Nicholas había hecho bien en temer que los APA se interesasen por él. No mucho después de nuestra última conversación, mientras estaba sentado a su mesa de trabajo en su despacho de Discos Progresistas escuchando una cinta de un nuevo cantante, dos APA le hicieron una visita inesperada.
Los dos agentes del gobierno tenían rollizos cuellos colorados y vestían modernos trajes de poliéster de pechera sencilla y corbata a la moda. Eran cuarentones y corpulentos; llevaban maletines, que colocaron sobre la mesa entre ellos y Nicholas. Éste se acordó de la pareja de agentes del FBI que le visitaron años atrás en Berkeley, pero esta vez no tuvo miedo y se enojó; solamente tuvo miedo.
—¿Estamos publicando demasiadas canciones de protesta? —dijo, pensando en sus adentros que podría demostrar fácilmente que eso no era competencia suya sino del jefe de A y R, Hugo Wentz.
El más corpulento de los APA contestó:
—No; a decir verdad, su empresa ha pasado tres de nuestras inspecciones, lo cual está bastante bien. Estamos aquí, si cabe, para felicitar a Discos Progresistas; cuando menos por contraste con los hallazgos obtenidos en el resto de la industria discográfica.
—Es muy grave —dijo de pronto el otro agente—, como sin duda usted comprenderá, señor Brady. Se están grabando con regularidad discos de un buen número de cantantes comunistas, y hoy por hoy se radian numerosas canciones de protesta, a pesar de la habitual colaboración de las redes radiofónicas y las principales emisoras independientes.
Nicholas sabía que el emitir canciones de protesta no era de interés nacional para las emisoras; esa era la causa de que Discos Progresistas no las distribuyese. Era inútil; ningún discjockey las radiaría. Era una cuestión económica, no de principios.
—Lo que nos trae aquí es la próxima aplicación de la Misión Chequeo —dijo el agente más corpulento—. Durante su trabajo, señor Brady, debe tratar con numerosos cantantes y grupos que al fin no contrata, ¿me equivoco? Por cada uno que contrata, debe de haber cien que no.
Nicholas asintió con la cabeza.
—También sabemos del salario que percibe aquí —continuó el agente más corpulento— Y sabemos que tiene un hijo pequeño al que hace falta una intervención dental de importancia; que tiene usted deudas, que le gustaría muchísimo abandonar su piso y mudarse a una casa, que Rachel habla de dejarle si no inscribe a Johnny en una escuela especial, debido a su tartamudeo… ¿me equivoco? Lo hemos discutido con nuestros superiores en un intento de encontrar una forma de ayudarle, y hemos encontrado lo siguiente: si usted accede a proporcionar al gobierno una copia de las letras de todos aquellos artistas con quienes trata que muestren simpatías pro-comunistas, le pagaremos cien dólares limpios por artista. Calculamos que así podría aumentar su salario hasta dos mil dólares mensuales, y este incremento no tendría por qué declararlo a Hacienda; sería un dinero exento de contribuciones. Naturalmente, la resolución tocante a cuáles de los artistas acerca de los que informe son comunistas y cuáles no, no es de nuestra incumbencia; pero, aun cuando sólo aceptemos a la mitad de los que nos diga, usted podría…
—Y le aseguramos —interrumpió el otro agente APA—, que éste será un convenio del que únicamente sabremos usted y nosotros. Nadie más, ni en Discos Progresistas ni en ninguna otra parte, se enterará. Se le dará un nombre en clave bajo el cual usted informará, y todo, los pagos inclusive, será registrado bajo dicho nombre. La identidad del informante secreto no la conocerán más que nosotros dos aquí presentes y usted.
—Pero si esos artistas no están contratados —dijo Nicholas—, ¿qué mal pueden hacer?
—Pueden cambiar el tono de sus letras —dijo el agente más corpulento—, a fin de que éstas no sean pro-comunistas, y ser contratados en alguna otra parte.
Nicholas dijo:
—Pero si las letras ya no son subversivas, ¿eso qué más da? ¿Por qué les interesan entonces?
El agente más corpulento explicó:
—En cuanto lleguen a tener éxito pueden volver a introducir furtivamente ponzoñas subversivas en sus letras. Y para entonces ya será muy difícil extirparlas, una vez que el público los conozca; en cuanto lleguen a tener éxito, ¿entiende? Es una situación muy peligrosa en potencia: alguien que cuela algo conflictivo en unas letras normales y luego, posteriormente, empieza a modificar su tono más y más. Así que ya sabe por qué no nos limitamos a basarnos en los que han grabado discos y están sonando; hemos de conocer los nombres de los que no lo han hecho.
—En cierto modo, son los más peligrosos —concluyó el otro agente.
Esa noche Nicholas me contó su entrevista con los dos agentes del gobierno. Para entonces estaba enojado; enojado y tembloroso.
—¿Vas a aceptarlo? —pregunté.
—No, coño —dijo Nicholas. Pero luego añadió:— Mira, me cuesta muchísimo creer que al gobierno le preocupen esos artistas fracasados. Creo que lo que les interesa es mi lealtad. Lo de esos dos APAs fue una estratagema para ponerme a prueba. Lo sabían todo de mí; está claro que en Washington hay un expediente mío.
—Hay expedientes de todos nosotros —dije.
—Si sabían lo de los dientes malformados de Johnny y lo que Rachel ha estado diciéndome, sin duda sabrán de mis contactos con Sivainvi. Sería mejor que quemara mis notas.
—¿Qué aspecto tendría un expediente sobre Sivainvi? —pregunté—. Un expediente sobre una forma de vida superior de otro sistema estelar… Me pregunto cómo estaría clasificado. Me pregunto si llevaría una marca especial.
—Descubrirán a Sivainvi por mi causa —dijo Nicholas.
—Sivainvi te protegerá —repuse.
—Entonces, ¿opinas que no tendría que aceptarlo?
—No, coño —dije. A veces Nicholas me asombraba.
—Pero me tomarán por desleal si digo que no. Eso es lo que andan buscando: una prueba de deslealtad. ¡La encontrarán!
—Que les den por el saco —dije—. Di que no a pesar de todo.
—Entonces lo sabrán. Y terminaré en Nebraska —dijo.
—Te tienen cogido, pues. De un modo u otro.
—Es verdad —repuso Nicholas—. Desde que los dos agentes del FBI me acosaron allá en los años cincuenta, ya sabía que mi pasado desleal se volvería en contra mía. Mi época en Berkeley…, el motivo por el que dejé la universidad.
—Rompiste tu fusil.
—¡Estropeé mi fusil! Aún entonces ya me manifestaba contra la guerra. Fui uno de los primeros. Sabía que los secuaces de Fremont me descubrirían; no tenían más que inspeccionar sus archivos. Los ordenadores revelaron mi nombre: el primer activista antibelicista de América. Y ahora la cuestión es colaborar con ellos o ser detenido.
—A mí nunca me detuvieron —dije—, y he estado en más jaleos antibelicistas que tú. En realidad, tú no has hecho nada desde que abandonaste Berkeley. Desde que el FBI vino a verte aquel día.
—Eso no demuestra nada. Soy un durmiente. Es probable que crean que es Aramcheck el que se pone en contacto conmigo por las noches. Sivainvi es mi nombre para Radio Aramcheck Libre.
—Aramcheck es una palabra en una acera.
—Aramcheck es algo que se opone a Fremont. Escucha, Phil —Nicholas respiró a fondo, furiosamente—. Creo que voy a tener que seguirles la corriente, o darlo a entender de alguna manera.
—¿Por qué?
—Porque mira lo que te pasó a ti —contestó Nicholas—. Allanaron tu casa, te robaron la mitad de los papeles…, desde entonces no has logrado escribir, por motivos psicológicos, no por motivos prácticos. Dios mío, mírate…, tienes los nervios destrozados. Sé que ya no consigues pegar ojo, esperando que regresen y lo vuelvan a hacer, o tal vez te detengan. Me doy cuenta de cómo te ha afectado este asunto; después de todo, soy tu mejor amigo.
—Sobreviviré —dije.
—Tú no tienes ni mujer ni hijos —dijo Nicholas quedamente—. Tú vives solo, Phil; no tienes familia. ¿Y si la noche que forzaron todas las ventanas traseras y echaron las puertas abajo tu hijo pequeño hubiera estado solo en casa? Podrían haberle…
—Esperaron hasta que no estuve en la casa —dije—; permanecieron en el exterior una semana, preparándose; yo les vi. Esperaron a que la casa quedara desocupada.
—El gobierno contrata a ex combatientes de las fuerzas especiales de Vietnam para este tipo de incursiones comando. Búsqueda y requisa, lo llaman. Una operación militar con personal del ejército y utilizando explosivos plásticos militares; tú mismo me enseñaste la huella de la bota de combate que dejaron en el lavabo de tu estudio. Phil, eran soldados armados los que asaltaron tu casa. Y yo tengo a Rachel y Johnny.
—Dales a ellos lo que quieren —dije— y puede que tu cuerpo viva, pero tu espíritu morirá.
—Les facilitaré nombres que no les sirvan —repuso Nicholas—. Letras de rock extravagantes que no signifiquen nada.
—¿Y cómo te lo explicarás cuando detengan a uno de los artistas fracasados contra el que te chivaste?
Nicholas me miró fijamente, apenado el semblante. En todos los años que llevaba conociéndole, nunca había visto expresión tan desdichada en su rostro.
—Porque lo harán —dije—. Y tú lo sabes. Todavía pueden detenerme. Es una amenaza que aún pende sobre mi cabeza.
—A eso me refiero —dijo Nicholas—. Y no quiero que penda sobre la mía, por el bien de Rachel y Johnny. Deseo ver crecer a mi hijito; es lo que más quiero en la vida. No tengo ganas de terminar haciendo trabajos forzados en un campo de rehabilitación del quinto pino, sacando nabos.
—Ferris Fremont no se ha apoderado únicamente del país —dije—, sino también de las mentes humanas. Y las ha envilecido.
—La Biblia dice: «no juzgues» —citó Nicholas.
—La Biblia dice: «Mi reino no es de este mundo» —repliqué enojado—. Lo cual significa que después se habrán de dar muchas explicaciones.
—Yo tengo muchas explicaciones que dar aquí mismo.
—Ni la mitad de las que vendrán después. ¿Has preguntado a Sivainvi lo que debes hacer?
—A Sivainvi no le hago preguntas; él, ellos, me lo dicen.
—Diles que te digan que no colabores.
—Hasta ahora no han dicho nada. Si no dicen nada, entonces hago lo que haría normalmente.
—Colabora con la Misión Puteo —dije; así era como la llamábamos en son de burla—, y te apuesto veinte pavos a que Sivainvi no se comunica más contigo.
—Tendré que hacer lo que deba —repuso Nicholas.
—¿Vas a informar también sobre mí? —dije— ¿Sobre lo que escribo?
—Lo que escribes pueden leerlo, está todo publicado.
—Puedes ponerles al tanto de Fluyan mis lágrimas, pues todavía no ha salido. Ya sabes de qué trata.
—Lo siento, Phil —dijo Nicholas—. Pero mi mujer y mi hijo están primero.
—Para esto —dije amargamente— me trasladé al sur de California.
—Phil, no puedo arriesgarme a que averigüen lo de Sivainvi. Perdóname, pero esto es demasiado importante. Más importante que tú, que yo o que cualquier otra persona.
No me gustaba la idea de que un íntimo amigo mío informara con regularidad, por dinero, a los secuaces de Ferris Fremont. Cuando me percaté de que Nicholas sabía todo cuanto había que saber acerca de mí, la idea adquirió una opresiva inminencia que me afectaba de un modo muy profundo. «Si Sivainvi existe», dije, «te protegerá, como me dijiste hace mucho tiempo. Y si no existe, entonces no tienes nada que te proteja y por lo tanto ningún motivo para colaborar con ellos. En cualquier caso, tendrías que mandarles a la mierda». En realidad, yo pensaba en mí mismo. En el fondo no había realizado tantas actividades antibelicistas, ni pensaba que quedara mucho por hacer; pero a los ojos de los APA sería suficiente. Y Nicholas estaba enterado de ello con pelos y señales.
Fue el inicio de la primera desavenencia verdadera en nuestra amistad. Nicholas, de mala gana, estuvo de acuerdo en que podría no acceder a las peticiones de los APA con el expediente que tenían sobre él y seguir manteniendo su familia y su empleo, pero me di cuenta de que no sólo se había distanciado de mí sino también de sí mismo. La pura verdad es que ya no podía confiar en mi más intimo amigo Nicholas Brady, a quien había conocido y querido desde los buenos tiempos de Berkeley. Las autoridades habían cumplido con su misión: habían enemistado a dos hombres que siempre habían confiado totalmente el uno en el otro.
El acabar con nuestra relación era un microcosmos que reflejaba lo que estaba ocurriendo en todas las capas de la sociedad americana bajo el mandato de F.F.F. Partiendo de la base de lo que nos había sucedido a nosotros, podía inferir que en todas partes se estaban produciendo terribles tragedias. Por ejemplo, ¿qué pasaba con los jóvenes artistas que iban a Discos Progresistas a tocar y cantar? El funcionario de la compañía discográfica que les hacia audiciones era un policía retribuido que informaba acerca de ellos a autoridades policiales de categoría superior. Sin lugar a dudas, esto ocurriría igualmente en las demás compañías discográficas. ¿Qué pasaba con los empleados de Nicholas? Ahora tenían en medio de ellos —o tenían en potencia— a un soplón retribuido que aumentaba su salario a costa de la seguridad y libertad de todos ellos. Y todo para que el pequeño Johnny pudiera ir al dentista. Menuda lógica.
El verdadero motivo, naturalmente, era la preocupación de Nicholas por su propia libertad y seguridad. En el fondo, estaba renunciando a una cosa a cambio de otra: comprometía, o tenía intención de comprometer, la libertad y seguridad de los demás para obtener la suya. Pero el efecto que resultaría de incontables personas haciendo lo mismo sería una red de riesgos mutua. Por ejemplo: supongamos que una pareja de APAs me abordaban ahora y me pedían que informara sobre Nicholas. Yo ya sabía que existían muchas posibilidades de que él me estuviera delatando.
¿Cuál sería entonces mi reacción? Mis recursos para oponerles resistencia se verían socavados en gran parte. La famosa táctica policíaca del trallazo entraría en juego; en seguida me dirían: «Mejor que informe acerca de Nicholas Brady antes de que él informe acerca de usted», lo cual venía a ser: más vale que te cargues a tu amigo antes de que él se te cargue a ti. Habrían hecho que nos retorciéramos mutuamente el pescuezo; el único ganador sería Ferris F. Fremont. La policía había venido empleando los mismos trucos desde la época de los medos, y la gente seguía dejándose engañar por ellos. En cuanto Nicholas informara acerca de alguien, sobre todo por dinero, quedaría permanentemente a merced del chantaje de la policía. Ésta había tendido un lazo ante él, y Nicholas estaba poniendo la cabeza dentro amablemente. Se estaba encargando de casi todo el trabajo. ¿Dónde estaba el hombre que había estropeado su fusil antes que rebajarse a seguir involuntariamente instrucción militar como precio de su licenciatura? Por lo visto se había echado a perder en nombre de la prosperidad; ahora Nicholas tenía un chollo y un brillante porvenir, además de influencia sobre los demás. Ésta era la causa. El idealismo había cedido el paso a motivaciones más realistas: seguridad, autoridad y la protección de la familia. El tiempo había operado un triste milagro en mi amigo; ya no caminaba a grandes zancadas por la acera cantando viejas canciones de marcha de la guerra civil española; de hecho, si algún joven artista acudía a él con una letra semejante, Nicholas estaría en condiciones de ganarse fácilmente cien dólares.
—He aquí lo que haré —dije a Nicholas— si te dedicas a espiar para el gobierno. Primero, telefonearé a los jefazos de Discos Progresistas y se lo contaré. Segundo, aparcaré el coche delante de la entrada principal, y cuando vea a jóvenes artistas subir por el paseo con sus guitarras, sus grandes ilusiones y su total confianza en ti, me acercaré a ellos y les diré que eres un soplón remunerado…
—Mierda —dijo Nicholas.
—Hablo en serio —dije.
—Bueno, supongo que no puedo hacerlo. —Parecía aliviado.
—Exacto —dije—. No puedes hacerlo.
—Acabarán conmigo. Es exactamente lo mismo que cuando vinieron a verme los hombres del FBI al principio; es a mí a quien persiguen. ¿Tienes idea de las posibles consecuencias si hacen daño a Sivainvi?
—Sivainvi puede cuidarse solo —repuse.
—Pero yo no —dijo Nicholas.
—En tal caso no te diferencias de todos los demás —dije—. Porque yo tampoco.
Esto pareció poner término a la conversación. La moraleja, podría haberle explicado a Nicholas, es que si piensas delatar a alguien, no deberías decírselo a nadie. Decírmelo había sido un error, pues de inmediato me había asaltado un sinnúmero de visiones de él delatándome.