más al este, era la más griega de las dos. Durante un corto tiempo, floreció y hasta pareció a punto de expandirse; mientras Antíoco IV fracasaba y moría en Persia, los dirigentes bactrianos llevaban sus ejércitos y su influencia hasta la India.

Pero Bactria estaba demasiado alejada de los centros de civilización para poder sobrevivir por mucho tiempo. El mar circundante de bárbaros lentamente la encerró, y un siglo más tarde habían desaparecido los últimos restos de la cultura griega en decadencia de Asia Central.

El futuro de los pueblos iranios, cuya tierra había sido tan rudamente sacudida por la volcánica fuerza de Alejandro Magno, estaba en Partia.