El advenimiento del caballo

Por la época en que los amorreos se apoderaron de Mesopotamia, después del 2000 a. C., el bronce era de uso común desde hacía mil años. Ya no era el factor decisivo que había sido antaño. El conocimiento sobre él se había difundido por toda la Media Luna Fértil y más allá aún. Las tribus nómadas podían, indudablemente, obtener tales armas (como los indios norteamericanos obtuvieron rifles, aunque no podían fabricarlos ellos mismos).

La balanza del poder, que había estado a favor de la civilización, lentamente se equilibró, pero no enteramente. También contaba la organización. Las tribus amorreas pudieron penetrar en Mesopotamia después de las invasiones elamitas y debilitaron mucho a las ciudades-Estado, pero la victoria de los nómadas fue relativamente lenta. Fue una filtración hacia el interior, más que un violento derrocamiento.

En el ínterin, se estaba produciendo una revolución más allá de las fronteras de la civilización, quizás en las vastas estepas situadas al norte del mar Negro y en las montañas del Cáucaso. Se estaba creando una nueva arma que habría de revolucionar la guerra tanto como lo había hecho el bronce, pero esta vez la balanza se iba a inclinar del lado de los nómadas y contra los habitantes de las ciudades.

Hasta el 2000 a. C., los animales que se usaban para transportar cosas pesadas eran los bueyes y los asnos. El buey era fácil de uncir gracias a sus fuertes cuernos, pero era un animal torpe, estúpido y lento. El asno era más inteligente, pero era pequeño y no podía tirar rápidamente de las pesadas carretas de ruedas macizas.

Por consiguiente, en la guerra no podía usarse con mucho éxito el transporte animal. Los ejércitos consistían en masas de soldados de infantería que caían unos sobre otros hasta que uno de los ejércitos se dispersaba y huía. Los carros sólo servían para fines ceremoniales, para evitar que el gobernante y otros jefes militares tuviesen que caminar, o para transportar armas y suministros.

Los carros tirados por asnos eran el mejor medio disponible de transporte a larga distancia, y servían, aunque ineficientemente, para mantener las comunicaciones en el Imperio Acadio o en el Amorreo. La corta vida de estos imperios quizá sea la mejor prueba de la ineficiencia de las comunicaciones.

Pero, hacia el año 2000 a. C., en alguna parte fue domesticado un veloz animal de las estepas: el caballo salvaje. Era mucho más grande y fuerte que el asno y corría como el viento. Al principio, sin embargo, parecía inútil para el transporte. No tenía cuernos para ponerle arneses, y los iniciales métodos de enjaezamiento intentados oprimían la tráquea del caballo y medio lo ahogaban. En un comienzo, pues, el caballo quizá fuese usado como alimento.

Luego, en algún momento anterior al 18(X) a. C., alguien ideó un método para utilizar al caballo para la tracción ligera especializada. Se hizo a los carros lo más livianos posible. Se los convirtió en una pequeña plataforma asentada sobre dos grandes ruedas, plataforma sólo suficientemente grande para transportar a un hombre. Hasta las ruedas fueron aligeradas, sin pérdida de la resistencia, haciéndolas con rayos en vez de macizas.

Una carga tan ligera, tirada por un caballo o por varios, podía desplazarse velozmente, de manera mucho más rápida que un soldado de infantería. Con sólo dos ruedas, el carro era tan manejable como el caballo y podía cambiar de dirección con escasa dificultad.

Fueron los nómadas quienes aprendieron a usar el caballo y el carro, y durante largo tiempo fue un recurso exclusivo de los nómadas. En primer lugar, las ciudades carecían de tales animales y del espacio necesario para entrenarse en este nuevo modo de desplazamiento.

Los pueblos civilizados descubrieron con horror que las correrías de los nómadas repentinamente habían multiplicado muchas veces su eficacia, pues un grupo de aurigas podía irrumpir ferozmente, atacando ya en un lugar, ya en otro, sin que fuese posible detenerlos o prevenir su llegada. El efecto psicológico de los corcoveantes caballos y su gran velocidad debe de haber quebrado el ánimo de muchas bandas de infantes campesinos, aun antes de tomar contacto con ellos.

Toda la Media Luna Fértil estaba inerme ante los ataques fulminantes de esta nueva clase de enemigos. Entre los primeros jinetes había un grupo de tribus conocidas por nosotros como los hurritas, quienes descendieron sobre el arco septentrional de la Media Luna Fértil desde las estribaciones montañosas del Cáucaso, en el siglo siguiente a la muerte de Hammurabi.

El territorio que había conquistado Shamshi-Adad I de Asiria fue ocupado por los jinetes, quienes crearon allí una serie de principados. Lentamente, se fueron uniendo y en el 1500 a. C. constituyeron un reino unificado llamado Mitanni, que se extendía desde el Éufrates superior hasta el Tigris superior. El corazón mismo de Asiria, alrededor de la ciudad de Asur, se mantuvo bajo su vieja dinastía, pero era tributario del Mitanni, que fue entonces una de las grandes potencias del mundo civilizado.

Los invasores hurritas hicieron sentir su poder mucho más allá de los confines de Mitanni. El torbellino que desató su aproximación aumentó cuando pueblos enteros quedaron descuajados en su huida de los aurigas guerreros. La parte occidental de la Media Luna Fértil era un hervidero, y la influencia hurrita se hizo sentir vigorosamente ya antes de la muerte de Hammurabi.

La Biblia alude una o dos veces a un grupo de gente que vivía en la parte más meridional de Canaán: «y a los horreos en los montes de Seir hasta El Farán» (Génesis, 14,6), y se cree ahora que esos horreos, o «horim» en hebreo, eran los hurritas.

La influencia hurrita fue más allá de Canaán también. Un abigarrado grupo de invasores, formado por amorreos y hurritas, irrumpió en Egipto. Los egipcios los llamaron los «hicsos». Puesto que los egipcios, como los mesopotamios, carecían de vehículos tirados por caballos, no pudieron hacer frente a los recién llegados. Sus desconcertados ejércitos se retiraron y se perdió la mitad septentrional del reino; esa pérdida duró un siglo y medio.

Mientras tanto, penetraba en Asia Menor otro grupo de norteños familiarizados con la técnica de los carros tirados por caballos. Los testimonios mesopotámicos los llaman los hatti y, al parecer, son los que la Biblia llama hititas. Cuando entraron por primera vez en Asia Menor, hallaron las regiones orientales de ésta densamente ocupadas por mercaderes asirios. Pero los asirios se retiraron a medida que los hititas avanzaban. Inmediatamente después de la muerte de Hammurabi, los hititas se expandieron rápidamente; hacia el 1700 a. C., dominaban la mitad oriental de Asia Menor, y en esta etapa de su historia constituyeron el llamado «Antiguo Reino». Adoptaron las formas civilizadas de vida, tomaron la escritura cuneiforme y la adaptaron a su lengua.

Los hurritas y los hititas, que provenían del Norte, no hablaban las lenguas semíticas, originarias de Arabia, del Sur. La lengua hurrita no tiene relaciones claras con otras lenguas, pero la lengua hitita tiene el tipo de estructura gramatical de casi todas las lenguas de la Europa moderna y de partes del Asia moderna, aun en regiones tan orientales como la India. A toda esta familia de lenguas se la llama ahora indoeuropea.

En el Éufrates superior, los imperios fundados por los hititas y Mitanni se enfrentaron, y su antagonismo les impidió adquirir la potencia que podían haber tenido.

La parte oriental de la Media Luna Fértil no se salvó de la anarquía que se extendió por todo el mundo del Este. Apenas acababa de descender a la tumba Hammurabi, cuando las revueltas provinciales sacudieron el Imperio Amorreo, y las hordas nómadas se aprovecharon plenamente de ello. Un ejército hitita se abalanzó desde el Norte, y el hijo de Hammurabi sólo pudo rechazarlo con gran esfuerzo. Mientras tanto, la independencia asiria había sido barrida por los hurritas, y Babilonia pronto quedó reducida a la pequeña región que dominaba antes de Hammurabi.

Además, un particular peligro surgió de los Montes Zagros, donde antaño habían morado los guti, y antes que ellos los sumerios. Durante algunos siglos, los nómadas de los Montes Zagros habían estado en calma. Eran conocidos por los babilonios como los koshshi, y tal vez la Biblia se refiera a ellos cuando habla de los «cushitas». Los griegos de épocas posteriores los llamaron los kossaioi (o «coseos», en nuestra versión), pero nos son más conocidos por el nombre de «casitas».

Hacia el 1700 a. C. habían adoptado la técnica del carro tirado por caballos y también ellos se volvieron conquistadores. Llegaron como una avalancha desde el Nordeste, tomaron Ur y la saquearon salvajemente. La misma Babilonia resistió desesperadamente durante un siglo, pero en el año 1595 a. C., después de quedar muy debilitada por una incursión hitita, la gran ciudad fue tomada y ocupada por los casitas, apenas siglo y medio después de la muerte del gran Hammurabi.

Los casitas adoptaron la cultura mesopotámica y la versión babilónica de la vieja religión sumeria. Reconstruyeron el templo de Marduk en Babilonia y, en el 1330 a. C., patrocinaron la reconstrucción de Ur.

Pero los nómadas habían introducido el caballo en las regiones civilizadas y, una vez que los habitantes de las ciudades aprendieron a usar la nueva arma de guerra, su ventaja desapareció.

El resurgimiento contra los nómadas se inició en Egipto, el país más lejano al que habían llegado. Los nativos aún dominaban la parte septentrional del país, y en el 1580 a. C. usaron el caballo y el carro para expulsar a los hititas de las regiones del Norte.

En verdad, los egipcios resurgieron con renovadas energías, pues por primera vez en su historia llegaron a Asia Occidental e iniciaron allí una carrera de conquistas. En el año 1479 a. C., el más grande de sus faraones, Tutmosis III, derrotó a una liga de ciudades cananeas en Megiddo. Estas ciudades cananeas estaban respaldadas por Mitanni, por lo que Tutmosis lo atacó, lo derrotó y lo redujo al papel de reino tributario. También derrotó a los hititas y puso fin al Antiguo Reino.