2

La anciana pareja que vivía cerca de la reserva de ardillas de Freshfield insistió en compartir la comida del frigorífico que Derek había reparado. No podían comérsela antes de que se estropeara, le dijeron, e insistieron en pagarle en efectivo. La tormenta se dirigía a Gales mientras conducía de regreso a lo largo de la carretera de Southport. En Hightown, donde los árboles crecían casi paralelos con el terreno, un helicóptero de rescate revoloteaba sobre el mar. La llanura estaba tranquila, a excepción del cambio de los semáforos, que vertían un carbón rojizo en la negrura de la carretera. Las chuletas y filetes congelados se agitaban en su bolsa cuando el coche tomaba las curvas, y Derek pensó que podría ganarse la vida por su cuenta si hubiera unas cuantas personas más como aquéllas.

Tenía que hacerlo, y un año antes pensó que lo conseguiría, aunque no por propia elección, sino porque el contratista que le había empleado cayó en bancarrota. De todas formas, había querido trabajar por su cuenta desde que conoció a Alison, mientras trabajaba en la residencia de estudiantes de enfermería; ella sacaba el máximo partido a sus calificaciones, y él estaba dispuesto a hacer lo mismo. Muchos de los clientes de los contratistas conocían a Derek y apreciaban el cuidado que ponía en su trabajo, y varios de ellos prometieron contar con él.

Hasta cierto punto, lo hicieron: normalmente hasta que les enviaba la factura. Las chapuzas se cobraban a tiempo; eran las grandes firmas las que te hacían esperar y tal vez te usaban para evitar la bancarrota, pero si no fuera por ellas, no tendría trabajo suficiente. Necesitaba el dinero aún más que un año antes. Lo necesitaba entonces para poder salir de Liverpool, y lo necesitaba ahora para poder marcharse de casa de Queenie.

Se alojaron en el desvencijado apartamento de Liverpool mientras se sintieron seguros. La antorcha de los pirómanos había alcanzado otros barrios, pero las batallas callejeras se habían quedado tres pisos más abajo. Pero cuando Rowan empezó a ir al colegio, advirtieron que el Frente Nacional acechaba en la puerta de los colegios con panfletos racistas, y los niños de diez años fumaban heroína en las tiendas abandonadas. A principios de año, una furgoneta de la policía que se dirigía velozmente a sofocar una revuelta potencial se llevó por delante los postes de la entrada del edificio, donde Rowan normalmente se ponía a mirar la calle. Empezaron a trabajar a todas horas, desesperados por ahorrar lo suficiente para la entrada de una casa, pues sus ahorros se habían reducido constantemente desde el inesperado nacimiento de Rowan. Y entonces Queenie los invitó a venirse a vivir con ella.

En cuanto se mudaron, Queenie se metió en la cama. Leía todo el día y esperaba que Alison estuviera disponible para ella cada vez que se encontraba en casa. En cuestión de semanas quedó postrada, lo que la hizo aún más exigente, como si estuviera decidida a demostrar que todavía tenía poder. Derek había supuesto que la ayudaría a cuidar de ella, hasta que le hizo advertir lo mucho que le despreciaba. Tener que depender de ella, esperar que pudieran fiarse de sus indicaciones de que tal vez dejara la casa a Alison, le hacía sufrir casi tanto como su poder sobre Alison, casi tanto como la idea de que consiguiera apoderarse también de Rowan.

Pisó con fuerza el acelerador hasta que llegó a las afueras. Donde Crosby se convertía en Waterloo, las casas se agrupaban, más delgadas y destartaladas. Mientras se desviaba a una carretera secundaria, una baliza apareció tras las dunas que marcaban el desfile de casas. Más allá del paseo marítimo, el radar de la guardia costera seguía los movimientos de la noche. Derek aparcó junto a la casa de Queenie, bajo la última farola.

La calle estaba en silencio, a excepción del agua que salpicaba en la acera y el lento batir apagado del mar. Levantó la verja para que no rozara con el suelo y entró en la casa, se dirigió al salón, que tenía la ventana encendida. Pero el único signo de vida en la habitación en penumbra con su gran chimenea apagada era una novela de Lisa Alther, boca abajo sobre un sofá de cuero.

El libro tenía que ser de Hermione, pues era del tipo de los que leía, sacudiendo la cabeza y abriendo la boca. Al menos, ella había venido de Gales para hacer compañía a Alison. Se dirigió a la cocina. Las mujeres no estaban en la gran habitación cavernosa con su horno de hierro negro. Dejó las chuletas y filetes en el frigorífico de Alison y volvió al salón, abriendo todas las puertas, pero todas las habitaciones estaban vacías: el comedor cuya polvorienta araña tintineaba viscosamente, la sala de coser llena de máquinas cubiertas, la sala de estar con sus biombos, el piano y fotografías marrones enmarcadas. Esperaba que las mujeres estuvieran durmiendo, recibiendo el descanso que merecían. Subió las escaleras hacia el silencio ensordecedor que la tormenta parecía haber dejado en la casa.

Rowan murmuraba inconexamente en su sueño. Derek se detuvo ante la habitación, saboreando el sonido, y luego abrió la puerta. Hermione estaba sentada en la cama, con un brazo extendido sobre la cabecera, levemente inclinada hacia la niña. La puerta chirrió, y Hermione se levantó, blandiendo el palo que empuñaba.

—Hermione, soy yo —susurró—. Derek.

Los rasgos de la mujer se apretaron aún más, y entonces consiguió sonreír.

—No sé en qué estaba pensando. Vine porque Rowan estaba llamando, y debo de haberme quedado dormida.

—¿Dónde está Ali?

—Arriba. Subió… —consultó su diminuto reloj dorado, y sus rasgos volvieron a contraerse—. Hace más de una hora.

—No te sientas responsable, chica. Iré a ver qué la entretiene. ¿Y si te preparas una taza de té?

—Querrás decir que prepare una para ti.

—Si Ali pudiera ver a través de mí como puedes hacerlo tú, todavía sería soltero —se burló Derek.

Podría haber pensado que la había alegrado, pero la mirada de pánico que le dirigió mientras subía las escaleras le hizo considerar lo contrario. Había cambiado la instalación eléctrica de las plantas inferiores sin decírselo a Queenie, para que la casa no corriera peligro de incendio, pero el piso superior estaba más oscuro que nunca. Una sola bombilla hacía que las paredes torcidas enmarcaran la oscuridad donde se hallaba su habitación. Observó con atención, y entonces advirtió que no podía ver luz bajo la puerta.

Recorrió el pasillo rápidamente, pero con cuidado. Vio que la puerta estaba atrancada. Llamó suavemente a uno de los agrietados paneles superiores, para comprobar si Queenie estaba dormida. Fue Alison quien respondió.

—¿Hay alguien ahí? Derek, ¿eres tú?

Su voz era baja y forzada.

—Soy yo —respondió—. Apártate de la puerta mientras la abro.

En cuanto la oyó retirarse, agarró los dos soportes del marco de la puerta, hundiendo las yemas de los dedos en la madera, y dio una patada a la cerradura. La puerta se desplomó hacia adentro, el pomo resquebrajó el yeso de la pared interior, y Alison salió de inmediato y se dirigió hacia la luz del pasillo.

—Cierra la puerta —murmuró.

En la habitación, Derek no pudo ver más que oscuridad, que pareció extenderse hacia él mientras el viento sacudía la ventana.

—¿Qué hay de…?

Alison se volvió cuando alcanzó la luz.

—Muerta. He comprobado su pulso.

Se dio cuenta de que ella intentaba calmarse. Cerró la puerta y corrió hacia Alison, la abrazó, alzó su rostro pequeño, delicado y afilado, donde asomaba un atisbo de la resolución de su tía sin su desproporción. Su rápida sonrisa le hizo querer abrazarla con más fuerza y acariciar el liso pelo negro que se detenía justo ante sus hombros, recordarle cuánto la amaba y la admiraba. Sintiendo que ella no quería quedarse en aquel lugar por más tiempo, la acompañó al piso de abajo, y luego no pudo resistir por más tiempo el formular la pregunta.

—¿Cuánto tiempo estuviste sin luz, Ali?

—Unos minutos. Tal vez media hora. No podía abrir la puerta, y no quería gritar para que Rowan no subiera.

—Dios mío, ¿por qué no estuve aquí?

No quería imaginar lo que debió sentir, sino que le dijera que podía ayudarla. La guiaba hacia su habitación, donde esperaba que pudiera acostarse mientras le decía a Hermione que no la molestara durante un rato, cuando ésta subió corriendo las escaleras.

—El té está preparado —dijo, y su voz y su cara se apagaron—. ¿Qué sucede?

—Vuestra tía ha muerto —dijo Derek.

Ella miró hacia arriba, más nerviosa que nunca.

—Quiero verla.

—La luz se ha fundido.

—Puedes cambiar la bombilla, ¿no?

Parecía cercana a la histeria, y no se le ocurría nada para mantenerla apartada de Alison.

—Cortaré la corriente de la planta de arriba. Es un milagro que haya aguantado tanto.

—No podía ser de otro modo mientras ella estuviera viva. Préstame tu linterna, ¿quieres? Tengo que verla.

—Iremos las dos mientras él corta la corriente —dijo Alison.

Parecía tranquilizadora, aunque Derek estaba seguro de que ella necesitaba también un poco de calma.

—Sólo tengo que quitar los fusibles —dijo—, y luego acompañaré a Hermione si de verdad no puede esperar.

Pero los fusibles estaban bien introducidos en el polvoriento contador bajo las escaleras. Todavía intentaba sacarlos cuando las mujeres trajeron la linterna de su coche. Antes de que pudiera impedírselo, subieron. Consiguió soltar un fusible, y luego el otro, y oyó un grito apagado en lo alto de las escaleras. Arrojó los agrietados fusibles de porcelana a la basura y luego echó a correr escaleras arriba. Le gustaba el silencio aún menos que el grito.

Casi toda la luz del piso superior se encontraba en la habitación de Queenie. Pudo distinguir a las mujeres, de pie ante la puerta, recortadas contra el brillo de la linterna. La luz se volvió hacia él cuando pisó un tablón suelto, y luego volvió a apuntar hacia la habitación.

Una anciana yacía boca arriba en el colchón desnudo. La muerte la había agarrado por la barbilla y le había abierto la boca, apretando las mejillas hacia adentro. Derek supo que era Queenie, aunque sólo por la forma en que la larga bata rosa no llegaba a cubrir sus delgadas y venosas pantorrillas, pero parecía más vieja de lo que podía imaginar. No era extraño que las mujeres parecieran casi hipnotizadas al verla.

—Ve y mira si quieres, Hermione —murmuró Alison.

Hermione dio un paso atrás, encogió los hombros y sacudió la cabeza con violencia.

—Muy bien —dijo Alison—, sujeta la linterna mientras yo la cubro.

Hermione casi dejó caer la linterna. La pared iluminada se abalanzó hacia ellos, abriendo la boca que se había tragado a Queenie. Derek intentó agarrar la linterna, pero entonces se dio cuenta de que Alison estaba intentando asegurarse de que la mente de su hermana estuviera ocupada con algo. La luz hizo todo lo posible por mantenerse firme sobre la cama mientras Alison cerraba los ojos que miraban sin ver las paredes opuestas. Se agachó para recoger las ropas de cama, y la luz se estremeció.

—¡Ten cuidado! —gritó Hermione.

Derek pensó que estaba hablando con él. Entró en el dormitorio y agarró por un extremo las ropas de cama, y ayudó a Alison a colocarlas sobre el cadáver. Ella insistió en alisarlas y arremeterlas bajo el colchón y bajo la mandíbula de Queenie antes de salir de la habitación, aunque la linterna temblaba tan violentamente que Derek sintió que el suelo se estremecía.

—¿Qué estabas diciendo, Hermione? —preguntó ella amablemente mientras se dirigía al umbral.

—¿No la ves moverse? Está sólo fingiendo. Es otro de sus horribles juegos.

—Debe de haber sido la luz, querida. Ahora está muerta, en paz.

—¿Es que no la conoces? —Hermione se acurrucó sobre la linterna, como para protegerla—. Mírala —susurró—. Nos está escuchando, ¿no lo ves? Dios nos ayude, está sonriendo…

Agarró la linterna con las dos manos y dirigió el rayo hacia la cara hundida. Ahora que Alison le había cerrado la boca y colocado la colcha bajo la barbilla, el cadáver, en efecto, parecía sonreír, de una forma tan leve que invitaba al secreto.

—Está tramando algo —gritó Hermione, y luego se volvió corriendo hacia las escaleras, casi golpeando la linterna contra el marco de la puerta. Hubo un movimiento en el extremo opuesto del pasillo.

Las paredes se tambalearon, el suelo se alzó. Esta vez Derek agarró la linterna y apuntó con ella, y encontró a Rowan en el rellano, bostezando y hundiendo los nudillos en sus ojos.

—Mami, ¿por qué estáis todos aquí? ¿Por qué estaba gritando Hermione?

Derek cerró la mano de Alison en torno a la linterna.

—¿Estaba encendida la luz de Jo y Eddie cuando fuisteis al coche?

—Eso creo, pero…

Derek no quería que Rowan viera lo que yacía en la habitación de Queenie o se contagiara del pánico de Hermione. Condujo a la niña a su habitación y vio desde su ventana que todavía había alguien despierto en casa de Jo y Eddie, tres casas más allá al otro lado de la calle.

—Ponte el abrigo y los zapatos, y vamos a ver si puedes dormir con tus amiguitos esta noche —dijo.

—¿Qué pasa, papi?

Se sintió conmovido por su grave mirada, por sus ganas de ayudar y crecer.

—La señora ha muerto esta noche, eso ha trastornado a Hermione.

Rowan se cerró el cuello del abrigo mientras salían al porche. El viento procedente del mar era tan frío que parecía que las estrellas se encogían. Jo y Eddie estaban contemplando un vídeo, pero lo apagaron cuando vieron a Rowan.

—Puedes dormir en la cama de Mary y darle una sorpresa cuando se despierte por la mañana —dijo Jo, y condujo a Rowan escaleras arriba sin preguntar siquiera cuál era el problema.

Derek le contó a Eddie lo de la muerte de Queenie, y declinó la oferta de un escocés.

—Será mejor que vuelva a ver como están —dijo, preparándose para ayudar a calmar a Hermione para que así Alison pudiera deshacerse de sus sentimientos. Pero cuando llegó a la casa, encontró a las mujeres en el salón, bebiendo silenciosamente en vasos largos, con una botella de ginebra y otra de tónica en el suelo. Podría haber pensado que habían superado lo peor si no hubiera sido por la forma en que Hermione miró hacia la puerta para ver quién era, como si tuviera más miedo de Queenie ahora que estaba muerta que cuando la vieja vivía.