En cuanto la estación quedó perdida en la niebla, Rowan ocupó el asiento más cercano. Quienquiera que hubiese cerrado la puerta desde fuera no podía verla ahora. Había eludido a Vicky y a lo que fuera que la había seguido desde Gronant. Estaría a salvo hasta Chester, donde tendría que cambiar de tren.
Los asientos marrones y ajados se bamboleaban con la tenue luz que colgaba como escarcha de las sucias ventanas. El tren olía a humedad y a vejez. Por lo que podía ver, estaba sola a excepción del maquinista. Los vagones se sacudían delante y detrás más allá de las puertas de conexión, como si intentaran enderezarse, y la hicieron sentirse inestable. Podía confiar en el tren, pero deseaba saber adonde iba, deseaba que la niebla le permitiera ver aunque fuese un atisbo de su casa.
Intentó limpiar la ventana, pero aunque trató de respirar sobre el cristal no consiguió dejar ninguna marca. La suciedad estaba en el exterior, y más allá se encontraba la niebla. Manojos de hierba húmeda asomaban en la bruma, esbozando prados y un campo de golf, y luego la bahía apareció junto a la vía del tren y la acompañó durante varios kilómetros. La última vez Rowan pudo ver Waterloo, pero ahora sólo estaba el mar, grises olas viscosas que parecían hinchadas por la niebla. Sentía como si los nombres familiares, Waterloo y Crosby y Bootle y Seaforth y Litherland hubieran sido borrados por el clima. Pronto, los prados empujaron al mar para que fuera tragado por la niebla.
Asomarse al cristal había hecho que el tren pareciera plano, delgado como un cartón, tan temblequeante que parecía a punto de reducirse a la nada. Hizo a Rowan sentir que apenas estaba allí, en ninguna parte, en peligro de ser incapaz de apartar el recuerdo de la noche anterior, la pesadilla que tenía que olvidar hasta que estuviera a salvo en casa. Incluso cuando los matorrales asomaban entre la niebla, las hojas verdes volviéndose amarillas, anaranjadas y rojas, no parecían más reales que una película proyectada sobre la pantalla de la ventana. La proa de un barco se alzó sobre el tren, la quilla varada en la hierba húmeda. Era un restaurante al que Hermione había prometido llevarla cuando fuera mayor. Un momento después, se replegó en la niebla como si nunca hubiera estado allí.
Entre la niebla asomaron edificios en el lado de las vías apartado del mar, formas marrones sin ventanas que parecían cartones con una idea demasiado elevada de sí mismos. Tras ellos divisó luces en la carretera por la que su padre la llevaba a casa de Hermione, y entonces la carretera quedó oscurecida por casas con largos y estrechos jardines oscuros como el moho, rodeados por paredes de ladrillo. Las ventanas encendidas mostraban escenas neblinosas como los anuncios de televisión: un hombre frotándose la cara recién afeitada, una mujer meciendo a un niño junto a una cuna, un viejo pasando de habitación en habitación y encendiendo todas las luces. Era demasiado temprano para que los niños estuvieran levantados, pensó, ¿no querría saber alguien que subiera al tren en Flint por qué lo estaba ella? El tren llegó a la estación, y Rowan se estaba preguntando si debería esconderse en el lavabo cuando advirtió que no se detenía. Atravesó el esbozo a tiza de la estación y se internó en la niebla.
Mientras se detuviera en Chester, no tenía que preocuparse por nada más. Un chatarrero cubierto de niebla pasó velozmente, una motocicleta la miró desde la oscuridad, árboles goteantes pelados por el otoño se acercaron, edificios que parecían perdidos en el mar se hundieron en la niebla. Las casas se apiñaban junto a la vía mientras el tren se acercaba a Shotton, y sonó el silbato en la estación. Sólo Chester importaba, se dijo Rowan, pero ¿y si el tren no llevaba pasajeros tan temprano? ¿Y si no empezaba a recogerlos hasta que hubiera pasado Chester? Apretó la cara contra el cristal mientras el tren se dirigía a Shotton, y deseó que se detuviera allí también, sólo para tranquilizarse. Las casas pasaron de largo, haciendo sitio al andén de color de niebla. El tren no se detuvo; nadie esperaba. Rowan se sentó, frotando su cara para intentar librarse de la sensación fría y plana de la ventanilla, y una figura se abalanzó hacia ella desde el andén, dejando un reguero de niebla.
Sólo vio un atisbo mientras el tren pasaba, una figura con uniforme gris y el pelo gris ondeando sobre sus hombros. Se alegró de que el tren no se hubiera detenido después de todo. Entonces, cuando el vagón se sumergió bajo un puente al final del andén, oyó una puerta cerrarse en la parte trasera del tren.
Seguro que nadie había podido subir con esta velocidad, pero había alguien allí atrás. Rowan se acurrucó en el asiento y miró alrededor, a través de las puertas. La niebla fluía a ambos lados, borrando postes de telégrafos y grises parches de hierba. No pudo ver ningún movimiento tras la puerta a excepción del bamboleo de los vagones. Se apartó del asiento, que parecía suave y húmedo, y se dirigía al pasillo cuando vio una figura venir hacia ella.
Llevaba un uniforme oscuro con gorra. Al principio, eso fue todo lo que Rowan pudo ver mientras su mente giraba llena de pánico, diciéndole que corriera y se ocultara, que mirara, corriera y se ocultara… Los dos vagones que había entre ella y la figura parecieron encogerse alrededor de su visión, retorciéndose mientras se sacudían adelante y atrás. Debe de ser el revisor, pensó, y ha estado en el tren todo el tiempo. Si no la dejaba telefonear a sus padres, él mismo los llamaría, y ellos prometerían pagar su billete. ¿Por qué entonces su pánico crecía mientras veía a la figura recorrer el vagón que parecía ansioso de luz, moribundo por su falta? Se movía casi como un mono, agarrándose a la parte trasera de los asientos a cada lado y bamboleándose por el pasillo, su largo pelo gris asomando bajo la gorra de plato. Llegó a la primera de las puertas, y Rowan vio que se agarró al cristal antes de conseguir abrirla. Avanzó hacia el siguiente vagón, y vio la cara bajo la gorra. A pesar del pelo enmarañado que le caía sobre los hombros, tenía la cara regordeta de un niño.
Tal vez era tan vieja que parecía de nuevo la de un niño; tal vez por eso la cara redonda, pálida como el vientre de un caracol, era fofa y babeante. Rowan sólo sabía que era la suma de todo cuanto la aterraba. Vio indefensa como se acercaba, alzando las piernas para que viera sus finos tobillos desnudos, blancos y manchados como de moho, por encima de los zapatos que parecían en peligro de desprenderse cada vez que se movía. Vio con cuánta delicadeza tenía que agarrarse a los asientos, porque sus uñas negras eran casi tan largas como sus dedos. Estaba ahora a unos cuantos asientos de distancia, demasiado cerca para que pudiera escapar aunque lograra moverse. Entonces la miró directamente, y sus pequeños ojos rosáceos se iluminaron cuando una sonrisa perversa asomó en su boca sin dientes.
Rowan sofocó un grito y corrió hacia el fondo del vagón, y casi cayó de bruces. Huyó por el pasillo, no tanto apoyándose en los asientos como esquivándolos. Casi volvió a caerse cuando saltó hacia la puerta del siguiente vagón antes de que estuviera a su alcance. El movimiento del tren la ayudó a abrir la puerta, y miró hacia atrás, aterrorizada, para ver cuánta distancia había ganado. El rugido del tren debía de haber bloqueado el ruido de las otras puertas, pues la cara de bebé le sonreía bajo la gorra encaramada a su pelo revuelto y se lamía los labios con su lengua hinchada y raposa, casi a punto de tocarle.
Esta vez no pudo ni siquiera gritar. Se abalanzó a la rugiente abertura entre los vagones, se tambaleó en el estrecho pasillo cuando el coche siguiente se movió y quedó desnivelado con el suyo, y atravesó la puerta, agarrando el picaporte interior con las dos manos cuando el tren volvió a cerrarla. Apoyó todo su peso en el picaporte para mantener la puerta cerrada, pero parecía como si fuera a descolgarse en cualquier momento. Rezando para que la puerta aguantara, alzó la cabeza sin querer y miró a través del cristal.
La cara de bebé estaba apretada contra la ventanilla de la puerta. La lengua negra asomaba en la boca sonriente y se rebullía contra el cristal. La gorra había resbalado hacia adelante, casi ocultando los risueños ojos. Sólo quería asustarla, se dijo Rowan desesperadamente, igual que Vicky. Pensó en escapar de algún modo, en poder salir del tren como lo hacía a través de los binoculares, y se aferró al picaporte como si eso la ayudara a resistir la tentación. Entonces vio las largas uñas resquebrajadas cerrarse en torno al borde de la otra puerta, y un segundo después el vagón quedó a oscuras.
Una pared se había cerrado alrededor del tren, altos muros cincelados llenos de humedad y hierbas. El tren corría hacia Chester. Si podía mantener la puerta cerrada hasta que llegara a la estación, seguro que estaría a salvo… pero recordó lo que se extendía entre la pared y la estación cuando el tren se zambulló en el túnel.
Rowan cerró con fuerza los ojos y agarró el picaporte con tanta fuerza que no pudo distinguir sus manos del metal. En mitad del rugido hueco del tren oyó un sonido deslizante, y entonces algo pálido se apretujó contra su cara. Era de día, lo que significaba que el tren había salido del túnel, pero el túnel era sólo el primero de los dos. El segundo debía de ser más largo, porque todavía estaba en la oscuridad cuando la puerta empezó a resbalar de su asidero.
Intentó volverse fuerte como la piedra, rezó para poder serlo hasta que el tren llegara al andén, pero la puerta se abría con horrible lentitud, y ya no podía sujetarla por más tiempo. Se esforzó por cerrar la puerta contra los largos dedos que sabía estaban asomando como arañas por el borde. Podían alcanzarla, agarrarla mientras la cara de bebé se aplastaba contra el cristal hasta que estuviera dispuesta a arrastrarla a su abrazo. De repente quiso dejarlo, bien la puerta o su lucha por no hacer lo que Vicky quería: lo habría dado todo por estar en otro lugar, pero advirtió que no sabía cómo. Entonces la gris luz del día inundó sus ojos cerrados mientras el tren continuaba su avance y la puerta escapaba de sus manos.
Se sintió caer a ciegas, y trató de agarrarse a cualquier cosa que pudiera sujetarla: algo suave, cubierto de tela. Pensó que nunca se atrevería a abrir los ojos, pero cuando lo hizo descubrió que se había agarrado al respaldo de un asiento. Estaba frente a las puertas, que habían vuelto a cerrarse. No había rastro de su perseguidor excepto una mancha gris babeante donde su boca se había apretado contra el cristal. Huyó hacia la siguiente puerta que la llevaría al andén… si el tren se detenía.
Las furgonetas de correos brillaban como si hubieran sido pintadas de rojo esa mañana, y entonces la estación apareció a la vista. El tren reducía velocidad. Rowan rezó para que se detuviera, con tanta fuerza que no podía pensar con palabras. La niebla revoloteaba sobre los andenes, donde pudo ver figuras difusas, la mayoría de uniforme. La visión amenazó con paralizarla. En cuanto el tren quedó a la altura del andén, saltó.
Tuvo que correr por el andén, temerosa de perder el equilibrio, y parecía más seguro no dejar de hacerlo. Dejó atrás las figuras uniformadas sin atreverse a mirarlas, pero ellos parecieron no advertirla. Nadie recogía los billetes en la barrera. Esquivó el kiosco cerrado y salió a la calle tras dirigir una rápida mirada hacia atrás para asegurarse de que no la seguían. Tras la estación, unas escaleras conducían a una carretera sobre las vías, y un cartel que brillaba cubierto de rocío indicaba el camino a Liverpool al otro lado del puente. Rowan corrió hacia lo alto de las escaleras, contempló la calle desierta ante la estación, y luego cruzó corriendo el puente.