11

El sábado había dos cartas en el felpudo.

Una era de Rowan, al estilo de las que escribía a menudo.

Queridos papá y mamá, no me importa dónde viva mientras esté con bosotros, quiero vivir con bosotros porque os quiero más que añada en el mundo y me alegro de que me dejeis quedarme los vine vineo vinoculares, espero que conoscáis a mi nueba amiga pronto

La besaron y la enviaron a jugar en la jungla del jardín trasero mientras miraban la otra carta. Era del banco.

—Ábrela tú —dijo Derek—. Tal vez nos traigas suerte.

Vio como Alison volvía el sobre y alzaba la solapa con una uña. Deslizó un fino dedo en su interior y lo rasgó, sacó la hoja de papel timbrado, la desplegó y la enderezó. Tal vez el director del banco había escrito para decirles que su cuenta estaba por fin en números negros, intentó pensar Derek, hasta que Alison hizo una mueca mientras le tendía la carta. El cheque del contratista había sido devuelto.

Fue como si le hubieran arrancado las trescientas libras de las manos. Derek vio como sus planes se desvanecían uno a uno, como luces que se funden: redecorar la casa para poder venderla con más facilidad, las vacaciones que podrían disfrutar cuando Rowan llegara al descanso de la mitad del trimestre, un coche para Alison, porque no merecía la pena reparar ya el suyo… La casa pareció caerle encima, un peso muerto del que nunca se librarían, destartalada y fea y desagradable. Mientras se dirigía al teléfono, chirridos y ecos le siguieron.

—Intenta no perder los nervios —dijo Alison.

Había niños jugando, una mujer les gritaba por encima del farfullar de un pinchadiscos que hablaba tan fuerte como si estuviera en una arenga pública.

—Sí —dijo una voz.

—No malgasta palabras, ¿eh? —dijo Derek.

—¿Qué?

—¿Está Ken?

—¿Quién lo llama?

—Lo sabe.

El hijo de Ken, fuera cual fuese, se apartó del teléfono y murmuró, luego regresó.

—No está aquí. Dice que le deje un mensaje.

Derek pudo oír a Ken silbar melodías de los Beatles entre el clamor.

—No me molestaré —dijo, y se apoyó sobre el teléfono mientras llamaba a Alison—. Voy a verlo.

Ella bajó rápidamente la escalera, con las sábanas dobladas en los brazos.

—¿No sería más seguro que el abogado le escribiera?

—Más seguro y más largo, y sin nada en limpio al final, posiblemente. Mira, sólo quiero hacerle comprender el lío en que estamos metidos —dijo, y le cubrió los labios con la mano. Todavía podía sentir su aliento húmedo en la palma mientras corría hacia el coche.

Atravesó Everton, dejando atrás calles con tiendas anticuadas y cines convertidos en bingos, y subió la colina cubierta de bloques de edificios. Tras Everton estaba Toxteth, jóvenes negros con radios enormes recorrían las calles victorianas, jóvenes blancos en coche buscaban mujeres. La ventana del antiguo apartamento de los Faraday estaba rota y remendada con cartones. Ken vivía al otro extremo de Toxteth, en Aigburth, en una calle sobre los Festival Gardens. Entre los jardines de todas las naciones en la orilla de Mersey, el Festival Hall brillaba sombrío, un zeppelin medio enterrado. Una rueda de caravana asomaba junto al porche de cristal de la amplia casa de ladrillo de Ken. Derek llamó al timbre colocado bajo una lámpara y oyó voces gritando a los niños para que se callasen.

Las cortinas violeta se agitaron en la ventana principal, y entonces Ken abrió la puerta vestido con una bata oriental. Su cara redonda intentaba parecer inexpresiva.

—Hola, Derek. ¿Visitando viejos barrios? Ahora mismo tenemos un poco de jaleo.

—Puedo soportarlo. No querrás que te grite a través del cristal.

Ken abrió al puerta del porche y salió, alisándose el pelo despeinado.

—No he olvidado que dije que arreglaríamos tu casa, si eso es lo que pasa.

—Es tu cheque, amigo.

—No habrás intentado cobrarlo, ¿verdad? ¿No era para finales de la semana que viene? Es culpa mía. Tengo tantas cosas en la cabeza, ya sabes como es. Espera y te firmaré otro.

—No podemos esperar. Ken. Necesitamos el dinero ahora.

—No creerás que soy tan tonto para tener todo ese dinero en casa con tantos ladrones alrededor, ¿verdad? Dile al banco que va de camino si se ponen pesados. ¿Qué harán, secuestrar a tu hija si no pagas?

—Tu banco abre los sábados. Podrías darme el dinero cuando te vistas.

—No puedo hacerlo, amigo. Problemas de liquidez y algunos de los capullos con los que tengo que trabajar, ya sabes. No hagas una escena, ¿vale? Aquí somos gente agradable, no tenemos líos en la calle. ¿Vas a dejarme que te dé un cheque? Entonces tendrás que disculparme, tengo que dar de comer a los conejos.

Se dirigió al lado de la casa, atándose la bata. Derek lo alcanzó cuando salió de la cocina con una lechuga.

—No voy a marcharme hasta que me pagues los trescientos que me debes —dijo Derek, tan fuerte que los conejos se agitaron en la jaula al fondo del jardín.

—¿Todavía detrás de los billetes verdes? Mastica esto si estás tan desesperado —lanzó la lechuga a Derek, quien la agarró por instinto mientras Ken abría la puerta del callejón situado junto a la conejera—. ¿Vas a ser razonable? Mis chicos te arreglarán la casa la semana que viene si no te importa que trabajen por las noches, ¿verdad, muchachos?

Derek se volvió. Los dos hijos mayores de Ken estaban tras él.

—Sí —dijo uno, y el menos hablador asintió.

—Acabarán antes de medianoche —dijo Ken.

¿Cómo podía Derek considerar dejarlos entrar en la casa cuando podía ver que estaban dispuestos a amenazarlo?

—Quiero mi dinero —dijo.

Ken le quitó la lechuga de las manos y abrió la puerta del callejón, sacudiendo tristemente la cabeza.

—Dadle lo que está pidiendo.

Derek retrocedió hasta el callejón y tropezó con un contenedor de basura. Casi cayó de espaldas. Los jóvenes se rieron por eso, pero dejaron de sonreír mientras le seguían. Cuando Derek se puso en pie, sus dedos encontaron el cuello de una botella. La rompió contra la pared tan salvajemente que los hijos de Ken retrocedieron un paso. Sintió que una lasca de cristal se clavaba en su mano como un atisbo de como acabaría la pelea con ellos, y esto le excitó, le hizo querer dañarlos aún más. Entonces pensó en Rowan, la imaginó viendo en qué estado llegaría a casa. Tiró la botella y dio la espalda a los jóvenes. Éstos se burlaron de él y le tiraron basura mientras regresaba lentamente al coche.

Había conservado su autorrespeto, pero ¿a qué precio? Ahora tendría que recurrir a un abogado y pagar más por el trabajo de la casa. Regresó a Waterloo, cada vez más descontento consigo mismo y con la noticia que tenía que darle a Alison. Pero cuando la encontró, revisando viejas fotos en una habitación del piso central, ella parecía tan trastornada que tuvo miedo de preguntar qué había sucedido.

—Lance se ha matado —dijo.

—No me digas. ¿Cuándo?

—Hace unos días, pero Richard acaba de llamar a mis padres. Hermione nos contará más cuando llegue. No te importa que se quede a pasar la noche, ¿verdad? Parecía muy impresionada.

—Lo que tú digas, Ali. No hubo suerte en casa de Ken, por cierto. Apenas pude acercarme a él.

—Sobreviviremos hasta que las cosas mejoren —Alison le abrazó, pero eso sólo le hizo sentirse más torpe, como si ella advirtiera que no le había dicho toda la verdad.

Se alegró de que el teléfono sonara.

—Es un trabajo doméstico en Bootle —anunció—. Llevaré a Rowan.

Rowan estaba detrás de la casa, contemplando la bahía por encima del denso seto.

—Echarás raíces si te quedas ahí más tiempo —le dijo—. Ven a ver como arreglamos una casa.

—Prefiero quedarme, papi. Mi amiga Vicky tal vez venga a jugar conmigo, y quiero estar aquí por si lo hace.

Derek no estaba preparado para ser rechazado. Tal vez ella consideraba que cargar con las herramientas no era propio de una señorita. Llegaría un momento en que no la conocería. La idea le lastimó, y tuvo que concentrarse en el trazado de la instalación para los recién casados de Bootle. Cuando regresó a Waterloo, Hermione había llegado.

Estaba en el jardín delantero, atacando el césped con sus tijeras.

—Aquí estoy de nuevo, Derek. Pensarás que no puedes deshacerte de mí.

—No me rompas el corazón. Sabes que siempre eres bienvenida.

—¿Si? No me siento así. No me refiero a ti, sino a la casa —miró como si esperara ver a alguien observándola—. ¿Y vosotros? ¿Os sentís cómodos?

—Rowan sí.

—No estoy segura de que eso me guste —arrancó la hierba de las hojas de su podadora—. Bien, pensarás que la neurótica de tu cuñada está peor que nunca.

—Necesitas tiempo para superar las cosas, eso es todo. Pero las partes malas de tu pasado están muertas ahora, ¿no? Queenie y ahora Lance.

Pensó que había sido demasiado brusco, pero ella asintió lentamente, como para convencerse a sí misma.

—Lance, sí. No hay ningún error al respecto, quedó cortado por la mitad. El conductor dijo que se le plantó delante. ¿Cómo puede nadie hacer eso, Derek?

—Tal vez ya no pudo soportarse por más tiempo, la vergüenza de que todo el mundo lo supiera.

—Eso es lo que piensa su padre. Pero venía hacia aquí, Derek.

—¿Y qué? —dijo él, sintiéndose oscuramente amenazado—. Tenía que ir a alguna parte.

—Pero ¿por qué venir hasta aquí y luego matarse?

—Había estado hablando sobre Rowan, ¿no? Tal vez cuando estuvo cerca no pudo soportar lo que pensaba sobre ella.

La discusión le ponía nervioso, el recuerdo de haber conocido a Lance, la sensación de la mente de Lance como un pozo oscuro en el que cualquiera podía caer si se acercaba demasiado.

—Nunca sabremos lo que quería decirle a Alison —dijo Hermione, y él estuvo a punto de contestar que no importaba cuando Rowan rodeó la casa.

—¿Dónde está mami? Oh, hola —dijo a Derek—. No sabía que hubieras vuelto. Por favor, ¿puedo ir a las dunas donde me podáis ver y buscar a mi amiga?

—Aquí estoy, Rowan —Alison apareció en la puerta abierta con un rascador y un trozo de papel arrancado de la pared—. ¿Qué ocurre?

Hizo la pregunta a Hermione, que estaba mirando a la niña. Hermione se aclaró la garganta, nerviosa.

—¿Le diste esos binoculares?

—Fue una de sus amigas —dijo Derek.

—Puedes echarles un vistazo si quieres —ofreció Rowan, y buscó el lazo tras su cuello.

—No, no, sólo quiero verlos —dijo Hermione rápidamente. Los miró, y entornó los ojos—. Me gustaría cogerlos.

Su intento por parecer casual hizo que Rowan vacilara.

—Mi amiga dijo que podría quedármelos mientras viviéramos aquí.

Derek dejó escapar su creciente impaciencia.

—¿Cuál es el problema, Hermione?

—Son de ella —se dirigió a Alison, casi suplicando—. Los vi en su habitación, lo juro. ¿No ves lo viejos que son?

—Escucha, si alguien no…

—Se refiere a Queenie, Derek. Es verdad que tenía unos binoculares tomo ésos. No estaban en su habitación cuando la despejamos. Rowan, querida, no me enfadaré si dices que fuiste tú, pero ¿los cogiste de la habitación de la señora mayor?

—No, mami —respondió Rowan, a punto de llorar de rabia.

—Solía sentarse con ellos en la ventana después de la muerte de su padre —dijo Hermione, como si eso pudiera convencer a Derek—. Observaba su tumba durante horas.

—Son de Vicky. Ella me los dio —lloriqueó Rowan.

Hermione agarró con tanta fuerza el brazo de Derek que éste dio un respingo de dolor.

—¿Quién dices?

—Vicky. Es mi nueva amiga. La conocí cuando estuve en tu casa.

—Oh —gimió Hermione, desplomándose contra Derek.

Él liberó su brazo y la asió por los hombros. La miró a los ojos.

—Hermione, vas a asustar a la niña si no te calmas. ¿Qué te ocurre?

—No pasa nada, Derek, yo cuidaré de ella —Alison rodeó a su hermana con un brazo—. Es sólo una coincidencia, Hermione.

—¿Qué clase de coincidencia? —demandó Derek.

Alison miró a Rowan y luego a él, con el ceño fruncido.

—Es sólo una coincidencia —repitió, más forzada—. Está pensando en Queenie, eso es todo. La llamábamos Queenie porque su padre decía que era su reina. La bautizaron como Victoria.