18

Cuando el teléfono la despertó, Hermione pensó que alguien la llamaba por el mensaje de la fotografía. Mientras se frotaba los ojos con una mano, abrió la puerta de su dormitorio. Debía de haberse quedado dormida, pues el rellano y las escaleras tenían más luz que de ordinario. La claridad la hizo parpadear, el teléfono hizo añicos sus pensamientos mientras trataban de formarse, y por eso olvidó tener cuidado. Acababa de apoyarse en el pasamanos, sin agarrarlo, cuando tropezó con la pequeña forma pálida.

Era suave y fría bajo su pie descalzo. Tal vez era de allí de donde venía el olor a putrefacción y desinfectante. No estaba segura de si se rebulló, pero ella sí lo hizo, tan violentamente que perdió pie. Sus uñas arañaron el pasamanos mientras intentaba agarrar en vano la madera pulida. Su otra mano golpeó la ventana situada junto a las escaleras, derribando una maceta, esparciendo tierra por el más alto de los paisajes galeses a escala que colgaban sobre la escalera. Pero se agarró al alféizar. Tanteó torpemente en busca del pasamanos y se reafirmó en las escaleras antes de volverse para ver con qué había tropezado.

Era una vieja muñeca de tela con un vestido blanco de organdí. Le había pisado la cara, casi arrancándole un ojo. Ahora la blanda cara descolorida recuperaba su forma, la mejilla se llenaba moviéndose como un gusano, la boca que había pisado asumía una inocente línea recta.

—Tenía que parecer un accidente, ¿eh? —dijo Hermione, furiosa, y bajó las escaleras para atender al teléfono.

Alison estaba hablando.

—No tardará, estoy intentando… Oh, aquí estás, Hermione. ¿Cómo van las cosas? ¿Cómo te sientes?

¿Qué podía decir? Aturdida y frágil pero viva, enfadada consigo misma por no haber tenido cuidado, que empezaba a sentirse más decidida que nunca ahora que comprendía que el intento de hacerla caer significaba que estaba en buen camino…

—Bastante bien, gracias. ¿Cómo estáis todos?

—Rowan, bueno… La verdad es que llamo por ella. Si es una molestia, dilo, pero quería que te preguntara si podía quedarse contigo este fin de semana.

Así al menos Hermione podría echarle un ojo. No creía que Rowan estuviera en peligro físicamente, ni que fuera a estarlo. Miró la escalera y contuvo la respiración.

—Muy bien —murmuró, como con un desafío—. Me encantará que se quede. ¿Cuándo?

—¿Y si te la lleva Derek cuando salga hoy del colegio? Así no estará presente cuando desmantelemos la casa. Gracias, Hermione, eres mi hermana favorita. Unos cuantos días en el campo le sentarán bien —añadió Alison, como tratando de autoconvencerse.

—No te preocupes por ella —le respondió Hermione, preguntándose qué había dejado su hermana sin decir—. La cuidaré como si fuera mía.

—Es que lo es, querida.

Hermione colgó y luego, aunque todavía sentía el corazón dolorosamente ampliado por la caída de las escaleras, subió a registrar las habitaciones. No había rastro de la muñeca ni de ningún intruso. Iba de camino a la tienda, mordisqueando un sandwich, cuando advirtió lo triste que sonaron las últimas palabras de Alison. Tal vez se sentía herida porque Rowan quería volver tan pronto. Los ojos vacíos de los dorsos de las máscaras del escaparate se hicieron más sombríos a medida que el día se consumía, pero no eran las máscaras lo que Hermione sentía que la vigilaban. Los intentos por hacerle daño o asustarla parecían a la vez infantiles y seniles, y al menos significaban que estaba dejando en paz a Rowan.

Mientras regresaba a casa las montañas se volvieron grises, y la tierra devoró la hierba. Una casa se agitó como una trampa cuando dejó que un coche entrara por una de sus puertas delanteras. Hermione se apresuró hasta que vio que el coche de Derek no estaba en la casita, y entonces echó a correr: su teléfono sonaba. Introdujo la llave en la cerradura, y al agarrar el teléfono lo derribó.

—¿Hermione? ¿Eres tú, Hermione?

—A menos que se trate de un ladrón, mamá. ¿Estás bien?

—Oh, voy tirando. Me acostumbro a hacer las cosas más despacio y a ver cambiar los días. Me han pedido que sea secretaria del Instituto Femenino, por cierto, y ya hay tres miembros que quieren que tu padre eche un vistazo a sus jardines. Y al menos he tenido tiempo para sentarme y pensar.

—Ésa es la actitud, mamá.

—He estado pensando mucho en ti.

—¿Ah, sí?

—No hace falta decirlo con ese tono. Si te sirve de consuelo, ojalá que Alison no hubiera dado ese rizo de Rowan a tu tía. No voy a aceptar que ha causado daño, pero desde luego ha provocado mucho alboroto. Pero Hermione, todo eso es ya el pasado. ¿Por qué no intentas aceptarlo por tu paz mental y la de todos los demás?

—Créeme, lo he intentado.

—Inténtalo con más fuerza, te lo suplico. Considérate afortunada de que nos preocupemos tanto por ti que hemos conseguido recuperar esa foto de Queenie del fiscal. Podrías haber sido acusada de falsificación si tu padre no le hubiera dicho lo trastornada que estás.

—Entonces no hay nada que hacer —dijo Hermione, aturdida.

—Quítate la idea de la cabeza, hija mía, y si no puedes, habla con tu doctor. Queenie casi dividió a la familia, no debemos dejar que lo consiga ahora. Déjala en paz, es todo lo que te pido.

Se despedían cuando llegó el coche de Derek. Hermione empezó a pensar en despedir a Rowan, pero no pudo dejar de sentirse aliviada. Rowan echó a correr hacia ella, los binoculares danzando en su pecho, mientras Hermione abría la puerta. El abrazo de la niña fue inesperadamente fiero.

—Creo que se alegra de verte —dijo Derek mientras sacaba el pequeño maletín del coche.

Mientras le preparaba café, Hermione se enteró de que iba a encargarse de las reparaciones de la escuela, después de todo, y por qué.

—Sé buena con Hermione —le dijo a Rowan, que estaba desempaquetando.

Había llegado al coche cuando la niña echó a correr y le dio un rápido beso, pero lo esquivó cuando él intentó abrazarla. Cuando ya se marchaba, Hermione vio a Rowan en la ventana del dormitorio, la cara cubierta por los binoculares, sus grandes ojos llenos de lágrimas mientras seguía al coche.

Sirvió a Rowan una cena a la luz de las velas. Mientras el crepúsculo convertía las colinas en montones de ceniza, el largo rostro de la niña pareció hacerse inmaculado bajo la suave luz. Estaba obviamente preocupada por algo, pero Hermione no pudo advertir cuál podría ser de todos los temas que trató: el colegio, la segunda oportunidad de su padre allí, la casa de Waterloo. Estaban en la cocina, fregando los platos, cuando Rowan dijo súbitamente:

—Fuimos a ver a mami al trabajo.

—¿Tu padre y tú?

Rowan sacudió la cabeza, y Hermione se puso tensa.

—¿Fue idea tuya o de tu amiga?

—¿Por qué te metes con Vicky? Es mi amiga, mi única amiga. ¿Por qué no puedes dejarla en paz?

—Rowan, no me hables así —al menos ahora Hermione supo que había sido idea de Vicky, pero la vehemencia de Rowan la desarmó—. ¿No soy tu amiga yo también? ¿Y qué crees que son tus padres?

Rowan se volvió hacia la secadora, y un rostro largo y pálido se apretó contra la ventana. Era su reflejo, taciturno como una máscara.

—Rowan —dijo Hermione—, no sé qué sucedió en el hospital, pero hablar de ello tal vez sirva de ayuda.

La niña se estremeció.

—Vi un niño pequeño que parecía más viejo que mi tía abuela —murmuró.

—Eso es muy raro, querida. No es probable que vuelvas a ver a nadie así —le aseguró Hermione, y jugó a las damas con ella hasta que Rowan se fue a la cama.

Poco después también Hermione se encontró acostada, despierta. Si el encuentro en el hospital era parte de un plan, ¿qué había del accidente en el colegio? Cuando consiguió dormirse, la voz de Rowan la despertó dos veces, hablando en sueños. La segunda vez le pareció que un susurro respondía, y tuvo que acercarse a la habitación de la niña para comprobar que estaba sola.

Se quedó dormida hasta que Rowan le trajo una taza de té. En la tienda, la falta de sueño parecía un vacío en su cabeza, una constante amenaza de dolor tras sus ojos cargados. Agradeció a Rowan que mostrara a los clientes los artículos. A veces la niña parecía estar en dos lugares a la vez, sobre todo cuando se encontraban solas en la tienda.

A la hora de cerrar, el cartel que decía TÍA HERMIONE llegó rodando por la calle, pero era sólo a causa del viento. Rowan hacía botar una pelota que Hermione le había regalado.

—¿Qué hacemos ahora? —dijo Hermione.

—¿Podemos ir a dar un paseo por el valle?

—¿Ahora mismo? —Hermione no había hecho la cena todavía, pero la ansiedad de Rowan por regresar a su lugar favorito parecía tranquilizadora—. Tal vez nos despeje la cabeza.

Tras el aparcamiento situado junto a la carretera de Holywell, un sendero de grava conducía al valle. Tras el Pozo de San Winifred, un altar normando cuya tienda de regalos vendía Cristos parpadeantes y santos de diversos tamaños, los árboles se extendían sobre el sendero, rugiendo suavemente. Agujas de pino, arbustos y enredaderas espinosas se extendían sobre la grava, y pronto el estrecho sendero quedó cubierto de verde que olía a hojas húmedas y parecía helado como el otoño.

—No te pierdas de vista, querida —llamó Hermione mientras Rowan perseguía su pelota.

Rowan recogió la pelota de las zarzas y dirigió a su tía una mirada extraña. El viento sacudió los árboles. Mientras se apartaba el pelo de los ojos con la mano que sujetaba la pelota y se alisaba la falda con la otra, pareció más mayor, aunque intensamente vulnerable, empequeñecida por los árboles. Hermione la cogió rápidamente de la mano.

—Camina un ratito para que tu pobre tía pueda alcanzarte.

Tuvo que soltarla cuando el sendero se volvió más retorcido y estrecho. Altas lomas cubrían la visión ante ellas. El sendero descendía empinado a través de la penumbra que parecía moho empapado y emergía bajo el cielo oscuro, al final del camino que bordeaba la primera presa. Una chimenea alta como una casa se alzaba junto al camino, mostrando un oscuro arco que a Rowan le gustaba mirar. Hermione se alivió al ver que ahora parecía sentirse adulta.

Al lado del camino había una pendiente a pico que conducía a una fábrica derruida. Gruesas paredes irregulares cubiertas de matojos se alzaban aquí y allá sobre los cimientos grises. En algunas de las paredes marañas de enredaderas secas flexionaban sus patas de araña al viento. Hermione quiso pedirle a Rowan la pelota por miedo a que pudiera llegar botando al borde del camino, pero no podía arriesgarse a hacer que sintiera resentimiento hacia ella cuando necesitaba que Rowan confiara en ella. Consiguió no agarrar a la niña cuando, a mitad del camino, le soltó la mano.

Rowan se acercó a la barandilla tan rápidamente que el corazón de Hermione se estremeció. A algunos metros de la pared se encontraba la abertura por la que la presa se vaciaba, un agujero de al menos tres metros de diámetro. El agua caía por el reborde y se perdía en la oscuridad, sobre la hierba y las estalactitas de moho que crecían en la pared interna. Rowan se asomó a la barandilla.

—¿Crees que morir será así?

—Santo cielo, querida, no lo sé. No estoy tan decrépita, ¿no?

Hermione sabía que se estaba comportando de manera demasiado jovial, pero la niña la había cogido desprevenida. Pensaba que la muerte sería como caer a una profunda oscuridad. Aunque fuera lo que esperabas encontrar, ¿podría eso incluir a otra gente? ¿Y si Queenie no podía encontrar a su padre porque estaba absorto en su propio más allá? Tal vez la vida después de la muerte era un interminable sueño solitario, y no importaba si duraba el momento de la muerte o la eternidad: esa clase de tiempo no tendría nada que ver con la vida despierta, aunque uno pretendiera invadir al otro. Sus pensamientos parecían zambullirse en la resbaladiza oscuridad.

—Vámonos, ¿quieres? —dijo en cuanto se sintió con fuerzas para caminar.

Regresaron dejando atrás la chimenea y siguieron el camino entre ventanas vacías cubiertas de hierbajos. Una pared tan gris como el cielo se alzaba sobre el camino a través de una loma. Las ramas del árbol que se apoyaba contra la pared habían abierto un arco de ladrillos. Rowan se adelantó en el crepúsculo prematuro, haciendo botar su pelota.

—No vayas tan rápido —jadeó Hermione, maldiciendo el peso de su cuerpo, el calor sofocante que la inundaba mientras intentaba volverse al viento.

Rowan desapareció tras un edificio que parecía un gran diente roto y manchado, y Hermione corrió más rápido, las piernas doloridas. Se agarró a la esquina sucia del edificio y lo rodeó para poder ver el siguiente tramo del camino.

Y entonces se detuvo estremecida y se agarró a la resbaladiza pared. La pelota de Rowan había llegado rodando a un manojo de hierbas que se alzaban sobre el camino, y la niña se inclinaba para recogerla. Parecía inconsciente de nada más, de Hermione o de los árboles que se alzaban sobre ella con un sonido parecido a un mar tormentoso. No parecía advertir la figura que se encontraba tras ella, una niña con un largo vestido blanco.

Rowan se enderezó y siguió caminando, haciendo botar la pelota sobre la chirriante grava, y la otra niña la siguió, brillando como una tumba bajo el cielo sin sol. Mientras Hermione se separaba de la pared, vio que aunque el viento arrancaba las hojas de los árboles y tiraba con tanta fuerza de sus ropas que avanzaba tambaleándose, a Rowan no le preocupaba. La niña y su compañera podrían haber estado caminando dentro de un cristal, pues sus cabellos y sus ropas permanecían inmóviles.

Casi habían llegado a la siguiente curva, y tras ella el sendero quedaba oculto por al alta colina. Hermione las persiguió, el corazón latiéndole con tanta furia que la sangre apartaba de su cabeza todo pensamiento. Entonces, justo cuando Rowan doblaba el recodo, su compañera se volvió a Hermione y sonrió.

La sonrisa pareció apagar el mundo. El hecho de que Hermione reconociera la cara fue bastante terrible, la cara larga y pálida que se parecía claramente a la de Rowan. Los ojos claros la miraron como si fuera un perro que había que espantar antes de parpadear, si es que acaso lo hizo. La sonrisa le decía que no había nada que pudiera hacer, a pesar de todo su conocimiento. El poder de ese desdén se apoderó de Hermione, hasta que ya no pudo oír ni sentir el viento. Entonces Rowan desapareció tras las temblorosas hierbas de la colina, y la otra se volvió como una figura de una caja de música y la siguió. De inmediato, el viento casi arrojó a Hermione al suelo.

Se abrió paso, sorprendida de que algo tan insustancial pudiera ser tan difícil de vender. Cuando dobló el recodo, clavando los dedos en el fangoso suelo, Rowan estaba sola en el sendero.

—Rowan —llamó, temblorosa, pero la niña no se volvió. Hermione temía que Rowan la estuviera ignorando o estuviera enfadada por algo cuando advirtió que el viento que agitaba las ropas de la niña también se llevaba su voz. Inspiró profundamente, llenándose la garganta de humedad—. Rowan —gritó—, volvamos ya a casa.

Rowan regresó junto a ella, haciendo botar la pelota. Hermione la agarró de la mano en cuanto la tuvo cerca. Cuando se volvieron, el viento quedó a su espalda, pero deseó poder subir más rápidamente el inclinado sendero. Cada vez que los matorrales mostraban el interior de sus hojas le parecía que una figura pálida la miraba. Cuando las nubes empezaron a romper, los parches de luz en el sendero, y luego en las calles desiertas de Holywell, se convirtieron también en pálidas sombras.

Cerró de golpe la puerta principal y sentó a Rowan en la cocina con un vaso de zumo de naranja mientras registraba la casa, y luego se detuvo en el salón, y contempló el álbum de fotos que había traído de Waterloo. Encontró una fotografía de su tía con la edad de Rowan, mirando a la cámara con una intensidad que había sobrevivido al paso de todos aquellos años. La despegó y la llevó a la cocina.

—Rowan —dijo, como si su mente estuviera en otro asunto—, ¿sabes quién es?

Rowan alzó la cabeza, lamiéndose la naranja del labio superior. Miró la foto, y su cara mostró de inmediato su inocencia.

—No podría decirlo, tiíta.

Hermione se volvió rápidamente. Regresó al álbum, y casi arrugó la foto mientras la colocaba en su sitio. La cara de la niña que seguía a Rowan por el sendero era más simétrica, una imagen perfecta de aquella infancia. Reconocerla no era lo que más la había sobresaltado, sino la inteligencia con que Rowan había evitado la verdad. Parecía exactamente igual que Queenie, a excepción de la cara.

—A excepción de la cara…

—Que Dios nos ayude —susurró Hermione, y se sentó rápidamente para no perder el equilibrio. Por fin sabía por qué Rowan tenía que parecerse a Queenie—. Para que no se te note —murmuró, y esperó que el burlón susurro le dijera que tenía razón, pero que no serviría de nada.

No hubo ningún susurro, sólo un vigilante silencio, y Hermione supo que tenía que actuar ahora, mientras pudiera. Tenía que hacer lo que apenas se atrevía a pensar.