6

—Derek y Alison Faraday no se encuentran en casa en este momento. Si deja su nombre y número de teléfono y el motivo de su llamada, uno de nosotros contactará con usted…

Cuando regresaron del funeral, les esperaban varios mensajes. El agente inmobiliario al que Derek había hecho algunas instalaciones quería que lo llamara, y también Robin Orntond, su contable.

—Supongo que habrás tenido tiempo de poner tus libros al día, y te llamaré el sábado a primera hora si no tengo noticias tuyas.

—No sabía nada de lo del funeral —dijo Alison.

—Es igual que un maldito robot, no tiene nada más que números en la cabeza —declaró Derek, y su voz resonó en el amplio y destartalado salón—. Terminaré los libros si tengo tiempo, y si no tendrá que esperar. Será mejor que subamos mientras vemos qué podemos hacer.

—Empieza tú mientras yo me encargo de la cena —ella sujetó su cara con sus manos frías—. No te preocupes por las finanzas. Estoy segura de que ya hemos pasado lo peor.

Él deslizó una mano bajo su cabello y agarró su largo cuello mientras la besaba, tocando apenas la punta de su lengua.

—Te veré arriba —dijo con un guiño.

Por primera vez desde que se mudaron, no se sentía inhibido. El lugar no era más que una casa vieja que necesitaba ser renovada, demasiado grande, pero no desagradable. Era todo un alivio no sentir que no tenía derecho a estar aquí mientras recorría las habitaciones del piso de abajo, abriendo las ventanas para dejar salir el olor rancio y sin vida. Tocó la lámpara para hacer que sonara y pasó los dedos sobre unas cuantas teclas del piano, y luego subió.

El piso de arriba olía peor que nunca. Le pareció que hedía a oscuridad. Abrió las puertas, esperando aliviar la penumbra, pero la mayoría de las ventanas tenían gruesas cortinas que impedían el paso de la luz. Tendría que haber una claraboya en las escaleras, algo que permitiera entrar la luz. Llegó a la parte delantera de la casa y abrió la puerta de la habitación de Queenie.

El olor de los libros viejos le recibió, tan denso que pareció ahogar incluso a la luz de la noche. Al menos el olor a desinfectante no se había quedado. Contempló el colchón a rayas que conservaba una depresión como un ataúd marcado, hasta que advirtió que se estaba comportando como si no le permitieran entrar en la habitación. Abrió la ventana e inspiró al aire salado mientras contemplaba Gales al otro lado de la bahía. Pensando en Rowan, regresó a los libros.

Derek no leía mucho. Sólo las cosas de su trabajo, y el periódico matutino que leía durante el desayuno. Sabía qué tipo de libros le gustaban a Rowan: a menudo la observaba mientras leía, escrutando las páginas como sí quisiera devorar todos los libros del mundo. Se sentía orgulloso de que leyera tanto, y ahora quería encontrar los libros que Queenie habría querido que tuviera. Fue de un montón a otro, esperando no tener que sacarlos del fondo de los montones, pues eran tan altos como él. Su sombra gravitaba sobre las paredes como si los negros muebles tuvieran filtraciones. Encontró los libros infantiles apilados junto a la cama.

No se veían libros así en las tiendas, gruesos lomos grabados con letras de oro y a veces con imágenes. Colocó una mano sobre lo alto de la pila y otra debajo, y alzó los libros. Se volvía hacia la puerta cuando las páginas resbalaron del interior de los libros, desencuadernándolos como si fueran pulpa surgida de fruta podrida, y el montón de libros cayó al suelo.

Recogió torpemente uno de los libros, donde aparecía un santo en la portada. Cuando intentó hacer lo mismo con las hojas sueltas, se desmoronaron como si fueran pan mojado. Todos los libros eran así, los infantiles y los otros que examinó, libros sobre fe y voluntad. Queenie mencionaba esos dos términos a menudo, y la primera vez que Derek la oyó pensó que se refería a amigos suyos. Había libros en francés y en alemán, y en idiomas que no pudo reconocer.

—Mira el estado en que están —dijo cuando Alison subió—. Si podía leerlos, debía de ser muy especial.

—No todos son así —abrió el libro que estaba en lo alto de una pila situada junto a la cama—. No lo comprendo. Estaba leyendo éste la noche que murió.

La impresión era ilegible en muchas páginas, que se quedaban pegadas unas a otras como moho.

—Tal vez era otro libro —dijo Derek, alzando la voz para sacarla de su aturdimiento—. De todas formas, no parece que merezca la pena conservarlos. Vamos a ver en los cofres.

Habían conservado los cofres cuando vinieron de Liverpool. Al principio Alison examinó cada libro, pero después de que más de una docena de ellos estuvieran podridos, empezó a tirarlos a puñados.

—Me encargaré de tirarlos mientras tú te cuidas de sus ropas —dijo Derek.

Ella arrugó la nariz al abrir el primer cajón, que estaba lleno de ropa interior, amarillenta y cubierta de telarañas, como si no la hubieran utilizado en años. Otros dos cajones contenían ropas cubiertas de huevos de araña; los demás estaban llenos de libros cuyas páginas estaban pegadas.

—Es como si la habitación hubiera perdido el alma —murmuró Alison mientras volcaba un cajón. Abrió un armario negro con tanta decisión que se le vino encima. Un largo vestido blanco la atacó, y Derek lo vio desmoronarse mientras los trozos desgajados se dirigían hacia su rostro. Había polillas que escaparon por la ventana hacia la oscuridad—. Creo que dejaré esto para cuando sea de día.

Cuando terminaron de cargar los libros en los cofres, las zonas oscuras que quedaron en las paredes parecieron manchas que se extendían a medida que la noche se hacía más negra. La sensación de lo mucho que les quedaba todavía por hacer deprimió a Derek.

—Lo que hace falta aquí es increíble —murmuró.

—Yo sé lo que hace falta.

Alison le cogió la mano y pasó su pulgar por su palma, y le condujo al dormitorio del piso de abajo. Se sentaron en la cama y se desnudaron mutuamente, acariciando sus cuerpos con manos y labios. Alison cerró sus piernas largas, cálidas y suaves en torno a sus caderas mientras él se introducía en ella. Lo fue absorbiendo en oleadas, hasta que él se hinchó y estalló, de forma tan poderosa que los dos permanecieron un rato jadeando. Mientras se corría, Derek sintió el suelo de la habitación de Queenie gravitando sobre ellos, una enorme mancha oscura.

Después de la cena, repasó sus cuentas. Al menos Ken, el constructor a quien había hecho una instalación en un bloque de casas que iban a ser convertidas en apartamentos, le había pagado casi trescientas libras. Pero ese cheque tenía fecha de la semana siguiente. A medianoche, todavía estaba anotando entradas en los libros, escribiendo con letra pequeña para no salirse de los renglones. Se sentía empequeñecido por las deudas y todas las habitaciones vacías.

Por la mañana, inesperadamente, llegó Tony, de la inmobiliaria, para tasar la casa.

—Y están hablando de remodelar el colegio de tu hija, así que sería mejor que les hicieras saber quién eres —dijo Tony mientras Derek le seguía de habitación en habitación. La casa no podía valer más de diez mil, pensaba Derek, temiendo oír. Tony marchaba en cabeza, haciendo resonar las monedas sueltas en sus bolsillos, mirando los techos, llamando a las paredes que se desmoronaban bajo sus nudillos, rascando su calva. Tarareaba, y no dijo una palabra hasta que estuvieron en el jardín, acompañados por Alison—. Yo pediría más de lo que esperamos y luego me dispondría a aceptar ofertas —dijo—. Suponiendo que no esperéis ninguna reclamación al testamento, yo pondría un precio de veintitrés mil.

Eso podía significar veinte mil. Esa cifra acabaría con todas sus preocupaciones, les permitiría disfrutar de unas vacaciones por primera vez en años y aseguraría el tipo de casa que querían sin tener que depender de una hipoteca superior a lo que pudieran permitirse. Derek estrechó la mano de Tony, abrazó a Alison y le sonrió mientras el agente inmobiliario se marchaba con la promesa de que enviaría a alguien para valorar el mobiliario. Derek incluso sonrió al ver el Mini de Robin Ormond aparcar ante la puerta.

El contable no era tan alto como Alison, pero sí mucho más ancho. Llevaba un traje de verano azul claro, y miró recelosamente la silla que Derek le ofreció ante la mesa.

—Habrá que pasar una aspiradora antes de que venga alguien a mirar la casa —sugirió, y se puso las gafas sin armazón que parecían constantemente a punto de deslizarse por su cara plana—. Supongo que éstas son las cuentas. Bueno, veamos qué se puede hacer con ellas.

Pasó lentamente las páginas de los libros, frotando las esquinas con sus dedos.

—Vaya, vaya. No, no creo. Oh, no —murmuró, luego se impacientó—. ¿No tienes factura de esto? No puedo hacer que funcione. Mi querido amigo, así no se escribe «calcular» —en la última página, alzó los brazos al aire—. Mi querido amigo, nunca aceptes un cheque con fecha adelantada.

—Tengo su palabra de que tiene fondos. Al menos tengo una fecha para cobrar.

El contable cerró los ojos y sacudió la cabeza.

—Tendrías que llevarle a los tribunales, o amenazar con hacerlo. Aún mejor, no trabajes con gente así.

—Si no lo hiciera, no tendría trabajo.

—Estás mal, ¿no? —acusó el contable—. Supongo que tendré que aprobar estos libros, pero tendrás que buscar una forma de racionalizar tu negocio. Podrías estar encaminándote a una crisis de liquidez importante. Si no cobras todas estas deudas, tal vez no tengas ni siquiera capital para pagar tus impuestos en Navidad.

Derek estuvo tentado de decirle lo que le había dicho Tony, pero el contable podría ponerlo en duda. Sería mejor hacerlo cuando tuviera el dinero, y luego mirarle la cara. Después llegó Tony a fotografiar el exterior, y la perspectiva de la venta mantuvo a Derek animado durante el fin de semana, mientras limpiaba la casa con Alison. Planearon hacer una excursión para recoger a Rowan, deteniéndose a tomar una cerveza por el camino, pero el domingo por la mañana llamaron a Derek de una de las residencias de la playa. Alison se quedó en casa a esperar a Rowan, y dejó que la luz del pasillo se extendiera al sendero como una alfombra mientras la niña salía del coche.

Alison había preparado scouse, uno de los platos favoritos de Rowan desde que lo probó en casa de Jo, pero la niña sólo probó el guisado.

—Lo siento, mamá, pero Hermione preparó sandwiches para merendar.

—Típico de mi hermana. No te preocupes, nena, la cena aguantará.

Rowan no respondió hasta que se encontró en la enorme bañera y Alison le frotaba la espalda mientras Derek esperaba con una toalla al otro lado del cuarto de baño. Rowan alzó un pie y vio como las burbujas desaparecían de sus dedos.

—¿De verdad tenemos que mudarnos? —preguntó.

—De prisa, Rowan, ya es hora de acostarte —dijo Alison—. La casa es demasiado grande para nosotros tres, cariño.

—No creíamos que te gustara tanto —intervino Derek mientras Rowan aceptaba la toalla y le dirigía una mirada de reproche—. Vamos, dinos qué es lo que te gusta.

—Todo —contestó Rowan—. Oír el mar y el viento cuando estoy en la cama, y los barcos diciéndome adiós como lo hicisteis vosotros la primera noche que nos quedamos aquí. Poder salir a la playa. Y ahora pensaba que podría traer a mis amigas a casa y jugar a un montón de juegos. Quería vivir aquí más que nada.

—Ahora vamos a acostarnos, estás muy cansada —dijo Alison. Mientras la niña se colocaba su bata, retrasándose como para esconder el rostro, Alison le cogió la mano—. No podemos quedarnos, Rowan. Tal vez no nos vayamos muy lejos; todavía no hemos empezado a buscar siquiera. No viviremos en un lugar que no te guste.

La cara de Rowan asomó por el cuello de algodón, reprimiendo las lágrimas.

—¿Por qué la gente que le debe dinero a papá no le paga? —gimió, y pareció avergonzarse de inmediato—. Intentaré que no me importe cuando nos mudemos —dijo, con voz ahogada.

El contable no había hecho que Derek se sintiera culpable, pero Rowan sí: culpable y responsable. ¿Podría Queenie haberla hecho creer que la casa sería su hogar? Más tarde, mientras Alison dormía, descansando para coger el autobús de Liverpool al amanecer, permaneció acostado junto a ella, con la cabeza llena de cifras, como si pudiera encontrar en sus cálculos un tesoro oculto: por mucho que Rowan intentara resignarse, sabía que en secreto le creía capaz de algún tipo de magia. Era una lástima que no pudiera convencer al director del banco, con quien las entrevistas habían sido más frecuentes últimamente, y más gélidas. Mientras se quedaba dormido, vio todas las cifras persiguiéndose unas a otras y su cabeza se volvió roja.

En mitad de la noche, la voz de Rowan le despertó. Parecía como si hablara por teléfono en sueños, deteniéndose con frecuencia para escuchar una respuesta. La escuchó con afecto, aunque no pudo distinguir una sola palabra, hasta que se le ocurrió que tal vez hablara en sueños porque se sentía infeliz. Se levantó de la cama, adormilado, y salió al pasillo.

La habitación de la niña estaba oscura. Cuando abrió suavemente la puerta, la luz que cubrió la alfombra se detuvo a los pies de la cama. Le pareció que la luz la había tranquilizado, y entonces sus ojos se acostumbraron a la oscuridad. En ese momento vio que la cama estaba vacía, y volvió a oír su voz. Estaba en el piso de arriba.

Subió velozmente las escaleras y se internó en la oscuridad. Sus pies desnudos pisaron la alfombra húmeda e irregular, lo que le despertó del todo. Pudo oír a Rowan ante él. Palpó la pared, el papel pintado que parecía moho y las puertas frías y resbaladizas como la pizarra, y llegó a un rectángulo grisáceo que podría haber sido una losa de hielo. El rectángulo cedió cuando lo empujó, y entonces vio atisbos de la habitación de Queenie. Mientras su visión se acostumbraba a las formas de la habitación, vio una figura vestida de blanco tendida en la cama.

Rowan estaba acostada sobre el colchón desnudo, con un brazo extendido, moviendo los dedos levemente como si sintiera la ausencia de una mano que hubiera estado sujetando en sueños.

—Sí, en la playa —murmuró.

Derek la recogió sin despertarla y regresó con cuidado hacia el corredor oscuro. La metió en la cama y se quedó vigilándola hasta asegurarse de que estaba tranquila, y luego volvió con Alison. No debía de haber estado completamente despierto allá arriba, decidió, medio dormido ya. Por un momento, cuando recogió a Rowan, sintió como si no estuvieran solos en la gran habitación oscura.