La división del botín

Pero ni siquiera después de la caída de Nínive cedieron los asirios. Quedaron fragmentos del ejército asirio, y mientras esos fragmentos subsistieron, continuaron luchando.

Se retiraron a la última ciudad que les quedó de todos los vastos dominios sobre los que Asiria había gobernado sólo una docena de años antes. Era Harrán, a 210 kilómetros al oeste de Nínive y 100 kilómetros al este del Éufrates. Estaba ubicada justamente en la punta septentrional de la Media Luna Fértil.

Allí, en el último puesto asirio, resistieron bajo la dirección de Ashuruballit, un general que bien puede ser llamado «el último de los asirios». A veces se le llama Ashurullit II, porque un gobernante de este nombre había restaurado el poder asirio después de su casi extinción por los hurritas. Tal vez el general adoptó deliberadamente ese nombre para sugerir que Asiria renacería nuevamente, como había renacido antes. Si fue así, estaba equivocado.

Dos ejércitos se desplazaron hacia Harrán, uno para tratar de destruirlo y otro para tratar de salvarlo. El primero, por supuesto, era el ejército caldeo conducido por Nabopolasar. El segundo era un ejército egipcio, que debía tratar de impedir que los caldeos adquiriesen un poder abrumador.

Un nuevo rey, Nekao II, había subido al trono egipcio en el 609 a. C., y era él quien conducía el ejército que acudía al rescate. Mas para lograr su propósito, debía pasar por Judá, y Judá no lo deseaba.

Con la caída de Asiria, Judá recuperó durante un momento su independencia, y quería conservarla. Su rey era Josías, nieto del Manasés que había sido un títere asirio. Bajo el gobierno de Josías, Judá había sufrido una reforma religiosa por la cual su dios, Yahvé, fue reconocido como único dios de la tierra, que sólo debía ser adorado en el templo de Jerusalén. En defensa de su tierra y su credo, Josías avanzó para detener a Nekao.

En el 608 a. C., en Megiddo, en el Israel septentrional, se libró una batalla que resultó exitosa para los egipcios. Josías fue muerto y su cuerpo llevado a una doliente Jerusalén, mientras uno de sus hijos subía al trono bajo protección egipcia.

El retraso que provocó esa batalla, aunque terminó con una victoria egipcia, fue fatal para los planes de Nekao. Mientras éste combatía con Josías, Nabopolasar había tomado Harrán, y Ashuruballit tuvo que retirarse al Éufrates. Allí unió sus fuerzas con las de Nekao y, por un momento, ambos intentaron desencadenar un contraataque para recuperar Harrán. Pero éste fracasó, y Ashuruballit desaparece del escenario de la historia. Cómo murió o qué le ocurrió, nadie lo sabe.

Así, en el 605 a. C., desaparece el último rastro de Asiria, doce siglos después de la época de su primer rey conquistador, Shamshi-Adad.

Mientras Asiria caía bajo los golpes de los caldeos, el mismo destino sufría la vieja rival de Asiria, Urartu, bajo los golpes de los medos. Sólo siglo y medio antes, Urartu casi había igualado a Asiria en poder, pero una cadena de desastres la destruyó. Sus derrotas a manos de los asirios, los cimerios y los escitas la dejaron casi impotente, y los medos pusieron fin al último de sus oscuros reyes; en el 600 a. C., absorbieron su territorio. Urartu, como Asiria, desapareció de la historia.

Pero mientras desaparecía el último asirio, Nekao estaba aún allí, en el Éufrates. Nabopolasar estaba enfermo y retornó a Babilonia, pero dejó a su hijo en su lugar. Éste (que se había casado con la hija de Ciaxares) era llamado Nabucodonosor. Por lo común es llamado Nabucodonosor II en las historias formales, a causa del anterior gobernante de ese nombre que había regido a Babilonia cinco siglos antes.

Nabucodonosor se enfrentó a Nekao en Karkemish, ciudad situada a orillas del Éufrates superior, al oeste de Harrán. Allí, el ejército de Nekao fue aplastado tan totalmente como tres años antes él había aplastado al de Judá. Nekao tuvo que marcharse apresuradamente de la Media Luna Fértil, retrocediendo desordenadamente hacia la dudosa seguridad del Nilo. Nabucodonosor podía haberlo seguido, pero casi en el momento de la victoria recibió la noticia de la muerte de su padre. Por ello, tuvo que regresar a Babilonia, para asegurarse de su coronación.

Ahora hubo tiempo para respirar. Asiria estaba muerta y Egipto en calma. Nabucodonosor y Ciaxares se dividieron pacíficamente el botín asirio. Ciaxares agregó a sus vastos dominios de Irán, Urartu y la parte oriental de Asia Menor. Su imperio parecía enorme en el mapa, pero estaba constituido en gran medida por tierras subdesarrolladas, y Media iba a permanecer razonablemente pacífica durante su medio siglo de existencia.

Toda la Media Luna Fértil, mucho menor en superficie que Media, pero con la parte más civilizada y más rica del mundo occidental (exceptuando Egipto) estaba bajo el firme puño de Nabucodonosor.

Los dominios de Nabucodonosor son llamados a veces el Nuevo Imperio Babilónico o el Imperio Neobabilónico, pero creo que el mejor nombre para él es el de Imperio Caldeo.

La carrera de Nabucodonosor fue muy similar a la de su predecesor asirio, Asurbanipal. Ambos gobernaron durante más de cuarenta años; ambos tuvieron éxito en la guerra, aunque con importantes fracasos; ambos pasaron sus últimos años en la oscuridad, fatigados; y en ambos casos, el fin de la grandeza de sus imperios marchó a la par de su propia muerte.

El campo principal de los esfuerzos militares de Nabucodonosor fue el Oeste, donde el Egipto independiente constantemente provocaba perturbaciones. Las intrigas egipcias lograron que la pequeña tierra de Judá entrase en conflicto con Nabucodonosor, pese a la actividad probabilónica del profeta Jeremías.

Dos veces Judá se rebeló y dos veces Nabucodonosor tuvo que actuar enérgicamente. En ambas ocasiones puso sitio a Jerusalén y obligó a los judíos a someterse. La primera vez, en el 598 a. C., se llevó consigo a algunos de los líderes, continuando con la política asiria de las deportaciones, pero dejó a Judá un rey, un templo y un gobierno propio.

Pero la segunda vez, en el 587 a. C., perdió la paciencia completamente. Destruyó Jerusalén y su templo. La dinastía davídica llegó a su fin, después de reinar en Jerusalén durante más de cuatro siglos, y una gran cantidad de figuras destacadas fueron llevadas al exilio en Babilonia.

Nabucodonosor intentó luego castigar a los que habían ayudado a Judá, pero sus planes hallaron un inesperado obstáculo a causa de Tiro, ciudad de la costa mediterránea situada a unos 160 kilómetros al norte de Jerusalén. Era una de las ciudades costeras habitadas por las gentes que los griegos (y, por ende, nosotros) llamaban los fenicios.

Los tirios eran famosos por su osada destreza náutica. Sus barcos surcaban todo el Mediterráneo, fundando colonias en la costa africana, España y hasta fuera del Mediterráneo. Los minerales españoles les proporcionaban riqueza y poder. Senaquerib los había contratado para que condujeran su flota contra Elam, y Nekao para intentar la circunnavegación de África. El corazón de Tiro era una isla rocosa situada frente a la costa. En verdad, el nombre mismo de Tiro proviene de una palabra semítica occidental que significa «roca». Con sus fuerzas concentradas en esa isla y con los alimentos y otros suministros que le llevaba de todo el mundo su eficiente flota, Tiro podía resistir fácilmente contra el más grande ejército terrestre que cualquiera pudiese llevar contra ella, si este ejército de tierra era conducido sin genio militar o si una flota superior no la atacaba simultáneamente.

Las otras ciudades fenicias se habían rendido a Nabucodonosor, pero Tiro seguía desafiante y, en el 585 a. C., inmediatamente después de la caída de Jerusalén, los ejércitos de Nabucodonosor tomaron posiciones en la costa, frente a la isla.

El Imperio Caldeo.

Podían haberse ahorrado su tiempo. Los tirios no se alteraron lo más mínimo. Mientras tuviesen su flota el mundo era de ellos, y cada año que pasaba disminuía el prestigio de Nabucodonosor. El tenaz e inútil asedio continuó durante trece años, hasta que ambas partes se hartaron de todos los inconvenientes que acarreaba. Finalmente, Nabucodonosor levantó el sitio, sin haber conquistado ni castigado a Tiro, pero ésta tuvo que pagar un considerable tributo para ahorrarse futuros problemas.

La inutilidad de todo ello quizá quebró el espíritu de Nabucodonosor. Envió a Egipto la expedición con que amenazaba desde hacía tiempo, pero Egipto se había estado preparando para esta eventualidad desde la batalla de Karkemish. Desconocemos todos los detalles, pero Egipto sobrevivió y conservó su independencia. Podemos concluir, pues, que la campaña egipcia de Nabucodonosor, como la de su homólogo Asurbanipal, fue, en definitiva, un fracaso.