El bibliotecario real

Pero la sucesión se produjo sin trastornos y tal como la había planeado Asarhaddón. Asurbanipal reinó en Nínive como cuarto rey de la dinastía Sargónida, y cuarto rey competente sucesivo de este linaje. Bajo su gobierno, Nínive llegó a su apogeo, y su población tal vez alcanzase los 100.000 habitantes. Sus caravanas comerciales llegaban hasta la India.

En algunos aspectos, Asurbanipal fue el más notable de todos los gobernantes asirios.

Como todos los grandes reyes de ese país, fue un general capaz e infatigable, y nunca eludió la interminable tarea de defender el siempre agitado imperio. Pero, además, era un sabio. Había recibido una esmerada educación y se sentía fascinado por la historia antigua de Mesopotamia. (Ya hacía 2.500 años que se había inventado la escritura).

Asurbanipal se dedicó a la tarea de coleccionar un ejemplar de toda tablilla cuneiforme valiosa de Babilonia. (Él mismo leía y escribía la escritura cuneiforme, de modo que no tenía que depender de un modesto escriba). Así, formó una enorme biblioteca en su palacio, cuidadosamente catalogada y en la que cada tablilla llevaba su nombre inscrito.

Fue la mayor biblioteca reunida hasta entonces, e iba a ser de enorme utilidad miles de años después de la muerte del real bibliotecario.

A mediados del siglo XIX, se sacó a la luz el palacio de Asurbanipal y su biblioteca. En 1872, el arqueólogo inglés George Smith halló entre los restos cuidadosamente excavados y descifrados nada menos que el poema épico de Gilgamesh en una docena de tablillas. Se descifró el cuento babilónico del Diluvio y se hizo evidente su semejanza con el cuento bíblico. Los especialistas se pusieron a buscar las fuentes de los primitivos libros de la Biblia ajenas a la inspiración divina. La biblioteca de Asurbanipal brindó también una enorme cantidad de otro género de información. Es estremecedor pensar qué poco sabríamos de la historia antigua de Mesopotamia de no ser por el entusiasmo erudito de Asurbanipal de hace veintiséis siglos.

Asurbanipal expandió, enriqueció y embelleció su palacio y su capital, y en su reinado el lujo real alcanzó nuevas alturas. Indudablemente, quien lo observase en su palacio rodeado de todo ese lujo y empeñado en búsquedas eruditas (lo que era aún peor, a los ojos de los rudos guerreros de la época), habría pensado que era un hombre afeminado, incapaz de gobernar el imperio más militarista que el mundo había visto.

En épocas posteriores, los griegos elaboraron su propia versión legendaria sobre un rey asirio al que llamaban Sardanápalo. Era, decían, un completo afeminado que se vestía con ropas de mujer y jamás se movía de su harén. Finalmente, cuando sus súbditos se rebelaron y su palacio estaba a punto de ser tomado, hizo una pila con todas sus posesiones, incluidas sus mujeres, sus esclavos y él mismo, y puso fuego a todo, muriendo cubierto de llamas, aunque no de gloria.

Hasta los griegos tuvieron que admitir, sin embargo, que, antes que rendirse, sacudió su indolencia, se puso una armadura y condujo bravamente a sus huestes contra el enemigo.

Se ha supuesto durante mucho tiempo que Sardanápalo era la forma griega de Asurbanipal, e indudablemente el hecho de que Asurbanipal garabateara signos cuneiformes y su hábito de leer en voz alta a sus mujeres obras eruditas (quienes deben de haberlas odiado) contribuyó a dar origen a la leyenda. Sin embargo, Asurbanipal murió en paz y con su imperio casi intacto. Fue otro, como veremos, quien murió de la manera atribuida a Sardanápalo.

Lejos de ser un afeminado afecto a su harén, Asurbanipal tuvo que combatir casi constantemente. Egipto estaba en rebelión por la época de la muerte de Asarhaddón, y Asurbanipal tuvo que efectuar dos ataques contra esa tierra. En el segundo, remontó el Nilo hasta Tebas, la gran capital del sur de Egipto, y la saqueó. Fue el punto más lejano al que llegó un ejército asirio.

Pero no sirvió de nada. En el 655 a. C., Egipto se rebeló nuevamente. Un egipcio nativo que había comenzado su carrera como vasallo asirio logró independizarse y proclamarse rey; gobernó con el nombre de Psamético I.

Indudablemente, el incansable Asurbanipal habría vuelto a Egipto por tercera vez, pero ni siquiera él podía estar en dos lugares al mismo tiempo, y, de hecho, se le necesitaba en tres.

En primer término, los cimerios estaban ocasionando problemas nuevamente, y Asurbanipal tuvo que ignorar Egipto (que mantuvo su independencia recientemente conquistada durante más de un siglo) para enfrentarse al enemigo de Asia Menor.

Allí, al menos, Asiria no estaba sola. Los pequeños reinos de Asia Menor combatían desesperadamente a los cimerios. Un general llamado Giges había fundado un nuevo reino en Asia Menor, llamado Lidia, y se mostró particularmente eficiente en la lucha contra los nómadas. Asurbanipal lo ayudó generosamente, y, entre ambos, dieron fin a la amenaza cimeria. Pero en la lucha Giges murió, en el 652 a. C.

Asurbanipal tuvo luego que dirigirse hacia el Sur. Su preocupación por Egipto y Asia Menor no había pasado inadvertida en Elam, que estaba en calma desde hacía tiempo. Ahora pensaron que era el momento propicio para destruir el Imperio Asirio y heredarlo.

El instrumento que necesitaban estaba a su alcance. Sin duda, mientras el hermano menor gozaba del poder supremo, el descontento del hermano mayor debió de crecer. Los agentes elamitas no dejarían de informar a Shamash-shum-ukin que, si se rebelaba contra su hermano menor, podía contar con la ayuda elamita, y tal vez también la egipcia.

Shamash-shum-ukin se dejó persuadir y en el 652 a. C. se rebeló. Estalló inmediatamente la guerra civil, y durante cuatro años Asurbanipal se abatió implacablemente sobre Babilonia. En el 648 a. C., Shamash-shum-ukin se encontró con la derrota final, y sabía exactamente qué podía esperar si era apresado. Por ello, hizo una pila con todas sus posesiones, incluidas sus mujeres, sus esclavos y él mismo, y puso fuego a todo, muriendo cubierto de llamas, aunque no de gloria.

¿Suena esto conocido? Sí. Fue el fin de Sardanápalo; evidentemente, la leyenda griega fue inspirada por el hermano mayor de Asurbanipal, no por éste mismo.

Pero Asurbanipal no había terminado. Comprendió que Babilonia nunca se aquietaría mientras existiese Elam. Como Asarhaddón había golpeado a Egipto, la fuente occidental de rebeliones, así Asurbanipal decidió descargar el golpe sobre la fuente oriental de ellas.

La guerra elamita duró diez años y Asurbanipal siempre obtuvo la victoria. Tomó Susa en el 639 a. C. y la destruyó. Llevó al exilio a los principales dirigentes elamitas. Todo Elam quedó devastado y el reino, que había existido desde la época sumeria y había sido una potencia en Mesopotamia en los días de Abraham, llegó ahora a su fin. Dejó de existir, y su nombre desapareció de la faz de la Tierra.