El Diluvio no fue el único desastre que Sumeria tuvo que soportar. También debió pasar por la guerra.
Hay indicios de que, en los primeros siglos de la civilización sumeria, las ciudades estaban separadas por extensiones de tierra sin cultivar y no chocaban unas con otras. Hasta quizás haya habido cierta simpatía entre las ciudades, el sentimiento de que el gran enemigo al que debían combatir era el irregular río, y que todas debían enfrentarse juntas a este enemigo.
Pero ya antes del Diluvio las ciudades-Estado sumerias en expansión deben de haber absorbido la tierra vacía que había entre ellas. Los trescientos kilómetros inferiores del Éufrates constituían un denso conjunto de tierras de labrantío por aquel entonces, y la presión demográfica empujaba a cada ciudad-Estado a usurpar todo lo posible el territorio de sus vecinas.
En condiciones similares, los egipcios contemporáneos de los sumerios formaron un reino unido y vivieron durante siglos en paz en lo que se llama «el Antiguo Imperio». Pero los egipcios estaban aislados, pues se hallaban rodeados por el mar, las cataratas del Nilo y el desierto. Tenían pocas razones para cultivar el arte de la guerra[4].
Los sumerios, en cambio, expuestos por ambos lados a las incursiones de los nómadas, tenían que crear ejércitos, y lo hicieron. Sus soldados avanzaban en filas ordenadas y usaban carros tirados por asnos para el transporte de suministros.
Y una vez creado un ejército para rechazar a los nómadas, surgió la fuerte tentación de utilizarlo también durante los intervalos transcurridos entre las correrías de los nómadas. Así, cada parte de una disputa fronteriza respaldó sus pretensiones con su ejército.
Quizá, antes del Diluvio, la guerra no era terriblemente sangrienta. Las lanzas de madera con puntas de piedra y las flechas, también con puntas de piedra, fueron las armas fundamentales. No se puede dar mucho filo a las armas de piedra ni puede evitarse que se astillen y rompan al chocar. Muy probablemente, los escudos de cuero eran más que adecuados contra tales armas, y en las batallas comunes seguramente hubo muchos golpes y mucho sudor, pero, en definitiva, pocos muertos.
Pero, hacia el 3500 a. C., se descubrieron métodos para obtener cobre de ciertas rocas, y en el año 3000 a. C. aproximadamente se descubrió que, si se mezcla el cobre con estaño en proporciones adecuadas, se forma una aleación que hoy llamamos «bronce». El bronce es un metal duro, que puede trabajarse para obtener filosos bordes y agudas puntas. Además, si se embota, fácilmente se lo puede afilar nuevamente.
El bronce no había llegado a ser común ni siquiera en la época del Diluvio, pero era suficiente para romper el equilibrio a favor de los agricultores, en la perpetua guerra entre éstos y los nómadas. Las armas de bronce existentes sólo podían ser elaboradas mediante una tecnología avanzada, que estaba más allá de la capacidad de los rudimentarios nómadas. Hasta el tiempo en que los nómadas pudieron equipararse también con armas de bronce o aprendieron algún recurso igualmente bueno o mejor, tuvieron ventaja los pueblos de las ciudades.
Por desgracia, poco después del 3000 a. C., las ciudades-Estado sumerias empezaron a usar el bronce unas contra otras, también, de modo que las pérdidas provocadas por las guerras aumentaron (como han aumentado muchas veces desde entonces). Como resultado de esto, todas las ciudades se debilitaron, pues ninguna podía derrotar definitivamente a sus vecinas. A juzgar por la historia de otros sistemas mejor conocidos de ciudades-Estado (por ejemplo, los de la antigua Grecia), las más débiles invariablemente se unían contra cualquier otra que pareciese a punto de acercarse peligrosamente a una victoria total.
Podemos especular que fue, en parte, a causa de estas guerras crónicas y del agotamiento que producía en la energía de la gente por lo que se dejó que se deteriorara el sistema de diques y canales. Quizá fue ésta la razón de que el Diluvio alcanzase proporciones tan vastas y destructivas.
Con todo, aun con la desorganización que provocó el Diluvio, la superioridad de las armas de bronce debe de haber mantenido a Sumeria a salvo de los nómadas. Al menos, los sumerios todavía estaban en el poder en los siglos posteriores al Diluvio.
En verdad, Sumeria hasta se recuperó del Diluvio y llegó a ser más próspera que nunca. La Sumeria posdiluviana contenía unas trece ciudades-Estado que se dividían una superficie cultivada de unos 25.000 kilómetros cuadrados, superficie casi igual a la del Estado de Vermont.
Pero las ciudades no habían aprendido la lección. Una vez restablecidas, comenzaron nuevamente las eternas luchas.
Según los testimonios que poseemos, la más importante de las ciudades sumerias inmediatamente posteriores al Diluvio fue Kish, que estaba sobre el Éufrates a unos 240 kilómetros aguas arriba desde Ur.
Aunque Kish es una ciudad de respetable antigüedad, no se había destacado antes del Diluvio. Su repentino ascenso posterior hace pensar que las grandes ciudades del Sur habían decaído temporalmente.
La supremacía de Kish fue breve, pero, por ser la primera ciudad dominante después del Diluvio (y por ende la primera ciudad dominante en la época de los primeros registros históricos seguros), obtuvo notable prestigio. Los gobernantes sumerios conquistadores se autodenominaban «Reyes de Kish» para significar que gobernaban toda Sumeria, aunque Kish luego perdió importancia. (Esto es similar al hecho de que los reyes alemanes de la Edad Media se llamasen a sí mismos «Emperadores Romanos», aunque Roma había caído hacía tiempo).
Kish fue vencida porque, finalmente, las ciudades del Sur se recuperaron. Se reconstruyeron, recobraron sus fuerzas una vez más y reasumieron sus papeles habituales. Las listas de reyes sumerios que poseemos nombran a los reyes de varias ciudades en grupos relacionados entre sí a los que llamamos «dinastías».
Así, bajo la «I Dinastía de Uruk», esta ciudad reemplazó a Kish y adquirió preeminencia durante un tiempo después del Diluvio, como la había tenido antes. El quinto rey de esta I Dinastía fue nada menos que Gilgamesh, quien reinó hacia el 2700 a. C. y proporcionó el fondo de verdad alrededor del cual se construyó la montaña de fantasías del famoso poema épico. Hacia el 2650 a. C., Ur tomó a su vez el liderazgo bajo su propia I Dinastía.
Un siglo más tarde, alrededor del 2550 a. C., aparece el nombre de un conquistador. Se trata de Eannatum, rey de Lagash, ciudad situada unos 65 kilómetros al este de Uruk.
Eannatum derrotó a los ejércitos unidos de Uruk y Ur, o al menos pretende haberlo hecho en los pilares de piedra con inscripciones que erigió. (Esos pilares son conocidos por el nombre griego de «estelas»). Por supuesto, no siempre puede creerse totalmente lo que dicen tales inscripciones, porque son el equivalente de los modernos «comunicados de guerra» y a menudo están llenos de una exagerada vanagloria o estaban destinados a mantener la moral.
La más impresionante estela que dejó Eannatum es una en la que se ve una cerrada falange de soldados, todos con las lanzas en ristre, con yelmos y avanzando sobre los cuerpos postrados de sus enemigos. Se ven perros y buitres desgarrando a los muertos, por lo que se llama a dicho monumento la «Estela de los Buitres».
Esa estela conmemora una victoria de Eannatum sobre la ciudad de Umma, a unos 30 kilómetros al oeste de Lagash. La inscripción de la estela afirma que Umma inició la guerra quitando ciertas piedras que marcaban los límites, pero desde entonces en ninguna versión oficial de una guerra se dejó de afirmar enfáticamente que la otra parte le había dado comienzo, y no poseemos la versión de Umma.
Durante el siglo que siguió al reinado de Eannatum, Lagash siguió siendo la más poderosa de las ciudades sumerias. Llegó a gozar de una vida fastuosa, y en sus ruinas se han hallado bellos objetos de metal que datan de ese período. Tal vez ejerció su dominación sobre 4.500 kilómetros cuadrados de tierras (la mitad del Estado de Rhode Island), extensión enorme para aquellos tiempos.
El último rey de esta I Dinastía de Lagash fue Urukagina, quien ascendió al trono alrededor del 2415 a. C.
Fue un rey ilustrado, sobre el cual nos gustaría saber más. Parece haber pensado que había, o debía haber, un sentimiento de parentesco entre todos los sumerios, pues en una inscripción que nos legó contrasta a los habitantes civilizados de las ciudades con las tribus bárbaras del exterior. Tal vez soñó con crear una Sumeria unificada que presentase una muralla inexpugnable contra los nómadas y se desarrollase, dentro de esta muralla, en la paz y la prosperidad.
Urukagina fue también un reformador social, pues trató de reducir el poder de los sacerdotes. La invención de la escritura había puesto tanto poder en manos de éstos que constituían un serio peligro para el progreso. Poseían tanta riqueza que no quedaba la suficiente para el crecimiento económico de la ciudad.
Desafortunadamente, Urukagina halló el destino de tantos reyes reformadores. Sus intenciones eran buenas, pero los elementos conservadores eran quienes tenían el poder real, y hasta la gente común, a la que el rey intentó ayudar, probablemente temía a los sacerdotes y los dioses más de lo que deseaba su propio bien.
La ciudad de Umma, antaño aplastada por Eannatum, tuvo ahora la oportunidad de vengarse. Estaba gobernada por Lugalzagesi, hábil guerrero que lentamente amplió su poder y su ascendiente mientras Urukagina se embrollaba en su intento de reformar Lagash. Lugalzagesi se apoderó de Ur y Uruk y se proclamó rey de ésta.
Tomando como base Uruk, alrededor del 2400 a. C., Lugalzagesi atacó Lagash, derrotó a su desmoralizado ejército y saqueó la ciudad. Así obtuvo el dominio sobre toda Sumeria.
Ningún sumerio había tenido tanto éxito militar como Lugalzagesi. Según sus propias jactanciosas inscripciones, envió ejércitos al Norte y al Oeste, hasta el Mediterráneo. Por entonces, la densidad de población en Mesopotamia era diez veces mayor que la de las regiones no agrícolas. Varias ciudades sumerias, como Umma y Lagash, tenían una población de diez a quince mil habitantes.
Pero los sumerios no sólo tuvieron que contender unos contra otros, al menos militarmente. La cultura sumeria había traspasado las estrechas fronteras de la misma Sumeria, y otros pueblos estaban preparados para demostrar que eran sus discípulos aventajados.