13

El lunes, a la hora del almuerzo, varias niñas vinieron a la tienda. Hermione se asomó cuando sonó la campanilla. Dos niñas de la edad de Rowan admiraban los vestidos en las perchas mientras algunas compañeras de clase se apretujaban en el escaparate, oscureciendo la tienda. La campanilla tintineaba a medida que las niñas iban entrando, y Hermione pareció incapaz de contarlas o incluso de ver sus rostros. Hicieron que la habitación pareciera un cuartucho pequeño, oscuro y sin aire. Se puso en pie.

—Algunas tendréis que salir. Las que no vayáis a comprar nada. Y no bloqueéis el escaparate. Dadnos a los demás una oportunidad de respirar.

Las niñas se miraron como si estuviera loca o senil. Una, que acababa de abrir su bolso, lo cerró ostentosamente y salió de la tienda como si fuera una duquesa, seguida de sus amigas. La aguda campanilla sonaba y sonaba, y entonces la habitación quedó en silencio hasta que Gwen y Elspeth, las trabajadoras que hacían los juguetes, murmuraron algo en galés.

—Decíamos que si quiere irse a casa donde no la interrumpan, nosotras cuidaremos de la tienda —explicó Gwen.

—No podría hacerlo. La gente pensaría que es una mejora, y probablemente lo sería —incluso su intento de hacer un chiste traicionó su nerviosismo—. Si queréis quedaros, me encantaría. Estaré en la parte de atrás para no asustar a más clientes —dijo, y regresó al último montón de anuncios no solicitados.

Pronto todos los brillantes folletos llenos de elogios a los muñecos de plástico estuvieron en la papelera situada junto a su pequeña mesa de roble. Gwen y Elspeth murmuraban fluidamente en galés y la miraban cuando ella no se daba cuenta, la preocupación reflejada en sus rostros pálidos y afilados, pero delicados. Años de vivir juntas las habían hecho parecer gemelas casi idénticas. Hermione no podía reprocharles que se preocuparan por ella. No sería de ninguna utilidad a Rowan en este estado.

Se encontraba así desde que la niña se asomó al escaparate a través del reflejo de la máscara. No dejaba de ver una figura pequeña en las calles oscuras, y cada vez que abría la tienda sentía que había demasiadas caras inmóviles en la ventana. Luego su madre la llamó para decirle que Lance se había matado antes de poder hablar con Alison, y Hermione recordó lo que le había dicho: «la niña pequeña». Tal vez no se refería a Rowan.

La impresión de que podía ser necesaria la envió a Waterloo. La visión de la casa, del conjunto de ventanas que le recordaban a los ojos de una vieja araña hinchada, la había puesto demasiado nerviosa para pensar. Las hermanas habían discutido sobre Lance, y Hermione se sintió menos sola después de hablar. Se puso a trabajar en el jardín para que los posibles compradores de la casa no decidieran en contra antes de abrir la puerta, y luego apareció Rowan con los binoculares de la vieja muerta.

Al principio Hermione pensó que la forma negra se agarraba a su pecho. Había visto un murciélago, y se dijo que era un gatito. ¿Qué más daba si eran los binoculares de Queenie? Era lógico que la niña hubiera cogido algo de la casa, pero ¿por qué insistía en que una amiga se los había dado? Rowan la miró inocentemente y dijo que la había conocido cuando se alojaba con ella… una niña con el verdadero nombre de Queenie.

Nadie pareció darle importancia. Cuando Rowan se marchó tras las dunas y no pudo oírlos, sus padres se volvieron hacia Hermione. Rowan ya estaba bastante trastornada por tener que mudarse sin todo este alboroto por un viejo par de binoculares. El maldito aparatejo ni siquiera servía de mucho, protestó Derek como si eso debiera terminar la discusión: había echado un vistazo y las lentes bien podrían haber tenido cristal corriente.

Hermione se obligó a callarse hasta que pudo escoger las palabras. Una noche de descanso la hizo sentirse más capaz, tanto que se atrevió a subir al piso de Queenie para demostrar a Alison y Derek que había superado sus neurosis y había que confiar en ella. Pero las habitaciones la trastornaron, pues parecía que la muerte de Queenie se filtraba a través de ellas. Se había llevado algunos álbumes familiares para repasarlos en casa, y nunca se había sentido antes más ansiosa por marcharse del hogar de Queenie.

Y ahora que estaba más recuperada, empezaba a acosar a sus clientes en vez de intentar ayudar a Rowan. Retrasarlo sólo empeoraría sus temores, y tenía que enfrentarse a lo que no podía evitar. Se incorporó, sintiéndose inesperadamente más liviana, y las mujeres le sonrieron como si se hubiera levantado de la cama tras una enfermedad.

—Si vais a quedaros hasta que cerremos, ¿podríais acercarme a la iglesia? —dijo.

Ellas parecieron aliviadas y comprensivas.

—Cuando quieras visitar la tumba, dínoslo —dijo Elspeth.

Cuando las niñas pasaron ante la tienda de regreso al colegio, Hermione las abordó.

—Lamento haberos gritado. He tenido algunos problemas familiares.

—Entramos demasiadas a la vez. Volveremos mañana —dijo una, y Hermione pensó en dar un regalo a cada una de ellas.

Cerró la tienda a las cinco y media mientras Elspeth sacaba el Renault del aparcamiento. Mientras se dirigían a Gronant a través de una carretera secundaria, una oleada de frío típico del otoño llegó desde los campos, donde los bordes de las hojas empezaban a teñirse de amarillo.

—Llevaré a Gwen a casa —dijo Elspeth en la iglesia, como si no estuvieran viviendo juntas, aunque a Hermione no le importaba: las envidiaba por lo que tenían. Vio como el Renault desaparecía tras la colina, y entonces entró en la iglesia.

Era pequeña y ordenada, medio oscurecida por el enorme campanario. Atravesó el césped, dejó atrás las flores apoyadas contra las lápidas grises, un ángel que asomaba el muñón de su muñeca en su túnica de piedra como si fuera el cañón de un arma. Un sauce llorón daba sombra a una zona en mitad del cementerio, inviolable e inaccesible, y tras él se encontraba la tumba familiar.

El nombre recién tallado brillaba desde la columna de mármol sobre el montoncito cubierto de césped. SU AMADA HIJA VICTORIA, POR FIN EN BRAZOS DE SU PADRE. Queenie debía de haber preparado el epitafio por adelantado, o de lo contrario también se mencionaría a su madre. Hermione tembló ante la idea de bajar hacia unos brazos enterrados… y entonces recordó que Rowan había dicho que la niña llamada Vicky no sabía dónde estaba su padre.

No era extraño que Queenie hubiera vuelto si todo lo que había encontrado era vacío. Hermione creía que cuando morías encontrabas lo que esperabas, pero ¿y si encontrabas sólo lo que pudieras crear, consciente o inconscientemente? Tal vez Queenie, que nunca había creado nada más que una imagen perfecta de sí misma, había descubierto que estaría sola por toda la eternidad. Hermione siempre había pensado que la idea de un infierno presuponía la existencia de un dios, pero tal vez el infierno eras tú mismo después de la muerte: tal vez eras juzgado en el momento de la muerte por esa parte de ti mismo a la que no le podías mentir, la parte que sabía todo lo que habías pensado y hecho en tu vida. En algún lugar de cada uno se hallaba su crítico más severo, y tal vez morir lo liberaba de toda una vida de ataduras para juzgar qué clase de eternidad merecías.

La mandíbula de Hermione dio un tirón, pero sólo porque sus pensamientos la hacían apretar los dientes. Parecía que Queenie había dejado de herirla de esa forma. La podredumbre del piso superior de su casa podría reflejar también una pérdida de interés. Pero sí estaba interesada en Rowan: lo suficiente para asegurarse de que la enterraban con un rizo de la niña.

Hermione miró a su alrededor. El sauce ocultaba la tumba de la carretera; las casitas más cercanas quedaban fuera de la vista tras la colina. Con todo, era absurdo hacer planes: no sólo carecía de herramientas, sino que no ayudaría en nada a la familia que la detuvieran por profanar la tumba. Seguro que habría medios legales pare recuperar el camafeo.

¿Era sólo el alivio de no tener las herramientas lo que la hacía sentirse observada con desprecio? Un frío olor a podredumbre flotó sobre el cementerio, y Hermione sintió como si quien la observaba estuviera conteniendo la respiración. No tienes respiración que contener, pensó con una bravata tan furiosa que avivó su mente. Mataste a Lance porque iba a decirle a Alison por qué hiciste así tu testamento, para mantener a Rowan donde quisieras. No has intentado matarme porque nadie me escuchará, porque todos piensan que soy aquello en que me convertiste, una niña neurótica a quien asustaste para no crecer.

El silencio era tan profundo que le costaba trabajo respirar. El sauce parecía tan inmóvil como las lápidas y la iglesia. Se dio la vuelta, sintiendo de repente que estaba desafiando a quien la observaba para que hiciera algo más. Tal vez fue esa provocación lo que disparó la respuesta.

Parecía una risita sofocada, no tanto infantil como senil, una expresión de malicia que no podía ser contenida. Hermione intentó decirse que la había imaginado, pues ¿cómo era posible que procediera de donde creía? Entonces una voz respondió a sus pensamientos sobre Queenie y ella misma, una voz tan ahogada que parecía marchita, y Hermione se marchó muy rápidamente, sin correr, apartando las ramas del sauce mientras se encaminaba directamente a la verja.

—Eso es —dijo la voz alegremente, desde el interior de la tumba.