Cambio de dioses

El triunfo de Babilonia sobre la tierra se reflejó en un triunfo similar en el cielo mesopotámico.

Los sumerios, como era común entre los pueblos antiguos, adoraban a diversos dioses. ¿De qué otro modo podían explicarse los caprichos de la naturaleza? ¿De qué otra forma podían darse cuenta de la existencia del Universo?

Presumiblemente, cada tribu tenía algún dios que era considerado como un símbolo y representación de la tribu. Había una estrecha conexión entre una tribu y su dios. Siempre que el dios fuese apropiadamente adorado con ritos adecuados, cuidaría de su pueblo, mantendría un entorno favorable y ayudaría a derrotar a los enemigos de la tribu (y a su dios).

Pero cuando un grupo de tribus se establecía en una estrecha proximidad y adoptaba una cultura común, naturalmente, había muchos de esos dioses. Para mantener la paz, era menester dar a todos cierta importancia y crear un «panteón», un grupo de muchos dioses relacionados entre sí. Por lo general, cuando un pueblo entraba en el escenario de la historia humana de manera conspicua, ya existía tal panteón[5].

Con la proliferación de dioses, era natural introducir la especialización. Un dios se ocupaba de la lluvia, otro del río, etcétera. Los narradores y poetas podían elaborar cuentos que describían y explicaban el Universo en términos alegóricos. Así, lo que llamamos mitología, fue un antiguo intento de elaborar una ciencia. Hoy nos devanamos los sesos con los mismos problemas —la creación del Universo, las leyes del clima, etc.— pero usamos herramientas y técnicas diferentes para hallar la respuesta.

La más simple y amplia división del trabajo es colocar a un dios a cargo de la tierra (o el mundo subterráneo), otro a cargo de las aguas (el mar salado o los ríos de agua dulce) y otro a cargo del aire (o del cielo). Por lo general, el dios del cielo era el principal, pues el cielo cubre la tierra y el agua, y es del cielo de donde cae la lluvia (y donde aparece el rayo).

En los viejos mitos griegos, que tenían el panteón más conocido por los occidentales modernos, los tres hijos de Cronos se dividieron el Universo. Zeus poseía el cielo, Poseidón el mar y Hades el mundo subterráneo; Zeus era el dios principal. La única explicación que tenemos es que Zeus encabezó la rebelión contra su padre, Cronos. Los hechos terrenales que están detrás de esa explicación se pierden en la prehistoria de los griegos.

Entre los sumerios, había una similar división tripartita entre los tres dioses principales. Anu era el dios del cielo, Enlil el dios de la tierra y Ea el dios del agua dulce, dadora de vida. Anu, al parecer, era el dios principal de los sumerios, al menos en una etapa posterior de su historia.

La razón mitológica de esto la encontramos en la historia sumeria de la Creación. Ésta (como otros muchos mitos de la Creación) no trata de la formación del Universo a partir de la nada, sino de la creación de un universo ordenado a partir de un caos desordenado.

En el mito sumerio, el caos estaba representado por una diosa primordial llamada Tiamat. Ella, al parecer, representaba el mar oscuro y destructor, con sus caóticas aguas agitadas, tan temibles para un pueblo primitivo que carecía de una tecnología marina. Para que surgiera el Universo, ella debía ser derrotada. (O tal vez esto representase el hecho histórico de que el río tuvo que ser domeñado mediante un sistema de canales).

En la forma sumeria del mito, debe de haber sido Anu quien finalmente atacó a Tiamat, la derrotó y con su cuerpo construyó el Universo. Como recompensa por su victoria, naturalmente se le otorgó la supremacía sobre los dioses.

En este caso es posible especular sobre los hechos históricos que quizá fuesen el trasfondo del mito. Pese a la existencia del panteón, cada ciudad sumeria conservaba algún dios favorito como patrón especial. (Esto es en cierto modo similar a la manera como los atenienses consideraban a Atenea la diosa patrona de la ciudad).

Enlil era el dios adorado, en particular, en Nippur, y Ea era el dios patrón de Eridu. Éstas eran las dos ciudades sumerias principales del período de Ubaid, anterior a la invención de la escritura, y era muy natural que esos dos dioses adquiriesen gran importancia. Tal vez uno u otro era originalmente el dios principal.

Pero al fin del período de Ubaid fue Uruk la que pasó a primer plano; fue en Uruk donde se inventó la escritura y fue quizás Uruk la que preparó el terreno para el Diluvio. El dios de Uruk era Anu, y éste se afirmó como dios principal con suficiente vigor, gracias a la escritura, como para que lo siguiese siendo aún después de que la hegemonía pasara a otras ciudades.

Cuando los acadios entraron en Mesopotamia, llevaban consigo sus propios dioses, que podemos identificar por el hecho de que llevaban nombres semíticos. Se permitió a esos dioses entrar en el panteón sumerio, pero en los rangos inferiores. Entre ellos se contaban Sin, dios de la luna; Shamash, dios del sol; e Ishtar, diosa del planeta Venus (y también del amor y la belleza).

En ciertos casos, algunas ciudades sumerias adoptaron uno u otro de esos dioses acadios, presumiblemente cuando la lengua y la influencia acadias adquirieron mayor importancia, después de las hazañas de Sargón de Agadé. De este modo, Sin se convirtió en el dios principal de Ur, e Ishtar fue adorada particularmente en Uruk. El pueblo de Uruk, para dar cuenta de esta innovación, explicó que Ishtar era hija de Anu, y esta relación entró en la mitología oficial.

Era costumbre de los pueblos de la Mesopotamia (y de otros pueblos también) incorporar los nombres de los dioses a sus propios nombres personales. Esto era una muestra de piedad y, quizá, también servía para traer la buena suerte, pues es de presumir que los dioses no eran insensibles a los halagos. Entre los personajes históricos que hemos mencionado, hallamos Ea en Eannatum de Lagash, Sin en Naram-Sin de Agadé y Rim-Sin de Larsa. Shamash se encuentra en Shamshi-Adad I de Asiria, que también incluye el nombre de Ada, un dios de las tormentas. Estos nombres tienen significados, claro está (Naram-Sin significa «amado por Sin», y Rim-Sin, «el toro de Sin»), aunque no siempre es fácil saber cuál.

(Nosotros no nos permitimos tantas libertades con los nombres divinos, pero hay algunos ejemplos de lo mismo. Del latín, tenemos Amadeo, que significa «amado por Dios»; del griego, Teodoro o Doroteo, que significa «don de Dios»; del alemán, tenemos Gottfried, que significa «la paz de Dios»).

Cuando los amorreos se apoderaron de Mesopotamia, no introdujeron muchos dioses, como habían hecho los acadios. Su cultura era demasiado similar a la acadia, y al adoptar la versión acadia de la lengua semita, adoptaron también la versión acadia de los nombres de los dioses. Su propio dios nacional, Amurru (que representaba a la nación en su mismo nombre), pasó a ser un dios secundario.

La dinastía amorrea que dominó Babilonia, por ejemplo, adoptó al dios patrón de la ciudad como propio. Su nombre era Marduk, y era considerado como un dios del sol. La ciudad de Borsippa, situada inmediatamente al sur de Babilonia y que estuvo tempranamente bajo su dominación, tenía como dios patrón a Nabu. También él fue adoptado por la dinastía, pero en una posición subordinada. Nabu era considerado en los mitos como hijo de Marduk.

Mientras Babilonia fue una ciudad sin importancia Marduk fue un dios sin importancia. Pero cuando Hammurabi hizo de Babilonia la mayor ciudad de toda Mesopotamia, se inició un proceso por el cual Marduk habría de convertirse en el dios principal. Lentamente, los sacerdotes amañaron las leyendas («reescribieron la historia», por así decir) hasta que Marduk emergió como el gran héroe del mito de la Creación.

Los testimonios que tenemos de ese mito son posteriores a Hammurabi y dan la última versión. En ésta, Anu ataca a Tiamat, pero su ánimo flaquea y retrocede.

Fue Marduk (descrito como hijo de Ea, concesión al hecho de que era, relativamente, un recién llegado y no figuraba en los mitos más antiguos) quien salvó la situación. Sin temor alguno, enfrentó a Tiamat y la mató. Él creó el Universo y, por lo tanto, lo gobierna, después de convertirse en señor de los dioses y los hombres. A veces era llamado Bel-Marduk o sencillamente Bel, pues Bel significaba «Señor». El segundo fue Nabu.

Durante mil años o más, mientras Babilonia mantuvo la supremacía en los valles inferiores del Tigris y el Éufrates, Marduk conservó la supremacía en el cielo babilonio.

Así, en un pasaje de la Biblia escrito unos doce siglos después de la época de Hammurabi y donde se predice la caída de Babilonia, se expresa esta caída en términos de los dioses que aún adora: «Postrado Bel, abatido Nebo» (Isaías, 46, 1). Nebo, por supuesto, es la forma hebrea de Nabu.

Pero Marduk no dominó en todas partes, en Mesopotamia. En el Norte, los asirios se aferraron tenazmente a su dios nacional, Asur, del cual derivaba el nombre de su ciudad.