3

El día del funeral, poco después del amanecer, el sol de Gales condujo la niebla a las montañas. En el pequeño jardín trasero de Hermione, que daba al valle y las reservas, Rowan contemplaba Waterloo a través del mar y la abertura en las montañas de la Península de Wirral. Por fin, Derek la llevó al pueblo para comprar un telescopio infantil. Alison sabía que dejaba a la familia para que pudieran charlar a solas.

Deseaba que él no sintiera necesidad de hacerlo. No se trataba sólo de que fuera lento para formar relaciones, aunque habían tenido que encontrarse tres veces delante de la residencia estudiantil antes de que él le pidiera que salieran juntos. Tal vez todavía consideraba que la vida familiar era extraña, o tal vez simplemente le parecía que la casita estaba superpoblada ahora que toda la familia estaba reunida. Hermione estaba en la cocina con su madre, Edith, haciendo bocadillos de jamón para después del funeral. Alison se hallaba en el salón, que era de la mitad de tamaño que cualquiera de los dormitorios en casa de Queenie. Las plantas cubrían el alféizar de la ventana dividida, la burda repisa de la chimenea, los estantes de los huecos en las paredes blancas y ajadas. Su padre, Keith, estaba sentado junto a la ventana, contemplando ausente el cielo y frotándose la barbilla, aquella barbilla familiar que Queenie había caricaturizado. Cuando palmeó el cojín que tenía al lado, ella se sentó junto a él y apoyó la cabeza en su hombro. Permanecieron así, compartiendo en silencio recuerdos que parecían soñolientos como la más larga tarde de verano de la infancia, hasta que él buscó su pipa y ella se enderezó.

—Te encantará conocer el testamento —dijo él—. Mi hermana Queenie tuvo algo bueno después de todo.

—¿No crees que lo tuvo siempre? En realidad no era mala, sólo se sentía sola.

—Una cosa derivaba de la otra, pero no me preguntes qué fue primero —rezongó él, con expresión neutra—. Sólo espero que su casa os haga la vida más fácil.

—Estoy segura de que será así. Pero no puedo dejar de sentir que fue tan conveniente morir cuando lo hizo, como si yo… la hubiera ayudado.

Él se enderezó y trató de que sus compactos rasgos parecieran duros.

—¿Qué te hace pensar esa tontería? Vamos, díselo a papá.

—Siento como si la hubiera debilitado al hacer que dependiera tanto de mí tan bruscamente. Ella se mantuvo sana durante todos estos años, y apenas acabo de llegar a la casa y se muere.

—Si eso era lo que te molestaba, tendrías que habérmelo dicho antes. Ella nunca habría dependido de nadie a menos que tuviera que hacerlo por fuerza. Acepta mi palabra. Debía de estar contando sus días cuando te mudaste.

Hermione y su madre salieron de la cocina. Hermione mordisqueaba un sandwich con aspecto culpable.

—Échate para allá y deja que Hermione se siente —le dijo Edith a Keith con cierto retintín, como si debiera mostrar más preocupación, y Alison no pudo dejar de pensar, dolorida, que fue ella quien se quedó atrapada en la oscuridad.

Se había sentido atrapada durante horas. Si hubiera intentado abrir la puerta, sólo habría conseguido soltar el pomo, y por eso permaneció lo más silenciosa que pudo, esperando oír a alguien subir las escaleras, a cualquiera. Intentó no mirar a su espalda, sobre todo cada vez que los craquidos de la ventana sonaban como si hubiera movimiento en el colchón donde yacía la muerta, pero de vez en cuando sentía que Queenie se levantaba de la cama, se arrastraba descalza tras ella y bajaba el rostro, con sus ojos muertos mirando en direcciones opuestas, para quedar así al nivel de Alison cuando tuviera que volverse y mirar. Cada vez que lo hacía, Queenie estaba en la cama, boca arriba, y el tenue brillo a través de la lluvia en la ventana hacía que sus miembros parecieran a punto de moverse para saltar del colchón. Alison se sintió atrapada en una versión de pesadilla del juego infantil donde hay que volverse con suficiente rapidez para captar a quien se mueve a tu espalda.

Tal vez algo así le había sucedido a Hermione cuando era niña; sus nervios no fueron los mismos desde que salió corriendo y llorando de la habitación de su tía. Nuevos motivos para no lamentar la forma en que su madre se ocupaba de Hermione, se dijo.

—Derek ha llevado a Rowan de compras —dijo—. No tardarán mucho.

Edith bajó la cabeza y la miró como por encima de unas gafas invisibles, hundiendo su rostro ancho, rubicundo y ovalado en su papada.

—Tenemos muchísimas ganas de ver a nuestra niña. Esperábamos que vinierais más a menudo ahora que ya no sacamos tanto el coche.

Vivían en Cardiff, a un día de distancia a través de carreteras que nunca eran tan rectas o tan claras como parecían en los mapas.

—Lo haremos en cuanto vuelva a conducir —dijo Alison—. Mi viejo coche se estropeó la semana que nos vinimos a vivir con Queenie.

—No os veíamos mucho cuando conducías. Hermione parece poder apañárselas, aunque tenga que cerrar la tienda y coger el tren para venir a vernos.

Sólo porque fueran quince años más jóvenes que Queenie no significaba que tuvieran quince años más que Rowan, se recordó Alison.

—Los niños de Ali la necesitan más que a mi tienda —dijo Hermione.

—Desde luego, espero que te aprecien tanto como nosotros —gimió Edith—. Recuerda que sois bienvenidos en cualquier momento que os apetezca no estar solas.

—Por mí no tienes que preocuparte —dijo Hermione, de una forma tan aguda que se contradijo.

—Bueno, pues ya lo sabéis —dijo su madre, con un tono que consiguió combinar esperanza y resentimiento, y luego se volvió para mirar por la ventana—. Ahí vienen Derek y nuestra pequeña, y alguien más.

—Espero que sea mi hermano —dijo Keith.

—No, no es Richard. Santo Dios, creo que es su hijo.

—Podría ser Lance, le han dejado salir del hospital —admitió Keith—. Supongo que debajo de esa barba puede estar él.

Era en efecto Lance, a quien Alison no veía desde hacía años. Hermione y ella siempre le habían tenido miedo. Tenía veinte años y era funcionario, cuando las hermanas tenían cinco y ocho, pero nunca le habían acompañado a la playa de Waterloo para ver su secreto, aunque eso las habría apartado de la casa de Queenie. Por lo que sabía, nunca le había hecho daño a nadie, pero lo que imaginaba que había hecho debió hacer que se consumiera de culpa, pues cuando su padre encontró su colección de revistas no sólo negó que fueran suyas, sino también que fuera Lance.

Hermione le dejó entrar y dijo animosamente:

—Hola, Lance. No te esperábamos, pero bienvenido.

Alison pensó que Lance era un miedo de la infancia con el que Hermione podía tratar. Se había quedado completamente calvo, y tenía el cráneo tan rojo como la cara, que quedaba oculta desde los pómulos hacia abajo por una densa barba rojiza. Su traje era el gris típico de los funcionarios, pero tan ajado como la seguridad social ahora.

—¿Así que tu padre no va a venir? —demandó Edith—. Teníamos entendido que iba a hacerlo.

—Dijo que lo haría —Lance hizo una pausa, y sus pálidos labios se separaron dentro de su barba como si le costara trabajo respirar—. Y luego dijo que se había marchado de casa por culpa de la tía Queenie, y que no estaba dispuesto a hacerla creer que la había perdonado sólo porque estuviera muerta.

—Los dos nos marchamos de casa en cuanto fuimos lo bastante mayores para vivir nuestras propias vidas —dijo Keith—. Lo único que lamento es que nuestros padres no pudieran escapar también.

—Así que Richard te envió a ti, ¿eh? —acusó Edith.

—Quise venir —dijo Lance, más lentamente que antes. Alison advirtió que su lentitud era el precio del tratamiento—. Pensé que alguien debería hacerlo, y quería ver a la familia. Espero que no os importe.

—Nos alegra que lo hicieras —le aseguró Hermione.

—¿No os parece que es descarado por mi parte presentar mis respetos, entonces? Siempre tuve un poco de miedo de la tía Queenie. Me parecía que sabía lo que estaba pensando.

Hermione se volvió rápidamente hacia la ventana.

—¿Son ésos los coches? —gimió.

Las limusinas no llegaron hasta media hora más tarde. Derek mantuvo a Rowan en el exterior, lejos de Lance, donde permaneció contemplando la bahía y gimoteando porque los telescopios resultaron demasiado caros. De vez en cuando Derek miraba a Alison a través de la ventana, le guiñaba un ojo o hacía una mueca como si tragara una rodaja de limón por error o pretendiera alejarse de la vista de la reunión familiar, y ella le sacaba la lengua cuando no había nadie mirando: nunca había dicho que la vida familiar no tuviera inconvenientes. La familia mantuvo la conversación lo mejor que pudo, evitando el tema de Queenie por bien de Hermione y conservando la calma cada vez que Lance tenía algo que decir. Las limusinas fueron un alivio.

Derek, Rowan y las hermanas subieron al primer coche gris, Lance y los demás les siguieron. Los ancianos de las fábricas de la carretera costera se detuvieron respetuosamente hasta que las limusinas pasaron. Un tren los adelantó en Glan-y-don, otro los alcanzó en Ffynnongroew, y luego los coches se apartaron de Talacre y sus caravanas apiñadas cerca del faro abandonado, y subieron la colina a través de Gronant hasta la iglesia.

Queenie y sus padres habían alquilado una residencia veraniega en Gronant. Cuando su madre murió allí, el padre de Queenie la hizo enterrar cerca del lugar que tanto amaban. Se mudó a una habitación en lo alto de la casa de Waterloo para poder ver el lugar donde se reuniría finalmente con su esposa. Por mucho que brillara el sol, habría visto poco en un día como éste. La bahía era un enjambre de diamantes cegadores, y la costa arenosa donde se encontraba la casa de Queenie flameaba como una llama.

El sacerdote recibió al grupo en la puerta de la capilla, un edificio bajo con gruesas paredes blancas, y los condujo al interior, donde las vidrieras envolvían con sus colores los bancos de pino. Todo permanecía tan tranquilo como Alison esperaba que lo estuviera Hermione. Pero Hermione observó el ataúd al fondo del pasillo.

—¿Quién quiso que la dejaran descubierta?

Todos se miraron, aturdidos.

—Haré que coloquen la tapa —dijo Keith.

—Tendríamos que despedirnos —dijo Hermione, con una bravata, y dio un paso al frente.

Alison la siguió, esperando grotescamente ver primero la barbilla de Queenie sobresalir por encima del ataúd. Los encargados de pompas fúnebres habían suavizado los rasgos de Queenie y prestado a sus mejillas un tono sonrosado que recordó a Alison sus últimos días, cuando pareció poder hacerse más joven gracias a su inquebrantable fe en sí misma. Al menos parecía más pacífica de lo que Alison la había visto jamás, pero Hermione se abalanzó hacia adelante, los brazos temblando, y contempló el ataúd.

—¿Quién le ha dado eso? —gritó.