—Feliz Navidad, Rowan —dijo su abuela, y Rowan se dijo que su abuela estaba pretendiendo no verla ante la ventana, prolongando la sorpresa que planeaban darle para luego volverse y reconocerla como si no hubieran advertido que estaba allí, y saldrían corriendo a abrazarla con fuerza antes de llevarla al interior de la casa.
Pero su abuela tendió el paquete y miró al otro lado de la habitación, y en unos pocos segundos que parecieron durar tanto como el largo viaje de regreso a casa, Rowan comprendió que su abuela no se dirigía a ella. Sintió como si se difuminara como la luz del sol que las nubes ahogaban cuando se vio avanzar en la habitación.
Ésa no soy yo, intentó gritar. Todos habéis cometido un error, es alguien que nos ha engañado. Mami, mírame, ¿por qué no me miras? ¿No puedes ver que estoy aquí fuera? Entonces su cuerpo avanzó con más elegancia de lo que ella solía hacer para mirarla directamente. Sólo fue una mirada, aunque pareció aferrarse a ella como telarañas polvorientas, cubriéndola de una oscuridad más fría que la sombra del cielo, pues en ese instante vio a Vicky mirándola desde la propia cara de Rowan.
La mirada decía que Rowan bien podría no estar allí en absoluto. Vicky había conseguido lo que quería. Demasiado tarde, Rowan vio como todo lo que Vicky había hecho con ella hasta que cayó en la tumba había socavado su conocimiento de sí misma. Había confiado en Vicky cuando ésta era la mayor mentirosa de todos: la había hecho creer que sus padres estarían mejor sin ella, cuando todo el tiempo lo que planeaba era ocupar su lugar. Rowan quiso abalanzarse a través de la ventana y enfrentarse a la impostora, pero tuvo miedo de pasar como una corriente de aire, sin sustancia y sin control. Entonces su madre se volvió y la miró.
Si algo podía devolver a Rowan a sí misma, sería aquello. Tenía miedo de que su madre gritara incrédula, pero ella le diría que era de verdad, y la familia expulsaría a la impostora… Y entonces Rowan advirtió por completo en qué se había convertido, pues su madre la miró directamente y se volvió hacia la niña que demandaba el paquete. La luz del sol se perdió, y la nieve que Rowan ni siquiera podía sentir la atravesó para estrellarse contra la ventana.
Así que no era nada. Incluso sus sentimientos fueron de pronto más difíciles de agarrar, resbalaban y se fundían como las formas sin contenido de la escarcha en el cristal. Sus experiencias desde el cementerio la alcanzaban ahora: no sólo el mundo a su alrededor se había convertido en un sueño que a menudo era una pesadilla, la propia Rowan había sido poco más que un sueño de sí misma. Al advertirlo, se sintió exhausta, por el viaje a casa, por haber sido privada de su entidad después de todo el tiempo y los esfuerzos que había hecho. Al menos podría descansar ahora que estaba en casa.
No iría a su habitación. Nadie la quería allí, y no se habría acercado a su cama ni aunque se lo hubieran ofrecido, ahora que sus padres se la habían dado a otra persona. Prefería esconderse donde estuviera más oscuro, dormir y hundirse en la oscuridad del piso de arriba hasta que quizá olvidara quién había sido. Lo que se lo impidió fue no saber como entrar en la casa, a menos que tuviera miedo de lo que instintivamente sabía.
Contempló a la impostora desenvolver el paquete y sacar un vestido que a Rowan le habría encantado llevar. Olvidó lo celosa que se sentía, lo que parecía prometer que pronto no sentiría nada en absoluto. Observó a su cuerpo sacar el vestido de la habitación, y se detuvo en la ventana. La idea de que nunca volvería a ver a sus padres cuando se asentara en la oscuridad la llenó de una tristeza distante. Habría llorado si hubiera podido, pero sólo podía sentirse cada vez más débil y más vulnerable. Su cuerpo bajó las escaleras con su vestido nuevo, y todos la admiraron, y entonces Jo y Eddie y sus hijos se dirigieron a la puerta.
Mientras los cinco salían de la casa y corrían para protegerse de la nieve, Rowan se escondió. La idea de que la advirtieran de algún modo parecía agónicamente vergonzante, una sensación que la atravesó como si la escarcha pudiera alcanzarla después de todo. Cuando su madre salió al porche, Rowan se acurrucó contra la pared mojada de la casa. Se sentía como una sombra llena de nieve, pero no se atrevió a moverse hasta que su madre cerró la puerta.
Las dunas empapadas parecían ahora de barro. El cielo y el mar eran un remolino gris de nieve que parecía a punto de fundirse, pues el viento la arrastraba en fragmentos. Volvió a la ventana, pero su familia quedaba oscurecida por la escarcha que caía contra el cristal a través de ella. Los contempló y vio a su cuerpo comer la cena de Navidad, escuchó a todo el mundo intentar hacer que su cuerpo se sintiera más cómodo, hasta que su madre se acercó a las cortinas y las corrió.
La noche se espesaba como oscuros cuchillos de hielo. Rowan siguió a la luz en torno al exterior de la casa de habitación en habitación, primero a la cocina y luego al salón. Finalmente las luces empezaron a escapar a su alcance, subiendo al baño y a la habitación que habían sido suyos. Cuando la luz de esa habitación se apagó, supo que su cuerpo estaba en la cama.
¿Soñaría? Se preguntó si la pesadilla que había tenido que experimentar para poder regresar había sido también de Vicky, o una mezcla de ambas. Esa confusión la hizo sentirse en peligro de regresar a la pesadilla, hasta que se concentró en la casa y se obligó a no pensar en nada más. Pasaron las horas, y la nieve se convirtió en una fina lluvia helada. Las luces subieron por la casa, los dormitorios se iluminaron y se apagaron, y entonces la casa quedó a oscuras a excepción de las lámparas de los pasillos.
Ahora que toda la familia debía de estar dormida, la casa ya no parecía tener suficiente presencia para que se aferrase a ella. Quería estar dentro, no en la noche que podía convertirse en una pesadilla. Se dirigió a la puerta del porche y miró a través del entramado. Tras ellos y la ventana de la puerta interior estaba el vestíbulo plateado, donde de repente anheló estar. Su ansia fue más fuerte que su miedo a entrar. Un instante después, tan fácil como en un sueño, estuvo en el pasillo.
La casa fue un shock: vieja y rancia, por nueva que pareciera. El papel plateado a cada lado, y el nuevo yeso en la escalera, no eran más convincentes que bocetos a tiza que se despegaban ya de los ladrillos. No le gustó la forma en que la oscuridad de la casa pareció extenderse hacia ella a través de los pasillos, pero tenía más miedo a la noche de fuera. Al menos, la oscuridad de aquí dentro era familiar. Se dirigió sin esfuerzo a las escaleras, y las subió.
Le habría gustado la falta de esfuerzo si hubiera estado soñando, pero ahora hacía que la realidad pareciera escurridiza, cercana a la oscuridad que yacía bajo el papel y el yeso nuevo. Llegó al primer rellano y contempló el pasillo que conducía a la habitación donde estaban sus padres. Otro resto de emoción ardió en su interior. Quiso verlos una última vez para llevarse al menos eso consigo a la oscuridad.
En cuanto lo pensó, atravesó el pasillo. Se detuvo junto a la puerta de la habitación que había sido suya. Alguien, presumiblemente su madre, había dejado la puerta entornada. Un oscuro resentimiento inevitable y la compulsión por ver qué aspecto tenía su enemiga dormida la llevó a la abertura.
Era casi como verse a sí misma muerta. Su cara tranquila estaba vuelta sobre la almohada, las sábanas amontonadas sobre las manos entrecruzadas. Sólo el lento subir y bajar de las sábanas mostraba que su cuerpo estaba vivo. Rowan lo observó hasta que sintió que había olvidado moverse, hasta que empezó a sentirse atrapada no sólo observando, sino siendo observada. Sentía como si su cuerpo se hubiera convertido en el cubil de la oculta vejez de la casa. Recordó aquella cosa encogida que había visto en la tumba y después sintió como si hubiera encogido tanto que pudiera esconderlo dentro de su cuerpo. La idea la asustó tanto que la liberó, y corrió hacia la habitación de sus padres.
La puerta estaba también entornada. Rowan vaciló en el umbral; no se sentía lo suficientemente bienvenida para entrar. Sus padres estaban en la cama, de espaldas a ella. Su madre estaba más cerca de la puerta, rodeando a su padre con un brazo, el rostro apoyado en su hombro. Rowan los contempló durante largo rato y esperó que estuvieran a salvo en sus sueños. Los miró hasta que estuvo segura de que recordaría como eran ahora, juntos y sin problemas. Tal vez soñar con sus padres en la oscuridad sería como estar con ellos. Debería subir ahora, mientras su visión la hacía sentirse en paz. Se retiraba hacia la puerta, retrasándose para echarles una última mirada, cuando su madre se agitó, inquieta. Soltó al padre de Rowan y se volvió hacia el pasillo.
Por un momento, Rowan pensó que su madre la veía, que quizás era capaz de sentirla porque estaba dormida. Retrocedió hasta que advirtió que, a pesar de haberse movido, su madre estaba demasiado profundamente dormida para advertir nada. Paz en la Tierra, pensó con vaga alegría, y entonces la visión de su madre pareció abalanzarse hacia ella cuando vio que parecía mucho más vieja.
No parecía tan mayor despierta, pero no podía fingir en sueños. Había envejecido mientras Rowan estuvo fuera, no sólo los meses que Rowan había tardado en regresar, sino en años. Su cara parecía ajada y arrugada y carente de color, como si la preocupación la hubiera marchitado hasta convertir la piel en un hilo. Rowan deseó poder darle un beso en la frente para librarla de las arrugas que siempre estarían presentes ahora, pero ¿qué sentido tenía desear nada? Al menos sus padres se tenían mutuamente, y se cuidarían el uno al otro…, pero no podrían hacerlo bien cuando ni siquiera sabían que su hija ya no era su hija.
Su padre se volvió entonces, y buscó a ciegas a su madre hasta rodearla con el brazo. Las dos caras dormidas yacían sobre las almohadas, sin advertir nada. El rostro de su padre no estaba tan demacrado como el de su madre, pero ambos parecían terriblemente vulnerables, a merced de la cosa que se escondía en el cuerpo de Rowan. No podía soportar dejarlos así. De algún modo, tenía que despertarlos.
De inmediato estuvo dentro de la habitación, tras haberse deslizado por la abertura de la puerta sin necesidad de moverse. Ésta era la habitación en la que entraba durante sus primeras noches en la casa cuya vacía frialdad tanto había preocupado sus sueños. Entonces se acurrucaba entre sus padres y se ocultaba de la oscuridad. Ellos le dejaron hacerlo en vez de decirle que era demasiado mayor para tener miedo a la oscuridad, y el recuerdo la hizo sentirse más cercana a ellos, tanto que le dolió. ¿Podría alcanzarlos mientras estuviera así? Avanzó hacia la cama como una hoja al viento. Casi había llegado cuando vio el espejo del aparador. La cama y sus padres y la alfombra que conducía a la puerta aparecían en el espejo, pero no había ni rastro de ella.
Eso le arrebató su última sensación de sí misma. Se encogió como una imagen en un televisor que acaba de ser apagado, era arrastrada hacia un puntito por la nada del otro lado, y cuando más pequeña se hacía, menos fuerza tenía para resistirse. No había nada que la sujetara, nada para contradecir la ausencia de sí misma que le mostraba el espejo con frialdad helada, fijando su ausencia para siempre.
Entonces sus padres volvieron a moverse. Se separaron y se tendieron de espaldas, los rostros laxos. Parecían aún más indefensos, cada uno a solas en su sueño. Al menos la desazón que sintió consiguió contenerla en la habitación. Se apartó del espejo, lo descartó de su consciencia, y trató de sentir como si se dirigiera hacia la cama en vez de hundirse sin cuerpo. Estaba tan cerca de su madre que pudo ver lo secos que estaban sus labios entreabiertos, como temblaban tenuemente con cada inspiración. Pudo ver las venas esbozadas en la frente de su madre, bajo la piel que parecía frágil y gastada. Tras las largas pestañas, los ojos de su madre parecían demacrados, e incómodos con el sueño; una gota de humedad destellaba en una esquina. Rowan sintió la súbita urgencia de abrazarla y ser abrazada. Sin pensarlo, se inclinó para besar los labios de su madre.
Se detuvo justo a tiempo ante la inminente sensación de caer y ser incapaz de detenerse. ¿Por qué había tan poco de ella, cuando Vicky parecía tan real? No debía ceder a la sensación de ser rechazada, de carecer de cuerpo. Todo lo que tenía que hacer era conseguir que sus padres advirtieran que estaba aquí, porque entonces sabrían que la criatura que habían confundido con ella era otra persona.
Pero cuando intentó llamarlos no pudo oírse siquiera a sí misma. Intentó sentir que estaba de pie junto a la cama en vez de gravitando a su lado, por si eso la permitía extender la mano y tocarlos, pero no funcionó; ni siquiera pudo juzgar a qué distancia se encontraba, ya que no podía verse extender la mano. Si tocaba a su madre, podría hundirse en ella. La idea pareció cálida y reconfortante, casi de forma insoportable, pero no mantendría a salvo a su madre. Intentó gritar a sus padres y su indefensión, para que despertaran mientras estaba todavía allí.
Tratar de gritar sólo la hizo ser más consciente de que ya no tenía boca. Pudo sentir el espejo atrayéndola fríamente, la nada tras el espejo esperando para absorberla. Intentó aferrarse a la visión de la habitación encendida que solía ser su refugio. Recordó haberse acurrucado entre sus padres bajo las mantas y murmurarle a su madre, que siempre era la que despertaba; «Soy yo, mami. ¿Puedo quedarme con vosotros esta noche? Está demasiado oscuro ahí fuera. Tengo miedo». El recuerdo fue dolorosamente intenso, tanto que pudo oír su propia voz en su mente, la voz que no había oído desde hacía tanto tiempo.
—Soy yo, mamá. Sólo yo.
Y entonces el rostro de su madre se volvió hacia ella, los ojos fluctuando dentro de los párpados como si lucharan por ver. Las manos de su madre surgieron de las mantas y se extendieron torpemente hacia ella.
—Oh, Rowan, ¿eres tú, eres tú? —dijo con voz nublada por el sueño—. Creí que iba a volverme loca.