El viernes por la tarde, Derek y Eddie empapelaron el vestíbulo de la casa. Rowan admiraba la destreza de Eddie para cubrir las paredes sin malgastar una pulgada, pero sacudió la cabeza cuando le preguntaron si quería ayudarlos. Ni siquiera en la habitación de costura, donde su madre arrancaba el papel viejo de las paredes, tampoco ayudó gran cosa. Derek advirtió que no quería estar a solas. Se alegró cuando se fue a la cama y, con rapidez sorprendente, se quedó dormida.
El vestíbulo quedó terminado cuando bajó las escaleras. Alison y él habían elegido un papel con hojas plateadas, de forma que el observador se detenía en la caída de la luz sobre la plata más que en las irregularidades de la pared. Le cogió la mano mientras Eddie traía una gran lámpara china.
—Ahora puedes deshacerte de esta antigualla —dijo Eddie, y subió a la escalera para quitar la lámpara de colores. Cuando terminó de colgar el nuevo aparato, la luz llenó la sala de una docena de tonos diferentes de plata—. Ahora al menos no espantaréis a quien venga a ver la casa en cuanto atraviesen la puerta.
—Al menos debes dejar que te paguemos —protestó Alison.
—Ni hablar. Considéralo el regalo que nunca pudimos haceros cuando os mudásteis. Si quieres mostrar tu agradecimiento, puedes dejar que este pobre capullo saturado de trabajo venga conmigo a tomar una copa.
Derek sintió que ella quería hablar sobre Rowan, pero le soltó la mano.
—Nunca ha necesitado mi permiso.
—Me quedaré si quieres, cariño.
—Ve, te mereces un trago. Aléjate de la familia e intenta relajarte un rato.
¿Lo dijo como un reproche? Eddie debió de considerarlo así, pues cuando se encontraron en el pub, donde les atendió una mujer a la que Derek había visto recogiendo a sus hijos en el colegio pero que pareció no querer ser reconocida, dijo:
—¿Problemas en casa?
—Nada que merezca la pena mencionar. ¿Por qué lo dices?
—Me pareció que había un ambiente raro.
—Será que no sabemos como aceptar lo que sucedió en el colegio. Quiero decir que me han pedido que me encargue del trabajo y sería un idiota si no lo hiciera, pero preferiría no haberlo conseguido de esa forma.
—No podía ser gran cosa como electricista. Es mejor que le pasara a él que poner en peligro a nuestros hijos.
—Lo reconozco —accedió Derek. Encontraron una mesa en un rincón.
—¿Hay alguien interesado en tu casa?
—Si lo hay, no me lo han dicho.
—Vi a una pareja mirando, pero algo debió de asustarlos. El tamaño, probablemente. ¿Sabes lo que comentábamos Jo y yo que deberíais hacer? Conseguir permisos para convertirla en un sanatorio particular. Propónselo a tu agente inmobiliario.
—No es mala idea —dijo Derek, imaginando la casa llena de gente y luz, cada dormitorio un hogar.
—Si no fuera tan grande yo mismo te haría una oferta. Nos vendría bien tener más espacio ahora que los niños se hacen mayores. Empezamos a molestarnos unos a otros.
—Oh, sí.
—Puedes considerarte afortunado por tener sólo a Rowan. Mary quiere tener una habitación para ella sola porque no quiere que Paul la vea desnudarse, ¿te lo puedes creer? Y no puede compartirla con su hermana porque Patty se pone a ver la tele portátil después de que Mary se acueste. Y ahora tenemos a Jo diciéndole a Patty que es una egoísta y me da la lata para que busque una casa más grande, pero ¿mueve el culo y se pone a buscar una mientras yo estoy fuera todo el día trabajando? ¿Se preocupa? Está demasiado ocupada sirviendo meriendas a las vecinas para que así pidan algo de sus catálogos y conseguir una cafetera gratis o alguna otra tontería. Y luego se queja de que no me ve nunca porque estoy trabajando a todas horas. No nos aprecian, ¿eh?
—Tal vez nosotros no las apreciamos a ellas.
—Pero ¿de qué lado estás tú? Estás con los de tu clase, amigo, no hay que tener miedo a hablar en voz alta. Acábate esa cerveza y te invitaré a otra, a ver si así te entra un poco de sentido común.
Éste era un aspecto de los pubs que a Derek no le interesaba demasiado, salir a tomar una copa para librarte de la vida de casa. Discutir con Alison era bastante duro en ocasiones. Le contó a Eddie que había despedido al contable y que iba a demandar a Ken. Eddie asentía, pero parecía insatisfecho.
—Quería decirte que esa lámpara era una especie de oferta de paz de parte de Jo —dijo por fin, gritando ahora que el pub estaba lleno—. Habría venido ella misma, pero estaba liada con los mocosos. Quería que Alison y tú supierais que lo lamenta si dejó que Rowan oyera demasiado.
—¿Cuándo fue eso?
—¿No os lo dijo Rowan? Entonces tal vez no importa. Jo pensó que tal vez la oyó cuando le dijo a la maestra que Rowan no fue, ya sabes, planeada.
—¿Quién dice que no lo fue?
—No me grites a mí, amigo, yo no estaba allí. Supongo que debió de ser tu esposa.
Derek pensó primero que no, y luego que sí. Mientras él hacía todo lo posible por mantener sus secretos, ella ni siquiera se molestaba en guardarlos en familia. Cuando el pub cerró, Eddie y él regresaron a casa, impulsados por el oscuro viento procedente del mar.
—Le echaremos una mano a tu planta baja el domingo —dijo Eddie desde el otro lado de la carretera mientras Derek entraba en la casa.
El olor a papel empapado y yeso desnudo que brotaba de la oscuridad de la sala de costura le recordó los libros podridos de Queenie. Alison estaba tendida en el sofá del salón, con un tazón de chocolate caliente en la mano. Su sonrisa soñolienta empezó a desvanecerse cuando vio su expresión, antes de que dijera:
—Ya he descubierto cuál es el problema que tiene Rowan en el colegio.
—No será demasiado grave, ¿verdad? Todavía se está recuperando de haber visto a Julius en el hospital.
—Es peor.
—Oh, cielos, ¿ahora qué?
—Oyó a Jo y a su maestra decir que no queríamos tenerla. Creía que eso era cosa nuestra y de nadie más. Si hubiera sabido que se lo dirías a cualquiera, te lo habría hecho prometer.
—Podrías habérmelo pedido, pero desde luego no me habrías obligado a hacerlo. Se lo dije a Jo en confianza. Le parecía que podía estar embarazada sin que lo hubieran planeado, y todo lo que yo dije fue lo mucho que nos alegrábamos de haber tenido a Rowan aunque fuera por error.
—¿Y le dijiste que casi tuviste que buscar un segundo empleo, de lo caro que costaba mantener a Rowan?
—Jo tal vez dijera que debimos de pasarlo mal, y supongo que yo reconocí que sí, pero eso es todo.
—¿No mencionaste por casualidad que una vez hablamos de entregarla en adopción?
—¿Tú qué crees? Y déjame recordarte que fue idea tuya, y que yo ni siquiera lo tuve en consideración. Ni creo que tú lo hicieras realmente. Habías bebido demasiado, si no recuerdo mal, igual que ahora.
—Con bebida o sin bebida, no voy por ahí diciendo que no queríamos a Rowan.
—Baja la voz. ¿Quieres que se entere? Hablaré con Jo a primera hora de la mañana. Ojalá nunca se lo hubiera dicho, créeme.
—Pues no se lo digas a nadie más.
—¿Crees que lo haría? Pobrecilla, ni siquiera quiso admitir que oyó a Jo y a la señorita Frith. Me parece que creyó lo que le dijimos, ¿no?
—Eso espero.
—Debe de haberlo creído, sí —de todas formas, tiritó y se encogió de hombros—. ¿No quieres abrazarme al menos? Sé que hice mal. No sé por qué quiere vernos la señorita Frith, pero me aseguraré de que esto no vaya a más.
Derek se sentó junto a ella en el sofá y le pasó un brazo por encima de los hombros, y Alison apoyó la cabeza contra su pecho.
—No debemos hacernos daño —murmuró—. Nunca haría daño para lastimaros a ninguno. Sois todo lo que tengo.
Excepto el resto de tu familia, pensó Derek, pero esa idea le condujo a una maraña de dudas. Apoyó la mejilla contra los cabellos de Alison, y ella dirigió su mano libre a su pecho.
—Será mejor que no le digamos nada a Rowan —dijo él—. Sólo si vemos que duda realmente de lo que sentimos por ella. Venga, vámonos a la cama.
Y Rowan, a quien había despertado un susurro al oído o una caricia en el rostro mientras creía soñar, se apartó de la escalera y regresó a su habitación. No supo como consiguió andar de puntillas cuando sentía su cuerpo tan envarado y carente de significado, pero tal vez el temor a que sus padres advirtieran que los había oído la ayudaba. Había bajado las escaleras en busca de compañía cuando su padre llegó a casa, pero su aspecto era tan fiero que se escondió, y lo había oído todo. Vicky tenía razón: le habían mentido, y sobre la cosa más importante del mundo. No podía confiar en nadie más que en ella. Se metió en la cama y permaneció allí tendida, demasiado preocupada incluso para llorar.
—No quiero vivir —susurró, y por un momento se sintió menos sola. Sintió como si alguien le hubiera sonreído desde la oscuridad.