21

En cuanto se encontró fuera de la casa, Hermione se frotó la frente con los nudillos. Tendría que haberse quedado observando desde fuera hasta que todas estuvieran dentro, no tendría que haber entrado. Estaba segura de que habían visto lo nerviosa que estaba; casi se había dejado llevar por el pánico cuando Elspeth insistió en llevarla al hotel. Pero ahora estaba fuera, y las mujeres escuchaban a Rowan… seguramente todavía lo hacían, aunque Hermione no podía oírla. Recorrió velozmente el sendero de piedra, secándose las manos húmedas en el abrigo, e hizo todo el ruido posible al cerrar la verja; luego se marchó de puntillas y rodeó la casa.

El sendero que allí había parecía compuesto de pizarra suelta. Era un pavimento endiablado, se dijo, y dio un paso, tan vacilante que se tambaleó contra la casa. Se apoyó en la pared encalada mientras se dirigía al jardín trasero. La luz de la casa de al lado inundaba el jardín con la sombra del seto, pero pudo distinguir el cobertizo al otro lado del césped. Era el único sitio en Gronant donde sabía que había una pala; Elspeth contaba a menudo que cavaba en el jardín. Pisó el cuidado césped y un perro ladró.

Hermione se apretujó contra la pared de la casa. El perro estaba iluminado, junto a un par de ventanas francesas. Si alguien abría las cortinas la vería aplastada contra la casa como una mosca. Gwen o Elspeth podrían asomarse a la ventana de la cocina que tenía al lado, ¿y qué dirían entonces? Se estremeció y se llevó los puños a la boca antes de que estallara en una risita histérica. El perro se había calmado. En cuanto controló su arrebato, Hermione cruzó la hierba.

La linterna que llevaba en el bolsillo le golpeó el muslo mientras se dirigía al cobertizo. Descorrió el cerrojo de la puerta con dedos que parecían hinchados y rígidos. Las bisagras estaban tan bien engrasadas que la puerta se abrió más rápido de lo que esperaba. El perro hizo un ruido con la garganta. Hermione se adelantó y escrutó la oscuridad. Al fondo, a mano izquierda, flanqueada por un rastrillo y una horca, había una pala.

Cuando entró en el cobertizo, las herramientas se sacudieron. Sí caían, el perro empezaría a ladrar. Cruzó el suelo de madera y agarró las tres asas. Se puso de nuevo al borde de la histeria, porque al principio no pudo distinguir qué mango pertenecía a la pala. Palpó hasta que sintió el borde de la cabeza, que estaba atrapada bajo las otras herramientas. Se dispuso a soltar el rastrillo y la horca, obligándose a tomarse su tiempo, y entonces se detuvo. La estaban observando.

Se obligó a mirar hacia la casa. La ventana de la cocina estaba apagada, y estaba segura de que las cortinas no se habían movido. La observaban desde la oscuridad, muy cerca, porque había advertido el peligro que corría Rowan. Liberó la pala de las otras herramientas, casi golpeando el mango contra el techo, y luego pisó de puntillas los tablones de madera, cerró la puerta, introdujo temblorosamente el cerrojo en su sitio, cruzó el césped y se escondió junto a la casa, fuera del alcance de la luz, mientras decidía cómo esconder la pala.

No había espacio bajo su abrigo. Apretó la fría cabeza contra su pecho y cruzó las manos sobre la herramienta, y descubrió que podía caminar, aunque no tan rápido como le habría gustado. Se mantuvo dentro del sendero y salió por la verja. Dirigió una última mirada nerviosa a la casa y deseó que Rowan estuviera leyendo, luego abrazó la pala y se dirigió presurosa a la carretera principal.

Los árboles cubrían de sombras la acera y hacían que la oscuridad acechara en los jardines mientras ella ascendía por la serpenteante carretera; sin embargo, el silencio parecía seguirla tras los árboles, una quietud helada que parecía la ausencia del burlón susurro que había oído una vez. Un coche pasó colina arriba, y ella se apartó de la acera. Se dijo que Lance debía de haber caído bajo el tren porque había sido tomado por sorpresa.

Llegó a la cima de la colina y la bajó rápidamente. Las luces de Gronant quedaban cubiertas por la colina, aislándola con una farola solitaria. Sin embargo, la visión del patio de la iglesia fue casi un alivio. Seguro que nada más sustancial que el miedo podría amenazarla aquí.

Tras la verja, el gris sendero conducía a la gran capilla oscura que, intentó pensar, estaría vigilando a su favor. Descorrió el cerrojo de la verja y la cerró tras ella. Apretando la pala contra su pecho, se aventuró sobre la hierba. Las lápidas brillaban y titilaban, las flores en los jarrones tiritaban junto a las tumbas. Las sombras de la túnica de un ángel se agitaban, como si una figura pequeña estuviera asomando entre los pliegues. El sauce parecía ahora menos pacífico que reservado, y sus ramas se abrían para mostrar atisbos de la oscuridad interior. Lo alcanzó antes de poder ver la tumba familiar. Eso significaba que no podían verla desde la carretera, se recordó, y avanzó tambaleándose, colocando la pala cabeza abajo.

La tumba estaba a la sombra del sauce. La luz de la farola destellaba entre las ramas, iluminando palabras sueltas en la columna de mármol: VICTORIA… SU… BRAZOS… El césped del montículo era todavía distinguible a parches. Hermione introdujo el borde de la pala bajo el más cercano y apoyó el pie sobre el metal, y luego todo su cuerpo se contrajo. Su resolución la había traído hasta aquí, pero ya no podía evitar advertir cuánto temía lo que planeaba hacer.

Era por Rowan. Tenía que hacerlo mientras Rowan fuera todavía ella misma. Pero tal vez la duda era aún más difícil que tratar que el miedo: ¿trataba de verdad abrir la tumba familiar porque pensaba que intentaban hacer que Rowan se pareciera a Queenie para que así nadie lo advirtiera si Queenie ocupaba su lugar? Dicho de esa forma, aquí en el cementerio con la noche rodeándola como un frío mar impalpable, la idea parecía casi demasiado grotesca, el delirio de una mujer solitaria demasiado ansiosa por encontrar alguien a quien cuidar ahora que su hermana pequeña tenía una vida propia… excepto que había visto a la amiga de Rowan cara a cara. No se equivocaba respecto a Vicky, era la única persona que la había visto, y eso significaba que era la única capaz de adivinar su plan. Deseó que su cuerpo se relajara. La pala se clavó en el cuadrado de césped y retrocedió.

Alzó el resto del césped y colocó los cuadros donde pudieran quedar fuera del alcance de su labor, luego rodeó el pilar de piedra y se colocó junto a la tumba, donde pudiera divisar la carretera. Inspiró profundamente, musitó una plegaria, y clavó de nuevo la pala en el montículo.

El impulso fue tan fuerte que casi perdió el equilibrio. Recordó la silla pulposa donde sus manos se habían hundido, como si el fallo en la voluntad de Queenie por vivir hubiera esparcido de podredumbre las habitaciones superiores. Rechinó los dientes y depositó la paletada de tierra junto a la tumba, volvió a cavar y pisó con fuerza la pala, asegurándose de que no se hundiera hasta el ataúd. En cualquier caso, había una tapa; no debía imaginar cómo la pala podría alcanzar a Queenie, cortando su cuerpo como un gusano. Pisó el metal con una fiereza que le lastimó el talón, pero no pudo espantar del todo sus pensamientos.

La siguiente capa de tierra era más dura. A pesar del frío viento, Hermione pronto sintió tanto calor que tuvo que quitarse el abrigo y colocarlo sobre el pilar de mármol. El abrigo agitó las cuencas vacías de sus brazos mientras ella se inclinaba sobre la tumba, cada vez más precariamente. Posponía el momento en que tuviera que introducirse en el agujero para seguir cavando. Por fin, no tuvo elección. Se agarró a la pala con una mano y a la columna con otra, y se introdujo en la oscuridad que olía a tierra húmeda.

Cedió bajo su peso, pero no mucho. Todavía había tierra entre ella y lo que se encontraba debajo. Buscó su abrigo y consiguió sacar la linterna del bolsillo. Apoyó la luz contra el pilar, enfocando el irregular pozo cuadrangular. Miró con cautela hacia la carretera, donde no había pasado un coche desde que dejó el pavimento, y se acercó al pie de la tumba.

El sauce quedaba ahora a su espalda. Cada vez que las sombras cubrían los montículos de tierra que la iban cercando, pensaba que alguien se había asomado entre las ramas oscilantes, pero no pudo ver a nadie. El que la vigilaran debía significar que no había peligro bajo ella, pues ¿cómo podía estar en dos lugares al mismo tiempo? Poco después apenas fue consciente de los movimientos: debía de haber llegado casi al ataúd, lo suficientemente cerca para temer lo que pisaba mientras bordeaba la zanja para enfocar mejor con la linterna. Junto al sauce, el abanico de luz se hizo tan ancho como la tumba, pero tan tenue que apenas podía hacer que la tierra brillara con un tono viscoso. Hermione se retiró, sintiendo la mandíbula dolorida mientras conseguía desencajar los dientes.

Al clavar la pala en la tierra, con cuidado por si estaba a punto de golpear la madera, se sintió a la vez enferma y, grotescamente, hambrienta. Nada como el trabajo duro para abrirte el apetito, pensó indefensa, y apoyó todo su peso sobre la pala. Esta se hundió unas pocas pulgadas y se detuvo. Había alcanzado una superficie más sólida que la tierra.

La detención de la pala pareció extenderse por su cuerpo, congelando incluso sus pensamientos. El sauce se abalanzó hacia ella, siseando y agitando sus ramas; las sombras se arrebujaron sobre los montones de tierra que la amurallaban en la zanja. Por Rowan, pensó, y se balanceó hacia adelante como si empezara a despertarse. Por un momento pensó que la tapa se había movido bajo ella, pero la pala había resbalado sobre la madera. Entre la furia y el pánico, empezó a sacar tierra de la zanja.

No tardó mucho en descubrir la tapa. Contempló la noche, el espantapájaros sin cabeza de su abrigo, la farola a través del sauce, y entonces se dispuso a quitar los últimos fragmentos de tierra de la brillante tapa. De vez en cuando, la pala resonaba. Hermione observó la madera arañada introducida en la tierra como un peluche hinchado, y se dirigió al extremo más brillante, pues había advertido por qué la pala había dejado de resonar. Todos los tornillos estaban medio fuera de la tapa.

Agarró la linterna como si fuera una cuerda con la que pudiera auparse de la tumba, y apuntó a los tornillos. Salían del ataúd, goteando tierra, invitándola a que los girara y alzara la tapa. Pensó lejanamente en Rowan, y luego en sí misma, en la forma en que Queenie la había aterrorizado cuando tenía la edad de su sobrina. ¿No lo estaba haciendo todavía, enfrentando a Hermione con los tornillos para hacer que fuera incapaz de levantar la tapa?

—Puedo ver tus trucos —susurró Hermione, y extendió la mano temblorosamente hacia el tornillo más cercano.

Estaba cubierto de tierra húmeda. En cuanto lo extrajo y lo dejó caer junto al pie del pilar, se frotó los dedos, estremecida. Lo hizo automáticamente cada vez que quitó otro tornillo. Empezaba a desear haber cavado un hueco más amplio: aunque apenas había espacio suficiente a la izquierda del ataúd para que pisara la tierra de la tumba, tenía miedo de resbalar en la tapa ahora que estaba sujeta por tan pocos tornillos. Caminó por la estrecha franja de tierra y se inclinó para sacar otro tornillo, el tercero. Ahora sólo había uno junto al pilar, y si resbalaba en el ataúd la tapa podría girar sobre el eje del tornillo, derribándola al cubil de Queenie. Eso era lo que Queenie querría que pensara, se dijo, y arrancó el último tornillo y lo lanzó al pilar. Antes de que otra oleada de aprensión pudiera inhibirla, se agachó, agarrando la linterna con las rodillas temblorosas, y hundió los dedos bajo la tapa.

Un empujón y se alzó, tan fácilmente que casi perdió el equilibrio. Resonó contra el otro extremo de la tumba, vertiendo tierra en el ataúd. Hermione se alzó rápidamente, agarrando la linterna con ambas manos. Ansiaba salir de la zanja para recuperarse del shock de haber estado a punto de perder el equilibrio, pero entonces tal vez no pudiera volver a bajar. Se apoyó contra la pared de la zanja para calmarse y miró hacia abajo, los ojos retorcidos, la larga forma pálida que yacía bajo ella en el ataúd, más allá del alcance del rayo de luz de la linterna. Por Rowan, pensó ferozmente, y dejó que el rayo se hundiera en el ataúd, tras los gruesos bordes blancos del forro, hasta que se posó sobre el objeto de la caja.

Su tenaza se tensó hasta que la linterna empezó a temblar. Su garganta se cerró en torno a su aliento contenido. Esperaba que Queenie hubiera empeorado, pero no de esta forma. La larga cara se había ajado hasta el hueso en torno a los ojos hundidos, que eran casi negros, y la boca mostraba todos los dientes y las encías ennegrecidas. El pelo estaba esparcido alrededor del cráneo. La cara era casi toda una mueca, una mueca letal con ojos diminutos que asomaban en un nido de pelo gris.

Tuvo que dejar de mirar la cara para buscar el camafeo. Se obligó a retirar la mirada y la luz, aunque sus brazos temblaban. El rayo fue más lejos de lo que pretendía, e iluminó las manos del cadáver, cruzadas sobre el pecho. Apenas podía ya llamárselas manos, y estaban manchadas de la tierra que había vertido la tapa. Hermione iluminó el cuello.

Este era retorcido y pelado, como una rama muerta, descorazonadoramente fino. Forzó la vista hasta que le dolieron los ojos, y entonces se agarró al borde de la tumba y se apoyó en una rodilla en el estrecho borde junto al ataúd. Todavía agarrada allí, se inclinó precariamente hacia el ataúd y bajó la linterna hasta que la lente casi tocó el círculo de brillante luz sobre la carne ajada, muerta y resquebrajada. Nada brillaba. No había ninguna cadena alrededor del cuello de Queenie.

Hermione se apoyó en ambas rodillas, descansando la derecha en el borde del ataúd. Con la punta de la linterna empezó a sondear el pecho sobre las manos, por si la cadena se hubiera roto, ocultando el camafeo. Cuando estuvo segura de que no estaba allí, continuó pinchando el cuerpo, ahora con más saña, para mostrar que sabía que la estaban vigilando y no le importaba. Se había enfrentado a lo peor, y no podía hacerle daño, sólo era repulsivo. Incluso podía distinguir a quien la vigilaba al borde de su visión, una pequeña forma pálida tras una tumba a su izquierda. Dejó que su rostro mostrara todo el desprecio que sentía, un inesperado arrebato con el que apenas pudo tratar, y entonces alzó la cabeza y miró directamente a su observadora.

Su mano se agarró a la pared de la tumba, soltando un puñado de tierra. La pequeña figura que la observaba y se agarraba a una cruz de granito como si apenas pudiera sujetarse era Rowan.

Parecía dispuesta a volverse y huir si Hermione hablaba siquiera. Hermione quedó abrumada, llena de vergüenza y pánico. Se habría escondido si hubiera pensado que Rowan no la había reconocido. Queenie las había engañado a ambas, advirtió con una furia tan grande que su cabeza se bamboleó: Queenie, que era Vicky, y que debía de ser la sombra que se movía al borde de la visión de Hermione. Pero Vicky había calculado mal, pensó mientras se volvía hacia el movimiento, intentando enfocarlo. Hermione podría enfrentarse a ella delante de Rowan, y eso incluso podría mostrar a su sobrina la verdad.

Pero la sombra móvil no era Vicky. ni estaba junto a Rowan. Se hallaba mucho más cerca de Hermione, y por eso no había podido enfocarla de inmediato. Era una mano, una mano ajada y manchada de tierra. Aunque temblaba como la mano de una marioneta, pudo cerrarse alrededor de la nuca de Hermione.

La mujer se apartó convulsivamente de su contacto, y trató de gritar como si eso pudiera librarla de su alcance. Pero un profundo dolor en su interior la hizo caer de lado al ataúd. Todavía agarraba la linterna, que golpeó el forro del ataúd y le mostró la cabeza sonriente de Queenie. La cabeza se alzaba de su nido de pelo.

El pelo se enganchó en el forro. Se liberó del gris cuero cabelludo mientras el cadáver se enderezaba, una muñeca calva y sonriente sin ojos. Tal vez tenía la misma mente de un muñeco, pero la boca descarnada se abrió en lo que podría haber sido un silencioso grito de triunfo mientras rodeaba con sus manos el cuello de Hermione y apretaba su cara contra la suya.