10

Querido diario, me gusta mi nuevo colejio porque todo el mundo es amistoso y la maestra es hamable y nos permite escribir nuestras cosas abeces, como ahora que puedo escribir mi diario. Pronto nuestra clase va a hacer una obra para nuestros padres y yo seré una bieja solitaria, eso si todabía bibimos en la casa grande

Rowan mordió la punta de su lápiz. Casi había escrito que deseaba que vivieran allí para siempre. También tenía que ser duro para sus padres tener que mudarse de nuevo tan pronto, pero ahora que el hombre que les debía tanto dinero iba a pagarles, ¿no podrían quedarse? Echaba de menos a sus amigos de Liverpool, pero tal vez uno de sus padres pronto tendría tiempo para llevarla en el coche a visitarlos. Dibujó la casa con todas las ventanas encendidas y barcos navegando bajo la luna, como los imaginaba cuando los escuchaba desde la cama, y luego coloreó las ventanas, colores diferentes para habitaciones distintas, (mando coloreó el piso de arriba, pensó que había subido allí sonámbula. Mami dijo que debía haberlo hecho por todo el ajetreo, pero en ese caso, ¿no tendrían que evitar el ajetreo de mudarse otra vez? No, eso era egoísta por su parte. Papá y mamá ya tenían suficientes problemas. Tenía que ayudarlos siendo una niña mayor.

Después del colegio, salió al patio decidida a no dejar que su padre sospechara lo que esperaba. No tuvo que hacer ningún esfuerzo, pues Jo la estaba esperando.

—Tu padre está ocupado, nenita. Ven a casa conmigo y veremos si hay algunos caramelos.

—No le des más que a mí la última vez —dijo Mary, que estaba en la clase de Rowan pero parecía más joven que ella. El pequeño Paul, que estaba en preescolar, dijo:

—Caramelos, yum.

Se adelantó corriendo camino a casa, hasta que Jo le dio una bofetada cuando se cansó de correr tras él. El niño estaba todavía llorando cuando llegaron a casa de Jo, un sonido tan triste como el cartel de Se Vende colocado ante la casa grande que a Rowan le parecía casi inconsolable, como un niño tan grande y tan feo que nadie quiere jugar con él. Jo los condujo a los tres a la casa y colgó sus mochilas antes de dirigirlos a la cocina.

—¿Qué tengo aquí para estas personitas que no me van a dar dolor de cabeza?

Paul dejó de llorar inmediatamente.

—No le des más que a mí —dijo Mary.

—Puedes quedarte con todos si quieres —dijo Rowan.

—Os quedaréis sin ninguno si empezáis a discutir —Jo se dirigió rápidamente al pie de las escaleras, haciendo que sus sandalias aletearan—. Patty, llévalos a la playa hasta la hora de merendar, ¿quieres? Se están peleando por los caramelos y me están produciendo jaqueca.

Patty bajó reluctante las escaleras, con un rastro de humo de cigarrillo asomando por su nariz.

—No me siento bien, mamá, y estoy haciendo mis deberes.

—Puedes hacerlos más tarde, ¿verdad? No saldrás a bailar cuando te toque el período. Llévatelos durante una hora y procura que no hagan travesuras.

Patty cogió la bolsa de caramelos de lo alto de una alacena.

—Comportaos bien o no comeréis ninguno.

Pero Rowan ya no quería. Le habría gustado acercarse al fondeadero y ver los yates atracados, pero Patty no quería ir tan lejos y Paul podría caerse. Paul y Mary discutieron por los cubos de plástico durante un rato, y cuando Mary insistió en que el rojo era el suyo, él derribó su castillo de arena. Rowan se ofreció a llevarlo a la orilla y mostrarle cómo cavar un arroyo, pero Patty dijo que tenía que estar cerca de ella. Sintiéndose un estorbo, Rowan se apartó de los demás y se puso a contemplar la bahía.

La costa galesa titilaba con el calor. Parecía congregarse y abalanzarse hacia el enjambre de luz que era la bahía. A menudo, Rowan cerraba los ojos para luego abrirlos y hacer que todo pareciera nuevo, pero ahora tuvo que cerrarlos para que la luz no la molestara. Los abrió un poquito, y descubrió que estaba mirando directamente a alguien a quien no podía ver a causa del resplandor: una figura vestida de blanco.

Por un instante eso fue todo lo que pudo ver, en mitad de una blancura demasiado brillante para sus ojos. Ni siquiera pudo oír las olas. No me gusta esto, pensó, preguntándose qué le había hecho ahora el calor. Entonces la figura se volvió hacia ella, y el sonido de las olas inundó sus oídos, la bahía y el cielo y la playa volvieron a enfocarse mientras la niña se dirigía hacia ella cruzando la arena.

Era Vicky, la niña que había conocido en Gales. Alrededor de su cuello y por encima de su vestido, que parecía exactamente el mismo de la otra vez, colgaban un par de viejos binoculares. Se detuvo a unos pocos pasos del agua, invitando a Rowan a acercarse con sus ojos claros, sonriendo.

—Prometí que volvería a verte, ¿no? Te he visto cuando tú no me veías. He comprado esto para ti, pero creo que no deberías estar con niños sucios. No queremos que ensucien nuestras lentes.

—Tuve que venir con Patty porque mis padres están trabajando. Sólo tengo que quedarme cerca.

—Verás mejor desde las dunas —dijo Vicky, y tras pasar la cinta por encima de su cabeza, le tendió los binoculares.

Rowan intentaba enfocarlos cuando apareció Paul.

—Déjame mirar —demandó.

—Eres demasiado pequeño, Paul. Podrías romperlos —dijo Rowan.

El niño empezó a llorar de inmediato, y Patty se acercó, gruñendo.

—Estaba tan feliz jugando y ahora lo has molestado. ¿Qué le has dicho? ¿De dónde has sacado eso?

—Me los dio mi amiga —dijo Rowan, enfadada, pues Patty hablaba como si fuera una ladrona—. Sólo le dije que era demasiado pequeño para usarlos.

—¿Qué amiga? —dijo Patty, y luego descartó la pregunta, impaciente—. Déjale echar una ojeada. Me encargaré de que no los rompa. Me está produciendo dolor de cabeza, ¿sabes? Si no dejas de atormentarlo, se lo diré a nuestra madre.

Mary corrió hacia ellos, tirándose de las braguitas que se le habían atascado en el trasero.

—Yo también quiero mirar.

Paul se frotó la nariz con el dorso de la mano y luego secó ésta en sus pantalones, y Rowan se sintió dolorosamente avergonzada de estar con él y sus hermanas. Buscó a Vicky y la vio observando desde el borde de las dunas. Señalaba los binoculares, y asintió, indicando que se los diera a Paul. Su sonrisa era tan retorcida que Rowan vaciló, hasta que Mary dijo:

—Es una egoísta, sólo porque vive en una casa grande.

Rowan se pasó la cinta por encima de la cabeza, sintiéndose culpable y excitada, y colgó los binoculares alrededor del cuello de Paul.

—Agárralos, ¿quieres? —gritó Patty cuando empezó a quejarse de su peso.

El niño se miró los pies a través de los prismáticos y casi se cayó, escrutó la bahía y dijo «Guau» ante la luz, y entonces se volvió a mirar su casa. De repente, apartó los binoculares, tan violentamente que Rowan temió que la cinta fuera a romperse, y se abrazó a Patty.

—Dámelos —chilló Rowan—. Podrías haberlos roto.

El niño casi le arrojó los binoculares.

—Una niña con cara larga me asustó —gimió—. Hizo que sus ojos parecieran horribles.

Rowan se retiró hacia las dunas y trató de no reírse cuando Patty gritó:

—No subas ahí. Mi madre ha dicho que tenías que quedarte conmigo.

—No, no lo hizo —dijo Rowan—. Dijo que no hiciéramos travesuras, y ya sé que no las tengo que hacer, gracias. Sólo subo a las dunas para ver mejor.

—Quédate donde se te ha dicho —ordenó Patty, ronca por los cigarrillos que fumaba, y la siguió cojeando.

Rowan subió corriendo los escalones y cruzó el asfalto lleno de arena del paseo, y oyó susurrar a Vicky.

—Aquí.

Mientras Rowan escalaba la duna, Patty llegó a lo alto de las escaleras, la cara deformada por la incomodidad.

—No nos encontrarán —dijo Vicky.

Rowan se agachó, sintiéndose acalorada y furiosa, el corazón desbocado.

Oyó acercarse a Patty, gritándole amenazas para que se dejara ver, y entonces su voz entrecortada y las quejas de los niños más pequeños desaparecieron.

—Dije que te escondería —dijo Vicky—. Puedes confiar en mí.

Rowan deseó poder ser como ella, con su inmaculado traje blanco, sus pies descalzos llenos de arena, su rostro largo y liso como el mármol, los pequeños rasgos que eran perfectamente simétricos. Parecía absolutamente distinta a Patty y los demás. Patty emitió un chillido distante, y entonces se produjo el silencio, ni siquiera el sonido de las olas. Rowan dirigió a Vicky una sonrisa triste que pretendía decir que Patty no tenía nada que ver con ellas, pero Vicky la miró con desdén.

—Pronto serás igual.

—No —respondió Rowan, indignada—. ¿Qué quieres decir?

La cara de Vicky se retorció de disgusto, y bajó la voz.

—Sangrarás.

—Todas las chicas y señoras lo hacen —dijo Rowan, sintiéndose inesperadamente superior.

—No te sentirás tan orgullosa cuando te pase. Te sentirás enferma y sucia y avergonzada de ti misma. Ya has visto el aspecto de esa niña.

—Mi madre dice que es natural, parte del crecimiento.

—Cuanto mayor se hace la gente, más mentiras dice.

—Mi madre no dice mentiras, así que no la acuses.

—¿Estás segura? He visto que tu casa está en venta. ¿Te hizo pensar que ése era tu hogar ahora?

—Aunque lo hiciera, eso no es mentir —dijo Rowan, pero parecía que así era.

—Y tu padre prometió comprarte un telescopio, pero tuviste que esperar a que yo te trajera uno.

—¿Y tu padre? ¿También dice mentiras?

De inmediato, los ojos claros se quedaron en blanco, como viejas monedas, mirándola tan fijamente que Rowan tuvo miedo de hablar. Tragó saliva y tocó los binoculares.

—¿De verdad que los has traído para mí?

La mirada de Vicky se ensombreció lentamente, y Rowan oyó el susurro de la arena a través de la escasa hierba.

—Eso te he dicho, ¿no? Y yo no digo mentiras. Sube a ver qué ves.

Cuando Rowan llegó a la cima de la duna vio a Patty en las escaleras, siguiendo a Paul y Mary, que corrían hacia sus cubos. Por un momento ella pareció mirar hacia Rowan, pero el sol debía de darle en los ojos. Su cabeza fue despareciendo escalón tras escalón, y entonces sólo quedó Vicky, su vestido blanco contra la duna soleada, observando a Rowan mientras ésta se llevaba los binoculares a los ojos.

Le gustaban las cosas viejas, pero los binoculares tal vez lo fueran demasiado. Todo lo que pudo ver fue un borrón tras un enorme ocho de oscuridad. La opresión hizo que la cabeza le doliera. Buscó un tornillo para enfocar, pero no había ninguno.

—Déjalos funcionar —dijo Vicky.

De repente, lo hicieron. El panorama saltó hacia Rowan, tan rápido y tan claro que la niña jadeó. Contemplaba el agua en mitad de la bahía, y no sólo la visión, sino el sonido de las aguas pareció más cerca. Mientras miraba el lento y blanco reflujo, el agua se oscureció y luego se hizo más transparente, como una promesa de lo que vería en las profundidades, y el oscuro túnel que cercaba su visión pareció desaparecer.

—Cuanto más los uses, más fuertes serán —murmuró Vicky—. Echa un vistazo adonde estamos.

Rowan dirigió los binoculares a Gales. El movimiento fue como volar sobre el mar; contuvo la respiración. La playa de Talacre surgió de las olas, y se sintió aturdida por lo mucho que podía ver: perros persiguiéndose en un remolino de arena, tres bañistas alineados sobre tres toallas como las barras de una bandera, niños cavando agujeros en la arena. Los gritos de los niños que podía oír debían de proceder de la playa de Waterloo.

—Verás más desde lo alto de tu casa —dijo Vicky.

Rowan sorteó la carretera de la costa desde Talacre hasta el Valle de Greenfield. Las presas brillaban entre las fábricas derruidas mientras se alzaba entre las pendientes hacia Holywell. Capas de casitas recortadas daban paso a las calles comerciales, y entonces se encontró ante la casa de su tía.

Hermione estaba en el jardín, inclinada ante las flores. Rowan contempló, hechizada, como su tía tiraba de los matojos. Pudo ver la mano de su tía en su espalda, pudo ver el viejo guante en la mano; casi pudo oír el gruñido de triunfo de Hermione cuando las raíces se soltaron, esparciendo la tierra. Su tía se enderezó y la miró directamente.

Rowan casi se agazapó tras la duna, pues Hermione parecía estar muy cerca. Se sentía excitada y un poquito culpable, y ya no pudo sujetar los binoculares. Le asombraba su habilidad para ver tan lejos. Vio como Hermione sacaba su cubo de hierbajos arrancados. No podía dejar de mirar. No sabía cuánto tiempo llevaba allí cuando oyó que alguien la llamaba por su nombre.

La voz parecía tan lejana que al principio no la reconoció. Entonces el sonido de la ansiedad de su madre la atrajo, y trató de encontrar la playa. Tuvo que cerrar los ojos mientras su visión recorría la bahía. Los abrió y fijó los binoculares, y contempló el rostro preocupado de su madre. Los binoculares no podían funcionar tan bien a esta distancia: su madre parecía más lejana que Hermione, al fondo de un largo túnel negro. Intentó bajar los binoculares, pero sintió sus manos muy lejanas también. Entonces su madre la miró directamente, sin verla, y corrió por la playa.

—Mami —gimió Rowan, y apartó los binoculares de sus ojos.

El cielo se agitó, la duna cedió bajo ella. Su grito no pudo ser tan fuerte como pensaba, pues su madre no se volvió. Rowan bajó la pendiente arenosa, y se dirigió hacia el paseo, la pendiente se desmoronaba bajo sus talones y rechinaba bajo sus uñas. Vicky estaba en la cima, esperando.

Aunque su cabeza tapaba el sol, su rostro brillaba. No tenía más expresión que la luz de sus ojos. Cuando Rowan casi llegó a la cima, Vicky se interpuso en su camino y extendió las manos. ¿Quería los binoculares? Rowan empezó a quitarse la cinta del cuello, pero Vicky dijo:

—Ahora son tuyos.

Rowan no estaba segura de quererlos, y entonces recordó hasta dónde había visto.

—¿Puedo quedármelos para siempre?

—Mientras estés en esa casa. Si te quedas allí tal vez puedas conservarlos para siempre. Tal vez puedas.

Hablaba como si estuviera a punto de decirle a Rowan como hacerlo. Rowan habría querido quedarse más tiempo, pero oyó llamar a su madre.

—Tengo que irme.

Vicky la miró. Las olas lamieron la orilla y se retiraron antes de que se hiciera a un lado.

—Vendré a buscarte pronto —dijo.

Rowan corrió por el paseo y bajó los sucios peldaños. Su madre volvía del embarcadero, con la cara angustiada.

—Mami, estoy aquí —llamó Rowan—. Sólo estaba en las dunas. Patty no quiso venir conmigo. Lo siento.

La expresión de la cara de su madre pasó de la preocupación a la furia, y entonces se sintió simplemente aliviada.

—¿No me has oído llamarte? No vuelvas a hacer eso, Rowan. Creía que podía confiar en que no te fueras sola.

—Estaba con Vicky —protestó Rowan—. La conocí cuando estaba en casa de Hermione. No fuimos muy lejos.

—Bueno, espero que sea mejor que Patty. No podría ser peor —la madre de Rowan miró los binoculares, dubitativa—. ¿Te los prestó?

—Dijo que podía quedármelos. Son viejos. Estoy segura de que son de ella.

—Muy bien, cariño, nadie la está acusando de nada —la madre de Rowan la abrazó con una fiereza que la hizo comprender lo preocupada que estaba—. Vamos, será mejor que vayamos a casa de Jo antes de que Patty la haga llamar a la policía. Me presentarás a tu amiga por el camino.

Pero cuando subieron las escaleras y corrieron cogidas de la mano hacia las casas, en las dunas no había más que arena y manojos de hierba.

—Tráela a casa en otra ocasión. Fue muy amable al regalarte los prismáticos. Tendrás que regalarle algo a cambio —dijo la madre de Rowan, y por un momento, mientras la arena tiraba de sus pies, Rowan se preguntó qué querría Vicky de ella, y esperó que no fuera demasiado.