La guerra de la luz y las tinieblas

El Imperio Persa siguió expandiéndose después de la conquista de Caldea. El mismo Ciro desapareció en el Este, mientras extendía la influencia persa por las profundidades del Asia Central, adonde ningún asirio se había aventurado. Allí murió en una batalla, en el 530 a. C. Cuando murió, la única de las cuatro grandes potencias que habían existido un cuarto de siglo antes que todavía conservaba su independencia era Egipto. Por sus conquistas y por el tratamiento ilustrado que dio a los conquistados, a veces se llama a Ciro con el apodo de «Ciro el Grande».

Su hijo mayor era Kanbujiya, que conocemos en la forma griega de su nombre como Cambises. Babilonia conocía bien a este hijo. En el 538 a. C., había sido él quien realizó los deberes rituales de un rey babilonio en el festival de año nuevo, mientras su padre se hallaba en el exterior con el ejército. Más tarde, en el 530 a. C., cuando Ciro marchó en su última campaña, Cambises fue nombrado regente y estableció su capital en Babilonia.

Subió al trono sin perturbaciones y su relativamente corto reinado se señaló por la compleción de la conquista persa de los reinos orientales. En el 525 a. C., marchó sobre Egipto, que cayó sin ofrecer mucha resistencia, y entonces la única gran potencia que quedaba era Persia. El nuevo imperio abarcaba un ámbito de una superficie enorme, aun juzgado por patrones modernos, y no había fuera de sus límites ninguna potencia que pudiese amenazarlo.

¿Significa esto que no iba a conocer disturbios? En absoluto. Aunque una potencia sea demasiado fuerte para ser perturbada desde fuera, siempre puede serlo desde dentro. Si no puede hallar problemas en el curso natural de los sucesos, en otras palabras, se los inventa.

En el caso de Persia, ocurrió del siguiente modo, si atendemos a la historia oficial que se publicó posteriormente.

Cuando Cambises se marchó a Egipto, deseaba que no hubiese ningún príncipe de la casa real alrededor del cual pudiera reunirse un grupo disidente. Tal grupo habría podido difundir un falso rumor de que había muerto en Egipto y hacerse con el poder. El resultado podía ser una guerra civil que acarrease la muerte y la miseria a muchos miles de personas. Por ello, Cambises hizo ejecutar a su hermano, Bardiya. Esto nos parece un crimen terrible, pero, según las normas de la época, pudo haberse considerado como una acción necesaria para un estadista. Herodoto llama a ese hermano Smerdis, y éste es el nombre por el que mejor lo conocemos.

Pero en la ausencia de los medios modernos de comunicación, la gente no puede conocer la apariencia de un príncipe muerto o siquiera saber que realmente está muerto. Si de pronto alguien pretende ser el príncipe aludido, muchos quizá lo sigan. Los nobles, que podrían saber que el pretendiente no es realmente el príncipe, pueden aprovechar la oportunidad para usarlo como un instrumento con el cual combatir al rey legítimo y obtener nuevos privilegios cuando el pretendiente suba al trono.

Mientras Cambises estaba en Egipto, un sacerdote medo llamado Gaumata pretendió ser Smerdis y, en el 522 a. C., fue proclamado rey por algunos de los nobles. Es conocido en la historia como el «Falso Smerdis». (Dicho sea de paso, los sacerdotes de las tribus iranias eran llamados magi. Puesto que generalmente la gente común piensa que los sacerdotes tienen poderes ocultos, «magi» como «caldeo», llegó a significar hechicero o mago. En verdad, nuestras voces «mago» y «mágico» derivan de magi).

Probablemente, detrás de estos sucesos haya habido algo más que el mero intento de un sacerdote y de algunos de sus seguidores de apoderarse del trono. Tal vez estuviesen involucrados motivos nacionalistas y hasta religiosos, pero éstos no aparecen en las fuentes de información que tenemos.

Por ejemplo, Gaumata era un medo, y es muy posible que detrás de la intriga estuviesen los nobles medos que habían sido todopoderosos antes del advenimiento de Ciro y que habían sido suplantados desde entonces por familias persas. Bien pueden haber luchado para intentar recuperar su posición anterior.

Cuando le llegaron las noticias, Cambises estaba retornando de Egipto. Hizo saber que el verdadero Smerdis estaba muerto, pero él mismo murió antes de que pudiera hacer algo más. La causa de su muerte no está clara, y es al menos posible que hubiese algún juego sucio.

Con Cambises estaba un joven llamado Darayavaush, más conocido por nosotros en la forma griega de su nombre, Darío. Era primo tercero de Cambises y miembro de una rama menor de la familia aqueménida.

A la muerte de Cambises se puso al frente del partido persa y se abalanzó sobre Media. Allí, en un ataque fulminante y sumamente osado, logró apoderarse del falso Smerdis y lo mató inmediatamente. Luego se proclamó rey y, después de siete meses de incertidumbre con respecto a la sucesión, todo terminó.

Fue Darío, pues, quien elaboró la historia oficial de cómo llegó a ser rey, y Herodoto aceptó y transmitió esta historia oficial. Pero ¿hay alguna verdad en ella? Puede que sí, desde luego, y Darío quizá relató todo tal como había ocurrido. Por otro lado, también puede ser uno de esos casos en los que una gran mentira se ha filtrado en la historia. ¿Podría ser que el mismo Darío hubiese dispuesto el asesinato de Cambises? ¿Podría ser que, cuando el hermano menor de Cambises (su hermano menor real, aún vivo) tratase de adueñarse del trono, Darío lo hiciese matar y difundiera la noticia de que se trataba de un «falso Smerdis»? Y si fue así, ¿cuál sería el motivo que lo llevó a hacer todo eso? ¿Simple ansia de poder? ¿O había algo más? ¿Era una cuestión religiosa?

Al parecer, en algún momento comprendido entre el 600 y el 550 a. C. en tiempos del Imperio Medo, vivió un reformador religioso en la región situada al sur del mar de Aral, del otro lado de la frontera noreste de ese imperio. (Según una leyenda posterior, era un medo que había huido atravesando los límites del Imperio para escapar a la persecución. Pero también puede haber sido un nativo de esa remota región). Su nombre era Zaratustra, aunque también es conocido por la forma griega de su nombre, Zoroastro. La doctrina de Zoroastro se acercaba al monoteísmo más que cualquier otra religión de la época, excepto el judaísmo. Zoroastro proclamó a Ahura Mazda como gran dios del Universo, el dios de la luz y el bien.

Para explicar la existencia del mal, Zoroastro suponía la existencia de otro ente, Ahrimán, que representaba las tinieblas y el mal. Ambos, Ahura Mazda y Ahrimán, tenían un poder aproximadamente igual, y el Universo estaba desgarrado por la guerra entre ellos. Todos los hombres se alinean en esta lucha de un lado o del otro. Los que se adhieren a elevados principios éticos se colocan del lado de Ahura Mazda, quien, desde luego, habrá de ganar.

Esta doctrina de una guerra entre el bien y el mal tuvo la gran virtud de explicar la existencia del mal en el mundo y por qué a veces los hombres buenos sufren y pueblos enteros son arrojados a la miseria pese a la existencia de un Dios bondadoso y misericordioso.

Después de la muerte de Zoroastro, sus enseñanzas se difundieron gradualmente por todo el Imperio Persa. Ejerció fuerte influencia sobre el judaísmo. Sólo después de conocer el pensamiento de Zoroastro comenzaron los judíos a elaborar la doctrina de Satán como eterno adversario de Dios. Pero, claro está, los judíos nunca aceptaron la idea de que Satán podía ser igual a Dios, o siquiera casi igual, como Ahrimán había sido el igual o casi el igual de Ahura Mazda.

Todo el sistema de ángeles y demonios que entró gradualmente en la teología judía después del retorno del exilio babilónico probablemente derivó también del zoroastrismo. Los zoroastrianos desarrollaron elaboradas teorías sobre la vida después de la muerte, que el judaísmo también adoptó. Antes, los judíos sólo hablaban de una oscura existencia en el Seol, que era muy similar al Hades griego.

El zoroastrismo no pudo difundirse sin resistencias, y en las primeras décadas del Imperio Persa debió de haber muchas fricciones internas entre quienes aceptaban y quienes rechazaban las enseñanzas de Zoroastro.

El zoroastrismo, como el judaísmo, era una religión intolerante. No sólo predicaba lo que juzgaba la verdad, sino que afirmaba tajantemente que las otras religiones estaban equivocadas. Como los judíos, los zoroastrianos consideraban que quienes adoraban a otros dioses realmente adoraban demonios, y que éste era el pecado mortal de la idolatría.

Cabe sospechar que Ciro y Cambises no eran zoroastrianos, pues consintieron en adorar a Marduk en su papel de reyes babilonios. Pero Darío era, con toda certeza, un zoroastriano, pues en sus inscripciones apela devotamente a Ahura Mazda. ¿Podría ser que Darío, en una sagrada pasión por el zoroastrismo, intrigase y matase para obtener el poder supremo con el fin de imponer su religión?

Puede ser, pero es dudoso que alguna vez se pueda probar o refutar esta teoría.

Sea como fuere, el ascenso de Darío al trono debió de caer como un rayo sobre Babilonia. Ciro y Cambises habían tratado bien a los babilonios y se habían inclinado ante Marduk. Y podían estar seguros de que Darío no haría lo mismo. Tal vez pensaron que el nuevo monarca haría lo posible para suprimir su religión. Buscaron desesperadamente a alguien que los condujese a la rebelión y, por supuesto, hallaron un líder.

Un hombre de imponente apariencia y fácil elocuencia se proclamó hijo de Nabónido y se hizo llamar Nabucodonosor III. Los hombres acudieron a él y en poquísimo tiempo tuvo un ejército a su disposición. Levantó defensas a lo largo del Tigris y se dispuso a impedir el cruce del río cuando Darío llegase del Este.

Darío optó por no arriesgarse a librar una batalla en regla. En cambio, dicho en términos modernos, se infiltró en el frente, enviando a sus hombres a través del río en pequeños contingentes y en puntos muy alejados unos de otros. Luego los reunió rápidamente en la retaguardia del usurpador, lo derrotó y marchó sobre Babilonia en persecución de los restos del ejército rival. En el 519 a. C., tomó Babilonia, justamente veinte años después de que la tomase Ciro. La trató más severamente que éste, y Babilonia se sometió hoscamente ante la fuerza superior.

En relación con el saqueo de Babilonia por Darío, Herodoto relata una historia que ha servido siempre como modelo de un increíble patriotismo. Según el historiador griego, Babilonia resistió con tal vigor que los persas desesperaron de tomarla. Por ello, un noble persa, Zopiro, concibió el plan de hacerse cortar las orejas y la nariz y hacerse azotar hasta quedar hecho una piltrafa ensangrentada. Luego se presentó ante los babilonios como un prófugo de la crueldad de Darío. La vista de sus heridas y mutilaciones no hicieron dudar a los babilonios, quienes lo recibieron regocijados de la victoria propagandística que les ofrecía Zopiro.

Después de permanecer entre ellos el tiempo suficiente para ganarse enteramente su confianza, Zopiro abrió las puertas de Babilonia al ejército persa.

Pero no podemos aceptar la veracidad de este relato. Es uno de esos adornos que dan dramatismo a la historia, pero son falsos. Parece cierto que Babilonia no estaba en condiciones de resistir a Darío con tal resolución que hiciese necesaria la treta de Zopiro.