El día después de Navidad, la familia fue a dar un paseo por el mar. El día era penetrantemente claro. Las dunas estaban todavía marcadas por la nevada de ayer, pero el mar había absorbido todos los charcos que la lluvia había dejado en la playa. Unos cuantos barcos distantes destellaban bajo el brillante cielo azul, de donde caían las gaviotas como témpanos de hielo. Los hombres y Rowan abrían el camino a lo largo del paseo de asfalto mientras Edith se agarraba al brazo de Alison y charlaba de los viejos tiempos, los días en que Keith y ella pasaron en New Brighton, al otro lado del río, donde había un muelle y un parque de atracciones y una torre, y un ferry para transportarlos a Liverpool y el ferrocarril que pasaba por encima de la carretera del muelle.
—Días felices —suspiró, y Alison asintió y murmuró que estaba de acuerdo y miró al frente, sin apenas oír a su madre.
Tal vez tenía razón respecto a sí misma, tal vez se había dicho la verdad anoche, al borde de la consciencia. Tal vez estaba de verdad volviéndose loca.
Miró la espalda de Rowan y se apartó de sus propios sentimientos. La niña llevaba el largo vestido que le habían regalado Keith y Edith, el reborde oscilando bajo el abrigo de paño. Iba de la mano de su padre y de Keith, caminando graciosamente. La combinación de elegancia y niñez humedeció los ojos de Alison, pero ¿se merecía sentirse de esa forma? ¿Y si Derek tenía razón y había locura en su familia y ahora surgía en ella porque no había podido enfrentarse a sus temores mientras Rowan estuvo perdida en Gales? Tal vez el temor a que Rowan estuviera muerta la había aturdido tanto que era secretamente incapaz de creer que había vuelto. Pero no podía haber ninguna excusa para sospechar de su propia hija.
Sin embargo, no podía descartar lo que le pareció haber oído la noche anterior, y lo que había visto. Había escuchado a Rowan llamándola, más parecida a su hija de lo que lo había sido en los últimos meses, y la niña estaba tan cerca que Alison se preguntó por qué era incapaz de tocarla. Sintió un arrebato de amor hacia Rowan tan intenso como la primera vez que la tuvo en brazos, y le habló en susurros, dándole la bienvenida mientras apartaba el sueño y abría los ojos. Estaba tan convencida de que vería a Rowan que la habitación desierta le pareció un sueño del que todavía tenía que despertarse. La habitación fue lo suficientemente real para que sus ojos le picotearan al contemplarla, y se estaba diciendo tristemente que la voz de Rowan era el sueño cuando la oyó de nuevo:
—Soy yo, mamá. Soy yo.
¿Podría haberse tratado del último rastro de un sueño? Esperó ansiosamente volver a oírlo, hasta que advirtió que le parecía que Rowan la estaba llamando todavía desde el otro lado de la puerta. Con cuidado, para no despertar a Derek, Alison se levantó de la cama y se dirigió de puntillas hacia la habitación de Rowan.
Cuando abrió la puerta, estaba preparada para sentarse con Rowan, para charlar con ella hasta que volviera a quedarse dormida. No había otra cosa que le hubiera gustado hacer más, pues había advertido qué era lo que más echaba de menos desde que la niña regresó: sentir que Rowan la necesitaba, aunque fuera un poco. Pero allí estaba Rowan, acostada tan tranquila, y al principio Alison no comprendió por qué la visión la hizo vacilar. Entonces advirtió lo que veía, y se llevó los nudillos a la boca. Rowan yacía exactamente en la misma postura que había asumido cuando Alison la arropó, horas antes.
Eso no era propio de ningún niño dormido, mucho menos de alguien como Rowan. Estaba tendida como un cadáver…, como el cadáver de Queenie. Alison se apoyó en el marco de la puerta, agarrándolo con tanta fuerza que pensó que cedía. La idea de que la niña de la cama no era Rowan, por mucho que se le pareciera, pareció iluminar los últimos meses con una claridad que hizo a Alison sentir que su mente ardía. Se retiró por fin de la puerta y se arrastró hasta su cama como si pudiera ocultarse de sus pensamientos, diciéndose que era sólo la noche que le contaba historias, que no podría pensar cosas así a la luz del día. Pero lo pensó, y había pasado todo el día observando a Rowan, buscando pruebas.
Se dijo que quería encontrar pruebas de que estaba equivocada. Quería que alguien la viera observando y le preguntara por qué, y le dijera lo absurda que era. Le dirían que era peor que Hermione por preguntarse por qué Rowan ya no dejaba que nadie la viera desnuda: ¿no quería que la niña creciera? Si Rowan se parecía cada vez más a Queenie, eso debía significar que había necesitado su capacidad de decisión para ayudarla a enfrentarse a aquella noche en Gales. Menos mal que se había librado de Vicky, a quien Hermione creía Queenie, ¿y qué importaba dónde hubiera ido? ¿Qué intentaba sugerir Alison que no se atrevía a expresarlo con palabras? A la luz del día, donde las sombras de las residencias la apuntaban, Alison se sintió expuesta ante sí misma. La que tenía delante era Rowan, y cualquier otra idea era grotesca; ¿dónde pensaba que podía estar la niña? ¿En el cielo vacío, en las dunas manchadas, en las olas que morían en la orilla? Pensar eso la hacía sentirse desleal, cruel, más confusa que nunca.
Cuando su madre le agarró el brazo con más firmeza, Alison se puso tensa, esperando que le preguntara qué sucedía. Pero su madre dijo:
—Aprieta un poco el paso y vamos a alcanzarlos. Van a pensar que no pueden con nosotras.
Rowan y los hombres casi habían llegado a las casas que marcaban el final del paseo, donde podían volverse o continuar por la playa. De repente Alison pensó como podía demostrar que estaba equivocada, y estaba a punto de decírselo a Edith cuando, sin ningún motivo aparente, Rowan y los hombres se detuvieron ante las casas.
El día pareció petrificarse alrededor de Alison como si se hubiera convertido en una foto, implacablemente brillante e inmutable. Estaba segura de que había visto a Rowan detener a los hombres. Rowan se había envarado como si supiera sin mirar atrás que Alison estaba a punto de hablar…, como si supiera lo que Alison iba a decir.
—La verdad es que me duele la cabeza —tartamudeó Alison, deglutiendo con dificultad—. Alcánzalos tú. Voy a regresar.
Lo dijo para que sólo Edith pudiera oírla, y miró la espalda de Rowan. Su corazón se estremeció entonces, pues Rowan se volvió de inmediato, el rostro inexpresivo, y tiró de la mano de Keith.
—¿Cuál es el problema? —preguntó él.
—Alison se vuelve a casa porque le duele la cabeza. Continuaré con vosotros si queréis.
—Nos volvemos todos —dijo Derek, y Alison estuvo segura de que Rowan le tiraba de la mano—. No tendrías que habernos dejado que te agotáramos, Edith. No todos somos tan jóvenes como Rowan.
La cara de la niña continuó inalterable. Alison pensó en una máscara tras la que el marionetista se ocultaba mientras manejaba a los hombres. Eso pareció más descabellado que nunca, pero sin duda significaba que necesitaba estar lejos de Rowan, para calibrar sus ideas si era posible.
—Mi madre no está cansada, quiere continuar, ¿verdad? —suplicó—. No podré relajarme si pienso que os he estropeado el paseo. Acompaña un poco más a Rowan. Derek. Necesita el ejercicio después de pasar tanto tiempo en casa.
—Seguiremos un poquito —dijo Edith—. Te mereces un descanso antes de volver a trabajar.
Alison la abrazó y se marchó inmediatamente, por si Edith sentía que algo iba mal. Mientras se volvía hacia la casa, la cabeza empezó a dolerle. Dio una docena de pasos y miró por encima de su hombro. Los otros seguían paseando por la playa. Al mirarlos, Rowan se volvió a mirarla a ella. Su rostro estaba demasiado lejos para poder verlo, pero Alison se sintió descubierta, avergonzada, más paranoide que nunca. Volvió rápidamente a casa, casi corriendo.
El paseo estaba desierto. La brisa revoloteaba sobre las dunas y parecía salpicar sus piernas con arena y hielo. Ondas parecidas a grietas se extendían sobre el mar. No había ningún otro movimiento cerca de ella, y se sentía sola y abandonada, privada de su hija por sus propias dudas. El brillo del mar, la arena y el asfalto le lastimaba los ojos, pero no podía acostarse cuando llegara a la casa: podría demostrarse la verdad.
Introdujo la llave en la cerradura e inspiró profundamente, la cabeza embotada. Giró la llave, que le aturdió los dedos, y empujó la puerta. Cruzó el umbral y se detuvo, asiendo el borde de la puerta.
La casa no estaba vacía. Rowan estaba allí, fregando platos en la cocina o arreglando su habitación, escribiendo notas para que sus padres las encontraran, leyendo tan silenciosamente que no sabías que estaba allí hasta que la oías reírse, Si todo esto era sólo un recuerdo, parecía una presencia que Alison no había advertido. Parecía como si Rowan hubiera estado con ella durante todo el camino, esperando ser advertida cuando estuvieran a solas. Tras cerrar la puerta, Alison cruzó el vestíbulo.
La visión de las habitaciones desiertas no la hizo sentirse más cerca de Rowan, ni el olor de los libros rancios que flotaba en la casa, pero tenía algo que lo haría. Corrió escaleras arriba hasta su dormitorio y rebuscó la nota en su bolso.
Queridos papá y mamá, os quiero y de berdad no me importa que no me compréis cosas porque no podéis permitirlas…
Era su último eslabón con la Rowan de antaño. Parpadeó ferozmente mientras la visión se le nublaba. La nota la ayudaría a ver la verdad.
Llegó a la puerta de Rowan cuando tuvo la sensación de que su hija ya estaba en casa, esperándola, la nueva Rowan, desdeñosa y vigilante. Abrió la puerta y entró, sorprendida al sentir que se aventuraba en un cubil. Se acercó a la ventana y subió la hoja, con la esperanza de oír a la familia cuando se acercara, y entonces empezó a buscar.
Encontró el diario casi al pie de una pila de libros. Todos los lomos estaban vueltos hacia la pared. Parecía una manera astuta de esconder un diario sin que lo pareciera, pensó, y oyó su paranoia como un agudo susurro en su cabeza. Aunque había querido leer lo que Rowan podría haber escrito sobre aquella última noche en Gales, nunca lo había pedido; nunca habría considerado leer el diario sin permiso, pero si eso podía demostrar que estaba equivocada, no debía vacilar.
Se sentó en la cama y colocó la nota de Rowan sobre su regazo, y descubrió que tenía miedo de abrir el diario. Sentía la garganta oprimida por el olor a papel rancio, las manos temblorosas de miedo. Se hizo un juramento: el diario le mostraría la verdad, y actuaría según lo que encontrara; si demostraba que estaba equivocada, buscaría tratamiento mientras sus padres estaban aquí. Abrió el diario y dejó que las páginas en blanco rozaran su pulgar hasta que apareció la escritura. Se obligó a no cerrar los ojos, para ver lo que allí había, la verdad.
Era la entrada del día de Navidad.
Hoy recibí tres libros de Dickens y un vestido nuevo. Luego comimos el almuerzo de Navidad y abrimos los petardos con sorpresa. Más tarde jugamos a un juego aburrido y yo gané, y luego llegó la hora de acostarme.
Alison parpadeó rápidamente, y apenas supo lo que sentía. El tono del diario era tan frío que ni siquiera mencionaba quién le había hecho los regalos, y sin embargo ante sus ojos tenía toda la evidencia que podía pedir. El párrafo del diario y la nota de Rowan estaban escritos exactamente con la misma letra.
Eso era: la verdad. La niña que había escrito la última entrada era la única Rowan que existía ahora, y eso era lo que Alison no había podido admitir, tal vez porque se echaba la culpa de haber perdido a la niña que había educado y amado. Rowan estaba creciendo, apartada de ella, y no podía reprochárselo. Y en cuanto a ella misma, tal vez el tratamiento no sería demasiado drástico, ya que admitía la verdad. Cerró la ventana, tiritando ante la brisa que parecía haber congelado la esperanza. Gracias al cielo había advertido dónde estaba el diario: la niña ya debía de sentirse espiada. Alison dirigió al diario y a la nota una última mirada, como si eso pudiera ayudarla a olvidar el pasado y aceptar a Rowan tal como era ahora.
Entonces se estremeció como si alguien invisible la hubiera agarrado. La sensación se desvaneció antes de que pudiera estar segura de que la había experimentado, fundida como un copo de nieve, excepto que su contacto fue cálido. Tal vez se tratara del shock provocado por la comprensión ante las páginas que había en la cama. Dejó escapar un gemido de esperanza y desesperación. No había acabado. Casi había pasado por alto lo que mostraban las páginas.
Se sentó tan pesadamente que la cama crujió, y hojeó el diario, los dedos temblando. Encontró la última entrada que Rowan había escrito en Gales, sobre una fotografía de Vicky que le había mostrado Hermione. La mayoría de las entradas subsiguientes tenían fechas: como se alegraba de volver a casa, como la mayoría de los libros de la biblioteca del colegio no merecían la pena, como la señorita Frith pretendía saber más que ella… La única emoción que expresaban era impaciencia, y la impaciencia había traicionado a la escritora. En las primeras entradas la ortografía era tan errática como siempre, pero ayer Rowan pudo escribir sin problemas Navidad, petardos y aburrido. No era posible. Tal vez a Rowan le gustara leer a Dickens, pero Alison tendría que haber advertido que no podía escribir bien su nombre.
Alison cerró los puños para hacer funcionar sus dedos, y hojeó de nuevo el diario. La ortografía mejoraba mientras las entradas se acercaban a la fecha actual. El progreso habría sido convincente si no hubiera sido tan rápido, pero incluso ahora el cebo de escribir mal juego de mesa parecía insultantemente obvio, si es que lo era. La escritora se había cansado de fingir, o tal vez no podía soportar cometer las faltas de Rowan.
Alison dobló la nota y la guardó dentro del diario. Metió el diario en su bolso, que se colgó del brazo. Por un momento no sintió más que la seguridad de que Rowan estaba más cerca, la Rowan a quien había parido y amado, aunque de forma imperfecta, y a la que quería recuperar. Había jurado que buscaría la verdad y actuaría en consonancia con ella, y en lo más profundo de su corazón supo que sólo había una explicación para los cambios en el diario y en Rowan. Pero si creía eso, tenía motivos para sentirse nerviosa. Se preguntaba por qué, si la niña de fuera parecía saber lo que planeaba Alison, no había intentado con más fuerza impedir que regresara a la casa.