La última dinastía

En el 727 a. C., Teglatfalasar III murió, y subió al trono su hijo, Salmanasar V. El lapso en que un rey sucedía a otro era siempre un momento crítico en la vida de los antiguos imperios. El nuevo rey podía ser un individuo incompetente o podía tener un rival para el trono; por ello, era el momento de la sucesión cuando una nación sojuzgada aprovechaba la oportunidad para rebelarse.

Así, cuando el temible Teglatfalasar III fue depositado en su tumba, Oseas de Israel creyó en la probabilidad de que volviese la incompetencia que había caracterizado a los monarcas asirios durante generaciones anteriores y se negó a pagar tributo.

Es difícil saber si Salmanasar V era realmente competente o no, pues no estuvo en el trono mucho tiempo. Se movió con decisión, sin duda, y puso sitio a Samaria, la capital de Israel, en el 725 a. C., pero el asedio no tuvo mucho éxito. Pasaron tres años y el ejército asirio aún estaba frente a las murallas de Samaria, lo que nos permite suponer que se produjo cierta inquietud en el ejército y que al menos estalló un motín. En el 722 a. C., Salmanasar V desapareció. Repentinamente, hizo su aparición un nuevo rey, de origen desconocido, aunque debe de haber sido un general. Mientras la primera dinastía de Asiria había durado mil años, la segunda sólo duró veintitrés y únicamente contó con dos reyes. El nuevo usurpador fundó la tercera dinastía asiria, llamada a veces de los sargónidas.

El usurpador eligió un nombre famoso, como hacen a menudo los usurpadores, para ocultar la realidad de su humilde origen bajo una apariencia dorada. Esta vez el nombre elegido fue Sargón («rey legítimo», exactamente lo que no era) y comúnmente se le conoce como Sargón II. A menudo se afirma que el nuevo rey tomó deliberadamente como modelo a Sargón de Agadé y que ésta es la razón de que se llamase Sargón II. Pero no es así. Asiria había tenido un rey llamado Sargón I en tiempos anteriores a los de Hammurabi, unos seis siglos después de Sargón de Agadé, y es a él a quien se aludía.

Si la causa del motín fue el descontento de los soldados por el fracaso en el asedio de Samaria, era injustificado, pues Samaria cayó casi inmediatamente después del golpe y probablemente habría caído lo mismo si Salmanasar hubiese conservado el trono. En verdad, hasta cabe preguntarse si Samaria cayó antes o después del advenimiento de Sargón. Este pretendía que había sido mérito suyo, pero nadie puede obligar a un rey absoluto a ser absolutamente honesto. La Biblia nunca menciona a Sargón como conquistador de Samaria; atribuye el hecho a Salmanasar. Sólo nos queda la duda.

Una vez que cayó Samaria, se prosiguió la política de deportaciones iniciada por Teglatfalasar III. En verdad, éste fue el caso más famoso de esa política. Los líderes israelitas que fueron alejados de su tierra representaban a las «diez tribus perdidas». Estas nunca fueron halladas nuevamente, y durante muchos siglos la leyenda las situó en diferentes lugares y en la fantasía se multiplicaron hasta convertirse en un próspero y poderoso reino. La verdad es que sencillamente se asimilaron a la población de la Mesopotamia noroccidental, donde se asentaron. Después de un siglo o dos del fin del Reino de Israel, sus descendientes habían perdido toda conciencia de su identidad nacional.

Ahora todo el extremo occidental de la Media Luna Fértil estaba razonablemente en paz, pues había sido incorporado en conjunto al Reino asirio. El pequeño Reino de Judá, el último resto del imperio de David todavía existente (y que aún estaba gobernado por un descendiente de este rey) pagaba tributo, lo mismo que todas las naciones de Asia Menor. Hasta la isla de Chipre, situada a unos 160 kilómetros de la costa, debe haber sentido el peso del poder de Sargón, pues los virreyes de éste elevaron estelas allí.

Pero si el Occidente estaba tranquilo, en el Norte se cernían nuevos peligros. Al norte del mar Negro, donde antaño habían vivido las primitivas tribus indoeuropeas, había tribus conocidas por los griegos como los cimerios. Quizás hayan vivido pacíficamente en sus estepas durante siglos, pero en el siglo VIII a. C. un nuevo grupo de tribus, los escitas, se lanzaron hacia el Oeste desde Asia Central.

Los cimerios huyeron y se abrieron camino hacia el Sur, a través del Cáucaso. Siguieron las rutas que habían tomado los hurritas, los hititas y los arios mil años antes, pero los cimerios fueron menos afortunados. A diferencia de los anteriores invasores nómadas, tuvieron que luchar contra un gran imperio que estaba en el apogeo de su poder.

Por supuesto, los cimerios chocaron con Urartu. Ésta, que había sido muy quebrantada por Teglatfalasar III, halló difícil oponerse a las nuevas hordas. En realidad, ni siquiera tuvo la oportunidad de intentarlo, pues Sargón aprovechó la situación para ajustar cuentas con la vieja enemiga. Mientras los nómadas cimerios hacían correrías por las fronteras septentrionales de Urartu, el ejército asirio avanzó contra ella desde el Sur.

Así, Urartu quedó atrapada en un cruel torno y tuvo que elegir rápidamente a qué enemigo someterse. Optó por los asirios, pues la fuerza de éstos era abrumadora. En verdad, los métodos de Sargón en el Norte fueron típicamente asirios. No vaciló en quebrar el espíritu de resistencia de Urartu asolando la tierra misma. Deliberadamente destruyó el sistema de canales de las ciudades que resistieron demasiado firmemente. Tal destrucción, que podía llevarse a cabo en pocos días, requería años o hasta generaciones para ser reparada. En definitiva, tal política redundó en perjuicio de la misma Asiria, pues una vez destruida la prosperidad de la tierra, ésta quedaba perdida para los conquistadores tanto como para los nativos. Pero Sargón no carecía de cierto espíritu progresista. El sistema de irrigación urartiano incluía acequias subterráneas que transportaban agua con poca pérdida debida a la evaporación. Aunque Sargón destruyó el sistema, admiró el principio y llevó la idea a Asiria, de donde se difundió por todo el mundo antiguo en general.

Los urartianos sufrieron su derrota final a manos de Asiria en el 714 a. C. y aceptaron la dominación de Sargón, aunque los reyes nativos conservaron su poder nominal sobre una pequeña parte de su antiguo territorio. Juntas, Urartu y Asiria enfrentaron entonces a los cimerios y los rechazaron de la Media Luna Fértil.

Sargón tuvo también problemas con Babilonia. Allí, los caldeos que gobernaban el país eligieron el momento de la sucesión al trono para actuar. Aunque Sargón II ya había subido al trono, un cacique caldeo se apoderó de Babilonia y se proclamó rey. Su nombre era Mardukaplaiddina, y en la Biblia se le llama Marodac-Baladán. Durante diez años se mantuvo en el poder, mientras Sargón estaba ocupado en el Oeste y el Norte. Sólo después de haber rechazado temporalmente a los cimerios el asirio pudo volverse hacia el Sur. Entonces, Marodac-Baladán tuvo que ceder y fue enviado al exilio en el 711 a. C.

Mientras tanto, Sargón, consciente de su falta de derecho legítimo al trono, se vio obligado a abandonar Calach, donde eran fuertes los vínculos con los reyes anteriores de otras dinastías. Aspiraba a construir una capital propia, que sólo estuviese asociada a él.

Eligió un lugar ubicado inmediatamente al norte de Nínive y comenzó a construir la nueva capital en el 717 a. C. Usando a las hordas de prisioneros de guerra y haciéndoles trabajar implacablemente, terminó la ciudad en diez años y la llamó Dur-Sharrukin («Fuerte de Sargón»).

Había sido antes una tierra vacía, con excepción de algunas granjas y Sargón dispuso allí de grandes extensiones. Fue totalmente planeada de una manera muy geométrica. La ciudad era un cuadrado perfecto, con lados de más de kilómetro y medio de largo y sus puntas estaban dirigidas exactamente hacia el Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Contenía un zigurat de siete pisos, muchos templos y un palacio para Sargón que cubría una superficie de 100.000 metros cuadrados. Sargón planeó también formar una biblioteca; reunió las tablillas cuneiformes que contenían la antigua literatura mesopotámica, con lo cual inició una moda que alcanzó su culminación setenta años más tarde.

Pero ¡qué endeble es la vanidad humana! Cuando la nueva capital fue terminada, quedó prácticamente vacía, pues Sargón se vio arrastrado a una nueva guerra. Los cimerios, después de encontrarse con un muro impenetrable de escudos asirios al sur del Cáucaso, se lanzaron al Oeste e invadieron Asia Menor. Los principados locales no pudieron impedir que hicieran allí un gran daño, y el mismo Sargón tuvo que efectuar una campaña en la península. Allí murió en 705 a. C., aparentemente en una batalla contra los nómadas.

Su sucesor nunca habitó la ciudad que Sargón había construido. Ésta murió aun antes de nacer; en verdad, el palacio principal de Sargón nunca fue terminado.

Pero la ciudad y el palacio a la larga fueron útiles. En 1842, el arqueólogo francés Paul Emile Botta, al excavar el montículo donde se encontraba la vieja ciudad, descubrió el palacio de Sargón. Fue la primera construcción asiria que volvió a la luz del día y el primer indicio de la existencia del poderoso imperio, que hasta entonces la humanidad sólo había entrevisto en las brumas de las deformantes leyendas de los griegos.