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Querido diario, Hermione dice que a encontrado una foto de mi tiabuela Queenie con el medallón y que avía escrito en la foto que quería que la niña más joben de la familia tubiera el medallón cuando se muriera, así que ahora Hermione quiere que la saquen

Rowan esperaba que eso no sucediera: se sentiría culpable y sucia si lo hacían. No quería escribir sobre eso, ni de haber oído llorar a su padre. Sostuvo el lápiz como si todavía estuviera escribiendo y contempló la clase. Mary mordía su lápiz y sacudía la cabeza como un perro mientras saboreaba su lengua negra. Alguien se tiró un pedo, provocando una avalancha de risitas. Rowan odiaba ahora el colegio por haber hecho llorar a su padre. Miró la pared, a las fotos y las descripciones de las mejores amigas que la clase había colgado antes de que ella llegara, y advitió que Kelly le hablaba.

—¿Rowan?

—¿Qué quieres?

—No te enfades. Sólo quería preguntarte si quieres venir a merendar algún día a mi casa.

Kelly era una niña grande que se había hecho amiga de Rowan en su primer día y le había dado una bolsa de caramelos. A Rowan le caía bien, pero sospechaba que tomar el té con ella podría pudrirle los dientes. Ahora mismo sólo le apetecía ir a casa de Vicky, dondequiera que viviese. Antes de que pudiera contestar nada, Mary susurró:

—No te molestes con ella, es una engreída.

La respuesta de Rowan fue demasiado brusca para que sus labios pudieran mantener el tono bajo.

—No interfieras, mocosa infecta.

Todas las niñas de la mesa de Mary se rieron, como si hubiera demostrado que ésta tenía razón.

—Habla como si su padre fuera un duque o algo así —se burló Mary—. Es sólo un electricista que no puede encontrar trabajo.

La señorita Frith alzó la cabeza de su mesa, donde estaba leyendo el Sun.

—Mary, ¿no habíamos acordado que no se puede echar siempre la culpa a la gente por no tener trabajo? Ése es uno de los motivos por los que tenemos que aprender, para que no nos aburramos si nos quedamos sin trabajo y nos dediquemos a hacer cosas malas.

Mary y sus amigas se callaron, pero no durante mucho tiempo.

—Vivía con sus padres y una vieja loca que se creía la reina de Inglaterra —mumuró Mary, para que Rowan pudiera oírla.

La campana sonó anunciando el final de las clases, y la voz de Rowan se superpuso a ella.

—Preferiría ser mi tía abuela Queenie que ninguna de vosotras.

No pretendía incluir a Kelly, pero ésta se apartó, arrastrando un olor de caramelos de menta y chocolate. Rowan estaba recogiendo sus libros cuando la señorita Frith la llamó a su mesa.

—Rowan, sabemos que eres una niña lista que lee bien para su edad, pero el colegio es también sobre otras cosas. Queremos ayudarte a crecer. Creo que seríamos más felices si aprendieras a relacionarte más socialmente, a llevarte bien con tus condiscípulas, o lo que es decir tus compañeras de clase.

El creciente disgusto de Rowan hacia el colegio se enfocó en la maestra.

—Mi tía abuela dijo que no se debe decir «lo que es decir».

El rostro de la señorita Frith se estiró.

—Espera fuera —dijo, y alzó la voz y llamó—. ¿Podemos hablar?

Rowan se volvió, esperando que fuera uno de sus padres, pero se trataba de Jo. La maestra la sacó al pasillo, donde Paul y Mary se hurgaban la nariz y le hicieron burlas cuando intentó oír lo que decían sobre ella.

—No planeaban tener un hijo —oyó decir a Jo—. Ella fue el principio de sus problemas económicos.

Mary esperó hasta que regresaron a casa y estuvo a salvo al otro lado de Jo antes de preguntar:

—¿Por qué la tuvieron los padres de Rowan si no la querían?

—Nunca he dicho eso, y no tendrías que haber estado escuchando —Jo evitó mirar a Rowan hasta que llegaron a la mansión, y entonces tocó el timbre y el padre de Rowan salió a la puerta—. La señorita Frith quiere hablar con Alison y contigo sobre los problemas que tiene Rowan en la escuela.

—Es la primera vez que me entero de que los tiene —parecía preocupado e irritable, pero miró a Rowan—. Cuéntanoslos cuando tu madre llegue a casa, ¿vale, nena? —dijo, y empezó a cerrar la puerta.

—¿Puedo pasar? —suplicó ella.

—¿No puedes jugar un ratito con tus amigos? —vio que no podía, y suspiró—. Pasa, pero quítate de enmedio hasta que te diga lo contrario. Estoy atendiendo unos asuntos.

Mientras Rowan se dirigía hacia la escalera, a lo largo del amplio vestíbulo que parecía una aventura, él entró en el comedor, donde el señor Ormond contemplaba con el ceño fruncido la mesa cubierta de facturas y libros.

—Lo mejor que puedo decir es que todo esto es un desastre —dijo el contable.

Rowan se detuvo en la escalera, conteniendo la respiración, mientras el contable continuaba.

—Supongo que no sirve de mucho decir que ya te lo dije.

—Sirve tanto como todo lo que dices, amigo. Me parece que tendrías que tener más respeto hacia los pobres gilipollas que pagamos tus tarifas. Tal vez no sea tan listo como tú, pero eso no te da derecho a refregármelo por la cara.

—Vamos, no hace falta utilizar ese tipo de lenguaje.

—Lo que va a hacer falta es una ambulancia para ti, cabronazo, si no dejas de joderme.

Cuando Rowan oyó los furiosos pasos del contable dirigiéndose hacia la puerta, corrió a su habitación. El coche se marchó, y entonces su padre la llamó.

—Ya no hay problema, nena.

Pero no era así. En el comedor él parecía brutal y agrio, era alguien a quien no conocía y al que temía conocer. En la cena, lamentó haber perdido los nervios con el señor Ormond, y su madre estaba preocupada por alguien llamado Julius que tenía una enfermedad incurable. Normalmente, Rowan sentía que podía compartir sus preocupaciones, pero el comentario de Jo la hizo sentir como si ellos no quisieran que estuviera allí.

—Bien, Rowan, ¿pasa algo en el colegio? —preguntó su madre por fin.

—Papá no consiguió el trabajo —murmuró ella.

—¿Eso es todo, nena? —dijo su padre ásperamente—. No pierdas el sueño por eso. Sobreviviremos. Tendremos que hacerlo, ¿no?

—¿Eso es todo? —repitió su madre.

Rowan deseó poder correr al piso de arriba y esconderse, pero su propia pregunta no se lo permitía.

—¿No quisisteis tenerme?

—¿Quién te ha dicho eso? Por supuesto que sí. Para nosotros eres lo mejor del mundo.

—Por supuesto que sí —gruñó su padre—. Dime quién ha dicho lo contrario y le partiré la cara.

—Nadie —dijo Rowan, temerosa de que se volviera contra Jo como lo había hecho contra el contable—. Hablábamos sobre huérfanos y niños abandonados con la señorita Frith.

Su madre pareció insatisfecha.

—No puede querer vernos por eso.

Rowan guardó silencio, aunque eso era lo mismo que estar de acuerdo. ¿Cómo podía haber pensado que no la querían? No era extraño que sus padres apenas le hablaran durante el resto de la comida, aunque eso le hiciera sentirse como si no estuviera allí o no lo mereciera. En la cama, pensó en el colegio y la señorita Frith, quien presumiblemente les diría lo que había dicho Jo. Tal vez su preocupación la hizo soñar con la escuela.

Empezó con el sonido de un taladro, tan diminuto que al principio pensó que estaba dentro de uno de sus dientes. No, era demasiado distante, pero entonces ¿por qué debía preocuparle? Era fuera de la ventana, hacia el colegio. Cuando advirtió que podía estar en el colegio, se levantó de la cama para echar un vistazo.

Pasó un barco, silencioso como una nube. Las cortinas la rodearon con un suave abrazo mientras miraba entre las casas. El salón de actos del colegio estaba encendido. Ahora supo por qué el sonido le parecía tan doloroso como el torno de un dentista: era el sonido de la pérdida de su padre. El ruido se perdió en el silencio, y poco después un hombre cruzó el salón encendido llevando una escalera de mano. Estaba a punto de perderlo de vista cuando divisó movimiento al otro extremo del salón.

¿No se suponía que su padre trabajaba por su cuenta? De otro modo no podría ser tan barato. Rowan cogió los binoculares de un rincón oscuro de la habitación. Mirar a través de ellos fue aún más parecido a soñar: aunque el hombre con las grandes orejas y el pelo rizado estaba más cerca, ella se sintió aún más despegada. Lo vio detenerse a mitad de la escalera y contemplar bruscamente el salón, cubriéndose los ojos, antes de seguir subiendo. Debía de haber oído lo que Rowan había visto. Fuera quien fuese, obviamente no estaba con él.

No podía ver el pasillo de las clases hacia el que se dirigía. Podría hacerlo desde el piso de arriba. Su sueño era extrañamente detallado, pues cuando salió de su dormitorio oyó la televisión abajo, emitiendo un viejo musical de un grupo local que todavía gustaba mucho a sus padres, los Beatles. Subió las escaleras, los binoculares balanceándose en su pecho como un bebé en un columpio.

Sueño o no, deseó haber tenido puestas las zapatillas. Mientras subía, la alfombra se fue haciendo más húmeda y fría. En el piso de arriba, parecía la amenaza de arenas movedizas en la oscuridad. Al menos sus sensaciones eran distantes, como si apenas estuviera allí. Cruzó el pasillo hasta la habitación llena de muebles viejos, y se dirigió a la ventana entre las vagas sombras agazapadas.

El bastidor de la ventana se alzó, y sus contrapesos resonaron contra la pared como latidos irregulares. Las lentes de los binoculares parecieron encajar en sus ojos y desaparecer. El electricista había atravesado el pasillo, colocando cables sobre los cuadros, y casi había llegado al corredor de la derecha. Rowan se volvió hacia el pasillo, pero no había más que cuadros que se extendían hacia las clases de preescolar. Entonces pensó en el pasillo que el hombre casi había alcanzado ya.

Estaba apagado. La luz del pasillo llegaba más allá de la primera ventana y hacía que la pared brillara helada, pero el siguiente tramo de pared se fue desvaneciendo del gris al negro, y la tercera ventana parecía cubierta de hollín. Rowan no estaba segura de haber visto movimiento donde la penumbra se convertía en oscuridad, un movimiento que se replegaba como una araña. Sólo sabía que se estaba poniendo más nerviosa a medida que el hombre iba bajando de la escalera.

La plantó justo ante la boca del pasillo, extendió sus patas y las sacudió para asegurarse de que eran firmes. Cuando se inclinó hacia el pasillo, a Rowan le pareció oír algo, pero él se agachó para recoger sus cajas de tachuelas y clavos. Subió los peldaños con cuidado, colocó las cajas en la plataforma, extendió la mano y colocó una tachuela sobre el cable y echó atrás el martillo para clavarla. Entonces, de manera tan insospechada que al principio Rowan quiso reír, el martillo voló de su mano.

La sorpresa le hizo alzar la mano y soltar su tenaza… una sorpresa por algo que veía correr hacia él desde el pasillo. Tal vez el shock volcó la escalera: ¿podía habérsela quitado de debajo una figura tan pequeña como la que Rowan apenas llegó a ver? Fue ciertamente el shock lo que le hizo agitar las manos sin pensar, en busca del único asidero que pudo alcanzar: el cable de la luz.

Rowan vio su boca retorcerse y abrirse tanto que pensó que la mandíbula se le iba a romper, y entonces su cuerpo empezó a sacudirse. La tachuela de la que colgaba el cable se soltó del techo. Metros de cable rompieron el yeso, haciéndole caer al suelo. El hombre sujetaba el cable con ambas manos, incapaz de soltarlo. Rowan apartó los binoculares cuando el hombre empezó a bailar indefenso en el extremo del cable.

A pesar de la distancia, vio su cara volverse negra. Ahora era pequeño como un insecto, y se retorcía como un bicho casi muerto. Rowan se volvió, sintiéndose exhausta, agotada. Podría haberse tendido en el suelo, pero por supuesto estaba en realidad dormida en su habitación. De todas formas, tuvo que soñar que regresaba de puntillas por las frías escaleras y colocaba los binoculares en el rincón de su habitación y volvía a meterse en la cama antes de que el sueño pudiera terminar.