Botica del convento de Nuestra Señora de Atocha
Amanecer, 16 de diciembre de 1662
Al abrir la puerta, Gonzalo percibió un agradable calor que contrastaba con el frío pasillo que conducía a la botica del convento. Al fondo de la sala avistó a fray Diego, que sin notar su presencia se aprestaba a verter un polvo blanquecino en una pequeña cacerola expuesta al fuego de la chimenea. Se encaminó hacia allí avanzando entre alambiques, morteros, redomas, cazos, sublimadores y otros instrumentos que tanto recordaban a la vivienda de Alonso en San Martín. En toda la estancia imperaba un aroma fuerte y pesado que se hacía más intenso a medida que se acercaba a la lumbre.
Al ponerse frente al clérigo éste entrecerró los ojos para ver quién era el desconocido que entraba en su botica.
—Gonzalo, no os había reconocido. Cuando trabajo en mis emplastos, remedios y pomadas, se me pasa el tiempo sin darme cuenta. Ni me acordaba de que os había citado para daros cuenta de mis investigaciones.
—Espero que sean buenas noticias.
—Hijo mío, hay de todo, buenas y malas. Aunque tengo que reconocer que he tenido fortuna con ese enigmático tatuaje. ¿Recordáis el dibujo que hice del dragón del cadáver de Alonso? Esperad un momento, estaba por aquí.
Fray Diego se dirigió a la mesa que estaba más cercana a la chimenea y empezó a rebuscar entre varios volúmenes; tras revolverlos cogió uno del que extrajo el papel con el boceto.
—Fijaos en el dibujo que realicé y comparadlo con el de este libro —dijo fray Diego, mostrándole una ilustración.
—Es casi idéntico. ¿Qué significa?
—Nada y todo. Este dragón no es más que el símbolo principal de la Orden del Dragón, la Societas draconistarum u Ordinal dragonului. Una orden militar, como las nuestras de Santiago o Calatrava, cuyo objetivo era combatir a los enemigos de la cristiandad. Fue fundada por el rey Segismundo de Hungría en 1408. Todo caballero miembro de la misma debía portar el símbolo del dragón, la explicación está en este libro. Escuchad:
»“El signo o la efigie del dragón inscrita dentro de un círculo, con la cola enroscada al cuello, divide en el centro por su espalda a lo largo de todo su cuerpo, desde el extremo de su cabeza hasta el extremo de su cola formando con sangre una cruz roja que fluye hacia fuera, al interior de la hendidura a través de una grieta blanca, no manchada de sangre, del mismo modo que aquellos que luchan bajo el estandarte del glorioso mártir San Jorge acostumbraban a portar una cruz roja sobre una esfera blanca”. Es decir, el dragón es un símbolo de la cruz y la lucha contra el mal.
»Pero también es otra cosa, y eso dadas las aficiones de vuestro amigo Alonso es importante. Si os fijáis veréis que el dragón mueve su cola hasta la boca, es decir, toma la forma del uróboros.
—¿Urque? —preguntó Gonzalo perplejo.
—El uróboros es una serpiente que se muerde la cola, —fray Diego cerró el libro del que había leído y abrió otro más grueso—. En concreto, en la alquimia simboliza la naturaleza circular de la obra del alquimista que une los opuestos, representa los ciclos eternos de vida y muerte, expresa la unidad de las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen, sino que cambian de forma en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación.
—Me parece que me pierdo, fray Diego, ¿qué vínculo puede tener este símbolo con la muerte de Alonso?
—Todavía es un misterio, pero es un dato que debemos tener en cuenta en el futuro. Lo que sí sabemos es otra cosa: los caballeros del dragón lucharon contra los turcos y fueron vencidos. Tras la muerte de Segismundo en 1437, la orden perdió importancia, pero no desapareció.
»Sus miembros eran denominados draconianos y eran feroces guerreros que trataban de frenar la invasión del turco. A esta orden pertenecían nobles y príncipes, pero los dos caballeros más famosos fueron Vlad, llamado Dracul, que significa dragón, y su hijo Vlad Draculea, el hijo del dragón; ambos príncipes de Valaquia.
»Los dos se caracterizaban por ser fieros luchadores contra el turco. Sin embargo, Draculea, fue más allá: cometía todo tipo de crueldades, empalaba a sus enemigos y al parecer empezó a sentir una morbosa fascinación por la sangre. A medida que se fue haciendo más viejo, pensó que ésta le daría la vida eterna. Al igual que Draculea, nuestro hombre debe ver en la sangre un camino hacia la inmortalidad.
»Por lo que Esteban nos ha dicho, sabemos que Alonso, tras acabar su servicio en Flandes, pasó a servir a la corona de Austria y estuvo luchando contra los otomanos. ¿Es posible que se convirtiera en miembro de la orden del dragón? No sabremos nada de seguro hasta hablar con algún soldado que le acompañara en sus aventuras. Según Esteban, viendo la paga generosa que se ofrecía, varios españoles le siguieron en su camino. Así que ésa debe ser nuestra prioridad: seguir investigando entre antiguos veteranos de los tercios.
Fray Diego empezó a colocar los libros en los anaqueles, mientras Gonzalo se sentaba en la mesa sin disimular su decepción.
—Puede parecer fácil, pero encontrar a Esteban fue un golpe de suerte que difícilmente podrá repetirse —dijo el alguacil, con voz cansada—. Ahora pretendéis buscar a uno de esos hombres que se puso al servicio de la casa de Austria. Si os digo la verdad, me parece casi imposible. La gente enferma, muere o acaba desperdigada por esos mundos de Dios. Aparte de eso, este asunto cada vez me parece más extraño.
El dominico dejó el último volumen en la estantería y se volvió sonriente a Gonzalo.
—Os lo parece porque lo es. Sin embargo, podemos suponer que alguien vino tras Alonso desde esas tierras del este buscando La Clave de Salomón.
»He estado investigando sobre ese libro. Como ya os dije, existen en realidad dos libros con ese nombre: La clavícula mayor y La clavícula menor. Por la lista que encontró Melchor de Molina en los libros sabemos que el que poseía Alonso era La Clavícula Menor, también conocida como Legemetón o Llave Menor de Salomón.
»Mi suposición es la siguiente: Alonso estaba obsesionado con la idea de la inmortalidad, así que trató de buscar algo que detuviera a la muerte y lo hizo de las dos maneras posibles.
»La primera es la alquímica. Para la mayoría de la gente los alquimistas buscaban la piedra filosofal, esa sustancia capaz de convertir un metal sin valor en oro. Sin embargo, éste era sólo el primer paso, puesto que el fin último es otro. Una característica del oro es que se oxida más lentamente que otros metales; es decir, el oro es inmortal. Por lo tanto, si se descubre cómo formar oro a partir de otros elementos, tal vez podrían hacer que el cuerpo se volviera inmortal. La función transmutadora y la de otorgar la vida eterna están relacionadas; una vez se tenga la piedra filosofal ésta nos servirá para crear el verdadero objetivo de su búsqueda: el elixir de la vida. Aunque Alonso sólo encontró la muerte, lo que él buscaba era la inmortalidad.
»La segunda manera de conseguirlo es buscar la ayuda de las potencias infernales. El Legemetón es uno de los libros más peligrosos que se hayan escrito. Allí están contenidos los rituales para conjurar a setenta y dos demonios. Si uno realiza la invocación de manera debida, un demonio se presentará ante él y puede pedirle lo que desee a cambio de su alma.
»Bien por la ciencia, bien con la ayuda de las fuerzas del mal, Alonso estaba decidido a encontrar su objetivo. Por lo tanto, podemos estar seguros de que tras ese libro hay dos fuerzas opuestas y enfrentadas. Por un lado, los hombres de la Orden del Dragón, que quieren recuperar ese libro sustraído por Gonzalo en sus andanzas por los Balcanes.
»Por otro, tenemos una persona que ayudaba a Alonso en sus pesquisas y compartía sus secretos. A pesar de todas sus aventuras, Alonso no había hecho fortuna, vivía en una casa de alquiler y no trabajaba, su única ocupación eran sus experimentos e investigaciones. Alguien le sufragaba los gastos y podemos suponer que ese sujeto se ha hecho con el libro y mató al joven que pertenecía a la Orden del Dragón. ¿Quién es ese hombre? ¿Qué pretende ahora?
—No lo sabemos.
—Exacto, la respuesta puede estar en esa lista de médicos que el secretario nos prometió y que no acaba de llegar. Nos prometió que nos la entregaría en tres días, pero seguimos sin tener noticia de ella. Mi amigo el médico Juan Juárez me ha dado un pequeño registro de galenos a los que conoce, pero como apenas llega a la treintena es bastante incompleto.
—¿Qué os parece si mañana visitamos al secretario?
—Es una excelente idea. La clave de este caso puede estar en la ciencia médica.
* * *
La jornada había sido dura para Gonzalo, por la mañana estuvo en el convento de Atocha y por la tarde resolvió varias trifulcas en las mancebías y casas de juegos de la casa de la calle de las Damas. En la última incluso hubo que sacar el acero para hacer entrar en razón a dos jugadores de ventaja, que al ver la toledana comprendieron que más valía aceptar alguna pérdida de dineros a perder la vida.
Volvía a casa exhausto, con la garganta irritada de gritar y la nariz moqueante, puesto que el frío de las calles se le había metido en los pulmones. Subió la escalera con pasos lentos y cansados, pero al llegar a su rellano vio la figura de dos hombres fornidos esperando ante su puerta.
—¿Gonzalo García? —preguntó el más alto de ellos.
—Soy yo.
—Os informamos de que deberéis presentaros mañana al amanecer en el Alcázar Real. Presentad este salvoconducto —dijo entregándole un pliego de papel— y se os autorizara el paso. No lo olvidéis, es un asunto de la máxima importancia que atañe a la casa real. Vuestro amigo fray Diego también ha sido avisado. Supongo que no os tengo que apercibir de lo nefasta que sería vuestra ausencia.
Los dos extraños se dieron la vuelta y comenzaron a bajar la escalera. Gonzalo se quedó pensativo, el pliego estaba lacrado y no podía conocer su contenido. ¿Habían descubierto que empleaban de manera indebida el nombre del rey? Un riesgo más que ahora se mostraba aciago.
Aún no era de noche, pagaría a un muchacho para que fuera a ver al dominico a Atocha. Lo mejor era ir juntos al Alcázar; como bien sabía desde sus tiempos de soldado, el peligro es mejor afrontarlo en compañía.