El pitido frenético del ordenador me despertó de un sueño inquieto y fue como si tirara de mí hasta conseguir que abriera los ojos. Estaba a oscuras.
Notaba el cuerpo pesado, y aunque alguien me había quitado el jersey, una fina capa de sudor me adhería la camiseta a la piel. De haber estado sola, me la habría quitado, o como mínimo me habría quitado los vaqueros para dejar que la piel respirase, pero me lo pensé mejor. Seguía estando en su habitación, y si yo estaba ahí, también estaba él.
La lámpara que descansaba sobre la cómoda de madera oscura estaba encendida y abajo, en el círculo de la hoguera, se oían voces de niños. ¿Sería ya de noche? Era una locura que la sangre me corriese por las venas con la frialdad del invierno mientras el corazón me latía a toda velocidad, presa del pánico.
El crujido del viejo colchón quedó amortiguado por el del televisor. Por un instante, me limité a escuchar la voz de barítono del presidente Gray dando su discurso de cada noche. Las piernas parecían ser la última parte de mi cuerpo dispuesta a despertarse.
«… les garantizo que la tasa de paro ha descendido del treinta al veinte por ciento en el pasado año. Doy mi palabra a los ciudadanos de que es un éxito de mi gobierno que el falso gobierno nunca podría conseguir. Por mucho que pretendan hacerles creer que tienen algún tipo de influencia en la escena mundial, la verdad es que apenas si pueden controlar su grupo terrorista, la llamada Liga de los Niños…».
El sonido se apagó y fue sustituido por el silbido de los parásitos. Pasos.
—¿Estás despierta?
—Sí —susurré.
Tenía la garganta irritada y notaba la lengua inflamada.
El colchón se hundió cuando Clancy se sentó a mi lado. Intenté no poner mala cara.
—¿Qué ha pasado? —le pregunté. El sonido de las voces de abajo aumentó y quedó atrapado entre mis oídos.
—Te has desmayado —dijo—. No me di cuenta… No debería haber forzado tanto.
Me incorporé un poco hasta apoyarme en los codos en un vano intento de alejarme de su lado. Clavé la mirada en sus labios, en la espléndida dentadura blanca que asomaba entre ellos. ¿Me lo habría imaginado, o me había…?
Se me encogió el estómago.
—¿Has averiguado algo? ¿Ha demostrado tu teoría?
Clancy se echó hacia atrás, con una expresión ilegible.
—No.
Se levantó y empezó a deambular entre la ventana y la cortina blanca, arriba y abajo, una y otra vez. Eché un vistazo a la otra parte de la habitación y no me sorprendió verla iluminada por la luz azulada de la pantalla del ordenador.
—No, mira, lo he repasado mentalmente una y otra vez —dijo Clancy—. Pensé que tal vez les hubieras borrado la memoria intencionadamente porque estabas enfadada o molesta con ellos, pero el caso es que no les borraste toda la memoria, solo lo que tenía que ver… contigo. Y luego con esa chica, Samantha. Samantha Dahl, diecisiete años, de Bethesda, Maryland. Nombre de los padres: Ashley y Todd. Verde, memoria fotográfica… —Se interrumpió—. He estado pensando, dándole vueltas y más vueltas, intentando comprender cómo lo haces, pero recorrer tus recuerdos no me aclara lo que sucede dentro de tu cabeza. No hay causa, solo efecto.
Me pregunté si era consciente de que estaba divagando, o de que yo había conseguido levantarme de la cama, que mi única idea era huir corriendo de aquella habitación y alejarme de él. El dolor volvía a asolarme en piezas inconexas.
«¿Qué me ha hecho?». Me llevé la mano a la frente. Me dolía la cabeza como en las otras ocasiones que Clancy se había adentrado en mi cerebro, pero era un dolor más agudo. Ni siquiera había mirado en mi interior, sino que había hecho que lo deseara… había hecho que lo besara.
¿Lo había hecho?
—Es tarde —dije, interrumpiéndolo—. Tengo… tengo que ir a buscar a los demás…
Clancy me dio la espalda.
—A buscar a Liam Stewart, te refieres.
—Sí, a Lee —dije, dando lentamente unos pasos hacia la puerta—. Tenía que reunirme con él. Estará preocupado. —Me enganché el pelo en la cortina blanca al pasar por su lado.
Clancy movió la cabeza.
—¿Qué sabes tú sobre él, Ruby? Lo conoces desde cuándo, ¿qué? ¿Un mes? ¿Un mes y medio? ¿Por qué pierdes el tiempo con él? Es un Azul, y no solo eso, sino que tiene… tiene un historial, incluso antes del campamento. Incluso antes de que matara a todos esos niños. Ciento cuarenta y ocho. ¡Prácticamente la mitad de su campamento! Así que mejor que te olvides de toda esa gilipollez de que es un héroe, porque no se lo merece. Eres demasiado valiosa para andar pegándote el lote con él.
Se giró en redondo justo en el momento en que yo estaba a punto de alcanzar la puerta y la cerró de golpe.
—¿Qué te pasa? —le grité—. ¿Y qué si es Azul? ¿No eres tú el que anda diciendo que todos somos Negros y que deberíamos respetarnos los unos a los otros?
La sonrisa que esbozaban sus labios era tan arrogante como atractiva.
—Tienes que aceptar el hecho de que eres Naranja y siempre estarás sola debido a ello. —La voz de Clancy había recuperado bastante la calma, pero volvió a agitar las aletas de la nariz cuando vio que yo pretendía alcanzar de nuevo el pomo de la puerta. Lo agarró con ambas manos para impedirme ir a ninguna parte y se acercó más a mí.
—He visto lo que quieres —dijo Clancy—. Y no es estar con tus padres. Ni siquiera es estar con tus amigos. Lo que deseas es estar con él, igual que estuvisteis ayer en la cabaña, o en ese coche en medio del bosque. «No quiero perderte», le dijiste. ¿Tan importante es para ti?
La rabia me hervía en el estómago y me abrasó la garganta.
—¿Cómo te atreves? Dijiste que no harías… dijiste…
Soltó una carcajada.
—Dios, qué ingenua eres. Supongo que eso explica por qué la mujer de la Liga consiguió engatusarte y hacerte pensar que no eras ni mucho menos un monstruo.
—Dijiste que me ayudarías —susurré.
Hizo un gesto de impaciencia.
—Muy bien. ¿Estás preparada para recibir la lección? Ruby Elizabeth Daly, estás sola y siempre lo estarás. Si no fueras tan estúpida, lo habrías averiguado ya a estas alturas, pero como veo que no lo captas, te lo expondré muy claramente: jamás serás capaz de controlar tus facultades. Jamás serás capaz de evitar sentirte atraída hacia el cerebro de los demás, porque hay una parte de ti que no quiere saber cómo controlar esas facultades. No quieres porque eso significaría tener que aceptarlo. Eres demasiado inmadura y demasiado débil y cobarde para utilizar tus facultades tal y como están concebidas para ser utilizadas. Tienes miedo de aquello en lo que podrías llegar a convertirte.
Aparté la vista.
—¿No lo captas, Ruby? Odias lo que eres, pero si se te han otorgado esas facultades ha sido por alguna razón. Estamos los dos aquí. Tenemos derecho a utilizarlas… tenemos que utilizarlas para mantenernos al frente, para mantener a los demás en el lugar que les corresponde.
Acercó un dedo al cuello desbocado de mi camiseta y le dio un tirón.
—Para.
Me sentí orgullosa de lo firme que sonó mi voz.
Cuando Clancy se inclinó sobre mí, vi una imagen borrosa detrás de mis ojos cerrados: él y yo, antes de que empezara a recorrer mis recuerdos. Se me hizo un nudo en el estómago cuando vi mis ojos abiertos de par en par, aterrorizados, su boca pegada a la mía.
—Me alegro tanto de que nos hayamos encontrado —dijo, con una voz extrañamente tranquila—. Tú puedes ayudarme. Creía saberlo todo, pero tú…
Levanté el codo y se lo clavé en la barbilla. Clancy se tambaleó hacia atrás con un alarido de dolor y se llevó ambas manos a la cara. Disponía de medio segundo para salir corriendo y lo aproveché, tirando con tanta fuerza del pomo de la puerta que saltó incluso la cerradura.
—¡Ruby! ¡Espera, no pretendía…!
Vi aparecer una cara abajo en la escalera. Lizzie. Abrió la boca sorprendida y sus numerosos pendientes emitieron un discordante tintineo cuando pasé corriendo por su lado.
—Una simple discusión —oí que decía Clancy, débilmente—. No pasa nada, déjala.
Salí de estampía, sin aliento. Los pies me guiaban hacia el círculo de la hoguera, pero me obligué a parar y reflexionar. Había aún mucha gente alrededor de las mesas del reparto de comida. Quería encontrar a Liam y contarle por qué no había podido acudir a la reunión, pero sabía que estaba hecha unos zorros. Necesitaba tranquilizarme y allí no podía hacerlo. Mi presencia en aquel estado provocaría un montón de preguntas. Necesitaba estar sola.
Y entonces, cuando empezaba a retroceder, tropecé con Mike.
—¡Uy, hola! —Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y un pañuelo negro atado alrededor de la cabeza. Olía a gasolina, y también a algo metálico—. ¿Ruby? ¿Estás bien?
Salí huyendo, pasé por delante de la Oficina y bajé corriendo el camino que conducía hacia las cabañas. Al final encontré el sendero por el que habíamos acompañado a Zu para despedirla, pero resultó que no era más que un antiguo camino secundario, lleno de vegetación e implacable con la piel de mi cuerpo que quedaba al descubierto. De acuerdo. Ya me iba bien. No había nadie. Y ese era mi único criterio.
Anduve hasta que desapareció el resplandor de la hoguera, tirando de la camiseta con ambas manos como si pudiera arrancarla del contacto con la piel. Olía a su habitación. Olía a árboles de hoja perenne, a especias, a cosas en estado de putrefacción. Acabé quitándomela y la arrojé lo más lejos que pude, pero aún así —aún así— seguía sin poder quitarme de encima aquel olor. Estaba por todas partes: en las manos, los vaqueros, el sujetador. Debería haber echado a correr hacia el lago, o incluso hacia las duchas. Debería haber intentado quitarme de encima su veneno.
«Cálmate», pensé. «¡Cálmate!». Pero no lograba identificar qué era lo que palpitaba en mi interior. Rabia, seguramente, porque me había mentido, porque había caído en su trampa. Asco, por cómo me había tocado e invadido todos los poros de mi piel. Pero también algo más. Sentía un dolor interior que se me expandía por las entrañas y las recorría en su totalidad, que me transformaba en una piedra.
Liam apareció de repente delante de mí y, sin embargo, jamás me había sentido tan sola.
—¿Ruby?
Su pelo, rizado y enmarañado como era habitual, parecía de plata bajo aquella luz. Era imposible esconderme. Nunca había sido capaz de hacerlo.
—Mike ha venido a buscarme —dijo, dando un cauteloso paso hacia mí. Tenía las manos extendidas delante del cuerpo, como si intentara convencer a un animal salvaje de que le dejara acercarse—. ¿Qué haces aquí? ¿Qué sucede?
—Vete, por favor —le supliqué—. Necesito estar sola.
Siguió acercándose.
—¡Por favor! —grité—. ¡Vete!
—¡No pienso ir a ningún lado hasta que me expliques qué sucede! —replicó Liam. A la distancia que estaba de mí, pudo verme mejor y tragó saliva, mientras su nuez de Adán se movía de arriba abajo—. ¿Dónde has estado esta mañana? ¿Ha pasado algo? Chubs me ha dicho que no se te ha visto en todo el día, y ahora te encuentro aquí… así… ¿te ha hecho algo?
Aparté la vista.
—Nada que yo no le pidiese.
La única respuesta de Liam fue retroceder unos pasos. Darme espacio para respirar.
—No te creo en absoluto —dijo, manteniendo la calma—. Para nada. Si quieres librarte de mí, tendrás que esforzarte un poco más.
—No te quiero aquí.
Liam negó con la cabeza.
—Por mucho que digas no pienso dejarte aquí sola. Tómate todo el tiempo que quieras, todo el que necesites, pero tú y yo. Vamos a solucionar este asunto esta misma noche. Ahora mismo. —Liam se pasó el jersey negro por la cabeza y me lo lanzó—. Póntelo o pillarás un resfriado.
Lo cogí con una mano y lo apreté contra mi pecho. Estaba aún caliente.
Liam se puso a deambular de un lado a otro.
—¿Es por mí? ¿Es por eso por lo que no puedes hablarme sobre ello? ¿Quieres que vaya a buscar a Chubs?
No tenía valor para responderle.
—Ruby, me estás asustando.
—Bien. —Hice una pelota con el jersey y lo lance hacia la oscuridad con todas mis fuerzas.
Liam exhaló un tembloroso suspiro y apoyó la mano en un árbol.
—¿Bien? ¿Qué hay de «bien» en todo esto?
No había comprendido del todo lo que Clancy había intentado decirme aquella noche, no lo había entendido hasta aquel momento, cuando Liam levantó la vista y nuestras miradas se encontraron. El goteo de sangre que percibía en mis oídos se transformó en un rugido. Cerré los ojos con fuerza y me apreté las palmas de las manos contra la frente.
—¡No puedo volver a hacer esto! —grité—. ¿Por qué no me dejas tranquila?
—Porque nunca me lo permitirías.
Aplastó la maleza con los pies cuando dio unos pasos para acercarse hacia mí. La atmósfera a mi alrededor ardía, armándose con una carga que enseguida reconocí. Apreté los dientes, furiosa con él por estar aproximándose de aquel modo cuando sabía perfectamente que yo no podía evitarlo. Cuando sabía perfectamente que podía hacerle daño.
Intuí que quería apartarme las manos de la cara, pero no estaba dispuesta a que se mostrara amable conmigo. Lo empujé, abalanzándome sobre él con todo el peso de mi cuerpo. Liam se tambaleó.
—Ruby…
Volví a empujarlo, y luego otra vez, con más ímpetu, porque era la única manera de comunicarle lo que con tanta desesperación deseaba decirle. Empecé a vislumbrar ráfagas de brillantes recuerdos. Vi sus luminosos sueños. Cuando lo empujé contra un árbol, me di cuenta de que las lágrimas me rodaban por las mejillas. Me fijé entonces en que Liam tenía un corte reciente justo debajo del ojo izquierdo y que se le empezaba a formar un moratón.
Dejé en nada la escasa distancia que aún se abría entre nosotros, le acaricié con una mano el suave cabello y cerré la otra en un puño para apresar la tela de su camiseta. Cuando por fin uní mis labios a los suyos, noté una extraña sensación que me enroscaba en las entrañas. No había en el mundo nada que no fuera él, ni siquiera el canto de las cigarras, ni siquiera las formas grisáceas de los árboles. El corazón me retumbaba en el pecho. Más, más, más… un latido regular. El cuerpo de Liam se relajó bajo mis manos, se estremeció con mis caricias. Respirarlo no me bastaba, necesitaba inhalarlo. Oler su aroma a cuero, a humo, su dulzura. Noté sus dedos, que me iban contando una a una las costillas desnudas. Liam me enlazó con las piernas para atraerme aún más hacia él.
Estaba de puntillas, pero perdí el equilibrio. El mundo se balanceó peligrosamente bajo mis pies cuando me recorrió con los labios la mejilla, la mandíbula, el punto del cuello donde me latía el pulso. Se mostraba seguro de sí mismo, como si hubiera trazado de antemano ese recorrido.
Ni siquiera me di cuenta de que me adentraba en su cerebro. Y aún en el caso de que lo hubiera notado, no me imaginaba poder apartarme de él y separarme de la calidez de su piel en aquel momento. Sus manos eran suaves como una pluma, sus caricias reverenciaban mi piel, pero en el instante en que unió de nuevo su boca a la mía, un único pensamiento bastó para arrastrarme lejos de aquella neblina dulce como la miel.
En mi mente apareció de pronto el recuerdo de la cara de Clancy al inclinarse sobre mí para hacer exactamente lo mismo que Liam estaba haciendo en aquel momento. Serpenteó en mi cerebro hasta que se me hizo imposible ignorarlo. Hasta que lo vi representándose, luminoso y abrasador, como si fuese el recuerdo de otra persona, no el mío.
Y entonces caí en la cuenta: no solo era yo quien lo veía, Liam también estaba viéndolo.
¿Cómo, cómo, cómo? Era imposible, ¿no? Los recuerdos fluían hacia mí, no desde mí.
Noté que se quedaba quieto, que se apartaba a continuación de mí. Y lo supe, supe por la expresión de su cara, que lo había visto.
El aire me entró de nuevo en los pulmones.
—Dios mío, lo siento, yo no quería… él…
Liam me cogió por la muñeca y me atrajo de nuevo hacia él, abarcó luego mis mejillas con sus manos. Me apartó el pelo que me caía sobre la cara y pregunté quién de los dos estaría respirando con mayor dificultad. Intenté escabullirme, avergonzada por lo que Liam había visto, temerosa de lo que pudiera pensar de mí.
Pero cuando Liam habló, lo hizo con voz calculada, deseosa de mantener la calma.
—¿Qué te ha hecho?
—Nada…
—No mientas —me suplicó—, no me mientas, por favor. Lo he notado… mi cuerpo entero, Dios mío, ha sido como si se transformase en piedra. Tú estabas asustada… lo he notado, ¡tú estabas asustada!
Me hundió los dedos en el pelo y acercó de nuevo mi cara a la suya.
—Él… —balbuceé—, me ha preguntado si podía ver un recuerdo mío, y le he dejado, pero cuando he intentado apartarme… no podía, no podía moverme, y luego he perdido el conocimiento. No sé qué me ha hecho, pero duele… duele mucho.
Liam se retiró para estamparme un besito en la frente. Los músculos de sus brazos estaban tensos, temblaban.
—Vete a la cabaña. —No me dejó ni protestar—. Empieza a recogerlo todo.
—Lee…
—Voy a buscar a Chubs —dijo—. Y nos largaremos los tres de aquí. Esta misma noche.
—No podemos —dije—. Sabes que no podemos. —Pero Liam había echado ya a correr por el oscuro sendero—. ¡Lee!
Fui a buscar el jersey allí donde lo había tirado y me lo puse, pero ni siquiera abrigada logré ahuyentar la gélida sensación que me acompañaba cuando empecé también a correr, de regreso hacia la cabaña y la hoguera encendida.
Chubs estaba en la cabaña cuando llegué, acostado en la cama leyendo. Solo echarme un vistazo, cerró el libro de golpe.
—¿Qué demonios ha pasado?
—Nos vamos —le dije—. Recoge tus cosas… ¿pero qué miras? ¡Muévete!
Saltó de la cama.
—¿Te encuentras bien? —preguntó—. ¿Qué pasa?
Justo acababa de explicarle lo que me había sucedido con Clancy cuando Liam entró de estampía por la puerta. Nos miró y exhaló un tembloroso suspiro.
—No te encontraba y me he empezado a preocupar —le dijo a Chubs—. ¿Estás preparado?
Me puse una camiseta holgada y cogí la chaqueta que me lanzó Liam. Chubs se ató los zapatos, cerró su maleta y no dijo ni pío para protestar cuando apagamos las luces de la cabaña y emergimos a la oscuridad.
El olor a humo de la hoguera nos siguió por el camino mucho más tiempo que las voces o la luz procedentes de ella. Me di cuenta de que Chubs miraba por encima del hombro, aunque solo una vez, el lejano resplandor anaranjado que se reflejaba en los cristales de sus gafas. Sabía que quería preguntarnos qué plan teníamos, pero Liam nos animó con un gesto a acelerar la marcha y nos adentramos por un sendero secundario por donde no había pasado nunca.
Era un camino trillado, pero tan estrecho que nos obligó a caminar en fila india. Mantuve la mirada clavada en la espalda de Liam hasta que extendió el brazo para cogerme la mano. El camino fue oscureciéndose a medida que nos adentrábamos en un bosque de árboles jóvenes.
Y luego emergimos a un claro y había luz… mucha, y por un instante tuve incluso que protegerme los ojos con una mano. Percibí la tensión de Liam, que se detuvo en seco y me apretó con fuerza la mano hasta hacerme daño.
—Ya te lo dije —oí que decía Hayes—. Ya te dije que intentaría salir por aquí.
—Sí, has tenido una buena intuición.
—Mierda.
Chubs maldijo a mis espaldas, pero yo estaba tan aturdida que no se me ocurrió otra cosa que adelantarme a Liam. Clancy, Hayes y los chicos del turno de vigilancia estaban delante de nosotros cerrándonos el paso.