EL TIPO DEL LAND ROVER no paraba de gritar en danés, enfurecido, mientras señalaba a Jučas con un dedo acusador. Jučas no entendía una palabra de lo que decía aquel idiota y lo cierto es que le traía sin cuidado. Mantenía los brazos extendidos con el aire más pacífico que se pueda imaginar, y si se contenía y no le soltaba un cabezazo en la cara era sólo porque sabía que la policía estaba a menos de doscientos metros. Ni siquiera era rabia, solamente frustración. Pero, joder, que gustazo sería aplastar el puño contra aquella jeta presuntuosa y trastornada hasta sentir el crujido del cartílago de la nariz.
Se esforzó por sonreír.
—No daños —dijo en un inglés macarrónico mientras señalaba hacia la delantera intacta del Land Rover—. No daños para ti. Mi coche no tan bueno, pero bien. Que tienes buen día.
Había pedazos blancos del faro delantero del Mitsubishi esparcidos por todo el asfalto, pero ya no tenía remedio. Debía salir de allí antes de que desapareciese la bruja y ya no pudiera volver a encontrarla. Ignorando las continuas protestas del hombre del Land Rover, ahora en inglés, montó en el coche y dio marcha atrás para sacarlo.
—… por ahí conduciendo como un memo, ¿qué te crees que son las luces rojas, adornos de navidad?
Jučas se limitó a saludar con la mano y alejarse. La bruja había girado a la derecha algo más adelante, ¿no?
—¿Has visto hacia dónde iba? —le preguntó a Barbara.
Tardó un poco en contestar.
—No —dijo al fin.
La miró un instante. Estaba extraña, distante, como si aquello ya no fuera con ella. Quizá sólo estuviera impactada por el choque.
—No ha sido nada —la tranquilizó—, solamente el faro. Si encontramos una estación de servicio puedo cambiarlo yo mismo.
No respondió. Y él no tenía tiempo para andar sonsacándola hasta averiguar qué ocurría. Al llegar al punto donde creía que la bruja había girado, puso el intermitente derecho y buscó con la mirada el Fiat rojo, pero claro, antes tuvo que cederles el paso a varios cientos de ciclistas. ¿Qué le pasaba a la gente de esa ciudad? ¿Es que no podían pagarse un coche? La mitad de la población parecía empeñada en arrastrarse sobre dos ruedas y entorpecer el tráfico.
Hasta el siguiente cruce. Más bicicletas. Ningún Fiat aún. Titubeó sin saber si torcer a la izquierda o a la derecha. Se decidió por la izquierda y fue a parar a un infierno de sentidos únicos, «áreas reservadas» y floreros que por lo visto no tenían otro sitio mejor donde estar plantados que en mitad de la calzada. Dio marcha atrás con agresividad y trató de regresar a la calle principal, pero fue en vano. Tres o cuatro sentidos únicos más tarde hubo de reconocer que había perdido la batalla.
—¡Me cago en la leche!
Golpeó el volante con ambas manos y frenó bruscamente. Permaneció inmóvil unos instantes mientras respiraba en un intento de contener la furia.
—Llevaba al niño —dijo Barbara de repente.
—¿En serio? —Jučas le lanzó una mirada penetrante—. ¿Estás segura?
—Sí. Iba en el asiento de atrás. Le he visto el pelo.
Tal como estaban las cosas, habría preferido el dinero, pero, evidentemente, el crío era mejor que nada.
—Dijiste que querían adoptarlo —continuó ella.
—¿Qué? Sí. Eso quieren.
—¿Entonces por qué iba en ese coche? Creía que habían ido a recogerle.
—Yo también. Pero esa tal Nina Borg se metió en medio.
—¿Por qué no podía salir con ropa? —preguntó—. En la foto.
Jučas se llenó la boca de aire y lo expulsó lentamente. Tranquilo ahora.
—Para que no sea tan fácil seguirle la pista —le explicó—. Y déjalo ya. Con tantas preguntas sólo empeoras las cosas.
Odiaba la forma en que le estaba mirando, como si ya no confiara en él.
—¡Joder! —bufó—. Yo no soy uno de esos cerdos pervertidos, ¿vale? Si eso es lo que piensas, entonces…
—No —se apresuró a decir ella—. No lo pienso.
—Menos mal. Porque no lo soy.
Dio vueltas con el coche de acá para allá, pero el Fiat no aparecía por ninguna parte. Finalmente regresó y aparcó en los alrededores de la casa.
—Quédate en el coche —dijo—. Tarde o temprano volverá por aquí. Llámame cuando se marche la policía o si la ves a ella con el niño.
—¿Y tú adónde vas? —le preguntó mirándole de nuevo, aunque esta vez su expresión era completamente distinta.
Jučas sonrió. Todo iba bien. Seguía necesitándole. Seguía queriendo que cuidara de ella, y eso era justamente lo que se proponía hacer.
—Tengo que resolver un par de asuntillos —le explicó—. No tardaré mucho.