No debería haberme cogido por sorpresa que Liam se volcara a partir de entonces en su trabajo como vigilante, y sus compañeros tuvieron que esforzarse para convencerlo de que volviese a concentrarse plenamente en el tema de los campamentos. Me senté a su lado en más de una ocasión durante las reuniones con Olivia para discutir distintas maneras de superar las defensas de los campamentos, y les ofrecí mis sugerencias sobre cómo presentar sus ideas a Clancy.
Lo bueno del entusiasmo —sobre todo el de Liam— es que es contagioso. A veces me pasaba noches simplemente sentada, mirándolo, viendo cómo se iba animando y cómo gesticulaba, como si intentase dibujar en el aire sus ideas para que todos le comprendiéramos mejor. Revestía sus palabras de un optimismo tan inquebrantable que conseguía incluso contagiar visiblemente a todo el mundo. A finales de la primera semana, el interés por el proyecto había alcanzado niveles tan altos, que nos vimos obligados a trasladar el lugar de las reuniones de nuestra cabaña al círculo de la hoguera. Y siempre se podía encontrar a Liam rodeado por un grupo de chicos leales que no lo abandonaban ni a sol ni a sombra.
Chubs y yo habíamos vuelto a coger el ritmo con menos entusiasmo. Chubs me había perdonado, tal vez porque las personas desdichadas son incapaces de soportar solas su desdicha durante mucho tiempo. Nunca volvió a trabajar en el huerto y aquella chica, la mandona, tampoco lo delató en ningún sentido.
Yo retomé mis lecciones con Clancy. O lo intenté.
—¿Qué tienes hoy en la cabeza?
No invadir la de él, eso seguro. Ni siquiera intentarlo.
—Muéstrame lo que estás pensando —me dijo cuando abrí la boca para responderle—. No quiero oírlo. Quiero verlo.
Levanté la vista de la piscina de luz que el sol que se filtraba por la ventana había proyectado en el suelo. Clancy me miró con una expresión de contrariedad que solo le había visto en una ocasión, el día en que uno de los Amarillos que quedaban en el campamento no pudo devolver a la vida una de las pocas lavadoras de las que disponía el campamento.
Pero jamás dirigida a mí.
Cerré los ojos y le cogí la mano. Rememoré la imagen de la mochila de Zu desapareciendo en la espesura del bosque. A lo largo de las últimas semanas, apenas utilizábamos palabras en nuestras conversaciones. Cuando queríamos comunicar algo, compartíamos las cosas a nuestra manera, nos comunicábamos en nuestro propio idioma.
Pero hoy no. Era como si su cerebro estuviese encajonado en un cubo de hormigón y como si el mío fuese de gelatina.
—Lo siento —musité.
No tenía ni fuerzas para sentirme defraudada. Estaba inmersa en un estado de acobardamiento extraño, en el que el más mínimo ruido o visión que se produjera al otro lado de la ventana bastaba para distraerme. Me sentía cansada. Confusa.
—Tengo cosas qué hacer —dijo Clancy, y percibí que detrás de aquellas palabras se estaba gestando algo—. Tengo que hacer mis rondas por el campamento, hablar con gente, pero intento también ayudarte. Estoy aquí contigo.
Y al oír eso, el estómago me dio un extraño vuelco. Me erguí para apoyar la espalda en el cabezal de la cama, dispuesta a disculparme, cuando vi que Clancy abandonaba la cama y se dirigía a la parte de la habitación que era su oficina.
—Clancy, de verdad que lo siento.
Pero cuando me planté delante de su mesa, él estaba ya tecleando en el portátil. Me tuvo allí, en silencio, consumida por la preocupación, durante lo que a mí me pareció una hora, hasta que por fin se tomó la molestia de levantar la vista de lo que estaba haciendo. Vi que también él se había cansado de fingir. El fastidio se había transformado en un enfado con todas las de la ley.
—Mira, la verdad es que creía que si le daba permiso a tu Amarilla para que se fuera te concentrarías mejor, pero supongo que me equivoqué. —Clancy movió la cabeza en sentido negativo—. Por lo visto, me he equivocado en muchas cosas.
Me mosqueé, aunque no sé si fue por su forma de decir «Amarilla» o porque me había dado a entender que yo era incapaz de dominar todo lo que él intentaba enseñarme.
Tenía que marcharme de allí. Si me quedaba un segundo más acabaría diciendo algo que destrozaría nuestra amistad para siempre. Podía decirle que Zu tenía un nombre, que me preocupaba que se hubiese marchado y que yo no estuviese a su lado para protegerla. Clancy tendría que haberse dado cuenta de que yo podría haber pasado todas aquellas semanas con ella, pero que en cambio había accedido a trabajar con él. A pasar tiempo con él. A consolarle a él y a darle mi apoyo.
Por muchas cosas que hubiera aprendido, por mucho mejor que dominara ahora mis facultades, me descubrí allí mirándolo, apretando los puños y temblando, y me resultaba imposible justificarlo. ¿Qué sentido tenía estar todo el día encerrada con alguien que no creía en mí cuando fuera había otras personas que sí creían en mi persona?
Di media vuelta y me encaminé hacia la puerta. Y cuando iba a abrirla, me dijo Clancy:
—De acuerdo, Ruby, huye de nuevo. ¡Ya veremos hasta dónde consigues llegar esta vez!
Ni miré atrás ni me detuve, aunque en parte reconocía que tenía razón, que estaba alejándome de mi única oportunidad de aprender a dominar por completo mis facultades. Pero en los últimos diez minutos, mi cerebro se había desconectado del terco músculo que me latía en el interior del pecho y, sinceramente, no estaba completamente segura de cuál de los dos era el que estaba empujándome a alejarme de Clancy. Pero lo que sí sabía, con absoluta certeza, era que no quería que viese cómo se me desmoronaba el rostro, que atisbara siquiera los susurros de culpabilidad y tristeza que me daban vueltas en la cabeza.
A Clancy no podía esconderle nada, pero era la primera vez que deseaba hacerlo.
Tardé unos días en comprender que la marcha de Zu no era el único suceso que había alterado la rotación de la Tierra. En cuanto Chubs me hizo comprender las similitudes entre East River y la vida en nuestros anteriores campamentos, no hubo marcha atrás. Donde antes veía chicos y chicas con vaqueros y camisetas negras, ahora veía uniformes. Donde antes veía chicos y chicas esperando en fila a que les sirvieran la comida, ahora veía la Cantina. Cuando a las nueve en punto apagaban las luces de las cabañas y los miembros del equipo de seguridad miraban por las ventanas para ver si todo estaba en orden, volvía a sentirme en la Cabaña 27, contemplando las tripas del colchón de Sam.
Empecé a preguntarme si las supuestamente estropeadas cámaras de seguridad que había visto en la oficina y en otras instalaciones no estarían en realidad operativas.
Intenté varias veces reunirme con Clancy para pedirle disculpas, pero siempre me despachaba con un severo «Hoy no tengo tiempo para ti». Tenía la sensación de que estaba castigándome, aunque no sabía muy bien qué había dicho o hecho para ser merecedora de aquel castigo. En cualquier caso, empecé a tener claro que yo le necesitaba más a él que él a mí. Y eso, combinado con mi orgullo herido, me hacía sentirme cada vez peor.
Era miércoles y faltaba solo una hora para que Liam y los demás empezaran la reunión para discutir una nueva estrategia de liberación de campamentos, cuando Clancy decidió por fin hablar conmigo.
—Vuelvo enseguida —le dije a Liam durante el desayuno, apretándole la mano—. Solo llegaré con unos minutos de retraso.
Pero cuando entré en la oficina de Clancy y vi el estado en que se encontraba todo, me pregunté si habría hecho bien acompañándolo.
—Bueno, pasa… pero vigila dónde pisas. Sí, siento todo este follón.
¿Follón? ¿Follón? Parecía como si en la oficina hubiese estallado una bomba y luego una manada de lobos hubiese revuelto los restos recuperables. Había montañas de papeles por todas partes, documentos impresos, mapas rotos, cajas… Y luego estaba Clancy: el cabello le caía sobre la cara e iba vestido con la misma camisa blanca, ahora arrugada, que llevaba el día anterior.
En todas las semanas que habían transcurrido desde que conocía a Clancy, nunca lo había visto con un aspecto que no fuese impecable. La verdad es que iba siempre tan puesto que incluso daba cierto miedo. Imaginaba que en parte tenía que ver con la educación que había recibido. Que aun en el caso de que su padre no le hubiera enseñado personalmente a acicalarse de aquella manera, debía de haber tenido una niñera cascarrabias dedicada a exaltar las bondades de meterse la camisa por dentro del pantalón, sacar lustre a los zapatos y peinarse correctamente. Pero ahora Clancy se desmoronaba por todos lados.
—¿Estás bien? —le pregunté después de cerrar la puerta—. ¿Qué sucede?
—Estamos intentando coordinar un golpe para conseguir productos médicos y farmacéuticos. —Clancy se instaló en su silla, pero enseguida volvió a levantarse, cuando empezó a sonar una alarma en el ordenador—. Espera un momento.
Con el pie levanté uno de los papeles que había en el suelo para intentar ver qué ponía.
—Son informes de la actividad nocturna habitual en un aparcamiento de camiones de las cercanías —dijo Clancy, como si me hubiese leído el pensamiento. Sus dedos volaban sobre el teclado—. E información confidencial de la Liga sobre las FEP en la zona. Por lo que se ve, Leda Corporation ha solicitado ayuda al gobierno para escoltar sus transportes.
—¿Y por qué los de las FEP?
Clancy se encogió de hombros.
—En estos momentos, son la fuerza militar más numerosa del gobierno y, gracias a mi querido padre, la más organizada.
—Supongo que tiene sentido. —Me recosté en mi silla, pero cuando fijé la vista en el reluciente símbolo de la pantalla del portátil, me acordé de Chubs—. ¿Puedo pedirte un favor?
—Solo si antes me permites disculparme.
Me enderecé en el asiento y bajé la vista.
—¿Podemos olvidar lo sucedido?
—No, esta vez no —dijo él—. Oye, ¿quieres mirarme?
Con solo ver la expresión de su rostro, el corazón se me agrandó hasta alcanzar el doble de su tamaño. Era tan guapo que resultaba peligroso incluso, pero la cara de pena de hoy resultaba absolutamente letal.
«Le importas», susurró una vocecita en mi cabeza. «Le importas».
—Siento haber perdido los nervios —dijo—. No era mi intención decir las cosas que dije sobre tu amiga Suzume y, por supuesto, en ningún momento quise dar a entender que no hubieras estado esforzándote por aprender.
—¿Entonces por qué lo dijiste?
Clancy se pasó la mano por la cara.
—Porque soy un imbécil.
—Eso no es una respuesta —dije, negando con la cabeza.
«Me hiciste daño de verdad».
—¿No es evidente, Ruby? —dijo—. Me gustas. ¿Y cuánto hace que te conozco? ¿Un mes? Supongo que eres la única amiga de verdad que tengo desde que cumplí diez años y descubrí lo que era. Soy un imbécil por enfadarme porque concentras tu atención en otro cuando lo que desearía es que la concentrases en mí.
Me quedé tan pasmada que no podía ni moverme.
—No dejé marchar a Suzume y los demás porque creyera que eso te ayudaría a concentrarte. La dejé marchar porque creía que eso te haría feliz. Ni siquiera me detuve a pensar que sí, claro, que te preocuparías por lo que pudiera pasarle, sobre todo después de lo mucho que te habías esforzado protegiéndola.
«Le importas y mucho más».
Tuve que apartar la vista. Intentar disimular. Mi cerebro era pura papilla y mi corazón no estaba precisamente en mucho mejor estado.
—Supongo que podría perdonarte…
—¿Pero solo si te hago ese favor? —Detecté la sonrisa en su voz—. Por supuesto. ¿De qué se trata?
—Bien… sé que no sueles permitirlo, pero confiaba en que en este caso pudieras hacer una excepción —dije, armándome por fin de valor para mirarlo—. Mi amigo… necesitaría utilizar tu ordenador para intentar ponerse en contacto con sus padres.
Clancy dejó de sonreír.
—¿Tu amigo Liam?
—No, Chu… Charles Meriwether.
—¿El que se ha saltado a la torera sus obligaciones en el huerto?
Entendido, por lo visto la chica sí se había chivado.
Clancy se quedó en silencio, cerró la tapa del ordenador y se levantó.
—Lo siento mucho, Ruby, pero creo que dejé bien claro que no podía marcharse nadie más.
—¡Oh, no! —exclamé, forzando una carcajada—. Lo único que pretende es comprobar que sus padres siguen bien.
—No —dijo Clancy, dando la vuelta a la mesa para sentarse sobre ella, delante de mí—. Su intención es prepararlo todo para marcharse y llevarte con él. No intentes protegerle, Ruby. Siempre es igual. No dudo ni por un instante que esté tan desesperado como para acabar revelando a sus padres el enclave de nuestro campamento.
—Nunca lo haría —dije, exasperada en nombre de Chubs—. De verdad.
—Tú estabas aquí cuando hace unas semanas detectamos la presencia de aquellos intrusos. Viste lo fácil que puede ser superar nuestras defensas. ¿Y si no hubiese saltado la alarma? Hubiéramos tenido graves problemas. —El rostro de Clancy se oscureció de preocupación—. Si Charles desea ponerse en contacto con sus padres, dile que tendrá que rellenar un formulario con instrucciones sobre cómo hacerlo, como todo el mundo. Tengo que basar mis decisiones en lo que podría suponer una amenaza para la seguridad del campamento… por mucho que me gustaría poder ayudar a tu amigo.
Mal asunto. Chubs preferiría no ponerse en contacto con sus padres antes que dar acceso a un desconocido al único medio del que disponía para comunicarse con ellos de forma segura.
—Aunque —dijo Clancy al cabo de un rato, sentándose en la otra silla y poniendo los pies sobre la mesa—. Hay algo que quizá podría convencerme.
Era incapaz de mirarlo.
—Quince minutos, Ruby. De que tú me enseñes a mí.
¿Y qué podía saber yo que él no supiera?
—¿Crees que podrías enseñarme a borrar la memoria de una persona? Sé que no es algo de lo que te sientas precisamente orgullosa, y sé que en el pasado te ha causado mucho dolor, pero me parece un truco útil y me interesaría aprenderlo.
—Bueno… supongo —dije.
Como si pudiera negárselo después de todo lo que había hecho por mí. Aunque no sabía cómo enseñárselo. De hecho, ni siquiera sabía cómo lo había conseguido yo.
—Creo que comprender cómo lo haces me ayudará también a averiguar cómo impedir que vuelvas a hacerlo sin querer. ¿Te parece bien?
Me parecía estupendo, de hecho.
—Si me lo permites —continuó—, me gustaría recorrer tus recuerdos para ver si encuentro alguna pista. Solo deseo confirmar una sospecha que tengo.
Imagino que no se esperaba que tuviera que reflexionar sobre aquella petición, pero lo necesitaba. Clancy se había introducido en mi cerebro varias veces, había visto cosas que yo jamás había comentado con nadie. Pero hasta el momento había conseguido mantenerlo alejado de las cosas más importantes, de los sueños que deseaba proteger.
No podía dejar de pensar en lo que Liam me había dicho un día, cuando me había contado la historia de su hermana: «Esos recuerdos son solo míos».
Pero si aspiraba a tener un futuro con mi familia —con Liam—, tenía que renunciar a mi control sobre aquellas cosas. Tenía que permitir que Clancy se adentrara en mi cerebro si aquello significaba evitar que en el futuro volviera a repetirse aquello.
«Puedes confiar en él», dijo la vocecita de siempre en el interior de mi cabeza. «Es tu amigo. Nunca se excedería».
—De acuerdo —dije—. Pero solo quince minutos y, después Charles podrá utilizar tu ordenador.
—Hecho.
Clancy se arrodilló delante de mí: me sujetó la mandíbula con ambas manos y me hundió los dedos entre el cabello. Intenté no encogerme de miedo ante aquella proximidad y pensé que él había dicho que todo iría bien. Habíamos estado muy cerca el uno del otro un montón de veces, pero aquella ocasión parecía distinta.
—Espera un momento —dije, echándome hacia atrás en la silla—. Les he dicho a Liam y a los demás que iría a reunirme con ellos. ¿Y si lo dejamos para más tarde? ¿O incluso para mañana?
—Será un segundo —me prometió Clancy con una voz grave y tranquilizadora—. Tú cierra los ojos y piensa en la mañana del día de tu décimo cumpleaños, cuando te despertaste.
«Vamos», dijo la misma vocecita, «vamos, Ruby…».
Tragué saliva e hice lo que me pedía, imaginándome de nuevo en el dormitorio de mi casa, con sus paredes azules y su ventanal. Poco a poco, la habitación fue cogiendo forma. Luego, las paredes vacías fueron llenándose con cuadros de punto de cruz bordados por mi abuela, fotografías de mis padres y un mapa del metro de Washington, D. C. Vi los seis peluches con los que dormía; estaban en el suelo, junto al edredón de color azul. Vi incluso cosas que había olvidado por completo —la lamparita de mi escritorio; el estante central de mi librería, combado—, todo con clara nitidez.
—Bien. —La voz de Clancy parecía muy lejana, pero lo sentía cerca, más cerca, más cerca. Noté su aliento cálido en la mejilla, como una caricia inesperada—. Sigue… —Jadeaba casi—. Sigue pensando…
Vi su cara a través de una neblina brillante, sus ojos oscuros que abrasaban una atmósfera reluciente. Durante unos instantes fugaces solo lo vi a él, era lo único que existía en el mundo. Mi cuerpo se volvió lento, caliente, como la miel. Clancy pestañeó una vez, luego otra, como si pretendiera despejar su mirada nebulosa, recordar lo que supuestamente tenía que estar haciendo.
—Sigue…
Y entonces sus labios… sus labios estaban muy cerca, sonriendo junto a los míos. Sus dedos jugaban con mi cabello, los pulgares se deslizaban por mis mejillas.
—Tú… —empezó a decir con voz ronca—. Eres…
Hubo una presión mínima y una chispa caliente y oscura encendió una oleada de deseo en lo más profundo de mis entrañas. Clancy deslizó las manos por mi cuello, por los hombros, por los brazos, hacia abajo…
Y luego la delicadeza se esfumó.
Unió sus labios a los míos con brusquedad, con fuerza suficiente como para separármelos, para robarme el aliento y el sentido, y la sensación de una cama debajo del cuerpo. Notaba su piel suave y fría pegada a la mía, pero yo sentía calor… demasiado calor. La fiebre se había apoderado de mí y me había dejado el cuerpo entumecido. Me sentí aplastada contra la cama, me sumergí en los cojines como si estuviera cayendo entre nubes de algodón. La sangre dejó de irrigarme el cerebro y se me debilitó el pulso. Levanté las manos para agarrarme a su camisa… necesitaba aferrarme a alguna parte, sujetarme a algo para no caer.
—Sí —le oí jadear, y luego volví a notar su boca pegada a la mía, sus manos luchando para levantarme la camiseta, dejándome el vientre al descubierto.
«Deseas esto», susurró una voz, «lo deseas».
Pero no era mi voz. No era yo la que lo decía… ¿verdad? En aquel instante, un destello de sus ojos negros cedió paso a un color azul celeste. Aquello era lo que deseaba, lo que de verdad deseaba. Mi cerebro funcionaba muy despacio, como si los pensamientos lo hubieran drogado. Liam. Pero aquel era Clancy. Clancy, que me había ayudado, que era amigo, que era hermoso hasta eclipsar mis pensamientos, Clancy, que velaba por mí y mucho más…
Que también era un Naranja.
Abrí de repente los ojos en el momento en que sus manos ascendían hacia mi cuello, en que sus dedos me oprimían ligeramente la piel. Intenté apartarme, pero era como si me hubiera llenado las venas de hormigón. No podía moverme, no podía ni siquiera cerrar los ojos.
«Para», intenté decir, pero cuando su frente se unió a la mía, el dolor que sentí justo detrás de los ojos fue suficiente como para hacérmelo olvidar todo.