Había un motivo por el que Rowan no quería despertar, aunque no podía recordarlo. Intentar pensar en ello podría despertarla antes de que supiera qué era. Era mejor estar aquí tumbada en la oscuridad y volver a dormir hasta que se hiciera de día y fuera seguro empezar a recordar… Era mejor estar sumergida en la oscuridad cuanto pudiera e ignorar su incomodidad, fuera lo que fuese. Una parte de ella sentía una amenaza de incomodidad, pero tal vez podría acomodarse lo suficiente para no despertar. Movió los brazos torpemente, lo suficiente para palpar la cama.
No era su cama. Era dura e irregular, y muy fría: parecía que se había quedado sin mantas. Iba a despertar en una cama que no era la suya, pensó con aprensión, no podría correr en busca del consuelo de sus padres, pero entonces tenía que ser la cama de la casa de Hermione, y podría acudir a su tía mientras recordaba la pesadilla que la preocupaba. Pensar en Hermione hizo que la pesadilla gravitara sobre ella, y la rechazó, despertando de inmediato.
Y entonces intentó acurrucarse en la oscuridad, pero no pudo ocultarse de todo lo que veía. No estaba en la cama, sino tendida en la hierba helada. A unos cuantos metros de distancia se alzaba un sauce. Una farola brillaba a través de sus ramas desde la acera situada tras los raíles. Finas franjas de luz se extendían sobre la hierba; aquí y allá aparecían cruces y piedras rectangulares, que parecían emitir luz gris. Estaba en el cementerio. La pesadilla era real.
Quiso esconderse desesperadamente, aunque todavía no recordaba de qué, pero se sentía pegada a la tierra. Consiguió alzar la cabeza, y vio la cruz de granito junto a ella, la cruz con la que había tropezado y la había dejado inconsciente. El recuerdo la permitió extender la mano y palparse la cabeza, que no estaba tan magullada como temía. Entonces recordó de qué huía, y retrocedió llena de pánico, acurrucada a la sombra de la cruz.
La tumba abierta ante ella ya no brillaba. Largas sombras se sacudían en el borde de tierra al pie de la zanja. Rowan dio un respingo antes de advertir que no veía dedos surgir por el borde de la tumba, sólo fragmentos de luz a través de las inquietas ramas del sauce. Pero algo se había movido allí antes. ¿Y si había salido mientras estaba inconsciente y ahora se hallaba más cerca de ella de lo que creía?
Tanteó en busca de la cruz, como si agarrarse a ella pudiera salvarla. En cambio, sus manos se hundieron en la tierra, debajo de la cual debía de haber algo como el cuerpo retorcido que había visto moverse. Se abalanzó hacia adelante, apartándose de la ansiosa tierra, dirigiéndose a la tumba abierta. Tenía que ver lo que había allí, no podía detenerse. Se detuvo antes de resbalar por el borde de tierra excavada, y miró.
La linterna estaba casi agotada. Rowan tuvo que asomarse a la zanja, los dedos hundidos en la tierra levantada, antes de asegurarse de lo que veía. Rezó para que estuviera equivocada, aunque distinguía la cara vacía de Hermione, contemplando la luz como si esperara a que se gastara por completo. Por favor, no estés muerta, suplicó Rowan, por favor Dios no dejes que esté muerta, y entonces advirtió lo que su pena le había impedido ver. El cadáver de Hermione era el único cuerpo que había en el ataúd. Temiendo gritar y revelar que estaba allí, corrió hacia la verja.
Mientras esquivaba el sauce y las lápidas, miró temerosa a su espalda, y entonces recordó que también tenía que tener miedo de Vicky. Como poco, Vicky tenía que haber sabido lo que sucedería, había traído aquí a Rowan para que lo viera, y la miró triunfante cuando se produjo. Fuera quien fuese Vicky, Hermione tenía razón respecto a ella, y ahora Hermione estaba muerta.
La farola no fue ningún refugio. La luz parecía sin vida, una con el cementerio que iluminaba, de forma innatural, las lápidas de neón, la hierba petrificada. Atravesó corriendo la verja y subió la colina en dirección a las casas. Sentía como si pesara menos de lo que debería, tal vez porque ya no tenía los binoculares. Vicky debía de habérselos quedado. Vicky dijo que había intentado ponérselo fácil, lo que presumiblemente significaba que ya no iba a hacerlo. En la cima de la colina, los árboles se curvaron hacia ella como si quisieran arrojarla hacia la boca de oscuridad cuya lengua torcida era la carretera. Pero había casas junto a la siguiente farola. Mientras huía hacia aquella luz, se sintió tan aturdida que apenas pudo creer que estaba corriendo.
Cuando llegó a las casas, se sintió más sola que nunca. Las luces del porche hacían que los jardines fueran fosos de sombra, aislando las casas en islas de luz, advirtiéndola de que no traspasara. Un perro gimió y rugió cuando Rowan corrió colina abajo, aunque no había advertido que estuviera haciendo ningún ruido. Sabía que no debía acudir a extraños, ni siquiera para pedirles que llamaran a sus padres como ansiaba, pero conocía a Gwen y Elspeth, un poco. Debían de estar preguntándose dónde estaba. La idea la llenó de una inesperada culpa que la hizo correr con más fuerza.
Pero el coche francés no estaba ante la casa de Gwen y Elspeth. Estarían buscándola. Se preocupó al advertir que se sentía más tranquila ahora que no tenía que decirles nada de Hermione, pues no podía dejar de sospechar que si hubiera oído las advertencias de su tía respecto a Vicky, Hermione tal vez estuviera todavía viva. Seguro que los padres de Rowan no tenían que saber de Hermione inmediatamente, seguro que estaban preocupados por ella y se alegrarían de tener noticias suyas. Estaban en algún lugar en la difusa franja de luz que brillaba al otro lado de la bahía, y podía llamarlos desde la cabina de Gronant.
Los matorrales se agitaban a cada lado mientras corría colina abajo, esquivando las sombras. La siguiente curva le permitió ver la cabina roja, entre la oficina de correos, cuya ventana estaba llena de comida para animales y polvos de talco, y la Taberna de Gronant. Ya estaba oyendo la voz de su madre. No importaría que estuviera enfadada o aliviada o ambas cosas: su padre y ella la echarían de menos ahora, a pesar de lo que habían dicho cuando no sabían que los estaba escuchando. Pero se detuvo a unos cuantos metros de la cabina. Había alguien dentro.
Las docenas de ventanitas estaban cubiertas de blanca escarcha o por la luz de la farola, pero pudo ver que la persona que estaba en el interior era muy alta. No debía echar a correr porque cuando la puerta se abriera estaría sola en la calle desierta, o porque sintiera que la observaban a través del cristal. Retrocedió. La mancha larga, fina y oscura que debía de ser la cabeza siguió su movimiento. Ahora vio que la figura era casi tan alta como la cabina. Imaginó como sería la cabina si la colocaran tumbada en la acera, la forma alta y fina tendida en su interior, dispuesta a enderezarse y mostrar su rostro, y entonces gimió aterrorizada y huyó cuesta abajo.
La carretera se hizo más empinada, las curvas más cerradas. Se retorcía entre altas paredes de jardín que contenían las luces de sus casas. Rowan miró hacia atrás, temiendo ver la sombra de una figura rodear una curva, pero no vio ningún movimiento cuando llegó a la carretera de la costa al pie de la colina.
La carretera se extendía en ambas direcciones en la oscuridad, entre las colinas que se convertían en montañas a su espalda y los campos que se extendían hasta el mar. La luz del otro lado de la bahía había empezado a cubrirse de niebla. El viento nocturno la atravesó como un escalofrío interminable. Contempló tristemente el cartel al otro lado de la carretera. Fflint se encontraba hacia las distantes luces, pero tenía que huir de ellas, ir a Prestatyn. Allí era donde estaba la estación de tren más cercana.
Miró de nuevo las luces de Gronant, temerosa de dejarlas detrás y al mismo tiempo de ver una sombra arrastrándose por la colina o abalanzarse hacia ella. Se obligó a avanzar hacia la carretera de la costa. Si todavía tuviera los binoculares podría ver su destino. Se imaginó planeando sobre la bahía, y por un momento sintió que en efecto podía hacerlo, incluso sin los binoculares. Descartó aquel pensamiento y se internó en la oscuridad.
Los setos se alzaron poco después a ambos lados, ocultando el tenue brillo de las colinas y campos. Se alzaban sobre ella parches de follaje que cubrían la carretera como si el negro cielo se hubiera desplomado igual que un edificio viejo. Cada vez que las hojas se agitaban, le parecían un objeto ajado que se rebullía en una caja. Habría querido correr hacia el centro de la calzada, pero su madre siempre le decía que no caminara por la carretera.
Por fin los setos dieron paso a los árboles de los terrenos de un hotel. El hotel estaba oscuro. Si las puertas hubieran estado abiertas y las luces encendidas, habría solicitado un teléfono. Había advertido demasiado tarde que tal vez Gwen esperaba en casa mientras Elspeth la buscaba. ¿No sería más rápido regresar que continuar hacia Prestatyn? Temblaba, temiendo elegir mal, cuando oyó un coche.
No debía intentar hacer autoestop. Si el coche se detenía, no debía entrar en él ni acercarse. Casi se sintió aliviada cuando vio que venía de Prestatyn. Se agazapó en la carretera de acceso al hotel mientras el coche reducía velocidad. El conductor no la había visto: se detenía para llegar al cruce. Cuando el coche se internó en la carretera, las luces se extendieron hacia Gronant. Antes de que desaparecieran, Rowan vio movimiento en la carretera.
Fue sólo un atisbo, pero pareció saltar hacia ella. Una figura se arrastraba en el límite de las luces. Parecía usar una mano para arrastrarse por el asfalto mientras sujetaba a su cabeza algo gris, como una peluca. De todas formas, se acercaba velozmente. Con un grito que su miedo pareció apagar, Rowan escapó del hotel, donde no creía poder encontrar refugio alguno, y se internó en la oscuridad.
Le pareció que huía durante horas hacia el falso amanecer sobre Prestatyn, y perdió la cuenta del número de veces que se volvía hacia atrás. Los setos arañaban el aire como si no consiguieran alcanzarla, pero ella no podía distinguir nada fuera de la carretera. Apenas creía avanzar más allá de las colinas y los prados; era como si la vasta noche desierta la sujetara. En todo caso, la noche pareció incluso más profunda cuando el brillo de la ciudad empezó a teñir los campos. Por fin la carretera giró hacia un puente sobre la vía del tren. Rowan corrió desesperadamente hacia el puente y miró atrás. El brillo oscuro de la carretera seguía vacío hasta donde podía ver, aunque las luces de la ciudad no parecían demasiado tranquilizadoras.
A su izquierda, una calle llena de residencias corría paralela a la vía del tren. Recordó haber paseado por la ciudad con Hermione: tal vez el recuerdo hacía que los pequeños hoteles parecieran tan vacíos y fríos bajo la luz implacable. Recordó los carteles en inglés, pero ahora estaban todos en galés, y el único que comprendía (Y Ffrith, la playa), no le servía de nada. Se sentía abandonada en un país extranjero, marcada por la luz como si no perteneciera allí, pero delante había una conexión con el mundo que conocía: una cabina telefónica.
Se estaba buscando cambio en los bolsillos cuando vio que la cabina sólo aceptaba tarjetas de plástico. Rebuscó frenéticamente. Tenía todo el dinero que le había dado su padre para que lo gastara en Gales, pero debía de habérserle caído en la tumba. No tenía dinero para el tren.
No había otro sitio al que ir más que la estación. Seguro que el personal la dejaría llamar a casa o lo haría por ella. Estaba bien hablar con desconocidos si iban de uniforme: se sabía qué clase de personas eran. Recorrió las calles sin vida hasta el siguiente puente, junto a la zapatería. Le parecía que se llamaba la Tienda Pies Cómodos de la Estación, pero ahora el cartel estaba en galés. Las zapatillas abrían la boca contra el interior del escaparate como pares ciegos de ojos de Mickey Mouse. Rowan se dio la vuelta y divisó las palabras British Railways a la entrada del puente.
Casi se sintió en casa hasta que leyó el cartel. Mae British Railways Boradyn hysbysu drwy hyn nad eu cyfrifoldeb hwy yw’r llwybr hwn. Ya no quería ver a nadie de uniforme; tenía miedo de que le hicieran preguntas que no significaran para ella más que el cartel. Tuvo que obligarse a subir los temblorosos tablones del puente.
Más allá, unas cuantas calles de casas pequeñas y tiendas conducían a la reunión de cielo negro y negras montañas. Incluso la parada de taxis que atendía la estación estaba desierta. La calle principal estaba más iluminada que el pequeño andén de la estación, pero se sentía exhausta. Se internó en la plataforma y miró al anuncio que colgaba sobre la taquilla. ¿No sería Caer Chester? Se sentó en un banco en el lado de Chester del andén, dando la espalda a un horario en galés.
No podría dormir, aunque se hubiera atrevido a intentarlo. Estaba tan agotada que había llegado más allá del cansancio. Se habría quedado mirando la línea por donde el tren debería aparecer, pero ahora tuvo tiempo de temer que la cosa que había visto en la carretera viniera arrastrándose desde la dirección opuesta, agarrando lo que hubiera encontrado para cubrir su cabeza pelada. Cada vez que los columpios del patio de recreo situado junto a las vías se agitaban, Rowan alzaba nerviosamente la cabeza, pero Vicky no estaba allí. Intentó imaginar como la abrazarían sus padres cuando llegara a casa, pero la noche parecía tan implacable que pensó que no iba a terminar nunca.
Debieron de pasar horas antes de que la oscuridad empezara a cambiar, a hacerse más pálida, cortando las vías. Para cuando advirtió que se trataba de niebla, se había mezclado con el amanecer con un tono gris que bajaba de las montañas y se cernía sobre la ciudad. Pronto la cubrió por completo, aislándola en el andén con unos pocos metros de vía a cada lado. Si había alguna actividad en las calles, no podía oírla. Si algo se ocultaba de ella tras la pared gris que parecía una ceguera persistente, no lo sabría hasta que fuera demasiado tarde.
Por fin oyó un sonido, un leve susurro que se convirtió en un gemido que se aproximaba. No pudo decir de dónde venía hasta que la gran cara del tren surgió de la niebla. Se agazapó alrededor de la taquilla por miedo a que el maquinista la viera, y se apretujó contra un cartel mojado de rocío.
El tren se detuvo, chirriando, y se produjo el silencio. El tren debería llevarla a Chester, pero ¿cómo podía estar segura? Tendría que haber acudido al maquinista y contarle su problema, pero no podía desprenderse del miedo a los extraños, aunque fueran de uniforme. Se acercó de puntillas a la esquina del edificio y vio que la puerta de un vagón estaba abierta hacia la mitad del tren. Las ventanas estaban grises por la humedad, y sólo pudo rezar para que el vagón estuviera vacío. Corrió hacia la puerta abierta y se introdujo en ella, y se escondió entre los ajados asientos.