Esa mañana temprano, Rowan despertó sintiéndose feliz y descansada. Bostezó y se desperezó hasta que las sábanas se soltaron, y entonces se dirigió a la ventana. Aunque le parecía que su madre había corrido las cortinas la noche anterior, estaban medio abiertas. Largos hilachos de nubes destacaban en el cielo azul, un barco aljibe se volvía lentamente entre dos remolcadores en la bahía. La mirada de Rowan se paseó sobre el paisaje y se detuvo en la escuela, y entonces recordó su horrible sueño. Abrió la ventana y dejó que la brisa marina acariciara su rostro hasta que su padre la llamó.
—Vamos, no te duermas, que es tarde. Ya tendrías que estar en el colegio y yo camino del trabajo.
Le trajo un cuenco con cereales para que los comiera mientras se lavaba y se vestía. Mientras corría por el pasillo desnudo, Jo y sus hijos salían de su casa.
—¿Te importa ir con ellos? —dijo su padre—. Me ayudarías. Estoy muy ocupado hoy.
Ella no podía negarse cuando se lo decía así. Le besó a través de la ventanilla abierta del coche y cruzó la calle mientras se marchaba.
—¿Podéis llevarme al colegio?
—Por supuesto, nena, sabes que siempre eres bienvenida —dijo Jo con un calor que pretendía negar todo lo que Rowan había oído ayer, pero la niña advirtió lo ansiosos que estaban Paul y Mary por contárselo a sus amigos.
Deseó poder ser como Vicky: no tener que ir al colegio. No importaba, se dijo. Dijeran lo que dijesen, sabía que sus padres la querían y siempre había sido así.
Estaban a mitad de camino cuando empezó a ver a niños que reconocía, no yendo al colegio, sino de vuelta. Jo no pudo preguntar a sus padres qué sucedía; estaban al otro lado de la calle, tras el impaciente tráfico. Rowan se sintió incómoda, como si la noche o el sueño regresaran. Pudieron ver entonces la escuela, y comprobaron que el patio y los edificios estaban desiertos.
La visión pareció volverse súbitamente más brillante, llenando sus ojos. Su sueño apareció ante ella, a plena luz del día, y tuvo miedo de ver a la ennegrecida marioneta colgando del cable, todavía bailando. Jo la hizo entrar en el patio. Si veía ahora a la figura, podría distinguir cada detalle de su rostro. Pero el salón de actos estaba vacío. Sintió un alivio tan grande que al principio no advirtió lo que dijo a Jo una madre que salía del colegio.
—Hoy no hay clases. Hubo un accidente anoche. El electricista se electrocutó.
—No podía ser muy bueno. Es una lástima que no dieran el trabajo al padre de Rowan —dijo Jo, y frunció el ceño al ver la expresión de la niña—. ¿Por qué esa cara?
Rowan se esforzaba por saber como debería sentirse.
—Soñé que sucedía eso mismo —admitió.
—En la televisión dicen que a algunas personas les pasa a veces. Habría sucedido de todas formas, nena.
¿O no había sido un sueño? En cualquier caso, ¿importaba mientras siguiera pareciéndolo? Rowan esperó llena de aprensión a que el horror que había visto la alcanzara, hasta que advirtió que no iba a suceder nada de eso. La noche pasada apartó la mirada justo a tiempo. Su alivio dio paso a la esperanza. Cuanto más pronto supiera su padre lo sucedido, mejor. Cuando vio la mansión, echó a correr, pues la puerta principal estaba abierta.
Mientras entraba en el vestíbulo, la penumbra se cerró a su alrededor, y casi se cayó de bruces. Alguien salió de la oscuridad para cogerla, tan rápidamente que fue como caer a un espejo, pero la otra persona llevaba un largo vestido blanco.
—¿Dejaste la puerta abierta? —dijo Vicky.
Rowan supuso que debió de hacerlo cuando su padre le estaba metiendo prisa. Tendría que haberse enfadado porque Vicky había entrado en la casa sin que la invitaran, pero se sintió más molesta con Jo, que empujó la puerta para abrirla mejor y parpadeó ante la oscuridad.
—¿Hay alguien ahí contigo, Rowan? Tu madre no querría que te dejara sola.
La idea de que Jo estuviera demasiado deslumbrada por la luz para ver a Vicky hizo gracia a Rowan, y no pudo evitar compartir parte del desdén de la otra niña.
—No estoy sola —dijo.
—No te las des de lista, Rowan. Ven a jugar con Paul y Mary donde pueda verte.
—Yo no digo mentiras. No estoy sola —dijo Rowan, con un súbito tono de perversión que también era propio de Vicky—. Pueden venir a jugar aquí si quieren.
Jo la miró e hizo una mueca.
—Te vas a enterar si atraviesas esta puerta, ¿me oyes?
Ayudó a Paul y Mary a atravesar la carretera y cerró de golpe la puerta de su casa. El silencio se posó sobre el jardín que olía a la tierra que Hermione había cavado.
—No me importa, quería quedarme aquí de todas formas —dijo Rowan.
Cuando miró alrededor, los claros ojos de Vicky, que nunca parecían parpadear, la observaban.
—Hace tiempo que no te veía —dijo Rowan.
—Yo sí te he visto. He estado muy ocupada. Habría venido si realmente hubieras querido que lo hiciera.
Rowan pensó que era una niña extraña, pero había un modo de averiguar más cosas sobre ella.
—¿Vamos a tu casa?
—No tenemos ningún motivo para atravesar esa puerta.
—Has estado en mi casa, así que ahora quiero ir a la tuya.
—No necesitas preocuparte por eso, querida.
No parecía exactamente una amenaza, ni era una promesa.
—¿Cuándo? —demandó Rowan.
—Verás dónde vivo en cuanto estés preparada.
Rowan podría haber replicado que estaba preparada ahora, pero parecía probable que eso provocara otra respuesta confusa. Decidió esperar hasta que pudiera decirle a uno de sus padres que iba a ir a casa de Vicky.
—Haré algunas cosas en la casa. Puedes ayudarme si quieres.
La repulsión aleteó en el rostro de Vicky.
—No eres una criada, ¿no? ¿Por qué no le das a tu madre una sorpresa y vas a verla al trabajo?
Rowan siempre había querido ir, pero su madre le decía que esperara hasta que fuera mayor. La sensación de que Vicky era capaz de correr aventuras a las que ella no se atrevía la dejó sin aliento.
—Sí, vamos. Le dejaré una nota a mi padre.
Se sentó a escribir bajo la lámpara.
Querido papi, e venido del colejio porque el electrisista tuvo un accidente que espero signifique que te quieren a ti ahora, pero ahora me voy con mi amiga Vicky a bisitar a mami en el ospital…
Se detuvo cuando oyó una risita.
—¿Qué tiene tanta gracia? —demandó.
—Creía que con la edad que tienes escribirías mejor. Tienes muchas faltas.
Rowan escribió te quiere mucho tu Rowan y entonces miró a Vicky.
—Tal vez creas que puedes hacerlo mejor.
—Lo escribiré por ti si quieres.
—No quiero. No quiero que escribas por mí —añadió algunas líneas de besos y se levantó—. Le diré a Jo que nos vamos.
—No hace falta. Sólo estaba interfiriendo. Yo nunca… —los ojos de Vicky se volvieron súbitamente opacos—. Vámonos.
—¿Qué ibas a decir?
—Nada que tenga que ver contigo. ¿No quieres ver dónde trabaja tu madre?
—Vamos a ir, ¿no? ¿Por qué tienes tanta prisa?
Vicky agitó las manos, la sombra de una de ellas se cernió sobre Rowan.
—¿Cuánto tiempo crees que voy a esperar?
De pronto, la habitación pareció oscura, opresiva y gélida. Si esto era la impaciencia de Vicky, a Rowan no le gustaba mucho, sobre todo cuando sus piernas empezaron a temblar. Entonces Vicky se volvió, y Rowan salió de la casa, con la cabeza aturdida. La claridad del día iluminó su mente cuando tocó al timbre de Jo.
—Vamos a ver a mi madre —dijo.
Jo se encogió de hombros.
—Allá ella —dijo, y cerró la puerta.
La puerta de la mansión se cerró como un eco. El vestido blanco de Vicky pareció más brillante cuando cruzó la carretera e hizo una mueca ante la casa de Jo.
—¿No te gustaría poder ir donde quisieras?
—¿Como haces tú?
—Me has leído el pensamiento —dijo Vicky con una mirada significativa.
Viajar en autobús sin un adulto era toda una aventura. Las calles estaban llenas de gente que no conocía, y cada casa contenía secretos que nunca vería. Un hombre desenrolló una alfombra sobre el pavimento de una calle lateral, otro pegó un cartel enorme a un tablero. Un basurero estaba lleno de lo que parecían los recortes de las uñas de un gigante: guardabarros. En Liverpool, en la calle que conducía al hospital, los borrachos parecían jugar tocando las bases de los postes. Vicky la guió al sofocante hospital.
—Creo que mamá estará arriba —murmuró Rowan.
Nadie pareció reparar en ellas mientras subían las escaleras sin alfombrar y dejaban atrás una silla de ruedas que parecía una rebanada de sí misma. Para cuando vieron el cartel que indicaba la sala donde trabajaba su madre, Rowan estaba sudando. Vicky, que parecía absolutamente tranquila, abrió las dobles puertas y la siguió al interior, y Rowan vio a su madre tras una puerta dentro del pabellón. La abrió, disfrutando de la sorpresa que estaba a punto de darle.
Vaciló. Había un anciano en la cama, un hombrecito calvo con las manos vendadas. Parecía que la piel se le había encogido hasta rasgarse. ¿Qué estaba haciendo aquí? No debería estar en un pabellón infantil. Entonces sus grandes ojos tristes se fijaron en ella, y advirtió que se trataba de un niño.
Quiso huir, salir corriendo del hospital antes de que su madre la viera. Estaba a punto de hacerlo cuando su madre se volvió y se le acercó, sombría, cogiéndola por los hombros con una firmeza que parecía la amenaza de una azotaina, hasta que la sacó de la habitación.
—Ahora vuelvo —dijo al niño enfermo mientras cerraba la puerta y conducía a Rowan al pasillo—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí, criatura?
—Hoy no hay colegio —tartamudeó Rowan, buscando a Vicky a su alrededor—. El electricista tuvo un accidente. Papá puede quedarse con el trabajo ahora.
—Eso está muy bien, pero ¿te das cuenta de lo enfermo que está ese niño con el que hablaba? ¿No se te ocurre otra cosa mejor que molestarlo?
Rowan sintió que sus labios empezaban a temblar mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.
—Quería ver dónde trabajabas. Sólo quería darte una sorpresa.
—Bien, lo has conseguido —su madre le dio un cachete, no demasiado agradablemente—. Ahora, jovencita, no empieces a llorar. No puedo perder el tiempo con eso cuando aquí tenemos niños que necesitan que los cuiden. ¿No podías haberte quedado con Jo?
Rowan sintió como si ya no existiera como persona, como si sólo fuera una molestia con la que su madre tenía que tratar, sobre todo cuando ésta suspiró y dijo:
—¿Qué vamos a hacer contigo? Podrías leerle algo a los niños más pequeños, pero la Hermana no deja que los niños hagan visitas. Todos los hospitales eran así cuando Hermione tuvo que ingresar, y tampoco me dejaron. Espera aquí.
Volvió poco después, con el monedero.
—Aquí tienes tu paga adelantada. Ve a la tienda y cómprate algo para leer. Tendrás que quedarte en la sala de personal hasta que acabe el trabajo.
Rowan cogió la moneda, que le pareció fría como la indiferencia, y recorrió el frío pasillo. Cuando empezaba a bajar las escaleras, Vicky la alcanzó.
—No pareces muy contenta. ¿Te echó?
Rowan no quiso admitirlo, ni siquiera a Vicky.
—Lamento lo de ese niño. No quiero ser como él.
—No lo serás todavía. No es natural ser como él.
Eso no pareció tan tranquilizador como debería. Todo lo que quería decir era que Rowan tardaría más tiempo en marchitarse, en que sus miembros se volvieran más delgados y frágiles, y sus manos y pies se convirtieran en garras inútiles, hasta que no fuera más que una muñeca babeante a la que habría que tratar como un bebé y empujar en una silla de ruedas.
—Ni siquiera quiero ser mayor —dijo, tiritando en medio del calor.
El llanto de un niño resonó en un pasillo, un altavoz llamó a un médico, un teléfono sonó. Cuando esos sonidos se apagaron. Vicky estaba todavía mirándola.
—Tal vez no tengas que serlo —dijo.