20

Querido diario, pueden acer anuncios que parecen pasados de moda en televisión asi que espero que puedan acerlo con las fotos, porque Hermione me enseñó una que parecía a Vicky pero era demasiado bieja

Rowan dejó que su lápiz se detuviera sobre la página. No había escrito lo que sentía. Tras la ventana, el crepúsculo se posaba como barro sobre la bahía. En Waterloo se encendían las primeras luces, luces de casas que parecían distantes como las estrellas. Esa visión la hacía sentirse siempre deliciosamente añorante de su hogar, pero ahora le recordó que sus padres no la quisieron, que era una carga para ellos. Sentía como si no perteneciera a ninguna parte.

La única persona a la que podía decírselo era a Vicky, pero ahora Hermione había conseguido que Rowan se sintiera incómoda con ella. A Hermione le caía mal Vicky sin haberla visto siquiera, todo por culpa de los binoculares. Hermione se comportaba de forma muy rara algunas veces, y tal vez había puesto algo en la foto para que pareciera más vieja… pero ¿de dónde había conseguido una fotografía de Vicky, y cómo sabía qué aspecto tenía su amiga? Rowan prefería preguntárselo a Vicky que a su tía, ya que Vicky siempre decía la verdad. Contemplaba las luces multiplicarse tras la bahía cuando sonó el timbre.

Corrió demasiado tarde a la ventana para ver quién venía a la casita. Oyó murmullos abajo pero no pudo distinguir ninguna palabra hasta que Hermione la llamó.

—Rowan, querida, ¿quieres ponerte el abrigo y bajar?

Rowan colgó la percha en el guardarropa y vaciló en lo alto de las escaleras, pues Hermione estaba diciendo:

—Espero que no sea una molestia, pero dijiste que si tenía que ir a Gronant podía contar contigo.

—Eso mismo dije. ¿Es la niña lo que oigo? —una mujer a quien Rowan conocía pero a la que no pudo situar entró en el vestíbulo y la miró. La cara de la mujer era afilada, pero delicada como la porcelana, y sus ojos hacían parecer que la porcelana estaba pintada—. Aquí está.

Tras ella apareció Hermione, abotonándose el abrigo presurosamente.

—Rowan, ¿te acuerdas de Elspeth? Gwen y ella hacen los juguetes para la tienda. Vas a quedarte con ella mientras voy a un sitio.

Algo en su urgencia hizo que Rowan vacilara.

—¿Puedo telefonear a casa para que sepan dónde estamos?

—Ahora no hay tiempo. No tardaremos mucho; volveremos aquí a dormir.

¿Cómo podía Rowan creerla cuando Hermione fingía no estar nerviosa, tan animada que incluso Elspeth parecía recelar? Todo lo que Rowan pudo hacer fue salir rápidamente de la casita y dirigirse al coche francés rojo.

Mientras conducían a lo largo de carreteras cubiertas por las sombras de los matorrales, Hermione empezó a charlar. Solía comer cuando estaba nerviosa, pero esto era peor. No dejaba de señalar cosas a Rowan, quien contemplaba las luces de la lejana costa mientras brillaban al otro lado de los campos fríos y oscuros. Hermione se quedó callada cuando pasaron ante el cementerio de Gronant, las piedras brillando como nubes bajo la luna, y luego continuó la charla casi de inmediato, casi tartamudeando.

—Ya casi hemos llegado, Rowan. Serás buena, ¿verdad? Tal vez Elspeth te deje ver la televisión. Volveré en cuanto pueda.

El coche se internó en Gronant y se detuvo delante de una casita nueva que parecía un esbozo de casa rural, apretujada en la esquina de un callejón.

—Llevaré a la niña a la casa y luego te acercaré al hotel —dijo Elspeth.

—No te molestes, Elspeth, necesito pasear. Entraré con vosotras y luego me marcharé.

Elspeth la miró con el ceño fruncido cuando salió del coche, y pareció aún más molesta cuando Hermione recorrió el sendero de guijarros del tamaño de huevos para llamar a la aldaba de bronce. Gwen abrió la puerta. Su rostro era al menos tan preocupado como el de Elspeth, pero pareció suavizarse cuando ella no hizo ningún comentario.

—Quédate a tomar una taza de té si quieres, Hermione —dijo.

Una habitación con paredes de madera de pino pulido cubría casi toda la planta baja. La madera curvada del sofá y las sillas aparecían cubiertas con bolsas de flores de lavanda que perfumaban el aire. Hermione se dirigió a una estantería que se encontraba en un extremo de la habitación.

—Ven, muestra a Gwen y Elspeth lo bien que sabes leer.

Cuando Rowan hojeó la colección de cuentos en busca de uno que le pudiera gustar, Hermione gimió:

—Cualquiera valdrá. Os leerá toda la historia, ¿verdad, Rowan? Escuchadla.

Gwen se sentó sonriente, y Elspeth la imitó, reluctante, en el extremo opuesto de la habitación. La historia trataba de dos niñas, una de las cuales estaba hecha de palos de madera, aunque en la ilustración parecía de huesos. En cuanto la historia estuvo bien avanzada, Hermione se dirigió a la puerta.

—Me marcho. Rowan, sigue hasta el final.

La puerta se cerró, y Rowan siguió leyendo, demasiado consciente de sí misma para alzar la cabeza. Apenas sabía qué estaba leyendo, aunque su voz sonaba bastante segura. Cuando un perro ladró tras la casa, Elspeth se dirigió a la ventana de la cocina, pero Gwen se rió suavemente. Rowan terminó la historia sin saber cuál de las dos niñas estaba viva al final. Cuando volvió atrás para leerla de nuevo, Elspeth protestó.

—Ya vale, has pagado tu cena. El desayuno no es hasta mañana.

—Ha estado muy bien, jovencita. ¿Qué edad tienes? ¿Sólo ocho? Lees como si fueras mayor.

—Todo eso está muy bien, pero ¿sabes leer en galés?

—Algunas palabras, cuando son como inglés mal deletreado.

—Como galés bien deletreado, querrás decir —corrigió Elspeth—. No irás muy lejos por aquí con esa actitud.

—Vamos, Ellie, sólo está de visita.

—¿Y cómo es eso, por cierto? ¿Dónde ha ido tu tía, Rowan?

—No lo sé. Nadie me lo ha dicho.

—Ha ido a ver a una amiga que se puso enferma en el hotel, ¿no? —dijo Gwen.

Elspeth le dirigió una mirada furiosa y se encaminó a la cocina. La puerta trasera se abrió, y el perro ladró. Poco después Elspeth regresó, disgustada por no haber encontrado nada. Rowan repasó el libro, para no atraer su hostilidad. Gwen le trajo un vaso de leche, pero se sentía fuera de lugar, sobre todo cuando las mujeres empezaron a hablar en galés. No sabía si estaban hablando de ella, y eso la hizo sentirse aún más desplazada.

Debieron de pasar horas, pues ya había leído casi medio libro aunque no podía recordar nada, cuando Elspeth volvió a hablarle.

—Deja eso o tu tía nos dirá que dejamos que te estropearas la vista. Gwen quiere enseñarte algo.

—¿Qué?

—Sólo escucha para variar —dijo Elspeth, impaciente, y Gwen entonó una animosa canción en galés.

Después de unos cuantos acordes Elspeth la imitó. A Rowan le gustó, pero sintió que deberían estar abrazadas en vez de cantar desde extremos opuestos de la habitación: ¿era culpa suya que no lo estuvieran haciendo así? La canción terminó con una nota aguda y dulce.

—¿Qué te ha parecido, Rowan? —demandó Elspeth.

—Preciosa —dijo Rowan, y como al parecer eso no fue suficiente, añadió—: Me ha gustado mucho.

—Vamos a ver cuánto. Inténtalo.

—Escucha de nuevo —dijo Gwen, apiadándose de ella, y repitió la primera línea.

Cuando Rowan lo intentó, hizo que su lengua aleteara como un pájaro en su boca. Ejecutaron la primera estrofa verso a verso, y entonces Rowan hizo lo mejor que pudo por cantarla toda. Se sentía bastante orgullosa de sí misma hasta que vio que Elspeth la miraba con el ceño fruncido como si inadvertidamente hubiera dicho alguna palabra fea en galés. ¿Cómo podía cantar bien la canción si no sabía lo que decía? Se sentía menos presente que nunca, como si ni siquiera su voz fuera ya suya, desesperada por hablar con alguien que conociera.

—¿Puedo llamar a casa? —preguntó.

—No hace falta, ¿no? Tu tía volverá pronto, según dijo.

—¿Por qué quieres hacerlo, querida? —dijo Gwen.

—No he hablado con mis padres en todo el día. Quiero que sepan dónde estoy.

—Sólo les dirás que estás en mi casa hasta que vuelva tu tía, ¿no?

—Nuestra casa —dijo Gwen amablemente.

—Oh, sí, nuestra casa, díselo a todo el mundo —se quejó Elspeth, y se puso a hablar en galés.

Rowan se replegó en sí misma mientras empezaban a discutir: la mitad de la conversación parecía como si escupieran. No podía comprender cómo había causado todo esto con sólo pedir llamar por teléfono a sus padres, pero tenía miedo de decir nada más. Deseaba desesperadamente que Hermione regresara cuando alguien llamó a la puerta.

—Espero que sea tu tía —dijo Gwen, y se dirigió al recibidor. Elspeth miró a Rowan ominosamente hasta que Gwen regresó, aturdida—. Rowan, aquí hay alguien que dice que es amiga tuya.

Pareció la salvación.

—¡Vicky! —exclamó Rowan.

—Oh, ¿la esperabas? —reprochó Gwen—. Quiere que vayas a su casa.

Gwen parecía vacilante. Elspeth y ella murmuraron algo en galés mientras Rowan cogía su abrigo y corría hacia el recibidor. Vicky la esperaba tras la puerta abierta. Contra la noche, su vestido blanco y su larga cara pálida parecían aún más brillantes que el pasillo. Cuando vio venir a Rowan, sus ojos parecieron hacerse más profundos y llenarse con la luz de la casa. Se volvió de inmediato, y Rowan la había seguido hasta la verja cuando Elspeth demandó:

—¿Dónde crees que vas?

—Sólo viene conmigo —dijo Vicky desde detrás de la farola—. No tardará más que su tía, lo prometo.

Elspeth entornó los ojos ante la oscuridad y frunció el ceño, y luego se encogió de hombros como si agradeciera librarse de Rowan.

—Asegúrate de que sabes lo que haces —dijo, y cerró la puerta.

La noche era fría e inquieta. Tras la isla de luz de la lámpara, las casas no hacían ningún sonido, pero los árboles respiraban de forma larga e irregular y se alzaban al cielo. Rowan se mantuvo cerca de la luz mientras Vicky miraba hacia atrás.

—¿Cómo sabías dónde estaba?

—Os vi subir al coche, y sabía dónde vive esa mujer.

—¿Quieres decir que has recorrido todo el camino? ¿Cómo?

—Hay autobuses, ya sabes… aunque no son muy frecuentes. Estoy aquí, ¿no es suficiente? ¿O prefieres volver ahí dentro?

Rowan no quiso discutir con ella, dadas las circunstancias.

—Dijiste que podríamos ir a tu casa.

—Déjame enseñarte algo primero —Vicky se apartó otro paso de la farola, y alzó una mano—. Te los olvidaste.

Eran los binoculares, cuyas lentes brillaban como hielo negro. Rowan se envaró.

—¿Entraste en casa de mi tía?

—¿No recuerdas que los dejaste en el jardín? Tal vez querías que se estropearan después de que te los di y todo.

—Por supuesto que no, no seas tonta. No pretendía dejarlos —dijo Rowan, incapaz de recordar dónde lo había hecho.

Vicky se puso en marcha, y por eso la siguió. Subieron por la calle principal y se internaron en un sendero entre los jardines de dos casas cubiertas por árboles. Mientras el brillo de las casas desaparecía tras las hojas, pareció que el viento de la noche alcanzaba a Rowan, quien se arrebujó en su abrigo. Casi de inmediato dejó de sentir el viento o el sendero. Vicky la guiaba en la oscuridad y la esperó en un escalón plano rodeado de hierba que brillaba como si el viento mismo lo aplanara. Tendió a Rowan los binoculares y señaló la bahía.

—Mira lo potentes que son esta noche —dijo.

Tras la Península de Wirral, un dragón dormido encadenado de luces, las farolas y ventanas de la lejana costa se convertían en hilillos, brillantes insectos que temblaban como si se prepararan a revolotear en el aire. La visión entristeció a Rowan, y se sintió más desclasada que nunca.

—Usa los binoculares —urgió Vicky.

En cuando Rowan se los llevó a los ojos, la noche se cerró a su alrededor. Debía de tratarse del aparato, pero sintió como si la noche cabalgara hacia las luces. La península ondulaba bajo ella, y entonces se encontró al otro lado de la bahía. Estaban los muelles, la torre del radar que escrutaba la oscuridad, las dunas agazapadas como grandes frutas oscuras, la fila de casas color pastel, todas grises ahora. Pareció planear sobre ellas, y de pronto, donde la boca de la calle lateral se abría ominosamente, apareció la casa.

El piso superior estaba iluminado. Parecía una corona o un faro, pero no parecía que fuera para ella. Su mirada bajó hasta la habitación principal, también encendida. Las cortinas estaban corridas, pero no del todo. Si se asomaba a la abertura, podría ver a sus padres. Por un momento ansió verlos, como si hubiera estado fuera durante meses, y entonces recordó lo que había oído. Podrían estar hablando de ella ahora, y no quiso verlos. Dejó que sus manos cayeran.

Al principio pensó que la cinta de los binoculares se había enganchado, porque la visión de la casa no se alteró. Debía de ser una imagen posterior, y la sentía pegada a sus ojos. Los cerró con fuerza y volvió a abrirlos. El paisaje nocturno se agrupó difusamente a su alrededor, el brillo de las casas fluyendo a través de los árboles balanceantes, pero todo parecía aplastado como los abanicos de luz.

—¿Por qué te detuviste? —siseó Vicky—. Estuviste allí.

La amenaza de su impaciencia fue casi suficiente para obligar a Rowan a alzar los binoculares, pero no del todo.

—No quiero más. Dijiste que podría ver dónde vives.

El viento remontó las colinas y se deslizó sobre la hierba. Los árboles congregados en torno a las luces de abajo enviaban la oscuridad colina arriba. Rowan se sintió súbitamente aún más solitaria y vulnerable.

—No, no quiero —tartamudeó, como si eso pudiera espantar a lo que hacía que se sintiera inquieta—. Prefiero ver dónde está mi tía Hermione.

Vicky permaneció en silencio hasta que Rowan la miró. El brillo en sus ojos pareció más profundo. Empezó a sonreír, los labios tensos, mientras se volvía para guiarla colina abajo.

—Muy bien, lo verás —dijo.