La ciudad de Abraham

Los guti sólo duraron alrededor de un siglo. Hacia el 2120 a. C., fueron expulsados de Mesopotamia. El libertador parece haber sido el gobernante de Uruk, que estaba a la sazón bajo su V Dinastía. Quizás actuó en alianza con Ur, pero, si fue así, el gobernante de Ur pronto desplazó a su aliado y obtuvo la supremacía en el 2113 a. C.

Ese gobernante de Ur, Ur-Nammu, fue el primer rey de la III Dinastía de Ur, y durante un siglo los sumerios tuvieron un último destello de grandeza. Bajo la III Dinastía de Ur, toda Mesopotamia fue unida en un imperio tan grande como el acadio, pero de carácter más comercial que militar.

Ur-Nammu fue quizá el más grande rey de su linaje. Bajo su reinado, las leyes de la tierra fueron puestas por escrito, aunque es probable que esto ya se hiciera antes de él, ya que es difícil suponer, por ejemplo, que Sargón de Agadé no lo hubiese hecho en el curso de su largo reinado. Pero el hecho es que nada sobrevive de los códigos anteriores; el de Ur-Nammu es el más antiguo que poseemos. Los restos que sobreviven son las más antiguas leyes escritas de la historia.

Esos restos que poseemos parecen también bastante ilustrados. Las leyes antiguas tendían a castigar mediante la mutilación (ojo por ojo y diente por diente), pero en el código de Ur-Nammu se establece en su lugar la compensación monetaria. Tal vez ésta fuese una idea natural en una sociedad comercial.

La construcción sumeria con ladrillo llegó a su culminación en el siglo de la III Dinastía de Ur. Allí se construyó un enorme zigurat, el más grande edificado hasta entonces en Sumeria. Lo que queda de él ha sido puesto al descubierto en las excavaciones efectuadas en el emplazamiento de Ur, y los restos son aún impresionantes. Tienen unos 90 metros de largo por 60 de ancho, y los muros inferiores tienen un espesor de 2,5 metros.

Quedan en pie dos plantas con una altura de 20 metros. Pero se cree que, cuando estaba completo, tenía tres pisos con una altura total de unos 40 metros.

En el yacimiento de Ur también se han encontrado, literalmente, decenas de miles de tablillas de arcilla llenas de inscripciones. Cabría pensar que este hallazgo debe proporcionarnos una gran cantidad de datos sobre la historia del país, pero los testimonios no son de este género. Son registros de contaduría y de transacciones comerciales. Es como si alguna civilización de un distante futuro descubriese montones y montones de papeles en las ruinas de Nueva York y hallase que son todos viejos recibos y billetes de venta.

Desde luego, esto no es de despreciar. De esos monótonos registros, es mucho lo que puede inferirse sobre la vida cotidiana de un pueblo. Podemos tener idea del tipo de alimentos que la gente comía, de la clase de negocios que realizaba, de la extensión de su comercio y de lo que compraban y vendían. Hasta podemos conocer las fronteras de un imperio tomando nota de los lugares en cuyas ruinas se han descubierto documentos similares. Cuando los documentos están fechados, habitualmente lo están indicando el año del reinado de cierto rey, de lo cual podemos deducir los nombres de los distintos reyes, el orden en que reinaron y cuánto duró cada reinado. Cuando las fechas dejan de mencionar a los reyes de Ur, podemos inferir que en ese lugar había sido destruida la hegemonía de Ur.

En efecto, su poder se derrumbó; en el 2030 a. C. llegó prácticamente a su fin. Durante una generación se mantuvo como ciudad-Estado, al menos, pero luego recibió el golpe final. Un ejército elamita aprovechó la anarquía reinante en Mesopotamia y un período de hambre que hubo en la misma Ur para abatir las orgullosas defensas de la ciudad y ocuparla, en el 2006 a. C. Tomaron prisionero al último rey de la III Dinastía, Ibbisin.

Temporalmente, Elam, que había sido una provincia conquistada del Imperio Acadio, fue la potencia suprema en Mesopotamia. Esto ocurrió, en parte, porque las ciudades-Estado de la región luchaban unas con otras y habían vuelto al viejo juego de la guerra.

En lo que antaño había sido Sumeria, había dos ciudades de primera importancia: Isin y Larsa.

Isin era la más lejana río arriba, inmediatamente al sur de Nippur. Durante un siglo después de la caída de Ur, Isin fue más importante ciudad-Estado del Sur. Al final de ese período, hacia el 1930 a. C., uno de sus gobernantes codificó las leyes de la ciudad y las hizo registrar en lengua sumeria. Partes de ese código subsisten aún.

Larsa está más al sur, a unos 20 kilómetros aguas abajo de Uruk. En el 1924 a. C., Larsa, que se hallaba bajo la dominación elamita, derrotó a Isin y luego tuvo su propio siglo de grandeza.

Más al norte, había otras dos importantes ciudades-Estado. Eran Asur y, aguas abajo del Tigris, Eshnunna. Fragmentos de un tercer código de leyes establecido por un gobernante de Eshnunna también han llegado hasta nosotros.

Pero esas ciudades-Estado no eran realmente sumerias al viejo estilo. Los sumerios como clase gobernante llegaron a su fin en Ur. En el período posterior al 2000 a. C., las clases dominantes de las ciudades que antaño habían constituido Sumeria hablaban el acadio. Mesopotamia se volvió totalmente semítica en lo que respecta a la lengua, y seguiría siéndolo durante quince siglos.

El sumerio no murió inmediatamente. Persistió durante un tiempo en la más conservadora de las instituciones, la religión. Pero fue una «lengua muerta», usada en el ritual religioso, como el latín en la actualidad.

Y con su lengua, los sumerios desaparecieron. No fueron muertos o exterminados, solamente dejaron de considerarse sumerios. Su sentido de nacionalidad se desvaneció lentamente, y en el 1900 a. C., ya no quedaba nada de ellos.

Durante dos mil años, los sumerios habían estado en la avanzada. Habían inventado el transporte con ruedas, la astronomía, la matemática, la empresa comercial, las construcciones de ladrillo en gran escala y la escritura. Casi podría decirse que inventaron la civilización.

Pero por entonces habían desaparecido. Siete siglos antes de la guerra de Troya, once siglos antes de que se fundara una pequeña aldea llamada Roma, los sumerios, ya cargados de tradición, desaparecieron. Su existencia misma fue olvidada hasta las grandes excavaciones arqueológicas de las últimas décadas del siglo XIX.

Sin embargo, quedó un rastro de ellos. En un gran libro que data de antiguos tiempos —la Biblia— se encuentran oscuras huellas de los sumerios. Hay un pasaje, específicamente, que alude al período de la III Dinastía de Ur.

En el último siglo de su existencia, hacia el 2000 a. C., la cercana muerte de Sumeria era evidente. La pérdida del Imperio, el hambre y la ocupación elamita fueron demasiados golpes mortales. Muchos hombres emprendedores de Ur deben de haber pensado que ya no había futuro en la que antaño había sido una gran ciudad, y se dispusieron a partir al exterior, en busca de mejor fortuna en otras partes.

En la Biblia se menciona una de tales emigraciones: «Tomó, pues, Teraj a Abram, su hijo; a Lot, y a Sarai, su nuera… y los sacó de Ur… para dirigirse a la tierra de Canaán» (Génesis, 11,31). Viajaron a lo largo de la Media Luna Fértil, primero hacia el Noroeste, hasta la cima del arco, y luego hacia el Sur, al extremo occidental. Abram cambió luego su nombre por el de Abraham y, según la leyenda, fue el antepasado de los israelitas.

La Biblia luego describe una incursión realizada por un ejército mesopotámico contra las ciudades-Estado de Canaán, y en el relato se presenta la época de Abraham como la que siguió inmediatamente a la caída de Ur:

«Sucedió que en aquel tiempo Amrafel, rey de Senaar; Arioc, rey de Elasar; Codorlaomor, rey de Elam, y Tadal, rey de naciones, hicieron guerra a…» (Génesis, 14,1-2).

Por el papel destacado que se le otorga en el resto de este pasaje bíblico, es evidente que Codorlaomor dirigía la coalición, y sólo en este período de su historia el siglo que siguió a la caída de Ur Elam fue la potencia principal de una Mesopotamia fragmentada. Se cree por lo general que Elasar, otro miembro de la coalición, alude a Larsa, y sólo por entonces tuvo esta ciudad un papel prominente.

«Tadal, rey de naciones», parece haber sido un principito secundario, y el principal interés de este pasaje reside en la persona de Amrafel, rey de Senaar. Tomado literalmente, parecería referirse a alguien que gobernó toda la región mesopotámica (pues Senaar es Sumeria), pero esto no se ajusta a la situación imperante a la sazón. En realidad, si Amrafel hubiese sido verdaderamente el gobernante de toda Mesopotamia, habría sido él, no Codorlaomor, quien encabezase la coalición.

La respuesta a este enigma involucra a un nuevo grupo de invasores que habían entrado en Mesopotamia y a los que debemos referirnos ahora.