Esa noche recibí en sueños más información acerca de Sadassa Silvia. En el sueño, resplandeciente de intensos colores que centelleaban con luz propia, me fue mostrado un gran libro encuadernado en cuero. Vi claramente su portada. En ella, estampado con lámina de oro, se leía:
ARAMCHECK
Unas manos invisibles abrieron el libro y luego lo colocaron sobre una mesa. De súbito, apareció nada menos que Ferris F. Fremont, malcarado y mofletudo; frunciendo el ceño, Ferris Fremont cogió una gran estilográfica roja y escribió su nombre en el volumen, que, distinguí, era un libro mayor pautado.
Entonces llegó una anciana que llevaba su canoso pelo recogido en un moño; vestía un uniforme blanco, como el de las enfermeras, y miraba a través de unos gruesos lentes, como los de Sadassa. Sonriendo con ademán atareado y eficiente, la anciana cerró el libro mayor y se marchó apresuradamente con él bajo el brazo. Se parecía a Sadassa. Y mientras esto presenciaba, habló una voz, la familiar y cuasi humana voz de AI que yo había llegado a reconocer.
«Su madre».
Eso fue todo. Una palabra impresa, dos palabras habladas… sólo tres palabras en total. Despertándome en seguida, me senté en la cama; luego me levanté y salí del dormitorio, para prepararme una taza de café. Naturalmente, Aramcheck era el nombre de su madre. Aramcheck, la madre de Sadassa. Su madre inscribiendo precisamente a Ferris F. Fremont, pero, ¿inscribiéndole para qué? Aramcheck, decía en el libro mayor. El nombre de ella, el nombre de una subversiva organización secreta. Una estilográfica roja muy parecida a la que había comprado a Sadassa.
Roja, subversiva; una inscripción, la anciana madre de Sadassa.
¡Santo Dios!, exclamé para mis adentros, mientras esperaba que hirviera el agua para el café sentado en el cuarto de estar.
No era un sueño; era un documento informativo, claro, conciso y directo. No se andaba con chiquitas; como una caricatura política, había comunicado su mensaje por medios gráficos y verbales: la palabra y la imagen combinadas.
Y junto con el documento literal, venía una riada de información auxiliar, suministrada por la misma fuente. Por eso mi encuentro con Sadassa era tan importante; no Sadassa, sino su madre, que ya había muerto; eso lo sabía y lo comprendía. La escena que había presenciado se desarrolló años atrás, cuando Ferris Fremont era un muchacho. Aún no habría cumplido los veinte años; fue durante la Segunda Guerra Mundial, antes de que Estados Unidos tomara parte. La señora Aramcheck era una organizadora del Partido Comunista y había reclutado al joven Ferris Fremont; los dos vivían en la misma calle de Placentia. El Partido se había interesado vivamente por los mejicano-americanos que hacían la cosecha en Orange County. Inscribir al joven Fremont fue un beneficio indirecto.
No había sido un trato irrepetible, un simple intervalo en la juventud de Ferris Fremont. Debido a los rasgos de su personalidad —la falta de escrúpulos y un imperecedero afán de ascender para dominar a sus semejantes, la carencia de cualquier sistema de valores inmutable, un nihilismo subyacente—, Ferris había resultado ser exactamente lo que la señora Aramcheck andaba buscando. Había echado tierra sobre los detalles de su militancia en el Partido, y le había situado en una categoría especial. Ferris Fremont sería su durmiente, iría medrando inadvertido hasta que llegase el día, si su llegada podía manipularse, en que ocupara un cargo en el panorama político americano. El conocimiento que ahora yo poseía era peligroso y aterrador.
Sadassa sabía que su madre había sido una organizadora de la división californiana del PC-EE.UU. En aquella época era una niña, y había sido automáticamente reclutada; había visto a Ferris Fremont, y más tarde, cuando F.F.F. entró en la política tras la muerte de su madre, le había reconocido. Sin embargo, no se lo había contado a nadie. No se atrevía a hacerlo.
No era de extrañar que se hubiera cambiado el nombre.
Deseé fervorosamente que mis invisibles amigos no me hubieran otorgado semejante información; esto ya pasaba de la raya. Y no sólo la información, sino que, además, me habían relacionado con la hija de la señora Aramcheck. ¿Qué diablos vendría a continuación?
Sadassa Aramcheck, como bien sabía ella misma —como quizá sólo ella sabía—, era una testigo viviente del hecho de que el presidente de los Estados Unidos era un durmiente del Partido Comunista. Que, en realidad, ciñéndome a los datos verídicos a lo largo de los cuales la red de comunicaciones guiaba mi pensamiento, el PC, junto con los asesinos políticos soviéticos, adiestrados sin duda por la KGB, se había apoderado de los Estados Unidos en nombre del anticomunismo.
Sadassa Aramcheck, que estaba en remisión de un cáncer linfático, lo sabía; yo también lo sabía ahora; y Ferris Fremont lo sabía, al igual que el Partido de la URSS, o por lo menos sus militantes.
El anuncio de zapatos me habría aniquilado: un individuo menos que participaba en el secreto. Una flecha envenenada, cuya procedencia sólo Dios sabía, se había dirigido a mi corazón unos días antes de que conociera a Sadassa. ¿Una coincidencia? Tal vez. Pero no era sorprendente que Sivainvi y sus operadores de la red AI hubieran aparecido para protegerme abiertamente; no había caído víctima de los APA por cosa de horas, justo en la víspera de mi encuentro con la muchacha con quien debía de reunirme.
El antagonista casi había acabado con nosotros, por muy poderosos que fueran mis amigos. Tan sólo la omnisciencia de Sivainvi lo había evitado. Qué poco había faltado, pensé.
¿Y qué debía hacer yo? ¿Por qué motivo Sivainvi me había elegido a mí entre centenares de millones de personas? ¿Por qué no a un editor de un importante periódico, o un reportero de televisión, o un escritor famoso, o uno de los enemigos políticos de Ferris?
Entonces, de pronto, me acordé de un sueño anterior, y mi corazón disminuyó la marcha casi parándose, latiendo pesadamente de inquietud. El sueño del álbum discográfico de Sadassa Silvia. Lo cual significaba, gráfica y claramente, que:
SADASSA SILVIA CANTA
… éste era el titulo del álbum; ahora me acordaba, aunque en aquel momento pareció evidente que el primer LP de Sadassa Silvia debiera llamarse así. El otro significado del verbo «cantar» era: desembuchar cuanto sabía.
Como directivo de Discos Progresistas, estaba en mi mano el contratarla. Y ahora rememoré, sobrecogido, cómo me habían encauzado sutilmente hasta la estimable situación en que me hallaba: un cargo en una próspera firma discográfica de Burbank que tenía contratados a numerosos artistas populares de renombre. Habían empezado años atrás, con la previsión de lo que yo tomé por México. De nada habría servido como vendedor de discos en Berkeley; ¿qué podría haber hecho en aquella época? Ahora sí podía hacer algo.
Sadassa tocaba la guitarra; una prueba de que lo hacía bastante bien era que tenía una Gibson, la más cara y profesional guitarra acústica del mercado. Y escribía letras. El hecho de que no supiera o no quisiera cantar carecía de importancia; cualquier otro cantante podría interpretar sus letras. Discos Progresistas facilitaba material a sus cantantes habitualmente. Había cantantes que no sabían componer y compositores que no sabían cantar. Nosotros los emparejábamos cuando hacía falta; éramos los negociantes del master. Estábamos en el sitio donde todo se unía.
Y los APA no eran tan estrictos en la supervisión de la música popular como en la de los medios informativos: TV, radio, revistas y transmisiones de noticias. No buscaban sino canciones que protestaran contra la guerra de Vietnam. En el medio de la música pop. Se ejercía una censura ingenua, puesto que sus mensajes eran invariablemente ingenuos.
Sadassa Silvia era una muchacha inteligente y culta. Yo tenía la firme sospecha de que sus letras no eran transparentes; cuando menos no a primera vista. Quizá después de reconsiderarlas, a medida que su trascendencia iba surtiendo efecto…
Gracias a nuestros distribuidores, estábamos en condiciones de promocionar a un nuevo artista popular en emisoras, tiendas de discos, drugstores y supermercados, mediante anuncios e incluso conciertos, de un extremo a otro de los Estados Unidos simultáneamente. Y Discos Progresistas tenía fama de no ensuciarse las manos. Nunca habíamos tenido dificultades con los APA, al contrario de algunas firmas discográficas inconformistas. Lo más cerca que me encontré de los APA, a mi entender, fue cuando me quisieron endilgar el rollo de que informara acerca de los artistas principiantes, y yo tuve el valor de negarme.
Artistas principiantes. ¿Pensaban explícitamente en Sadassa los dos APA cuarentones y gruesos de cuello que habían hablado conmigo? ¿La estaban vigilando ya? Seguramente Ferris Fremont habría mandado que la vigilasen. Aunque tal vez no supiera de su existencia.
La recentísima visita de los dos APA demostraba lo peligroso que era todo este asunto. Y el que Sadassa llegara precisamente ahora. Primero los dos APA, luego el anuncio de zapatos en el correo, ahora Sadassa. Sivainvi había elegido perfectamente el momento de su intervención; ésta no podía aplazarse. Las cosas estaban en movimiento, para mí y para Phil; debía tomar en cuenta que él también había recibido visitas. A los dos se nos vigilaba constantemente, o al menos a mí, hasta que telefoneé a los APA y les largué mi rollo…, el rollo de Sivainvi.
Quizá Sivainvi se había encargado de librarme temporalmente de la vigilancia con este propósito: mi encuentro con Sadassa.
Poniendo sus letras en baladas de éxito seguro, reflexioné, cuando éstas se repitieran una y otra vez por las emisoras de rock en FM, serían comprendidas por un numeroso público. Y si su información se introdujera en forma subliminal, puede que las autoridades no…
En forma subliminal. Ahora, por primera vez, comprendí cuál era el objeto de mi horrible experiencia con los groseros mensajes subliminales que había logrado captar. Lamentablemente, aquello había sido necesario; yo tenía que percatarme, conscientemente y de un modo que me resultara inolvidable, de cuáles eran las posibilidades de dar entrada a lo subliminal en la música popular. La gente lo escuchaba en estado de somnolencia y por la noche absorbían lo que al día siguiente ya formaría parte de sus opiniones y creencias.
Vale, dije mentalmente a Sivainvi. Te perdono por haberme hecho pasar por este calvario. Te he comprendido; de acuerdo. Me parece bien. Supongo que era imposible que me informaras de todo a la vez; tenías que exponérmelo en etapas sucesivas.
Tuve una nueva intuición, penetrante y clara. Mi amistad con Phil, él y sus docenas de populares novelas de ciencia-ficción que se vendían en drugstores y estaciones de autobuses Greyhound, es una pista falsa. Eso es lo que las autoridades andan buscando: algo que aparezca en esas novelas baratas. La comunidad de inteligencia las revisa a fondo, todas y cada una de ellas. También a nosotros, en la industria discográfica, se nos investiga, pero más que nada para detectar mensajes pro droga y material indecente disimulados en las pistas adicionales. Es en el campo de la ciencia-ficción donde buscan material político.
Al menos, pensé, así lo espero. No creo que lográramos salir impunes con este tipo de material metido en un libro, ni siquiera subliminalmente. Creo que con las canciones pop tenemos mejores posibilidades. Y, por lo visto, Sivainvi también opinaba así.
Naturalmente, si nos cogen nos matarán. ¿Qué opinará Sadassa de ello? Es tan joven…, y entonces me acordé del hecho lamentable de que estaba en remisión temporal de un cáncer; sólo podía esperar vivir un poco más. Era un pensamiento que lo desarmaba profundamente a uno, pero Sadassa no tenía mucho que perder. Y era probable que ella también lo viera así. Si no la atrapaban ellos, el linfoma sí lo haría.
Puede que éste fuera el motivo fundamental por el que Sadassa se había dirigido a una firma discográfica para solicitar un empleo. Inconscientemente sabía que en una empresa discográfica lo que tenía que contar podría ser…, pero yo ya estaba haciendo conjeturas.
Los operadores de AI no habían encaminado mi pensamiento hacia esa dirección. Ni me habían llevado a preguntarme si habían hecho que Sadassa se viera aquejada de cáncer a fin de incitarla a publicar lo que sabía; era mi mente individual la que especulaba sobre ello. Yo lo dudaba; lo más probable es que fuera una coincidencia. Y, sin embargo, había oído decir que Dios extraía bondad de la maldad. El cáncer era maligno, Sadassa lo padecía; ¿acaso no había bondad en lo que Sivainvi había logrado sacar de él?