35

Cuando Alison llegó a la verja de Jo, los niños de la casa guardaron silencio. Bajo el cielo gris, el viento ululaba a través de la hierba en las dunas y la hacía tiritar, pero sobre todo experimentaba una determinación tan fiera que sintió un poco de miedo. Ya no podía sentir a Rowan a su lado. Tal vez el temor a la niña de la casa de Jo la había hecho esconderse. La idea hizo que Alison se sintiera fría y dura como el metal. Recorrió el breve sendero y llamó al timbre.

Jo llevaba una bata y zapatillas. Abrió un poco la puerta y la detuvo con el pie.

—Ahora ves como las damas de sociedad nos vestimos cuando no recibimos invitados —dijo, como si fuera una de las novelas históricas que le gustaba leer—. ¿No estás trabajando?

—Me confundí. Me la llevaré a casa.

Jo no se apartó.

—No ocurre nada, ¿verdad?

—¿Puedo pasar? —dijo Alison dulcemente—. No me sorprenderá nada, te lo prometo, aunque no hayas arreglado a tus monstruos.

—Pasa a charlar y a tomar una taza de algo si te apetece —dijo Jo, la cara colorada—. Pero de verdad que puedes dejarla aquí. No me importa. Están jugando.

—Me parecía que estaban discutiendo —mientras Alison recorría el pasillo y llegaba a la habitación principal tuvo tiempo de inspirar profundamente, lo que envaró su pecho y su garganta—. Despídete, señorita. Tú y yo tenemos que charlar.

La niña estaba sentada a la mesa, con Paul y Mary a sus pies. Alzó la cabeza sin prisa y miró a Alison.

—Estoy jugando al ahorcado con ellos.

—¿Ah, sí? —Alison vio que ni siquiera se tomaba la molestia de asegurar que su mirada de inocencia fuera convincente—. Estoy segura de que podrán apañárselas sin ti.

—No para de decir que no sé escribir —se quejó Mary.

—No sabes —dijo la niña—, y por eso te ahorcaste.

Alison se acercó a la mesa que estaba cubierta con bocetos de horcas, con figuras delgadas colgando de ellas bajo palabras incompletas, y se obligó a agarrar por el hombro a la niña, que se envaró ante su contacto. Parecía exactamente igual que Rowan, y sin embargo se estremeció al tocarla como si estuviera llena de gusanos.

—No más discusiones —dijo.

—¿Qué ha hecho? —preguntó Jo.

Casi en cuanto empezó a trabajar como enfermera. Alison había jurado que nunca adoptaría la postura adulta que convierte a los niños en propiedad y víctimas. Y no lo estaba haciendo ahora, pensó, aturdida.

—No preguntes —contestó, con un tono que decía a Jo que las dos sabían como eran los niños.

Jo la miraba por encima del hombro de la niña.

—¿No quieres al menos una taza de té para dar una oportunidad a que se calmen las cosas?

—No podría estar más calmada, Jo, y ya te hemos molestado demasiado. Nos vamos a casa inmediatamente, señorita.

¿Fingiría la niña tenerle miedo y tentar a Jo para que interviniera? Pero la niña se libró de su mano y se levantó. Sin mirar a Alison, recorrió el pasillo y salió de la casa.

—Gracias por cuidarla —dijo Alison, y corrió tras ella.

La estaba mirando desde la verja de la casa de Queenie. Su expresión levemente burlona enfureció a Alison, tanto más porque sabía que Jo la estaba observando. Abrió la puerta y habría empujado a la niña al interior, pero ésta se adelantó, con la cabeza alta. Alison la siguió al vestíbulo y se apoyó contra la puerta para cerrarla.

—Me sorprende que intentes utilizar a gente para la que tienes tan poca consideración —dijo de inmediato.

La niña se volvió, las hojas ondulando a ambos lados de ella.

—Vaya, mami, creí que eso era lo que tú sentías después de lo que ella dijo sobre mí.

—Crees que eres muy lista —Alison pudo ver en los ojos de la niña que no había necesitado decir aquellas palabras en voz alta—. ¿De quién crees que hablaba? —dijo, sintiendo calambres en los labios—. Debe de resultarte difícil tener que depender tanto de nosotros.

—¿Porque os oí decir que no me queríais, te refieres a eso? Esperaba que ahora me quisierais. Creía que al menos os alegraríais de que hubiera vuelto.

Se estaba burlando de Alison porque sabía que no podía arriesgarse a hacerle daño…, a dañar el cuerpo de Rowan. O tal vez quería provocarla, porque si Alison la marcaba eso sería la prueba de que no estaba preparada para cuidar a la niña, un motivo para apartarla de su lado y dejar a la niña con aquellos que creían en ella. Alison apenas pudo controlarse, y no conseguiría nada mientras se sintiera así.

—No te atrevas a hablarme así. Vete a tu habitación y no digas otra palabra.

La niña la miró sombríamente. En la penumbra, sus ojos parecían el cielo antes de una tormenta. Estaba a punto de dejar de fingir, pensó Alison, la aprensión recorriéndola como una carga eléctrica, alertando su mente a la menor oportunidad. Pero la niña sonrió leve, irrisoriamente, e hizo lo que se le decía.

Alison escuchó sus pasos al subir la escalera. Parecían medidos y confiados, los pasos de la propietaria de la casa. Alison la imaginó tendida en la cama de Rowan, a salvo en el cubil que era la casa entera, satisfecha de estar viva. La idea la hizo subir corriendo las escaleras como si le hubieran clavado un cuchillo en las entrañas.

La niña había llegado al piso de arriba. Sus hombros se encogieron cuando Alison corrió tras ella, como si esperara que la empujara o la golpeara, pero Alison se dijo que la niña sabía perfectamente bien lo que iba a suceder. La adelantó y bloqueó la puerta de la habitación de Rowan.

—No intentes entrar aquí. Esta no es tu habitación.

—Vaya, mami, ¿y a quién si no puede pertenecer?

—A mi hija, y tú no eres mi hija.

Pero era la cara de Rowan la que la miraba, tan tristemente que Alison se preguntó si estaba equivocada después de todo, si se estaba volviendo loca. ¿Cómo podría haber dicho lo que acababa de decir cuando Rowan ya se había escapado una vez porque no se sentía querida? ¿Cómo podía creer en una Rowan a la que ni siquiera podía tocar en vez de a la evidencia de sus propios ojos que le mostraba a la niña ante ella, su carita tensa como una máscara, tal vez a punto de echarse a llorar? Todo su cuerpo ansiaba dar un paso al frente y abrazar a la niña, sentir que era todavía Rowan y la necesitaba, incluso a pesar de lo que había dicho. Pudo sentir el paso que estaba a punto de dar, el paso que la abalanzaría hacia la niña.

Entonces sintió la tristeza en la habitación de Rowan, una tristeza dispuesta a ser expulsada para siempre, y no tuvo que ver los ojos de la niña entornarse para saber dónde estaba realmente Rowan.

—No eres mi hija —repitió, con una voz que le supo a hielo contra los dientes—. Leí el diario, y lo sabes. No pudiste soportar escribir como Rowan demasiado tiempo, pero me encanta la forma en que no sabe deletrear, porque es ella.

—¿No quieres que crezca?

—No has crecido, has hecho lo contrario —exclamó Alison con una risa venenosa—. Esta es tu segunda infancia.

—No te escucharé si eres mala conmigo. Quiero entrar en mi habitación.

—No te lo impido. Ya sabes dónde está.

La niña la miró sombríamente a través de la penumbra que parecía manar de las sucias paredes.

—Si no me dejas pasar, subiré arriba. Me gusta contemplar el agua.

En cuanto empezó a subir, Alison la siguió, tratando de ignorar el olor a libros podridos y ladrillos mohosos que la recibía, como si la casa ya no se molestara en parecer renovada.

—No podrás usar los binoculares, ¿verdad? Desaparecieron igual que Vicky en cuanto no la necesitaste.

La niña no se volvió. Subió hacia la oscuridad, negándose a apresurarse, en posesión de sí misma y de la casa. Dejaba de fingir, ya que Alison parecía incapaz de dañarla. No tendría que haber hecho su desprecio tan evidente. Alison subió las escaleras corriendo detrás de ella, las manos extendidas. Tenía que ver lo que escondía la niña, aunque estaba segura de saberlo ya.

Esperaba obligar a la niña a enseñárselo, pero ahora advirtió que la única ventaja que tenía sobre ella era su mayor fortaleza física. Por eso corría hacia ella, aunque se veía como Derek, sus padres o cualquier otro observador la vería, subiendo alocadamente las escaleras para atacar a su propia hija. Si esto era locura, al menos se sentía más cerca de Rowan que en los últimos meses. Tomó la curva de las escaleras sin tocar las paredes y desembocó en el último tramo, el más oscuro. El hedor a ladrillos podridos y libros manaba de la oscuridad, y la niña se volvió para mirarla.

Los ojos que la miraban eran mucho más viejos que los de una niña. ¿Había esperado a volverse hacia Alison donde un empujón le hiciera más daño? Alison se abalanzó hacia la pequeña figura.

—Veamos qué escondes —jadeó.

Las manos de la niña se alzaron como si quisieran picotear la cara de su madre. La oscuridad del piso superior pareció avanzar hacia Alison. Apartó las manos y agarró el cuello del largo vestido.

—Tendrás que matarme para detenerme —gritó.

Fuera lo que fuese lo que esperaba, no fue lo que la niña hizo. Se sentó en la escalera, bajando las manos para no perder el equilibrio. Alison la siguió, todavía luchando con el vestido. Loca, estás loca, gemía una voz en su mente, no hay nada aquí, nada que ver. Pero entonces ¿por qué no dejaba la niña que nadie la desnudase desde que volvió de Gales? Alison tiró del cuello del vestido con tanta fuerza que el botón voló y golpeó la pared encalada.

El cuello de la niña estaba desnudo. Alison lo contempló, los tendones que destacaban en la piel pálida y vulnerable por encima de la clavícula, y entonces abrió otro botón del vestido. Todavía nada. Sentía la desesperada urgencia de decir que lo sentía, de ordenarle a la niña que acudiera a Jo o a cualquiera que pudiera protegerla de su madre loca. Alzó la cabeza, temerosa de ver qué pensaba la niña de su conducta. En las profundidades de la decidida inocencia de los ojos de la niña había un destello de triunfo.

—No estés tan segura —jadeó Alison, y rebuscó en la nuca.

Encontró la cadena de inmediato. La alzó, y el camafeo apareció como un insecto reptando sobre el vestido. Las manos de Alison se cerraron sobre la cadena, que se tensó sobre el cuello de la niña y luego se rompió.

Alison se puso en pie de un salto, sujetando con fuerza el camafeo, y vio que el destello de triunfo en los ojos de la niña estaba ahora al descubierto.

—Me has hecho daño.

—Tú me obligaste —gritó Alison, sorprendida de lo que la intrusa le había obligado a hacer al cuello de Rowan—. Crees que ahora se lo podrás mostrar a alguien, ¿no? Me pregunto como explicarás esto.

La niña alzó las cejas.

—Hermione quiso que lo tuviera —dijo.

—Les dirás que te lo dio en el cementerio, ¿verdad? —la voz de Alison le raspó la garganta.

Retrocedió un paso para no golpear a la niña, pero incluso ahora blandió ante ella la cadena. El rizo de Rowan brillaba sombríamente en su mano, como oro viejo. A la intrusa no le importaba que lo hubiera encontrado, advirtió, derrotada: tal vez lo llevaba sólo porque había sido suyo durante muchos años; ahora que estaba a salvo en el cuerpo de Rowan, no importaba. Nada podía tocarla, pensó Alison, y entonces supo que no era así. Si la intrusa estaba convencida de que estaba a salvo, ¿por qué intentaba provocarla?

Un movimiento la hizo alzar la cabeza. La niña subía a la oscuridad. La idea de que estaba huyendo hizo que Alison la siguiera por las escaleras en donde apenas podía ver el yeso nuevo, que parecía frío como el hielo y capaz de quebrarse bajo sus manos. En el piso superior los tres corredores parecían ampliados por la oscuridad. La figurita pálida estaba ya en la puerta de la habitación de Queenie.

—¿De qué tienes miedo? —dijo Alison.

La niña se volvió, con una mano en el pomo de la puerta. Su cara, la cara de Rowan, parecía triste.

—De ti, mami, mientras te comportes así.

Hablaba como Rowan, y la tristeza también era suya. Eso y la visión de la pequeña figura en medio de tanta oscuridad hizo que Alison se sintiera dolorosamente protectora de lo que podía ver y tocar, en vez de lo que sólo había sentido.

—No —susurró—. Conozco a mi Rowan —y entonces su voz se volvió gélida y fuerte—. ¿Qué hay de tu padre? ¿Qué debe pensar de ti ahora?

La niña tiró del pomo como si pretendiera ignorar la pregunta, y entonces su expresión de inocencia se endureció.

—Tendrás que preguntárselo cuando llegue a casa.

—¿Cuando el obrero regrese? ¿A eso te refieres? Apenas puedes soportar fingir que eres su hija. Me pregunto cuánto tiempo podrás seguir haciéndolo —estaba diciendo demasiado, perdiendo su ventaja; eso estaba claro por la forma en que la niña soltó la puerta—. Las dos sabemos a quién me refiero. Puede que no sepas dónde está tu padre, pero eso no significa que no pueda verte. Tal vez no te deja encontrarlo porque se avergüenza de lo que has estado haciendo.

La niña cerró los puños. De inmediato sus ojos parecieron hincharse de furia, haciéndose más oscuros que el pasillo sin ventanas. Alison la había hecho reaccionar por fin, y estaba a punto de descubrir lo peligrosa que podía ser. Las plantas vacías bajo ellos parecieron súbitamente cavernosas, aislándola del mundo. Le pareció que los tablones se agitaban bajo sus pies, pero eso podría haber sido un escalofrío inadvertido. Entonces la niña miró hacia otro lado, como si Alison no mereciera el esfuerzo. Abrió la puerta y entró en la habitación de Queenie.

Alison se abalanzó hacia adelante y alcanzó la puerta justo cuando se cerraba. Empujó con ambas manos y envió a la niña hacia atrás, y entonces la siguió al interior de la habitación. El suelo pelado y las paredes recién enyesadas estaban saturados de la oscuridad que se acumulaba sobre Gales y cubría la bahía. El olor a libros rancios gravitaba en el aire, y Alison pensó que toda la habitación estaba podrida de oscuridad. Pero la niña se encontraba en el centro de ella, cruzada de brazos, recuperándose del shock del empujón. Tal vez la sorpresa la volvió descuidada de lo que decía, o tal vez fuera su desprecio por Alison.

—No entres aquí a menos que yo diga que puedes entrar. Esta es mi habitación.

—Es la habitación de tu padre —dijo Alison deliberadamente—. Si hay algún sitio donde pueda verte, debe ser aquí.

—No sé a que te refieres. Creo que te estás volviendo loca al hablarme de esa forma.

Alison se echó a reír. Por pequeña que sonara en la oscuridad desnuda, la risa le pareció un estallido de alivio.

—Rowan nunca diría eso. No creo que lo hiciera ninguna niña de su edad. Puedes dejar de fingir, Queenie. Sabes que no puedes engañarme.

La cara de la niña se arrugó de ira. Pareció como si hubiera envejecido en un instante, como si una vieja arrugada estuviera allí de pie, una mujer tan senil que se había puesto un traje de niña. Entonces sus ojos destellaron como carbón, e hizo una mueca, estirando los labios de Rowan, estropeando su cara. La puerta se cerró tras Alison, sellando la oscuridad.

—Eso no me asustó la última vez, Queenie, y no me asusta ahora —Alison vaciló y entonces corrió el riesgo: tenía que hacerlo—. ¿Es lo mejor que sabes hacer?

Los labios de la niña se arrugaron.

—No me tientes —susurró.

A Alison le pareció ver algo además de la amenaza: ¿contención por si el padre estaba en efecto observando, o un límite al daño que estaba preparada para hacer?

—No quiero, Queenie, ¿no comprendes? Todo lo que quiero es recuperar a mi hija.

—Ya la tienes. Deberías dar gracias a Dios.

La furia de Alison recorrió su cuerpo como una descarga.

—¿Dónde está Dios en todo esto? Si hubieras visto a Dios no habrías regresado, ¿verdad? —de repente hubo una pregunta que no pudo dejar de hacer, por grotesco que pareciera planteárselo a la cara de Rowan que titilaba en la oscuridad—. ¿Qué fue lo que viste, Queenie?

Los ojos de la niña se ampliaron, llenos de júbilo o de terror. Por un momento la respuesta pareció estar en ellos o tras ellos, una vasta oscuridad que conducía a algún lugar que Alison prefería no ver.

—Sé que no pudiste encontrar a tu padre —dijo apresuradamente, tratando de confirmarse que lo único que había visto era soledad—. Tal vez ibas por mal camino. Tienes que intentarlo otra vez. Debes comprender que no puedes continuar así.

Los ojos de la niña volvieron a ser inexpresivos, el rostro una máscara oscura.

—Tendrás que experimentar de nuevo todo lo que te repugna —insistió Alison—. Tener el período cada mes y estar rodeada en el colegio la mitad del tiempo por otras niñas que lo tienen. Y luego la menopausia, y hacerte vieja, y todas las enfermedades que puedas contraer mientras tanto… ¿quién sabe lo que puedo traer a casa del hospital? —la furia ardió en ella cuando recordó lo que casi había olvidado—. Será mejor que comprendas una cosa, Queenie, por si todavía esperas algo. Nunca tendré otro hijo para que sufra tu influencia. Abortaré primero.

La carita pareció sorprendida.

—No matarías a un niño —protestó agudamente.

—¿Qué crees que le has hecho a Rowan? Créeme, haría cualquier cosa para no tener un niño y que cayera en tus manos.

Sin embargo, su furia se convertía en tristeza, y una parte era de Rowan, dondequiera que estuviese en la creciente oscuridad. ¿Era posible que la soledad de Queenie fuera tan terrible que sólo pudo encontrar refugio en ser de nuevo una niña, con todo el egoísmo que había experimentado entonces? ¿Era posible que hubiera necesitado en su soledad ser amiga de la única niña por la que se había preocupado, aunque fuera de modo egoísta?

—Queenie —dijo Alison, lo más amablemente que pudo—. Te quería, a pesar de lo que nos hiciste. Pero no puedo amarte mientras le estés haciendo esto a mi hija.

Los ojos mostraron de nuevo desprecio, llenos de incredulidad.

—Nadie te querrá a menos que renuncies a esto —dijo Alison, aún más lentamente—. Ni siquiera tu padre.

—Deja de hablar de mi padre —gritó la niña—. No eres digna de pronunciar su nombre.

—Entonces hablaré de Rowan. Me permitirás hablar sobre mi propia hija, ¿verdad? —ya había más tristeza que furia en su voz—. Tal vez no quieras creer que ninguno de nosotros te amó, pero sabes que ella sí te quiso. Te amaba y se sentía más cercana a ti que nadie, y por eso pudiste volver, no por este medallón. Ella te amaba, y tú a cambio le robaste la vida.

Por primera vez desde que entraron en la habitación vacía, los ojos de la niña parecieron vacilar. Pareció momentáneamente avergonzada, más infantil de lo que había sido desde que regresó de Gales.

—¿Es eso lo mejor que puedes hacer con tanta voluntad? —demandó Alison—. ¿No puedes usarla para encontrar a tu padre? Si él ve que has dejado a Rowan, ¿no crees que se asegurará de que lo encuentras?

Había hablado demasiado, y demasiado pronto. De inmediato los ojos de la niña fueron tan impenetrables como las nubes que cubrían el cielo. Alison extendió la mano y encendió la luz, para impedir que la niña ocultara sus pensamientos en la oscuridad que inundaba la habitación, pero la bombilla se fundió con un sonido como una nota de una campana lejana. La niña sonrió, y sus dientes destellaron en la oscuridad.

—¿También has hecho eso? —gritó Alison—. ¿Te sientes de verdad orgullosa de ello? Tal vez todavía puedas hacer ese truco, pero tendrás que hacer algo más para asustarme.

Inspiró profundamente, saboreando el aire rancio, y recuperó el control.

—¿O estás tratando de impresionarte a ti misma? ¿Intentas olvidar lo que no puedes hacer? No puedes vivir así eternamente. Si te quedas como estás, tendrás que morir de nuevo. Y esta vez sabrás lo que te espera.

¿Apareció un atisbo de miedo en los ojos de la niña? Pero se encogió de hombros con un desafío que parecía a la vez infantil y senil, y Alison advirtió demasiado tarde que ese temor la haría estar más decidida a quedarse donde se sentía a salvo.

—Tal vez no necesites empezar a preocuparte todavía, tal vez tienes toda uña vida por delante, pero es la vida de Rowan, no la tuya —gritó—. Piensa en ella un momento, la niñita a la que engañaste para que te diera su vida, y pregúntate si puedes soportar vivir sabiendo que la has dejado sola en la oscuridad.

La niña sacudió la cabeza, casi reprochándole sus palabras.

—No tiene que estar sola; puedes tenerla contigo. De todas formas, tendrías que haber cuidado mejor de ella cuando tuviste la oportunidad.

Tal vez vio por primera vez en sus muchos años que había dicho demasiado, pues se retiró hacia la ventana y la oscuridad. Ahora no estaba intentando provocar a Alison, tenía miedo de lo que un adulto podría hacerle a un niño. El miedo impulsó a Alison hacia adelante, sintiéndose cargada y peligrosa. Extendió la mano hacia la niña, dispuesta por fin a hacer lo que fuera necesario para expulsar a Queenie… y entonces los viejos ojos la miraron, arrebatándola, y el suelo se desvaneció.

Toda la habitación lo hizo, y la casa. Parecieron pudrirse al instante, dejando que la oscuridad se cerrara. Pareció una ceguera total, pero aún peor: la amenaza de putrefacción que podías oler si sacudías y molestabas la tranquilidad total, putrefacción que vendría arrastrándose desde todos lados si traicionabas lo que eras. Ésa eras tú misma, o todo lo de ti que dejabas detrás, fuera de este oasis de paz que era lo más cerca de ti que podrías llegar en el estado del no existir. ¿Fue así como se sintió Queenie cuando no pudo encontrar a su padre, o era por lo que no se había atrevido a buscar en la oscuridad? La cuestión fue suficiente para iluminar la mente de Alison y devolverle sus sentidos cegados: ella no estaba muerta todavía, no podía ser sostenida por nada más que la oscuridad. La interminable oscuridad se retiró a los viejos ojos, y la habitación tomó forma vagamente en la negrura que era sólo penumbra de invierno después de todo.

Le pareció que sabía lo que tenía que decir.

—Queenie, eso tampoco me ha asustado, y no debes dejar que te asuste a ti. Debe de haber algo más que eso. Seguro que todavía tienes fuerzas para averiguar qué es.

—No, no lo haré —la voz de la niña se estremeció de decisión, o tal vez de miedo secreto—. Nadie puede obligarme. Agradece que las cosas no empeoren.

Se refería a que Rowan había conseguido volver, pero ignoraba lo vulnerable que era, mucho más que ella misma, a la oscuridad que esperaba. En un instante Alison se sintió arder de horror, furia y pena.

—Ven y cógela. La permitiste ser así —gritó a la oscuridad por si podía oírla, y arrojó el camafeo tan violentamente que rompió la ventana. Sin embargo, cuando agarró a la niña pensó al principio que estaba siendo casi amable mientras sus manos se cerraban en torno al suave y esbelto cuello.