Cuando le dio a Derek el mensaje. Jo pareció no saber qué hacer. Le acompañó mientras él se dirigía a la subdirectora para decirle que casi había terminado y que iba a regresar a casa un momento, y luego lo siguió al coche. Él metió la caja de las herramientas en el maletero y supo instintivamente que el motor no arrancaría de inmediato, no cuando el día se había vuelto tan frío bajo el cielo ennegrecido. Sería más rápido ir caminando, y así lo hizo.
El cielo brillaba débilmente entre las casas de retiro que se alzaban sobre las dunas. Muchas de las habitaciones estaban encendidas, pero la luz no llegaba muy lejos. Por encima de las dunas la hierba parecía fragmentos de aire oscuro. Derek sintió como si la oscuridad fuera barro, sobre todo ya que Jo jadeaba para alcanzarle y le hacía sentirse obligado a reducir el ritmo por ella.
—Si hay algo que yo pueda… —jadeaba.
Tenía que mostrar su gratitud, aunque la interrupción apenas había merecido el haberse detenido.
—Todavía no lo sé —dijo, intentando mantener un tono neutral, como si eso pudiera hacer que sus temores no fueran necesarios. Podía ver la casa delante, y parecía de algún modo extraña, una gran roca cubierta de guijarros y conchas de parásitos, alzada contra el cielo negro—. ¿Qué crees que puedes hacer?
—Me quedaré con Rowan otra vez si quieres. Alison le estaba gritando cuando se la llevó.
—Tú le gritas a tus hijos algunas veces, ¿no? —la sensación de que ella dejaba tantas cosas sin decir como él mismo le puso aún más nervioso—. No viniste a verme sólo por eso.
—Parece que estaban en lo alto de la casa.
—Por el amor de Dios, Jo, si tienes algo que decirme… —vaciló, el frío de la acera se abría paso a través de sus zapatos. Podía ver lo que había sucedido en la casa, lo que Jo no había dicho.
—Me pareció oír eso —le dijo.
Un cristal de la ventana de la habitación de Queenie estaba roto. Alison y Rowan debían de estar allí, tras la ventana que destacaba entre las chimeneas y protuberancias de piedra como momentos en un cementerio. Bajo el cielo el rectángulo de la ventana parecía negro como una tumba abierta. Su instalación no había servido de nada, pensó en medio de una desazón tan grande que no alcanzaba a comprender. Bajó de la acera y se internó entre las dunas, en dirección a la casa.
La arena se le metió en los zapatos. Cuando tuvo que ascender, sus esfuerzos le hundieron aún más. Se liberó con puñados de hierba, arrancando hojas de sus raíces. Por fin, lleno de sudor y desesperación, llegó a la sólida acera que pareció impulsarle hacia la casa. Estaba introduciendo la llave en la cerradura cuando Jo llegó a la verja, con la cara roja y apretándose el pecho con un mano. La idea de que ella viera lo que sucedía al mismo tiempo que él le disgustó.
—Sabré dónde estás por si te necesitamos —gritó, casi con una mueca, y entró en la casa.
Cerró la puerta con tanto cuidado que aunque sus oídos resonaban por el esfuerzo de oír lo que estuviera sucediendo, pareció no hacer ningún ruido. La casa estaba tan atiborrada de oscuridad que todos los sonidos quedaban ahogados. Se aventuró entre las paredes que se revolvían tenuemente mientras pasaba, e iba a abrir la boca para llamar a Alison cuando oyó su voz en lo alto de la casa.
—Rowan —suplicaba.
Derek inspiró temblorosamente y cerró la boca. Ella parecía desesperada, y tuvo miedo de saber por qué, más que nunca en su vida. Se dirigió al fondo del pasillo y miró hacia arriba, y oyó a Alison repetir el nombre de Rowan como una plegaria. Empezó a subir, y habría rezado también si se hubiera atrevido a imaginar lo sucedido.
Antes de llegar al piso superior, tuvo que apoyarse en el nuevo yeso, que estaba tan frío y liso que parecía aislado, como si él no encajara allí. La oscuridad agudizaba sus oídos, y ahora oyó que la voz de Alison se quebraba mientras repetía el nombre de Rowan. Aunque se atreviera a llamarla ahora, tenía la garganta demasiado tensa para poder hablar.
Tuvo que obligarse a avanzar por el último corredor. Se sentía aterrado ante la posibilidad de averiguar por qué Rowan no había emitido ni un solo sonido desde que entró en la casa. Cuando una tabla crujió bajo su peso, se detuvo, un pie levantado, y entonces Alison suplicó:
—Rowan, vamos.
Por mucho ruido que hubiera hecho al subir, parecía que ella estaba demasiado ocupada para oírle. Todo lo que pudo hacer fue encaminarse hasta la puerta de Queenie y abrirla.
Alison estaba arrodillada en el suelo desnudo cerca de la ventana. Rodeaba con un brazo los hombros de Rowan mientras acariciaba la frente de la niña y miraba sus ojos cerrados a la débil luz que manaba del cielo. Nada más se movía excepto su pelo y el de Rowan mientras una leve brisa helada entraba por la ventana rota.
—¿Rowan? —dijo ella, con amabilidad carente de esperanza, la voz aguda y rota—. ¿Rowan?
Derek entró en la habitación.
—Ali, ¿qué… qué ha sucedido?
No pudo preguntar qué había hecho, pero su expresión cuando le miró le dijo que bien podría haberlo preguntado. La boca le temblaba, muda, sus ojos chispeaban llenos de lágrimas. Tendría que haber cuidado mejor de ella y de Rowan, pensó Derek, aturdido: tendría que haber sabido antes que las cosas iban mal entre ambas. Cuando avanzó, Alison apretó a Rowan contra sí como si él pretendiera coger a la niña.
Intentó decirle con la mirada que podía confiar en él, que no le esquivara, aunque sentía que en cualquier momento empezaría a temblar de forma incontrolable. Todo le aturdía, incluso la oscuridad de la ventana; la ventana parecía más la boca de un túnel. Se arrodilló junto a Alison y le tendió las manos. Ella no debía rechazarle ahora: eso sería lo peor de todo. Seguro que cogería sus manos o le entregaría a la niña, ¿no podía estar confundida en su desesperanza aunque fuera enfermera?
Ella no le cogió las manos, pero se volvió hacia él como si cediera bajo su carga. Él juró que la apoyaría no importaba lo que hubiera hecho, porque la amaba y porque también debía ser culpa suya. Deseó no haber venido nunca a esta casa inhóspita que había ayudado a alejarlos el uno del otro. Entonces Alison se apartó de él.
—No, Ali —suplicó, pero ella no le escuchó. Miraba la cara de Rowan, alzó la cabeza de la niña y le acarició el pelo que temblaba con el aire helado. El túnel cuya boca era la ventana parecía más largo y oscuro que nunca. El pálido destello que allí se agitaba debía de ser un pájaro, un buitre, pensó agónicamente. No tenía tiempo de mirar, tenía que atender a Alison, aunque eso significara que el movimiento que ella había imaginado sentir había sido sólo el viento en el pelo de Rowan—. Ali —murmuró—. Mírame, amor, estoy aquí.
Su cuerpo se tensó cuando ella no apartó la mirada del rostro de Rowan, que parecía inmóvil. Derek tendría que expulsar el grito que se acumulaba en su interior, porque de otro modo agarraría a Rowan, cualquier cosa por romper el hechizo de no admitir la verdad. Extendió de nuevo las manos, las piernas temblando.
—También es mi hija —iba a gritar, y no tenía idea de lo que sucedería cuando lo hiciera.
Entonces oyó un susurro.
—Está bien —dijo, y Derek se quedó inmóvil a pesar de los calambres en sus piernas. Era la voz de Rowan.
Pensó que sólo era imaginación suya, a pesar de que Alison apretaba con fuerza a la niña, acunándole la cabeza y besando sus ojos cerrados, murmurando su nombre urgentemente.
—No, Ali —murmuró, desesperado por detenerla antes de que su corazón se rompiera ante su esperanza abandonada—, ¿no puedes ver…?
Y entonces los ojos de Rowan se agitaron, y parpadeó ante su madre, como si fuera incapaz de enfocar la mirada.
—Estoy bien, mami —dijo.
Alison retrocedió, casi soltando a la niña. Se retiraba, pero sólo para asegurarse de lo que veía. Miró la sonrisa incierta de Rowan, sus ojos nublados, y entonces la abrazó tan fuerte que Derek temió que fuera a hacerle daño.
—Oh, Rowan —dijo entrecortadamente—, no me hagas sentir así jamás.
—No te preocupes, mami, nunca lo haré —prometió Rowan, y las dos empezaron a reír y a llorar mientras se abrazaban.
Apenas parecieron advertir que Derek se ponía en pie y se frotaba los muslos. No podía dejar de lamentar que le hubieran hecho sentir tanta ansiedad por ningún motivo aparente… ¿o intentaban convencerle de que no lo había habido? Un movimiento en la ventana atrajo su mirada, justo cuando la forma pálida se perdía de vista por el túnel que, ahora pudo verlo, era el cielo sin sol. Nunca había visto un pájaro tan veloz, pero la ventana rota era más importante, y necesitaba una explicación.
—¿Va a decirme alguien qué ha sucedido? —demandó.
Las dos le miraron. Rowan se puso en pie como si tuviera que recordar la forma de hacerlo, extendiendo la mano hasta que él la ayudó. Cerró los ojos y se apoyó en él. Derek advirtió que no lo había hecho desde hacía meses, y comprendió que ella sentía lo mismo.
—Fue Vicky —dijo lentamente—. Ahora se ha ido. No volverá.
Derek miró a Alison, que se ponía en pie.
—¿Qué pasó?
—La ventana —le dijo Rowan—. La rompió cuando mami dijo que no debería volver a verla, y entonces me empujó tan fuerte que me di un golpe en la cabeza, y luego se fue corriendo.
Él todavía estaba esperando a que Alison hablara.
—No entiendo nada —dijo—. Jo vino a decirme que recogiste a Rowan. No pudimos comprender por qué te volviste del trabajo.
Alison miró a Rowan, y una comprensión que él no pudo captar pareció destellar entre ellas antes de que se volvieran a mirarle.
—Vi a Vicky merodeando por aquí cerca cuando iba camino del hospital. Supe que intentaba acercarse de nuevo a Rowan, cosa que supe tú tampoco habrías querido, así que regresé —su voz era ahora casi firme, igual que la súplica en sus ojos—. Además, era hora de hablar con Rowan sobre ella.
—Y mientras hablábamos Vicky vino y no quiso marcharse hasta que mamá la obligó —dijo Rowan—. Por eso he sido tan desagradable estas últimas semanas. Seguía visitándome y nunca lo supisteis. Ahora estoy solo yo. Todavía me queréis, ¿verdad?
—Por supuesto que sí, nena —sin embargo, Derek sentía que había preguntas que debería preguntar y que se le escapaban en la penumbra—. ¿Dónde vive la pequeña zorra?
—No te lo puedo decir, papá. No lo sé. Te diré si vuelvo a verla, pero estoy segura de que no será así —alzó el rostro y le dirigió una radiante mirada de la que él no pudo apartarse—. ¿No vas a abrazar también a mamá?
Las preguntas rebullían en su cabeza, pero parecían vergonzosas ahora que Rowan le miraba. Inspiró profundamente y lo dejó correr. Si Rowan confiaba en su madre de esa forma, ¿cómo podía él hacer lo contrario? Extendió las manos hacia su esposa, casi a ciegas.
—Ven aquí, Ali, si todavía puedes soportarme. No sé qué se interpuso entre nosotros.
—Fue Vicky —dijo Alison ferozmente, y se apoyó en él como sí estuviera a punto de desmayarse, y los abrazó a ambos. Permanecieron así hasta que una rendijita de cielo azul se alzó por encima de la capa de nubes sobre la bahía. Mientras la habitación empezaba a iluminarse, Derek miró a Rowan, y todavía estaba buscando heridas cuando ella le miró.
—Papá, ¿me dejarás acompañarte alguna vez al trabajo? No correré peligro, ¿verdad?
Más que ninguna otra cosa, eso le hizo sentir que Rowan volvía a ser ella misma.
—Nunca dejaré que os pase nada a ninguna.
—Tendrás otro trabajo que hacer cuando termines en el colegio —dijo Alison, abrazándolos con más fuerza que nunca—. Me temo que las luces de esta planta han vuelto a fundirse.
Se estremeció, y al principio él no advirtió que se estaba riendo, tan indefensa que tuvo que debatirse para emitir un sonido. El cielo se abrió sobre el mar, y Rowan empezó a reírse también. La luz de la tarde pareció querer acariciarlos, y Derek olvidó la última de sus preguntas sin respuesta. Sin tener idea de por qué ni ninguna necesidad de saberlo, empezó a reír hasta que lloró.