Escapar de La Cabeza de Araña

I

«¿Activar gotero?», dijo Abnesti por megafonía.

«¿Qué lleva?», dije.

«Divertidísimo», dijo.

«Confirmar», dije.

Abnesti pulsó un botón de su mando. Mi MobiPak™ conectado y listo. Después el Jardín Interior me pareció muy bonito. Todo se me antojó supernítido.

Entonces dije, como era mi obligación, lo que sentía.

«El jardín está muy bonito», dije. «Supernítido».

Abnesti dijo: «Jeff, ¿qué te parece si le damos un poco de caña a esos centros lingüísticos?».

«Claro», dije.

«¿Activar gotero?», dijo.

«Confirmar», dije.

Añadió un poco de Verbasuel™ al gotero, y pronto me encontré sintiendo las mismas cosas pero diciéndolas mejor. El jardín todavía se veía bonito. ¿Era posible que los arbustos estuvieran más compactos y que el sol lo resaltara todo más? Era como si en cualquier momento esperaras que llegaran paseando unos Victorianos con sus tazas de té. Era como si el jardín hubiera sido imbuido por los sueños domésticos permanentemente intrínsecos a la conciencia humana. Era como si de pronto pudiera discernir, en esta estampa contemporánea, el antiguo corolario que Platón y algunos de sus contemporáneos podrían haber deducido; a saber, estaba experimentando

lo eterno y lo efímero.

Me senté, plácida y felizmente entretenido con estos pensamientos cuando el Verbasuel™ comenzó a menguar. En ese momento el jardín ya solo se veía bonito de nuevo. ¿No tenían los arbustos algo especial o algo así? Te daban ganas de quedarte allí, sin más, tumbado al sol pensando felizmente en tus cosas. Ya sabes.

Después, lo que fuera que contuviera el gotero también se agotó y entonces el jardín, mira, ni fu ni fa. Tenía la boca seca, eso sí, y en las tripas esa típica sensación post-Verbasuel™.

«¿Sabes para qué va a estar guay ese?», dijo Abnesti. «Supón que alguien tiene que quedarse hasta muy tarde vigilando un perímetro. O que está esperando a los críos a la salida del colegio y se aburre. Puede que haya un poco de naturaleza en las proximidades. O supón que un guarda forestal tiene que doblar el turno».

«Eso estará guay», dije.

«Es el ED763», dijo. «Estamos pensando en llamarlo AluziNatur. O quizá TierrAdmir».

«Los dos son muy buenos», dije.

«Gracias por tu ayuda, Jeff», dijo.

Que era lo que decía siempre.

«Ya solo quedan un millón de años», dije.

Esto era lo que yo decía siempre.

Entonces dijo: «Ahora sal del Jardín Interior, Jeff, avanza hasta la Sala de Estudio Pequeña 2».

II

A la Sala de Estudio Pequeña 2 enviaron a una chica pálida.

«¿Qué te parece?», dijo Abnesti por megafonía.

«¿A mí?», dije. «¿O a ella?».

«A los dos», dijo Abnesti.

«Bastante bien», dije yo.

«Bien, ya sabes», dijo ella. «Normal».

Abnesti nos pidió que calificáramos al otro de una forma más cuantificable, en términos de guapura, en términos de sexy.

Al parecer nos gustábamos más o menos lo normal, es decir, no había ninguna gran atracción o sensación de repudio por parte de ninguno.

Abnesti dijo: «Jeff, ¿activar gotero?».

«Confirmar», dije.

«Heather, ¿activar gotero?», dijo.

«Confirmar», dijo Heather.

Luego nos miramos como diciendo: ¿Y ahora qué va a ocurrir?

Lo que ocurrió fue que Heather pronto empezó a estar pero que muy bien. Y me di cuenta de que ella pensaba lo mismo de mí. Nos sobrevino esta sensación tan deprisa que empezamos a reír. ¿Cómo no nos dimos cuenta? ¿Cómo es que no vimos lo bueno que estaba el otro? Por suerte había un sofá en la Sala. Tuve la sensación de que nuestro gotero contenía, además de lo que fuera que estuvieran probando, un poco de ED556, que te reduce la vergüenza a más o menos ninguna. Porque, al poco tiempo, estábamos en ello, sobre el sofá. La cosa se estaba poniendo muy caliente entre los dos. Y no me refiero solo a un plano cachondo. Cachondo, sí, pero también correcto. Como si llevaras soñando con una chica toda la vida y de pronto ahí estaba, en la misma Sala de Estudio que tú.

«Jeff», dijo Abnesti, «me gustaría que me dieras permiso para darle un poco de caña a tus centros lingüísticos».

«Dale», dije, ahora debajo de ella.

«¿Activar gotero?», dijo.

«Confirmar», dije.

«¿Yo también?», dijo Heather.

«No hay problema», dijo Abnesti riendo. «¿Activar gotero?».

«Confirmar», dijo ella, ya sin aliento.

Pronto, al experimentar los beneficios del flujo de Verbasuel™ en nuestros goteros, no solo estábamos follando rematadamente bien, sino que, además, no hablábamos nada mal. Vamos, que en vez de decir las cosas sexuales que habíamos estado diciendo (como «Ay» y «Oh, Dios» y «Joder, sí» y demás), empezábamos a improvisar sobre nuestras sensaciones y pensamientos, con una dicción elevada, con un vocabulario incrementado en un ochenta por cien. Nuestras ideas, tan bien articuladas, se grababan para un análisis futuro.

Para mí la sensación era, aproximadamente: embeleso ante la materialización en mi conciencia de que esta mujer estaba siendo creada en tiempo real, directamente de mi propia mente, por medio de mis anhelos más profundos. Al fin, tras todos estos años (fue mi pensamiento), había encontrado una combinación precisa de cuerpo/ cara/mente en la que se personificaba todo aquello que era deseable. El sabor de su boca, la imagen de aquel halo de pelo casi rubio cubriendo en parte su cara con esa mirada angelical aunque perversa (ella estaba ahora debajo de mí, con las piernas muy levantadas), e incluso (y no es por ser grosero ni deshonrar los exaltados sentimientos que a la sazón experimentaba) las sensaciones que su vagina estaba produciendo a lo largo de mi pene enhiesto eran precisamente aquellas que siempre había codiciado, aunque nunca, hasta ese preciso instante, me había percatado de que las anhelaba tan fervientemente.

Con esto quiero decir: surgiría un deseo y, de forma simultánea, se vería ese deseo satisfecho y aumentado. Era como si (a) anhelara cierto (hasta ahora nunca probado) sabor hasta que (b) dicho anhelo se volvía insoportable, momento en el cual (c) encontraba un bocado de comida con ese exacto sabor ya en mi boca que satisfacía mi anhelo en el acto y de forma perfecta.

Cada aseveración, cada ajuste en la postura denotaba la misma verdad: nos conocíamos desde siempre, éramos almas gemelas, nos habíamos conocido y amado en muchas vidas previas, y nos encontraríamos y nos amaríamos en muchas vidas futuras, siempre con los mismos resultados transcendentales y embelesadores.

Luego me sobrevino una sensación muy difícil de describir, pero muy real, de flotar hacia un número secuencial de ensueños que, quizá, se pudieran describir mejor como semejantes a un paisaje mental no narrativo, esto es, una serie de imágenes mentales vagas de lugares a los que nunca había ido (cierto valle de pinos entre montañas altas y blancas; una casa tipo chalé situado en un callejón sin salida, cuyo patio estaba atiborrado de raquíticos árboles dibujados por el Dr. Seuss), y cada uno de ellos despertaba un profundo anhelo sentimental, anhelos que se fusionaban con, y que se reducían a, un anhelo central, esto es, un intenso anhelo por Heather, y solo por Heather.

Este fenómeno paisajístico mental fue más fuerte durante nuestro tercer (!) episodio amoroso. (Abnesti, al parecer, había incluido un poco de VidalDura™ en mi gotero.)

Después, nuestras protestas de amor manaron simultáneamente, lingüísticamente complejas y metafóricamente ricas: me atrevería a decir que nos habíamos convertido en poetas. Se nos permitió yacer allí, con las extremidades entrecruzadas, durante casi una hora. Era pura dicha. Era perfección. Era aquella cosa imposible: felicidad que no se marchita para revelar los delgados brotes de un nuevo deseo que crece en su interior.

Nos abrazamos con una ferocidad/fijación que rivalizaba con la ferocidad/fijación con la cual habíamos follado. Lo que quiero decir es que con relación a follar, abrazarse no podía considerarse en absoluto menos. Estábamos encima del otro con la misma actitud superamigable de los cachorros, o la de unos esposos que se encuentran por primera vez después de que uno de ellos haya sentido cerca la muerte. Todo parecía húmedo, permeable, decible.

De pronto algo en el gotero empezó a escasear. ¿Había cortado Abnesti el Verbasuel™? ¿También el reductor de vergüenza? Básicamente, todo empezó a menguar. De pronto nos sentimos cohibidos. Pero aún amábamos. Empezamos el proceso de intentar hablar apres Verbasuel™: siempre incómodo.

Pero, con todo, podía ver en sus ojos que aún sentía amor por mí.

Y yo, desde luego, aún sentía amor por ella.

Y bien, ¿por qué no? ¡Acabábamos de follar tres veces! ¿Por qué creéis que se llama «hacer el amor»? Eso es lo que habíamos hecho tres veces: el amor.

Entonces Abnesti dijo: «¿Activar gotero?».

Casi habíamos olvidado que estaba allí, detrás del espejo de una sola dirección.

Yo dije: «¿Tenemos que hacerlo? Esto nos está gustando mucho».

«Solo vamos a intentar devolveros al punto de partida», dijo. «Tenemos más cosas que hacer hoy».

«Mierda», dije.

«Jobar», dijo ella.

«¿Activar gotero?», dijo.

«Confirmar», dijimos.

Pronto, algo empezó a cambiar. Quiero decir, ella estaba bien. Una linda chica pálida. Pero nada especial. Y estaba claro que ella pensaba lo mismo sobre mí: ¿a qué venía tanta historia hace solo un momento?

¿Por qué no estábamos vestidos? Nos vestimos a toda prisa.

Un poco embarazoso.

¿La amaba? ¿Me amaba ella a mí?

Ja.

No.

Ella tenía que marcharse. Nos dimos la mano.

Se fue.

Introdujeron el almuerzo. En una bandeja. Espagueti con cachos de pollo.

Tío, menuda hambre.

Pasé toda la hora del almuerzo pensando. Era raro. Tenía el recuerdo de haberme follado a Heather, el recuerdo de haber sentido las cosas que había sentido por ella, el recuerdo de haber dicho las cosas que le había dicho. Estaba medio afónico por lo mucho que había hablado y por la velocidad con que había sentido que tenía que decirlo. Pero en cuanto a los sentimientos, básicamente no me quedaba nada.

Solo cierto rubor y un poco de vergüenza por haber follado tres veces delante de Abnesti.

III

Después de comer entró otra chica.

Yo diría que, igualmente, no estaba muy allá. Pelo oscuro. Constitución normal. Nada especial, de la misma forma que, nada más entrar, Heather tampoco había sido nada especial.

«Esta es Rachel», dijo Abnesti por megafonía. «Este es Jeff».

«Hola, Rachel», dije.

«Hola, Jeff», dijo ella.

«¿Activar gotero?», dijo Abnesti.

Confirmamos.

Empecé a sentir algo que me resultaba muy familiar. De pronto, Rachel estaba muy bien. Abnesti pidió permiso para estimular nuestros centros lingüísticos mediante Verbasuel™. Confirmamos. Al poco estábamos, nosotros también, follando como conejos. Al poco estábamos, nosotros también, hablando como frenéticos elocuentes sobre nuestro amor. Una vez más, ciertas sensaciones surgían para satisfacer el simultáneo surgir desesperado de mi anhelo por esas precisas sensaciones. Pronto mi recuerdo del sabor perfecto de la boca de Heather estaba siendo sobrescrito por el presente sabor de la boca de Rachel, sabor que se ajustaba mucho más a lo que yo deseaba. Estaba sintiendo emociones sin precedentes, aunque esas emociones sin precedentes eran (llegué a discernirlo en algún lugar de mi conciencia) exactamente las mismas emociones que había sentido antes por aquella vasija sin valor que era ahora Heather. Quiero decir que Rachel era la mujer. Su cintura breve, su voz, sus ávidas manos/ boca/cartucheras: toda ella era ella.

¡Y es que amaba tanto a Rachel!

Luego vinieron las secuencias de ensoñaciones geográficas (véase más arriba): mismo valle de pinos, misma casa tipo chalé, acompañados por el mismo lugar-de-anhelo transmutándose hacia un anhelo por (esta vez) Rachel. A la par que manteníamos un nivel sexual extenuante que hacía que sintiéramos la presencia de lo que podría describirse como una goma elástica de dulzura tensándose entre los dos, conectada al pecho de cada uno, uniéndonos e impulsándonos a seguir, hablamos entre delirantes susurros (con precisión, poéticamente) sobre cómo sentíamos que nos conocíamos desde hacía mucho, mucho tiempo, esto es, desde siempre.

De nuevo el número de veces que hicimos el amor fue tres.

Entonces, igual que antes, algo empezó a mermar. Nuestra conversación se volvió menos excelente. Las palabras escaseaban, las frases eran más cortas. Aun así, la amaba. Amaba a Rachel. Todo me parecía perfecto en ella: su lunar en la mejilla, su pelo oscuro, ese pequeño meneo que hacía a veces con el culo como diciendo: «Mmm-mmm». Todo en ella era algo sensacional.

«¿Activar gotero?», dijo Abnesti. «Vamos a intentar devolveros al punto de partida».

«Confirmar», dijo ella.

«Espera un momento», dije.

«Jeff», dijo Abnesti, irritado, como si intentara recordarme que no estaba aquí por voluntad propia, sino porque había cometido un crimen y estaba cumpliendo con mi pena.

«Confirmar», dije. Le lancé a Rachel una última mirada de amor sabiendo (cosa que ella ignoraba aún) que esta sería la última vez que la miraría con amor.

Pronto ella me pareció simplemente normal, y yo, a ella, simplemente normal. Parecía, como lo había parecido Heather, avergonzada, como si pensara: ¿Qué es lo que acaba de pasar? ¿Por qué me he dejado llevar por Don Mindundi?

¿La amaba? ¿O ella me amaba a mí?

No.

Nos despedimos con un apretón de manos.

El lugar donde tenía mi MobiPak™ quirúrgicamente conectado a la espalda me escocía por todos los cambios de postura. Estaba, además, cansado. Estaba, además, triste. ¿Por qué triste? ¿No era yo un tío? ¿No acababa de follar con dos chicas diferentes un total de seis veces, en un solo día?

Aun así, de verdad, me sentía más triste que triste.

¿Estaba triste, quizá, porque ese amor no era real? ¿O no era del todo real? Supongo que me entristecía que pudiera sentirse un amor tan real y que en solo un par de minutos desapareciera, y todo por algo que hubiera hecho Abnesti.

IV

Después de la Merienda, Abnesti me llamó a Control. Control se parecía a la cabeza de una araña. Las patas de la araña serían nuestras Salas de Estudio. En ocasiones nos llamaban para trabajar junto a Abnesti en Control o, como lo llamábamos nosotros, «La Cabeza de Araña».

«Siéntate», dijo. «Mira dentro de Sala de Estudio Grande 1».

En la Sala de Estudio Grande 1 estaban Heather y Rachel, una al lado de la otra.

«¿Las reconoces?», dijo.

«Ja», dije.

«Bien», dijo Abnesti. «Te voy pedir, Jeff, que escojas entre estas dos opciones que te propongo a continuación. Este es el juego. ¿Ves este mando? Digamos que puedes darle a este botón y Rachel recibirá un poco de Tenebsklon™. O puedes darle a este botón y será Heather quien reciba el Tenebsklon™. ¿Ves? Elige».

«¿Tienen Tenebsklon™ en sus MobiPaks™?», dije.

«Todos tenéis Tenebsklon™ en vuestros MobiPaks™, bobo», dijo Abnesti con afecto. «Verlaine lo puso el miércoles. De cara a preparar precisamente este estudio».

Eso sí que me puso nervioso.

Imagina la vez que peor te has sentido, multiplicada por diez. Pues eso no es nada comparado con cómo te sientes después de un chute de Tenebsklon™. Cuando nos lo administraron en Orientación, brevemente, a modo de demostración... Jamás me he sentido tan mal.

Y la dosis era solo una tercera parte de lo que marcaba ahora el mando de Abnesti. Nos dejó a todos hechos polvo, capaces solo de sollozar, preguntándonos cómo pudimos llegar a pensar que vivir valía la pena.

Ni siquiera me gusta pensar en aquella vez.

«¿Cuál es tu decisión, Jeff?», dijo Abnesti. «¿Recibirá Rachel el Tenebsklon™? ¿O será Heather?».

«No puedo contestarte», dije.

«Debes hacerlo», dijo.

«No puedo», dije. «Sería a voleo».

«Sientes que tu decisión sería aleatoria», dijo.

«Sí», dije.

Y era verdad. Realmente me daba igual. Era como si te pusiera a ti en La Cabeza de Araña y te diera a elegir: ¿a cuál de estas dos desconocidas preferirías mandar a la sombra del valle de la muerte?

«Diez segundos», dijo Abnesti. «Lo que estamos buscando aquí es algún rastro residual de cariño».

No es que me gustaran las dos. Me provocaban, con toda honestidad, la más absoluta indiferencia. Más que dos personas con las que nunca hubiera follado, era como si estuviera ante dos personas que ni siquiera hubiera visto. (Lo que quiero decir, supongo, es que realmente habían conseguido restaurarme al punto de partida.)

Pero, por haber recibido yo una dosis parcial de Tenebsklon™, no quería hacerle eso a nadie. Incluso si no me cayera muy bien la persona, incluso si odiara a la persona, tampoco querría hacerlo.

«Cinco segundos», dijo Abnesti.

«No puedo tomar una decisión», dije. «Es aleatorio».

«¿Realmente aleatorio?», dijo. «De acuerdo, pues le voy a dar el Tenebsklon™ a Heather».

Me quedé ahí sentado, sin hacer nada.

«No, de hecho», dijo, «se lo voy a dar a Rachel».

Ahí sentado.

«Jeff», dijo, «me has convencido. Para ti sería, realmente, una decisión aleatoria. No tienes ninguna preferencia. Lo veo. Y, por lo tanto, no tengo que hacerlo. ¿Ves lo que acabamos de hacer? ¡Con tu ayuda! ¡Por primera vez! ¿Ves lo que hemos logrado mediante el ED289/290 suite, que es lo que hoy hemos puesto a prueba? Tienes que admitirlo: estuviste enamorado, dos veces, ¿cierto?».

«Sí», dije.

«Profundamente enamorado», dijo. «Dos veces».

«Ya te he dicho que sí», dije.

«Pero hace un momento no expresaste ninguna preferencia», dijo. «Ergo, no queda ninguna traza de aquellos dos grandes amores. Estás completamente limpio. Te hemos llevado hasta arriba, te hemos bajado, y ahora estás aquí, sentado, con el mismo estado emocional que tenías incluso antes de empezar las pruebas. Eso es poderoso, eso es genial. Hemos resuelto un misterio eterno. Cómo cambia el juego. Supón que alguien no puede amar. Ahora él o ella podrá. Podemos hacer que ame. Imagina que alguien ama demasiado. O ama a una persona que sus tutores o un profesional de la salud considera inapropiada para ellos. Podemos cortarle las alas a esa mierda. ¿Y si una persona está triste por culpa del amor verdadero? Ahí es donde entramos nosotros, o su tutor o su médico: no más triste. Ya no somos, en términos de control emocional, barcos a la deriva. Nadie lo es. Vemos un barco a la deriva, nos subimos a bordo, instalamos un timón, le ponemos a él o a ella rumbo al amor. O lejos del amor. ¿Crees que All you need is love? Pues mira, por ahí viene ED289/290. ¿Podemos acabar con la guerra? ¡Frenarla sí, desde luego! De pronto los soldados de ambos bandos empiezan a follar. O, con una dosis baja, se gustan muchísimo. O, pongamos, dos dictadores rivales que se la tienen jurada. Suponiendo que el ED289/290 pueda desarrollarse bien en forma de pastilla, permíteme ofrecerle a cada dictador una aspirina. En un periquete tendrán la lengua en la garganta del otro y habrá palomas de la paz cagando sobre sus charreteras. O, dependiendo de la dosis, quizá solo se abracen. ¿Y quién nos ayudó a hacer eso? Fuiste tú».

Mientras tanto, Rachel y Heather habían permanecido allí, sentadas sin más en la Sala de Estudio Grande 1.

«Ya está, chicas. Gracias», dijo Abnesti por megafonía.

Y se marcharon, sin saber lo cerca que habían estado de ponerse de Tenebsklon™ hasta las trancas.

Verlaine las condujo por la salida trasera, es decir, no por La Cabeza de Araña sino por El Callejón Negro. El cual no era, dicho sea de paso, un callejón sino más bien un pasillo enmoquetado que daba a nuestro Módulo de Dependencias.

«Piensa, Jeff», dijo Abnesti. «Piensa en cómo hubieran sido las cosas si hubieras podido beneficiarte del ED289/290 en tu noche fatídica».

La verdad, estaba empezando a estar bastante harto de que siempre hablara de mi noche fatídica.

Me había arrepentido en el acto y cada día me arrepentía más desde entonces, y ahora estaba tan arrepentido que el hecho de que él me lo restregara por la cara no hacía que me arrepintiera más; solo me hacía pensar que el tipo era bastante capullo.

«¿Me puedo ir a dormir ya?», dije.

«Aún no», dijo Abnesti. «Tienes mucho que hacer antes de dormir».

Luego me envió a la Sala de Estudio Pequeña 3, donde había un tipo sentado al que no conocía.

V

«Rogan», dijo el tipo.

«Jeff», dije.

«¿Cómo va?», dijo.

«Va», dije.

Permanecimos así, sentados y tensos durante un buen rato, sin hablar.

Esperaba sentir en cualquier momento un impulso irrefrenable de partirle la cara a Rogan.

Pero no.

Debieron de pasar unos diez minutos.

Algunos de nuestros huéspedes son unas buenas piezas. Me percaté de que Rogan tenía tatuada una rata en el cuello, una rata que acababa de ser apuñalada y estaba llorando. Pero, dentro de cada lágrima, esta rata estaba apuñalando a otra rata, más pequeña, que tenía cara de asombro.

Al fin la voz de Abnesti sonó por megafonía.

«Ya está, chicos. Gracias», dijo.

«¿Para qué cojones era esto?» dijo Rogan.

Buena pregunta, Rogan, pensé. ¿Por qué nos habían dejado allí sentados? Igual que habían hecho con Heather y con Rachel. Entonces tuve una corazonada. Para poner a prueba mis sospechas, pegué un brinco y entré sin avisar en La Cabeza de Araña, cuya puerta nunca se cerraba con llave por expreso deseo de Abnesti, para demostrar lo mucho que confiaba en nosotros y el poco miedo que nos tenía.

¿Y adivina quién estaba allí?

«Hola, Jeff», dijo Heather.

«Fuera, Jeff», dijo Abnesti.

«Heather, ¿te acaba de pedir el señor Abnesti que decidas entre darme Tenebsklon™ a mí o dárselo a Rogan?», dije.

«Sí», dijo Heather. Debían de haberle dado un poco de VerdaDictel™, porque dijo la verdad a pesar de los intentos de Abnesti de silenciarla con una mirada fulminante.

«Dime, Heather, ¿te has follado a Rogan hace poco?», dije. «¿Y después has follado conmigo? ¿Te enamoraste de él, del mismo modo que también te enamoraste de mí?». «Sí», dijo.

«De verdad, Heather», dijo Abnesti, «¡echa la cremallera!».

Heather se puso a buscar una cremallera, ya que el VerdaDictel™ te vuelve de lo más literal.

Ya de vuelta en mi Dependencia, hice cálculos: Heather había follado conmigo tres veces. Era probable que también se hubiera follado a Rogan tres veces, ya que, en pos del rigor científico, Abnesti le habría administrado la misma dosis de VidalDura™ a Rogan que a mí.

Y, hablando de rigor científico, la espada de Damocles no había caído todavía. Conociendo a Abnesti, siempre un tiquismiquis de la simetría, ¿no tendría que poner también a Rachel ante la misma disyuntiva, a saber, decidir entre darme el Tenebsklon™ a mí o dárselo a Rogan?

Después de un breve descanso mis sospechas se vieron confirmadas: ¡estaba de nuevo sentado con Rogan en la Sala de Estudio Pequeña 3!

De nuevo permanecimos en silencio un buen rato. La mayor parte del tiempo se dedicó a rascar la rata más pequeña y yo intenté observarlo sin que se diera cuenta.

Luego, como antes, sonó Abnesti por megafonía y dijo:

«Ya está, chicos. Gracias».

«Déjame adivinar», dije. «Tienes a Rachel ahí dentro contigo».

«Jeff, si no dejas de hacer eso, te juro que», dijo Abnesti.

«¿Y acaba de negarse a administrarnos Tenebsklon™?», dije.

«¡Hola, Jeff!», dijo Rachel. «¡Hola, Rogan!».

«Rogan», dije, «¿no te habrás follado, por casualidad, a Rachel en el día de hoy?».

«Mayormente», dijo Rogan.

Me ardía la cabeza. ¿Rachel había follado conmigo y también con Rogan? ¿Heather había follado conmigo y también con Rogan? ¿Y todos los que se habían follado a alguien se habían enamorado de esa persona y luego se habían desenamorado?

¿Qué clase de puta locura de Proyecto de Equipo era este?

Quiero decir, he estado en Proyectos de Equipo muy jodidos, como uno en el que había no sé qué en el gotero que hacía que escuchar música resultara algo exquisito y, por lo tanto, cuando ponían un poco de Shostakóvich, era como si una bandada de murciélagos invadiera la Dependencia, o aquel en que las piernas se me volvieron completamente insensibles de cintura para abajo, aunque podía, no obstante, permanecer más de quince horas seguidas de pie frente a una falsa caja registradora de supermercado y era capaz, repentinamente, de realizar cálculos extremadamente difíciles con la mente.

Pero de todas las putas locuras esta era, sin duda alguna, la puta locura más jodida de todas.

No podía evitar preguntarme qué nos depararía el día siguiente.

VI

Pero la jornada no había terminado todavía.

De nuevo me convocaron a la Sala de Estudio Pequeña 3. Estaba allí sentado cuando entró un tipo al que no conocía.

«¡Yo soy Keith!», dijo, y se apresuró a darme la mano.

Era un sureño bien plantado, todo pelo y sonrisa.

«Jeff», dije.

«¡Encantado de conocerte!», dijo.

Nos quedamos un rato allí, sin hablar. Cada vez que miraba a Keith, me deslumbraba con sus dientes y asentía irónicamente con la cabeza, como diciendo: «Un trabajo raro este, ¿no crees?».

«Keith», dije, «¿conoces, por casualidad, a dos tías llamadas Rachel y Heather?».

«Ya te digo», dijo Keith. Y de pronto sus dientes adquirieron cierto matiz lascivo.

«Y, por casualidad, ¿no habrás tenido sexo en el día de hoy tanto con Rachel como con Heather, tres veces con cada una?», dije.

«¿Qué eres, tío, un médium?», dijo Keith. «¡Me estás dejando flipao que no veas!».

«Jeff, estás fastidiando la integridad del diseño del experimento», dijo Abnesti.

«Entonces una de las dos, Rachel o Heather, estará sentada en La Cabeza de Araña ahora mismo...», dije, «intentando decidir».

«¿Decidir qué?», dijo Keith.

«A cuál de los dos administrarle Tenebsklon™», dije.

«¡Oh!», dijo Keith. Y de pronto sus dientes parecían asustados.

«No te preocupes», dije. «No lo hará».

«¿Cuál de ellas?», dijo Keith.

«La que esté», dije.

«Ya está, chicos. Gracias», dijo Abnesti.

Luego, tras un breve descanso, nos condujeron de nuevo a Keith y a mí a la Sala de Estudio Pequeña 3, donde, de nuevo, aguardamos mientras, o bien Rachel o bien Heather, se negaba a administrarnos Tenebsklon™ a cualquiera de los dos.

Ya en mi Dependencia, elaboré un esquema de quién-se-ha-follado-a-quién, que quedó así:

Entró Abnesti.

«A pesar de tus jueguecitos», dijo, «Rogan y Keith tuvieron exactamente la misma reacción que tú. Así como también la tuvieron Rachel y Heather. Ninguno de vosotros, en el momento crítico, podía decidir a quién administrarle Tenebsklon™. Y eso es algo estupendo. ¿Qué significa eso? ¿Por qué es estupendo? Significa que el ED289/290 va en serio. Puede crear el amor, puede extirpar el amor. Estoy casi tentado de empezar a barajar nombres».

«¿Cada una de esas chicas lo ha hecho nueve veces hoy?», dije.

«To2enPaz», dijo. «Celestinadol. Pareces mosqueado. ¿Te sientes mosqueado?».

«Lo que siento es que me han tomado el pelo», dije.

«¿Sientes que te han tomado el pelo porque aún sientes algo por alguna de las chicas?», dijo. «Eso habría que registrarlo. ¿Enfado? ¿Sentimientos posesivos? ¿Deseo sexual residual?».

«No», dije.

«¿De verdad que no te cabrea ni un poquito que la chica por la cual sentiste amor anduviera luego al daca y toma con otros dos tíos y que, además, sintiera cuantitativa y cualitativamente por cada uno de ellos el mismo amor que sintió por ti o, en el caso de Rachel, que estuviera a punto de sentirlo mientras se lo hacía con Rogan? Creo que era Rogan. Quizá se lo montara primero con Keith. Y después fuiste tú, en penúltimo lugar. No tengo muy clara la secuencia de la operación. Podría consultarlo. Pero piensa profundamente en esto».

Pensé profundamente en ello.

«Nada», dije.

«Bueno, da que pensar, en cualquier caso», dijo. «Afortunadamente es de noche. Nuestra jordana ha concluido. ¿Hay algo más que quieras comentarme? ¿Qué sientes?». «Me escuece el pene», dije.

«Pues tampoco es ninguna sorpresa», dijo. «Imagina cómo deben sentirse esas chicas. Le diré a Verlaine que te traiga una pomada».

Al poco rato llegó Verlaine con una pomada.

«Hola, Verlaine», dije.

«Hola, Jeff», dijo. «¿Quieres ponerte esto tú o quieres que te lo aplique yo?».

«Ya lo hago yo», dije.

«Guay», dijo.

Y me di cuenta de que lo decía de verdad.

«Tiene pinta de doler», dijo.

«Y duele», dije.

«Pero debió de estar bien cuando eso, ¿no?», dijo.

Las palabras que usó te hacían pensar que se sentía envidioso, pero pude ver en sus ojos, mientras escudriñaba con ellos mi pene, que no me tenía ninguna envidia. Después dormí el sueño de los muertos.

Como suele decirse.

VII

Al día siguiente seguía dormido cuando sonó Abnesti por megafonía.

«¿Te acuerdas de ayer?», dijo.

«Sí», dije.

«¿Te acuerdas de cuando te dije que a qué chica te gustaría darle el Tenebsklon™ y dijiste que a ninguna?», dijo. «Sí», dije.

«Pues, verás, eso a mí me parecía satisfactorio», dijo. «Pero parece ser que el Comité de Protocolo no lo ve así. No les ha parecido satisfactorio a los Tres Caballeros del Análisis. Ven aquí. Vamos a empezar —vamos a tener que hacer una especie de Prueba de Confirmación—. Ay, esto va a ser desagradable».

Entré en La Cabeza de Araña.

Sentada en la Sala de Estudio Pequeña 2 estaba Heather.

«De modo que esta vez», dijo Abnesti, «según el Comité de Protocolo, en vez de preguntarte a qué chica inyectarle el Tenebsklon™, opción que al ComPro le parecía muy subjetiva, vamos a darle a esta chica el Tenebsklon™, te pongas como te pongas. Luego vamos a ver qué dices. Como ayer, vamos a ponerte en el gotero un poco de —¿Verlaine? ¿Verlaine? ¿Dónde está? ¿Está ahí? ¿Cómo era? ¿Tiene la secuencia proyectada?—».

«Verbasuel™, VerdaDictel™, Charlatón™», dijo Verlaine por megafonía.

«Muy bien», dijo Abnesti. «¿Y ha renovado su MobiPak™? ¿Tiene todos los niveles a punto?».

«Ya lo hice», dijo Verlaine. «Lo hice mientras dormía. Además, ya le dije que ya lo había hecho».

«¿Y qué hay de ella?», dijo Abnesti. «¿Ha renovado su MobiPak™? ¿Tiene todos los niveles a punto?».

«Me viste hacerlo, Ray», dijo Verlaine.

«Lo lamento, Jeff», me dijo Abnesti. «Hay un poco de tensión hoy. Va a ser un día duro».

«No quiero que Heather reciba Tenebsklon™», dije.

«Interesante», dijo. «¿Es porque la amas?».

«No», dije. «No quiero que nadie reciba Tenebsklon™».

«Comprendo lo que quieres decir», dijo. «Eso es muy conmovedor. Pero, con todo, ¿consiste esta Prueba de Confirmación en observar lo que quieres? La verdad es que no. Se trata más bien de registrar lo que dices mientras observas los efectos que el Tenebsklon™ tiene sobre Heather. Durante cinco minutos. Prueba de cinco minutos. Allá vamos. ¿Activar gotero?».

No dije: «Confirmar».

«¿Por qué proteges tanto a Heather?», dijo Abnesti. «Cualquiera diría que la quieres».

«No», dije.

«¿Acaso conoces su historia?», dijo. «No la conoces. La ley no te lo permite. ¿Tiene algo que ver con whisky, bandas e infanticidio? No puedo decírtelo. ¿Podría insinuar, de un modo periférico, que su pasado, violento y sórdido, no incluía precisamente un perro llamado Lassie y muchas conversaciones familiares sobre la Biblia, mientras la abuelita se balanceaba haciendo macramé, ajustando la postura porque la pintoresca chimenea quemaba que no veas? ¿Podría sugerir que, de saber lo que yo sé sobre el pasado de Heather, hacer que se sienta brevemente triste, con náuseas y/o aterrorizada, quizá no parezca, bajo esta luz, la peor idea del mundo? No, no podría».

«Está bien, está bien»[2], dije.

«Me conoces», dijo. «¿Cuántos críos tengo?».

«Cinco», dije.

«¿Cómo se llaman?», dijo.

«Mick, Todd, Karen, Lisa, Phoebe», dije.

«¿Soy un monstruo?», dijo. «¿Me acuerdo de los cumpleaños de todo el mundo? Cuando cierta persona contrajo pie de atleta en la ingle el domingo pasado, ¿condujo cierta persona hasta Rexall para comprar una pomada, y la pagó de su propio bolsillo?».

Ese gesto había sido amable, pero parecía poco profesional mencionarlo ahora.

«Jef6», dijo Abnesti, «¿qué quieres que te diga? ¿Quieres que te diga que están en juego tus viernes? Porque no me cuesta nada decirlo».

Eso era un golpe bajo. Mis viernes eran muy importantes para mí, y él lo sabía. Lo viernes me dejaban hablar con Mamá por Skype.

«¿Cuánto tiempo te damos ahora?», dijo Abnesti.

«Cinco minutos», dije.

«¿Y qué tal si se convierten en diez?», dijo Abnesti.

A Mamá se le partía el alma cada vez que se nos acababa el tiempo. Mi detención casi acabó con ella. Y también el juicio. Se había gastado los ahorros en transferirme de la cárcel de verdad a este sitio. Cuando yo era niño, ella tenía el pelo largo y castaño, hasta la cintura. Durante el juicio se lo cortó. Luego le salieron las canas. Ahora no era más que un mato jo blanco del tamaño de una gorra.

«¿Activar gotero?», dijo Abnesti.

«Confirman), dije.

«¿Le damos caña a tus centros lingüísticos?», dijo.

«Está bien», dije.

«¿Hola, Heather?», dijo.

«¡Buenos días!», dijo Heather.

«¿Activar gotero?», dijo.

«Confirmar», dijo Heather.

Abnesti utilizó el mando a distancia.

El Tenebsklon™ empezó a fluir. Poco después Heather estaba llorando, muy bajito. Tras unos momentos empezó a sollozar y luego a gemir con fuerza. Incluso con histeria.

«Esto no me gusta», dijo con la voz rota.

Después vomitó en la papelera.

«Habla, Jeff», me dijo Abnesti. «Habla mucho, no te ahorres ningún detalle. Procuremos que todo esto sea útil, ¿no te parece?».

Parecía que mi gotero contenía sustancias de primera. De pronto estaba como inspirado. Estaba como inspirado para hablar de lo que hacía Heather, como inspirado para hablar de los sentimientos que me provocaba lo que hacía Heather. Básicamente, lo que sentía era que cada ser humano nace del hombre y de la mujer. Cada humano, al nacer, es, o potencialmente puede llegar a ser, amado por su madre/padre. Por lo tanto, cada ser humano es digno de ser amado. A la par que contemplaba el sufrimiento de Heather, sentía que me sojuzgaba una gran ternura, una ternura difícil de distinguir de una suerte de vasta náusea existencial; ¿por qué se somete a veleros tan hermosos y amados a tanto dolor? Heather representaba un amasijo de receptores de dolor. La mente de Heather era lúcida, y podía estropearse (con dolor, con tristeza). ¿Por qué? ¿Por qué fue creada así? ¿Por qué tan frágil?

Pobre criatura, pensé, pobre chica. ¿Quién te amaba? ¿Quién te ama?

«¡Animo, Jeff!», dijo Abnesti. «¡Verlaine! ¿Qué opina? ¿Algún vestigio de amor romántico en el Comentario Verbal de Jeff?».

«Yo diría que no», dijo Verlaine por megafonía. «Todo eso es más o menos sentir humano del básico».

«Excelente», dijo Abnesti. «¿Tiempo restante?».

«Dos minutos», dijo Verlaine.

Me resultó muy difícil ver lo que ocurrió después. Pero, al estar bajo los efectos del Verbasuel™, del Verda-Dictel™ y del Charlatón™, también me resultó imposible no narrarlo.

En cada Sala de Estudio había un sofá, un escritorio y una mesa, todos diseñados de modo que fueran imposibles de desmontar. Heather empezó a desmontar su silla indesmontable. Su cara era una máscara de furia. Aporreó la pared con la cabeza. Como un monstruo iracundo, Heather, amada por alguien, logró, en su ira alimentada por la tristeza, desmontar la silla sin dejar de aporrear la pared con la cabeza.

«Cielo santo», dijo Verlaine.

«Apechugue, Verlaine», dijo Abnesti. «Jeff, deja de llorar. Aunque pueda parecer lo contrario, llorar no nos ofrece muchos datos. Utiliza tus palabras. No hagas que esto sea en vano».

Utilicé mis palabras. Lo dije todo. Fui preciso. Describí y volví a describir lo que sentía mientras observaba a Heather hacer lo que ahora empezaba a hacerle, con saña, de una forma casi hermosa, a su propia cara/cabeza con una de las patas de la silla.

En su defensa, habría que decir que Abnesti tampoco parecía estar en su mejor momento: respiraba fuerte, con los pómulos rojos, y no paraba de darle golpecitos a la pantalla de su iMac con el bolígrafo, algo que hacía cuando se estresaba.

«Tiempo», dijo al fin, y cortó el Tenebsklon™ con el mando a distancia. «Joder. Entre ahí, Verlaine, ¡cagando leches!».

Verlaine entró cagando leches a la Sala de Estudio Pequeña 2.

«Háblame, Sammy», dijo Abnesti.

Verlaine le buscó el pulso a Heather, luego extendió los brazos, con la palma de las manos hacia arriba, de modo que se asemejaba un poco a Jesús, salvo por tener una mirada horrorizada en vez de beatífica, y unas gafas sobre la frente.

«¿Estás de coña?», dijo Abnesti.

«¿Y ahora qué?», dijo Verlaine. «¿Qué es lo que tengo que—».

«¿Estás de puta coña?», dijo Abnesti.

Abnesti saltó de su silla, me dio un empujón y atravesó al vuelo la puerta para entrar a la Sala de Estudio Pequeña 2.

VIII

Regresé a mi Dominio.

A las tres sonó por megafonía la voz de Verlaine.

«Jeff», dijo, «por favor, regresa a La Cabeza de Araña».

Regresé a La Cabeza de Araña.

«Lamentamos que tuvieras que ver eso, Jeff», dijo Abnesti.

«Eso fue inesperado», dijo Verlaine.

«Inesperado y también desafortunado», dijo Abnesti. «Perdona por haberte empujado».

«¿Está muerta?», dije.

«Bueno, digamos que podría estar mejor», dijo Verlaine.

«Mira, Jeff, estas cosas pasan», dijo Abnesti. «Esto es ciencia. Cuando hacemos ciencia exploramos lo desconocido. Se desconocía lo que podía ocurrirle a Heather con cinco minutos de Tenebsklon™. Ahora lo sabemos. La otra cosa que sabemos, según la valoración realizada por Verlaine de tus comentarios, es que no guardas, seguro, ningún sentimiento romántico residual hacia Heather. Y eso, Jeff, no es poca cosa. Es un faro de esperanza en un tiempo triste para todos. Incluso en el momento en el que el barco de Heather, por poner un símil, naufragaba, permaneciste impertérrito en términos de no quererla de un modo romántico. Apuesto a que los del ComPro dirán: “Concho, esos chicos de Utica van muy por delante en lo que respecta a proporcionar datos alucinantes sobre el ED289/290”».

Había silencio en La Cabeza de Araña.

«Verlaine, salga», dijo Abnesti. «Haga lo que tenga que hacer. Prepárelo todo».

Verlaine salió.

«¿Crees que me gustó aquello?», dijo Abnesti.

«No lo parecía», dije.

«Pues no, no me gustó», dijo Abnesti. «Odié la situación. Soy una persona. Tengo sentimientos. Pero, con todo, dejando a un lado cualquier tristeza personal, estuvo muy bien. Lo hiciste fenomenal. Todos lo hicimos fenomenal. Heather, sobre todo, estuvo fenomenal. Tiene mi respeto. Vamos a... Vamos a completar el proceso hasta el final, ¿de acuerdo? Completemos la siguiente fase de nuestra Prueba de Confirmación».

En la Sala de Estudio Pequeña 4 entró Rachel.

IX

«¿Ahora toca darle Tenebsklon™ a Rachel?», dije.

«Piensa, Jeff», dijo Abnesti. «¿Cómo podemos estar seguros de que no amas ni a Rachel ni a Heather si solo tenemos datos en referencia a tu reacción hacia lo que acaba de ocurrirle a Heather? Usa el coco. No eres un científico, cierto, pero pasas el día rodeado de científicos. ¿Activar gotero?». No dije: «Confirmar».

«¿Cuál es el problema, Jeff?», dijo Abnesti.

«No quiero matar a Rachel», dije.

«¿Y quién querría?», dijo Abnesti. «¿Acaso yo? ¿Usted, Verlaine?».

«No», dijo Verlaine por megafonía.

«Jeff, quizá le estés dando demasiadas vueltas a esto», dijo Abnesti. «¿Cabe la posibilidad de que el Tenebsklon™ acabe con Rachel? Claro. Tenemos el precedente de Heather. Por otro lado, es posible que Rachel sea más fuerte. Parece un poco más grande».

«De hecho, es un poco más pequeña», dijo Verlaine.

«Bueno, quizá sea más dura», dijo Abnesti.

«Vamos a ajustar la dosis a su peso», dijo Verlaine. «Así que ya está».

«Gracias, Verlaine», dijo Abnesti. «Gracias por aclarar eso».

«¿Y si le enseñamos el expediente?», dijo Verlaine.

Abnesti me entregó el expediente de Rachel.

Verlaine entró de nuevo.

«Léelo y llora».

Según su expediente, Rachel le había robado joyas a su madre, un coche a su padre, dinero a su hermana, figuras a su iglesia. Había ido a la cárcel por drogas. Después de cuatro estancias en la trena por drogas, había ido a rehabilitación por las drogas, luego a un centro para rehabilitarse de la prostitución, luego a lo que llaman «reciclaje de rehabilitación», para personas que han ido a rehabilitación tantas veces que están inmunizados. Pero debía de estar también inmunizada al reciclaje de rehabilitación, porque después de eso vino la traca final; un triple asesinato: su camello, la hermana de su camello, el novio de la hermana del camello.

Leer aquello me hizo sentir un poco raro por haber follado con ella y por haberla amado.

Pero seguía sin querer matarla.

«Jeff», dijo Abnesti, «sé que has trabajado mucho este tema con la Sra. Lacey. Sobre matar y todo eso. Pero aquí no eres tú. Somos nosotros».

«Ni siquiera nosotros», dijo Verlaine. «Es la ciencia».

«Las exigencias de la ciencia», dijo Abnesti. «Y sus órdenes».

«A veces la ciencia apesta», dijo Verlaine.

«Por un lado, Jeff», dijo Abnesti, «unos pocos minutos desagradables para Heather—».

«Rachel», dijo Verlaine.

«Unos pocos minutos desagradables para Rachel», dijo Abnesti, «y, por otro, años de alivio para, literalmente, decenas de miles de personas que aman demasiado o que aman demasiado poco».

«Calcúlalo, Jeff», dijo Verlaine.

«Hacer el bien con pequeños gestos es fácil», dijo Abnesti. «Hacer el bien mayor, con grandes actos, eso es más difícil».

«¿Activar gotero?», dijo Verlaine. «¿Jeff?».

No dije: «Confirmar».

«A la mierda. Suficiente», dijo Abnesti. «Verlaine, ¿cómo se llama ese, ese con el que le damos una orden y la obedece?».

«Docilpan™», dijo Verlaine.

«¿Y hay Docilpan™ en su MobiPak™?», dijo Abnesti.

«Hay Docilpan™ en cada MobiPak™», dijo Verlaine.

«¿Y tiene que decir “confirmar”?», dijo Abnesti.

«Docilpan™ es de clase C, así que...», dijo Verlaine.

«Pues eso, en mi opinión, no tiene sentido», dijo Abnesti. «¿De qué sirve una droga para la obediencia si necesitamos su permiso para poder administrársela?».

«Solo necesitamos un volante», dijo Verlaine.

«¿Y cuánto tarda esa mierda?», dijo Abnesti.

«Le enviamos un fax a Albany, y ellos nos lo envían por fax», dijo Verlaine.

«Vamos, vamos, arreando», y salieron, dejándome solo en La Cabeza de Araña.

X

Era triste. Me abatía, me ponía triste pensar que pronto regresarían y me administrarían el Docilpan™, y que yo diría «Confirmar» sonriendo amigablemente, tal y como sonríe la gente cuando le han dado Docilpan™, y que luego el Tenebsklon™ fluiría por Rachel, y yo empezaría a describir de una forma rápida y mecánica, como describe a quien han administrado Verbasuel™/VerdaDictel™/ Charlatón™, las cosas que, en ese instante, se estaría haciendo Rachel.

Era como si, para volver a ser un asesino, no tuviera más que permanecer así, quieto, y esperar.

Y eso no era una cuestión baladí, después de todo mi trabajo con la Sra. Lacey.

«La violencia ha terminado, enfadado nunca más», me haría repetir, una y otra vez. Luego me haría rememorar al detalle mi noche fatídica.

Yo tenía diecinueve. Mike Appel tenía diecisiete. Llevábamos los dos un pedo considerable. Me llevaba dando el coñazo toda la noche. Era más pequeño, más joven, menos popular. De pronto estábamos en el suelo, frente a Frizzy’s, enzarzados. Él era rápido. Era agresivo. Yo estaba perdiendo. No me lo podía creer. Yo era más grande, más fuerte ¿y perdía? A nuestro alrededor, mirando, estaban más o menos todas las personas que conocíamos. Me sujetó contra el suelo. Alguien se rió. Alguien dijo: «Joder, pobre Jeff». Cerca había un ladrillo. Lo agarré y le di a Mike en la cabeza. Después me puse encima de él. Mike se rindió. Es decir, allí, bocarriba, con la cabeza sangrando, se rindió al lanzarme cierta mirada, como diciendo: «Vamos, tío, no vamos en serio, ¿no?».

íbamos en serio.

Yo sí.

No sé ni por qué lo hice.

Era como si en aquel momento, la bebida, el ser un niñato y la amenaza de poder perder pudiera equivaler a activar un gotero que contuviera algo que se llamara Iracundex, o algo así.

Furiadol.

DestroVital.

«Eh, chicos, ¡hola!», dijo Rachel. «¿Hoy qué vamos a hacer?».

Ahí estaban su cabeza frágil, su cara sin dañar, un brazo que alza una mano para rascarse una mejilla, las piernas inquietas por los nervios, una falda con volantes, bajo el dobladillo los pies, enfundados en unos zuecos.

Pronto todo eso sería solo un amasijo en el suelo.

Tenía que pensar.

¿Por qué iban a darle el Tenebsklon™ a Rachel? Para que pudieran oírme describirlo. Si yo no estaba allí para describirlo, no lo harían. ¿Cómo podía hacer para no estar? Podía irme. ¿Cómo podía irme? Solo había una puerta de salida en La Cabeza de Araña, que se cerraba automáticamente, y al otro lado estaría Barry, o Hans, con esa varita eléctrica llamada Discipalo™. ¿Podía esperar a que llegara Abnesti, noquearlo, intentar pasar muy deprisa frente a Barry o Hans, llegar hasta la Puerta Principal?

¿Había armas en La Cabeza de Araña? No. Solo la taza de cumpleaños de Abnesti, un par de zapatillas para correr, un tubo de caramelos de menta, su mando a distancia.

¿Su mando a distancia?

Menudo lerdo. Se suponía que eso tenía que estar colgado de su cinturón en todo momento. De no ser así alguno de nosotros podría servirse lo que quisiera, tras consultar el Inventario de nuestro MobiPak™. Un poco de Gustirina™, quizá un poco de Euphorizanol™, un chute de Fiestaprobueno™.

Un poco de Tenebsklon™.

Madre. Esa era una forma de irse.

Aunque daba miedo.

En ese momento, en la Sala de Estudio Pequeña 4, Rachel, imagino que creyendo que La Cabeza de Araña estaba vacía, se levantó e hizo un pequeño baile, como si fuera una joven granjera feliz que acaba de asomarse a la puerta para ver al paleto del cual estaba enamorada subiendo por el camino con un ternero, o lo que sea, bajo el brazo.

¿Por qué bailaba? No había motivo.

Estaba viva, sin más.

No había tiempo.

Junto a cada botón en el mando había una etiqueta clara y perfectamente legible.

El bueno de Verlaine.

Pulsé los botones. Luego lo lancé por el conducto del aire, por si cambiaba de idea, y después me quedé allí, sin dar crédito a lo que acababa de hacer.

Mi MobiPak™ conectado.

El Tenebsklon™ fluía.

Luego llegó el horror: peor de lo que jamás hubiera imaginado. Pronto tuve el brazo metido en el conducto del aire hasta la axila. Después recorrí tambaleando La Cabeza de Araña, buscando algo, lo que fuera. Al final, la cosa se puso así de fea: utilicé la esquina de un escritorio.

¿Cómo es la muerte?

Por un momento no tienes límites.

Atravesé volando el techo.

Floté por encima, mirando hacia abajo. Ahí estaba Rogan, revisaba el tatuaje de su cuello en el espejo. Ahí estaba Keith, hacía sentadillas en ropa interior. Ahí estaba Ned Riley, ahí estaba B. Troper, ahí estaba Gail Orley, Stefan DeWitt, asesinos todos, todos malos, supongo, aunque, en ese instante, lo vi de otro modo. Al nacer habían sido condenados por Dios con la responsabilidad de crecer hasta llegar a ser absolutos fracasados. ¿Acaso lo habían elegido ellos? ¿Tenían ellos la culpa, mientras huían del útero? ¿Habían aspirado en ese momento, cubiertos de sangre y placenta, a llegar a ser dañinos, fuerzas oscuras, exterminadores? En ese primer instante sagrado de respiración/ alumbramiento (diminutas manos que agarran y que sueltan), ¿custodiaban el deseo de despojar (con la ayuda de una pistola, de un cuchillo o de un ladrillo) de felicidad a una familia? No; y, con todo, sus retorcidos destinos habían permanecido latentes en su interior, semillas que esperaban agua y luz para poder ofrecer las flores más venenosas y violentas, siendo dicha agua/luz la necesaria combinación de tendencia neurológica y activación ambiental que los transformaría (¡nos transformaría!) en la escoria de la tierra, en asesinos, y que nos mancharía con la transgresión definitiva, imposible de lavar.

Caray, pensé. ¿Acaso contenía ese gotero un poco de Verbasuel™ o qué?

Pero no.

Ya solo estaba yo.

Me quedé enganchado y acabé sobre el canalón de un tejado, de cuclillas, como una suerte de gárgola. Estaba allí pero estaba en todas partes. Lo podía ver todo: un puñado de hojas atrapadas en el canalón bajo mi pie translúcido; Mamá, pobre Mamá, en casa en Rochester, fregaba la ducha, intentaba animarse con un canturreo nimio y esperanzado; un ciervo junto al contenedor, de pronto alerta por mi presencia espectral; la madre de Mike Appel, también en Rochester, una mejilla desconsolada y huesuda que ocupa un breve espacio de la cama de Mike; Rachel, abajo, en la Sala de Estudio Pequeña 4, atraída al espejo de una sola dirección por los sonidos de mi muerte; Abnesti y Verlaine que entraban a toda prisa en La Cabeza de Araña; Verlaine de rodillas para empezar con la RCP[3].

Caía la noche. Cantaban los pájaros. Los pájaros estaban, se me ocurrió decir, representando una frenética celebración del fin del día. Representaban la manifestación de las terminaciones nerviosas de la tierra. El descenso del sol les convocaba a activarse, los llenaba individualmente del néctar de la vida, néctar que luego sería enviado al mundo, a través de cada pico, con la forma del canto distintivo de aquel pájaro, que era, a su vez, un accidente de la propia forma del pico, de la forma de su garganta, de la configuración de su pecho, de la química de su cerebro: algunos pájaros bendecidos con el canto, otros malditos, algunos emitiendo graznidos, otros eufóricos.

Desde algún lugar, algo amable me preguntó: «¿Te gustaría regresar? Depende por completo de ti. Tu cuerpo parece salvable»[4].

No, pensé, no gracias, he tenido suficiente.

Mi único arrepentimiento fue por Mamá. Esperaba que algún día, en algún lugar mejor, tuviera la oportunidad de explicárselo, y quizá entonces estuviera orgullosa de mí, una última vez, después de todos estos años.

Desde más allá del bosque, como por común acuerdo, los pájaros abandonaron sus árboles y ascendieron hacia el cielo. Me uní a ellos, volé entre ellos, no me reconocieron como algo ajeno, y fui feliz, tan feliz, porque por primera vez en años, y para siempre, no había matado, y ya nunca lo haría.