El tren de Prestatyn a Chester estaba abarrotado, y al principio Lance tuvo que ir de pie. La gente seguía entrando, obligándole a pasar al fondo del vagón, hasta que se pudo agarrar a un asidero junto a dos niñas de unos diez años. Como el balanceo del coche lo propulsaba hacia ellas, la madre le dijo a una que se levantara y sentó a la otra en su regazo, y miró a Lance hasta que éste tomó asiento. Estaba pegajoso y sin aliento, y ahora las dos niñas le hacían sentirse como si tuviera una brasa a cada lado. Se suponía que los doctores habían conseguido librarle de esas sensaciones, pero aunque ya no quería imaginar cómo tocaba a niñas pequeñas, todavía sentía que todos cuantos le rodeaban pensaban que así era. Cerró los ojos e intentó no saber dónde estaba, pero una vez el dobladillo de la falda de la niña que estaba de pie le rozó el dorso de la mano, y luego su muslo desnudo le tocó.
En Chester permaneció sentado y encogido hasta que el vagón se vació, y luego bajó a la estación sin mirar a nadie. Cruzó la carretera en dirección a la ciudad, atravesó la puerta en las murallas y caminó entre las tiendas de recuerdos situadas entre los altos edificios Tudor. Pasear no le sirvió de nada: no podía recordar qué había advertido durante el funeral.
Desde que salió del hospital, su memoria en ocasiones le dejaba tirado. A veces se preguntaba cuánto de sí mismo había perdido, aunque eso no parecía importar. Pero esto sí que importaba, se dijo. Algo que había visto u oído en el funeral de Queenie se había iluminado como una bombilla en su mente. Se dirigió a su casa junto al río, pero la visión de las farolas del puente mientras sus reflejos rielaban en el agua no le ayudó. Cuando por fin llegó a su casa, su padre le estaba esperando.
En cuanto Lance entró en el pequeño apartamento que casi daba al río, su padre se puso en pie, agarrando con sus manos artríticas los brazos de su silla vuelta hacia la ventana, desde donde había estado observando a Lance. Giró la silla hacia la habitación y se sentó cuidadosamente, luego escrutó a Lance, sin mostrar ninguna expresión en su rostro compacto, pero con el atisbo de un ceño fruncido entre las arrugas de su frente.
—Puedes prepararte algo de cenar si no has comido —dijo por fin—. No me apetece comer.
Hacía sentir a Lance como sí hubiera hecho algo malo y hubiera olvidado de qué se trataba. Lance encontró una manzana en el frutero junto a las historias de Chester entre los soldados romanos del aparador, y la comió mientras su padre escribía una carta al museo del que estaba jubilado. Su padre miró su pluma mientras la punta descansaba en una mancha que se iba haciendo más grande, y luego echó atrás la cabeza, agitando su pelo gris.
—Bien, ¿cómo están mi hermano y su esposa? ¿Qué dijeron de mí?
Lance esperaba que le echaran la culpa de los tormentos de ansiedad que su padre sufría cada vez que salía de casa. Para cuando logró dar una respuesta su padre le miraba como si la hubiera inventado.
—Keith dijo que lamentaba que no hubieras ido —dijo Lance torpemente—, y Edith que esperaba que la familia pudiera reunirse ahora.
—¿Te acordaste de decir que estoy enfermo?
Lance se cubrió la boca con la mano, apretando su barba.
—Oh, no, se me olvidó.
—Bravo, otra cosa para que me la echen en cara. Mi hermano incluso me denunció por abandonar el hogar hasta que advirtió que podría imitarme. No sé por qué fuiste. Supongo que no creerías que se iban a alegrar de verte.
Lance notó que se estaba atacando a sí mismo mientras lo atacaba a él.
—Quería ver que tía Queenie descansaba por fin.
—Me imagino cuánto debió de haberte molestado. Si la hubiéramos visto más a menudo, no habrías salido como saliste.
—Papá, ¿podemos hablar? Tengo algo que preguntarte.
Su padre dejó que la libreta cayera al suelo y le miró sin expresión.
—¿No crees que me gustaría que pudiéramos hablar como solíamos hacer antes? Creía que cuando me jubilara tendríamos más tiempo para compartir nuestras vidas. Anhelaba pasear contigo junto al río en tardes como ésta. Tal vez no comprendes como encontrar toda aquella basura en tu habitación convirtió en mentiras todo lo que me decías. Gracias a Dios que tu madre ya había muerto y nunca supo lo que escondías.
Lance pensaba a veces que su madre sospechaba más de lo que quería admitir, que de algún modo era consciente de su conducta. Un recuerdo destelló en los ojos de su padre hasta que parpadeó y lo alejó.
—No, no está bien. No tendríamos que pasar así nuestros últimos años juntos. Nunca habrías terminado de esta forma si nos hubiéramos preocupado por ti como debíamos haber hecho. Pregunta lo que quieras.
A Lance ya se le había olvidado, pero su padre era capaz de actuar como si olvidara las cosas a propósito, sobre todo los recuerdos recientes. Consiguió pensar en otra cosa que le había estado preocupando.
—¿Es verdad que el abuelo perdió la cabeza antes de morir?
—No estás perdiendo la cabeza. Si tienes lagunas es el precio que debes pagar, y tendrías que advertir que podría haber sido peor.
—Sí, pero ¿y él?
—¿Quién dice eso? ¿Qué han estado diciendo?
—El marido de Alison decía que debió de volverse loco.
—¿Qué demonios sabe él? No estaba allí; ni siquiera es de la familia. Mi padre no perdió la cabeza, perdió a su esposa, y eso es como si te arrancaran una parte de ti mismo. Tal vez cuando el marido de tu prima pierda algo no despreciará tan fácilmente la pena de la gente.
—Yo también echo de menos a mamá —dijo Lance torpemente.
Su padre cruzó las manos y miró sus puños blancos.
—Supongo que sí. Te pido disculpas por lo que dije antes. Estoy seguro de que si estuviera aquí, intercedería por nosotros.
Su conversación se convirtió en una incomodidad. Lance regresó a su habitación, un cuarto sin ventanas donde muebles tan blancos como las paredes rodeaban la cama. Desde que salió del hospital había descubierto que los recuerdos regresaban cuando estaba a punto de dormirse, pero el recuerdo de su abuelo no dio paso a ningún otro. Fuera lo que fuese lo que había dicho su padre, Lance no estaba convencido de que el viejo hubiera estado tan sólo quejándose. A lo largo de sus últimos meses había acusado a Queenie de no dejarle ir con su esposa, de mantenerle vivo porque no podía soportar estar sin él. Richard y Keith le habían tranquilizado diciéndole que vería a su esposa cuando fuera el momento, pero Lance pensaba que incluso ellos se sorprendieron cuando su padre sobrevivió durante semanas después de que el doctor le dijera que estaba agonizando.
Una noche, Lance le oyó gritar tan fuerte que estuvo seguro de que era el fin, y subió corriendo a la habitación para encontrar al viejo tendido en la cama, retorcido, con sus miembros delgados y encogidos, los ojos desorbitados y en blanco. Entonces el cuerpo ajado se agitó como una marioneta o algo surgido de un sueño.
—Déjame marchar, déjame marchar —empezó a gemir el anciano, una queja que continuó durante días hasta que murió.
Queenie no le dejó descansar ni siquiera entonces. La familia y los encargados de pompas fúnebres consiguieron impedir que embalsamara el cuerpo, pero cuando advirtió que el ataúd estaba a punto de ser cerrado para enterrarlo, echó a correr por la iglesia con los brazos extendidos, gritando: «Se ha movido». Y lo había hecho: la boca se había abierto como en una última protesta silenciosa por haberle impedido descansar. Lance se dijo que las pisadas de Queenie tenían que haber sido la causa, pero deseaba poder olvidar el episodio, y no sólo porque estaba bloqueando lo que quería recordar.
Ese fin de semana fue a caminar por el río, primero con su padre, que se impacientó con él por no hablar, y luego solo. El sábado, una banda de música dio un concierto en la orilla, y el domingo unos remeros entrenaban en el canal, pero todo esto sólo le distrajo. Lo que quería recordar, ¿no tenía que ver con Alison? Si podía ayudarla, tal vez eso compensaría la forma en que pensaba en ella; tal vez ella incluso advertiría que no tenía que temerle. Cuando regresó a casa, se dio cuenta de que su padre recelaba de él por haber querido salir solo.
El lunes pudo sentirse a solas, en el trabajo. Había sido oficinista antes de su colapso, pero ahora trabajaba en los archivos. Pocas de las mujeres casadas querían hablar con él, y la mayoría de los hombres le evitaban, como si su lentitud y su mala memoria pudieran ser contagiosas. Ahora tenía la tarea de poner en orden todos los archivos dormidos, miles de ellos en el largo sótano donde las estanterías se extendían casi de pared a pared y se alzaban hasta el bajo techo. Bombillas desnudas se agitaban en los polvorientos pasillos, tan estrechos que dos personas no podían pasar a la vez ni siquiera apretujándose, aunque normalmente no había nadie más aparte de Lance. Se alegraba de no estar arriba, donde podrían esperar que contestara al teléfono; desde su estancia en el hospital había perdido la confianza. Pero entonces ¿cómo podría telefonear a Alison?
Todavía no podía pensar por qué debía hacerlo. Ser incapaz de recordar hacía que sintiera la cabeza envarada y embotada. ¿Se trataba de la propia Alison o de alguien cercano a ella? Se detuvo, con un puñado de archivos a medio retirar del estante, intentando forzar a sus paralizados pensamientos a dar un paso adelante, y entonces se sobresaltó, sintiéndose culpable, y se dispuso a despejar el pasillo.
Pero nadie le estaba observando. Tenía que haberlo imaginado, no sólo porque habría oído a alguien llegar, sino porque la figura que le había parecido atisbar tenía la mitad de su tamaño. Los doctores no podían haber sojuzgado su imaginación tan concienzudamente como creían, pensó intranquilo, casi ahogándose con el olor a papel viejo.
Sin embargo, fue el atisbo de una niña lo que le hizo despertar esa noche, y advirtió que quería hablar con Alison sobre su hija pequeña. Sabía que era importante, aunque la sensación de ser necesario no podía penetrar la niebla de su lentitud. Tal vez lo recordaría cuando tuviera el número de Alison. No podía pedírselo a su padre, y tuvo que esperar hasta que éste se dio una ducha para poder llamar a Hermione. Hablar era muy difícil cuando lo intentaba. Le dijo a Hermione que quería hablar con Alison sobre la niña pequeña.
Intentó dar a entender que quería algo más, algo sobre Queenie y su testamento. Seguro que eso haría que Alison lo llamase, y para entonces tal vez supiera ya lo que necesitaba decirle. Su sobrinita necesitaba su ayuda; estaba seguro. Mientras esperaba la llamada de Alison se puso cada vez más tenso, incapaz de dejar que los recuerdos se formaran. Incluso en el trabajo al día siguiente, cada vez que parecía a punto de recordar, sentía como si alguien le observara desde el extremo oscuro del pasillo. La multitud de trabajadores de vuelta a casa fue todo un alivio tras el olor a papel rancio. Pero cuando llegó a casa su padre le esperaba, ceñudo.
—De modo que has empezado con tus viejos trucos —dijo.
—No sé de qué hablas.
—No intentes fingir que lo has olvidado también. Los médicos dicen que te curaron, pero creo que te han puesto peor.
Lance sintió que sus palabras se hacían cada vez más lentas, hasta que apenas pudo hablar.
—Nunca hice nada.
—Ni lo harás mientras yo pueda impedirlo. No pensaste que tu prima podría llamarme cuando no estuvieras aquí, ¿eh? Si de verdad no sabía para qué querías a su hija es porque es tan tonta como tú. Tendría que habérselo dicho, y que avisara a la policía.
Lance sintió como si los hechos conspiraran para asegurarse de que no hablara con Alison, y eso le hizo sentirse nervioso por la niña, un nerviosismo que parecía cercano al recuerdo.
—¿Cuál es su número de teléfono? —dijo, mientras su padre le miraba, incrédulo—. Tengo que hablar con ella. Te dejaré escuchar.
—No usarás mi teléfono para hablar con ella —dijo su padre, alzando la voz—, ni ningún otro mientras estés bajo mi techo, y lo juro sobre la tumba de tu madre.
Lance sintió que su padre ponía el recuerdo cada vez más lejos de su alcance.
—Entonces iré a verla.
—Te quedarás aquí o haré que te encierren —cuando Lance se levantó, su padre saltó para agarrarlo y cayó a su silla, jadeando—. No te atrevas a salir de esta casa. No te atrevas a tocar esa puerta. Vuelve aquí gritó mientras Lance corría escaleras abajo.
¿Y si llamaba a la policía? Lance se obligó a caminar entre la multitud en vez de correr, apretujándose contra las paredes en vez de arriesgarse a chocar con alguien y atraer la atención. Cuando se vio en el escaparate de una tienda de ropa infantil, la barba sobresaliendo de su mandíbula como una caricatura, deseó poder cubrirse la cara con las manos.
La estación de tren estaba repleta. Lance se sentó con la espalda apoyada contra la ventanilla, alzando el hombro para oscurecer su cara, hasta que advirtió que las mujeres sentadas frente a él cuchicheaban en voz baja. Esperó ver de un momento a otro a los policías recorriendo el andén, buscándole en el tren que estaba tan lleno de gente que parecía que su lentitud se volvía sólida. Por fin, el tren se puso en marcha, pero eso no alteró sus pensamientos. Esperaba que ahora que no tenía que telefonear le resultara más fácil pensar.
Tuvo que hacer trasbordo de trenes en Hooton. Cruzó la pequeña estación y compró un periódico para ocultarse. Se sintió relativamente a salvo durante el viaje a Liverpool, ya que estaba casi solo en el tren. Pero cuando cambió de andenes en la estación de metro, vio que el andén del tren de Waterloo estaba desierto.
Se acercó a la boca del túnel. Más allá de donde las vías se unían con la oscuridad vio una lámpara rodeada de una oscura zona de ladrillos. Sentía como si se ocultara de la ciudad de Liverpool que tenía encima, de los sonidos de un veloz coche de policía, de una moto, de una botella arrojada por una escalera mecánica. Se apoyó contra la pared de la pendiente que conducía a la boca oscura, y se esforzó por oír el sonido del tren. Se sentiría más seguro cuando estuviera encaminado a la casa de Queenie.
Ahora no era la casa de Queenie, era de Alison. No tendría necesidad de recordar que estaba muerta cuando asistir a su funeral le había costado tanto trabajo, sabiendo que le observaban cada vez que se acercaba a Rowan. La familia todavía recelaba de él. No podía echarles la culpa, pero ¿no tendrían también que tener sus dudas sobre Queenie? Nadie parecía preguntarse por qué, si Queenie aborrecía tanto a los niños, le tenía tanto apego a Rowan.
Abrió la boca como si alguien lo hubiera cogido por el hombro. Eso era lo que quería decir tras el funeral. No sabía por qué era importante, pero estaba seguro de que así era… tal vez tan importante como para arriesgar su vida. No tenía que intentar seguir pensando en ello, o lo perdería. Alguien sabría lo que significaba cuando hablara. Cerraba su mente alrededor del tema cuando advirtió que le observaban.
Tenían que dejarlo llamar a Alison. Se le permitía hacer una llamada. Se volvió, renuente, sintiendo la lentitud agolparse en su cabeza, amenazando con detener sus palabras en sus labios. Pero no había ningún policía. El andén estaba vacío a excepción de una niña de la edad de Rowan, que le miraba.
No pudo leer ninguna expresión en sus ojos claros, aunque cuando sus miradas se encontraron se encogió por dentro. Sintió como si ella lo supiera todo sobre él, como si supiera que en otra época él habría imaginado cómo la tocaba. Aún peor, sintió que parte de su imaginación se agitaba. Los doctores no lo habían liberado de aquello; ni siquiera lo habían enterrado profundamente. Una sonrisa maliciosa crecía en el largo rostro de la niña solitaria, como si supiera exactamente lo que Lance estaba pensando. Sus dedos se movieron mientras colgaban junto a su vestido blanco, que le llegaba hasta los talones, y Lance se sintió aterrado porque parecía a punto de subírselo, de burlarse de él. Habría querido echar a correr y esquivarla, pero no podía soportar la idea de tocarla. Se giró y apretó su rostro contra la pared, debatiéndose por hacer regresar sus pensamientos a la oscuridad y aferrarse a lo que tenía que decirle a Alison.
Sus oídos empezaron a rugir con la presión de la sangre en su cabeza. Las losas de la pared aplanaron su frente, aunque podrían haber estado a kilómetros de distancia. Incluso con los ojos cerrados podía ver a la niña, sus piernas largas y secretas, su sonrisa de sabiduría. El rugido pareció brotar de él, anulando su sensación de dónde se hallaba. Se apartó de la pared y se volvió, aturdido. Tenía que dejarla atrás, no importaba cómo.
Tenía los ojos cerrados con tanta fuerza que durante algunos segundos permaneció ciego. Su visión se aclaró justo cuando su pie derecho pisaba el vacío. El rugido no era sólo el sonido de su sangre. Vio que la sonrisa de la niña pequeña se hacía más grande, una sonrisa de alegre satisfacción, y cayó indefenso del andén delante del tren que llegaba.
Hizo intención de agarrarse al andén mientras caía, y el dorso de su mano golpeó el borde. Sintió que su muñeca se rompía, enviando una lanzada de dolor desde su brazo hasta su hombro. Pero consiguió no caer sobre las vías; conservó el equilibrio colocando un pie sobre cada uno de los raíles más cercanos al andén. Se llevó al pecho la muñeca rota y se la sostuvo con la otra mano, imaginando cuánto dolor sufriría cuando lo llevaran al hospital, y retrocedió con las piernas abiertas mientras el tren chirriaba hacia él.
Los frenos lo salvarían, se dijo. El pensamiento pareció tan claro como su dolor. Pudo ver por el esfuerzo que tensaba la asombrada cara del conductor con cuánta fuerza debía de estar frenando. Incluso cuando la parte delantera del tren se cernió sobre él como la pared desplomada de una casa, Lance pensó que podría esquivarlo. Cuando el parachoques golpeó su pecho pareció firme, pero sorprendentemente amable, empujándole hacia el túnel a una velocidad que sus pies podían igualar. Entonces su pie tropezó con una viga y cayó hacia atrás, golpeando las vías con la espalda. Antes de poder apartarse, la rueda del tren lo alcanzó y le abrió la cabeza.
Se soltó de su cuerpo de inmediato, pero la agonía le acompañó. Sintió como si se hubiera convertido en una herida que nunca terminaba de ensancharse, haciéndose más irregular mientras se abría. Pero se retiraba a la oscuridad, y a medida que la boca del túnel se hizo más pequeña, la agonía empezó a remitir. Dejaría sus pensamientos secretos con su cuerpo en la boca del túnel, advirtió: estaría en paz. Entonces, justo antes de que la luz le abandonara, la niña pequeña se asomó al túnel y le miró sin piedad, recordándole sus peores caprichos y la culpa que éstos alimentaban, dejándole a solas con ellos en la oscuridad.