—Feliz Navidad, Rowan —dijo Edith, y Alison lo repitió en voz baja como una oración.
Sería una feliz Navidad, se asegurarían de que lo fuera. La familia estaba reunida al completo, al menos los que habían sobrevivido, y ése era el espíritu de la Navidad. Derek. sus padres y ella tenían el regalo que más habían deseado: Rowan, sana y salva. Hoy más que ningún día Rowan debía advertir cuánto la querían, como lo habrían dado todo por recuperarla la noche en que se perdió en Gales. Nunca debía sentirse no querida, y Alison sería feliz dedicando su vida a asegurarse de que nunca fuera así.
Edith tendió el gran paquete envuelto en papel de regalo, y la niña se alzó con un rumor de papel en el rincón donde había desenvuelto las novelas de Dickens que le había pedido a sus padres. Su movimiento, lento y gracioso aunque extrañamente vacilante, y su visión (sus ojos más distantes de lo que solían ser, el atisbo de un puchero en la forma de los labios que ahora adoptaban una expresión de constante insatisfacción, el pelo con la doble trenza) llegó al corazón de Alison, y quiso abrazarla como lo hizo la noche en que Derek la trajo de Gales, abrazarla hasta que la niña supiera lo preciosa que era. Pero la mirada de Rowan pasó indiferente sobre ella mientras se volvía hacia un ruido en la ventana.
Todavía estaba nerviosa, pensó Alison ansiosamente, ¿y quién no lo estaría después de lo que había visto aquella noche, hacía ya meses? Se volvió también hacia la ventana, pero no había nada más que el día gris y la lluvia helada que se convertía en escarcha, grandes cristales tristes que golpeaban el cristal y formaban canales en él. Desvió la mirada mientras Rowan cruzaba la habitación.
—Gracias, abuela —dijo Rowan.
Parecía más anticuada que nunca, ¿y no debería eso significar que volvía a ser ella misma? Vieron como desenvolvía el regalo, y Alison advirtió lo tensa que estaba la familia, deseando que Rowan disfrutara. Derek preguntó a Jo y Eddie si querían otra copa, y luego todos se pusieron a charlar, casi demasiado ansiosamente. Eddie aceptó un trago mientras Jo decía que ya se habían retrasado mucho.
—Oh, qué bonito vestido —declaró Rowan—. Gracias.
—Pruébatelo, querida —dijo Edith.
Rowan agarró el paquete y se encaminó hacia la puerta.
—No seas tonta, nena, puedes desnudarte delante de nosotros —exclamó Jo.
Eso produjo una mirada tan despectiva que se cubrió la boca e hizo una mueca, no lo bastante cómica para disfrazar su confusión. Rowan se dirigió escalera arriba.
—Déjala en paz, querida —murmuró Eddie a Jo—, deja que sea ella misma.
Derek dirigió a Alison una sonrisa triste que significaba que compartía sus esperanzas y miedos y los resquemores secretos que todavía casi estaban ahogados por su sensación de alivio. Haber recuperado a Rowan era todo lo que se atrevían a esperar, tal vez más de lo que tenían derecho. Si ya no era la niña que conocían la culpa era suya, pero algunas noches Alison apenas podía dormir mientras lloraba en voz baja y se decía que tenía que estar agradecida por lo que tenían.
Cuando oyeron bajar a Rowan, todos menos Paul y Mary se volvieron hacia la puerta. En cuanto llegó, las mujeres se pusieron a decirle lo mayor y elegante que parecía con el largo vestido bordado, y los hombres las imitaron con menos experiencia. Parecía espléndida, conmovedora, aunque Alison se acordó de Hermione, no sólo porque era el tipo de vestido que Hermione solía hacer, sino porque podía imaginar lo desazonada que se habría sentido su hermana al ver que Rowan se parecía cada vez más a Queenie.
—Sólo le han regalado libros y un vestido —protestó el pequeño Paul.
—Eso es porque es un poco mayor que tú —dijo Patty—. Juega con ella un ratito, Mary. Recuerda que te regaló todos sus cómics.
Parecía desconcertantemente menos madura que Rowan, sobre todo ya que forzaba a las niñas a jugar juntas. Mary parecía no tener ganas de acercarse a Rowan, ya que ésta la despreciaba.
—Creo que vamos a marcharnos —dijo Jo, y apuró su vaso—. Ya os hemos retrasado demasiado.
Alison contempló a sus vecinos dirigirse a su casa bajo la nevada. Cuando llegaron a cubierto experimentó una inesperada sensación de ansia, tan intensa que se volvió hacia la calle y el jardín. El frío, y la sensación de estar desprotegida, la hicieron temblar. Cerró la puerta rápidamente y recorrió el vestíbulo.
Derek y sus padres llevaban cuencos de verdura de la cocina al salón. Rowan miraba sus nuevos libros, y parecía impaciente, aburrida. Antaño habría ayudado a poner la mesa, pero no había ayudado en casa desde que regresó de Gales. Iban a tener que hablar sobre su falta de disposición, pensó Alison, pero hoy no.
—Vamos, Rowan, únete a la familia —dijo.
Para cuando sacó el pavo del horno, sintiendo el calor del plato penetrar el guante como un cuchillo sombrío, habían decidido dónde sentarse. Rowan pretendía sentarse en la cabecera de la mesa hasta que Edith se le adelantó con un chiste. Obviamente lamentaba aquello, y no ser servida la primera cuando Derek trinchó el pavo.
—Ya es suficiente para mí, gracias —le dijo, tan cortante que Edith le dirigió una mirada que habría sido acompañada de un audible reproche cualquier día excepto Navidad. Cuando Keith le sirvió un vasito de vino, le desconcertó diciendo—: Gracias, pero nunca bebo.
—Solías dar un sorbito que yo recuerde —dijo Keith, y frunció el ceño, tal vez preguntándose si su memoria se volvía senil o recordándose lo que ella había experimentado—. Brinda entonces con tu vaso de leche. Que todos nosotros tengamos prosperidad y felicidad en los años venideros.
—Prosperidad y felicidad —entonaron los adultos por encima del tintineo de los vasos, que produjeron eco en la lámpara, y Rowan asintió, como reconociendo su gratitud.
—Ahora tenéis ambas cosas, ¿no? —dijo Edith.
—Sí que es cierto —dijo Derek—, gracias a Eddie que nos ayudó a decorar la casa y a nuestro agente inmobiliario que nos encontró un contratista que le debía un favor. Y tengo un contable que vale mucho más que ese otro capullo, disculpadme; y Ken, que me debía todo ese dinero pagó justo antes de ir a los tribunales. Pero nadie habría mirado dos veces a la casa si no hubieras arreglado el jardín, Keith.
—Sólo hice la planificación, viejo amigo. Tú hiciste casi todo el trabajo.
—Necesitaba distraerme de los libros de contabilidad. Será bueno volver a Liverpool, y no te importará volver a cambiar de colegio, ¿verdad, nena?
Rowan alzó la cabeza cuando advirtió que se dirigía a ella.
—No me importa. No tengo amigos en éste.
—Bueno, pues asegúrate de encontrar a alguien en Liverpool —gimió Edith.
Rowan la miró con una expresión vacía no demasiado distinta a la hostilidad, y Edith retiró la mirada.
—Tal vez ahora que os va bien —le dijo a Alison—, debería sacar las labores de costura que compré cuando Rowan venía de camino.
—Cuando nos hayamos instalado, ¿quién sabe?
—Me gustaría tener una hermanita, mami —dijo Rowan—. Espero que sea como yo.
Al menos ahora estaba más dispuesta a llamar a Alison mami. Cuando regresó de Gales, fue envaradamente formal (aunque Alison no podía reprocharle nada después de lo que había oído), y luego empezó a decir «mami» y «papi» con lo que parecía ser un tono de oculta diversión, que a Alison le dolía aún más. Ahora parecía tan inesperadamente ansiosa que Alison se sintió confundida, y perdió el control.
—Me gustaba tener una hermana —dijo, y estuvo a punto de echarse a llorar, hasta que advirtió qué era lo que le recordaba Rowan.
Pensó en Hermione, muerta por ser protectora hasta el final, tendida en la tumba abierta mientras el viento de la noche se cebaba en ella, y Derek le frotó las manos para que mantuviera la calma. Poco después, Keith se aclaró la garganta.
—Sé a qué estás esperando, Rowan. Es hora de que abramos los petardos sorpresa.
Ella tiró de uno con él, como si le hiciera un favor, y se puso el sombrerito de fiesta que contenía. Su cara inexpresiva bajo la corona de papel angustió a Alison, que recordó a Julius, el niño anciano que ocupaba la habitación aparte en el hospital. Tal vez la visión abrumó también a Edith.
—¿Corremos las cortinas? —dijo bruscamente—. Tengo frío.
La nieve de la ventana perdía su forma en el momento en que caía. Alison corrió las cortinas y volvió a la mesa, donde la conversación se hacía forzosamente alegre. Rowan observaba a Keith limpiarse la salsa de la barbilla, observaba a Derek coger un muslo de pavo para roerlo, y su desdén era casi palpable. Podría haber sido un monarca tolerando a sus súbditos, pensó Alison angustiada: una reina con una corona de papel.
Después del pudín, Rowan ayudó a llevar los platos a la cocina, después de que Edith recalcara que debía hacerlo. Más tarde jugaron al monopoly. A Alison le había gustado siempre jugar a juegos de mesa con la familia, pero ahora Rowan escrutaba los movimientos de todo el mundo como si sospechara que fueran a hacer trampas, y recibía cualquier penalización que tuviera que pagar con un resentimiento que parecía casi peligroso. Alison se entristeció al advertir que se alegraba de que fuera la hora del baño de Rowan, pues el día la había dejado exhausta.
Desde que Derek la trajo a casa desde Gales, Rowan había insistido en que la dejaran sola en el cuarto de baño. Edith arrugaba los labios cada vez que oía a la niña correr el cerrojo de la puerta, y estuvo visiblemente intranquila hasta que Rowan bajó las escaleras, con el pelo cepillado y brillante.
—Déjame hacerte los honores esta noche y leerte tu historia para dormir —dijo Keith.
En cuanto subió la escalera detrás de Rowan, Edith cerró la puerta del salón.
—¿Habéis pensado en llevarla a un médico?
—Lo hicimos cuando la traje de regreso —dijo Derek—. Se sorprendió de lo bien que estaba.
Entonces no la conocía.
—Me parece que está bien.
—¿Cómo puedes decir eso, Derek? ¿Qué ha sido de ella? Sé que tiene que crecer, pero nunca creí que fuera a volverse tan parecida…
—Ha tenido que crecer, mamá, eso es todo —interrumpió Alison—. No puede ser siempre un bebé, ¿no? Eso es lo que Queenie intentó hacer con Hermione y conmigo, y no queremos ser como ella.
—Pero Rowan era una niña feliz. Llámame exagerada, pero no me gusta que se encierre en el baño, sobre todo si allí hay cosas afiladas.
—Edith, querida, eso es lo último de lo que tenemos que preocuparnos —dijo Derek—. Todavía está afectada por lo sucedido, pero reconozco que nunca he visto a nadie que quiera vivir más que ella.
Seguro que esa voluntad de vivir compensaba su hosquedad y su distanciamiento, intentó tranquilizarse Alison. Además, en ocasiones parecía más como era antes, lo que podría significar que estaba olvidando, aunque ninguno de ellos sabía exactamente qué tenía que olvidar: Alison estaba de acuerdo con el doctor en que tendrían que darle tiempo. Cuando Derek la encontró bajo el sauce, los binoculares oxidados y rotos a sus pies, tal vez llevara horas escondida. Debía de haber roto los binoculares furiosa con Vicky por haberla llevado allí, o por haberla abandonado, y Alison se alegraba de que no hubieran tenido más noticias de aquella niña desde entonces. Hizo todo lo posible por persuadir a Edith.
—No la dejéis sola mucho tiempo, no sea que se convierta en alguien a quien no conocéis —dijo Edith.
—No lo he hecho, ¿no? —le recordó Alison, deseando que sonriera, y se volvió hacia Keith mientras éste entraba.
—Se quedó dormida mientras le cantaba —dijo él.
—Yo hacia eso a veces, ¿recuerdas? —dijo Alison.
Sirvió una copa para todos, y luego subió a comprobar que Rowan no tenía pesadillas. Extrañamente, dormía mejor desde su regreso: ya no hablaba en sueños. Ahora parecía estar profundamente dormida, boca arriba en la almohada con el pelo extendido, las largas pestañas cubriendo sus párpados, los labios entreabiertos, los dedos entrelazados sobre el pecho. Alison le cubrió las manos con la sábana y se inclinó para besarla.
La noche llamó a la ventana con uñas derretidas, y Alison vaciló, hundiéndose en la almohada a cada lado de la cara de Rowan. Por un momento pensó que Rowan no estaba durmiendo, sino observándola, o al menos consciente de su presencia. Peor aún, la perspectiva de besar a la niña la había hecho temblar. Miró el rostro suave y sereno y se inclinó para hacerlo como si la hubieran agarrado por el cuello, y plantó un beso en la frente de Rowan.
Susurró buenas noches y bajó la escalera muy despacio, sintiendo vergüenza de enfrentarse a su familia. Parecía que la preocupación por como la odisea de Rowan podría haberla afectado la había hecho ignorar como la tensión la había afectado a ella. Tendría que vigilar sus sentimientos. Si iba a imaginar cosas sobre Rowan, tal vez necesitaba tratamiento. No importaba lo que le sucediera mientras Rowan estuviera a salvo.