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¿Cómo se trata a un amigo cuya vida está controlada desde allende las estrellas? ¿Qué actitud se adopta? Después de que se mudaran a Orange County vi a Nicholas pocas veces, cuando iba a Bay Area para una prolongada estancia, o bien tomaba yo el avión para hacerles una visita y llegarme de paso a Disneylandia; pero en cuanto le veía, Nicholas siempre me daba nuevos detalles de lo que tramaba Sivainvi. Luego de que se mudara a Orange County, Sivainvi se comunicaba mucho con él. Por tanto, desde su punto de vista, el traslado valió la pena.

Además, el puesto en Discos Progresistas supuso un enorme adelanto respecto a trabajar como vendedor de discos. La venta de discos por menor era un trabajo sin futuro, y Nicholas siempre lo había sabido; mientras que la especialidad discográfica en sí estaba en continuo avance. Ahora el rock había adquirido una gran importancia, si bien esto no perjudicaba a Discos Progresistas, que sólo contrataba a artistas populares. Aun así, Discos Progresistas estaba consiguiendo que éstos alcanzaran los primeros puestos en las listas de ventas; tenía bajo contrato a los mejores artistas populares, muchos de ellos del mundo musical del viejo San Francisco: de Hungry I y Purple Onion. Por muy poco no contrató a Peter, Paul and Mary, quienes, según ellos, habían rechazado una oferta del Kingston Trio. Me enteré de esto por Nicholas; al estar en Artistas y Repertorio, daba audiciones personalmente a nuevos artistas vocales, instrumentistas y grupos, y grababa cintas de ellos fuera del estudio, aunque no tenía autorización para contratarles. No obstante sí la tenía para rechazarles, y se lo pasaba muy bien ejerciéndola. Eso era mucho mejor que cambiar el rollo de papel higiénico de detrás de la cabina de escucha número tres, allá en Berkeley.

Por fin, el oído instintivo que poseía Nicholas para descubrir una buena voz estaba dando resultado. Su talento, además de lo que había aprendido con escuchar insólitos discos vocales en University Music a altas horas de la noche, ahora le estaba respaldando económicamente. Carl Dondero no se había equivocado; al hacerle un favor a Nicholas, había hecho a la vez un favor a Discos Progresistas.

—Así que tienes un trabajo fenomenal —dije, mientras él, yo y Rachel estábamos sentados en su piso de Placentia.

—Voy a ir a Huntington Beach para recibir a Uncle Dave Huggins and His Up-Front Electric Jugs —dijo Nicholas—. Creo que deberíamos contratarles. En realidad, es folk rock. Se parece un poco a lo que hacen los Grateful Dead en algunos de sus discos —en aquel momento estábamos escuchando un LP de los Jefferson Airplane, un giro notable de la música clásica que había entusiasmado a Nicholas allá en Berkeley. Grace Slick cantaba «White Rabbit».

—Qué tía más fabulosa —dijo Nicholas.

—Una de las mejores —convine. Hacía poco que se había despertado mi interés por el rock. El Airplane era mi grupo favorito; en cierta ocasión había ido hasta Marin County, a la ciudad de Bolinas, para admirar una casa que, se decía, era la de Grace Slick. Se encontraba enfrente de la playa, pero alejada de la gente y el ruido—. Lástima que no puedas contratarla —dije a Nicholas.

—Oh, veo a muchísimas chicas fabulosas —dijo Nicholas—. La mayoría de los cantantes populares en ciernes son chicas. La mayoría de ellas son lo que en la industria denominamos, en rigor, sin talento. Quizá han escuchado repetidas veces discos de Baez, Collins y Mitchell y las imitan… Nada original.

—Así que ahora —dije— tienes influencia sobre la gente.

Nicholas guardó silencio, toqueteando su vaso de vino Charles Krug.

—¿Qué impresión te hace? —pregunté.

—Bueno, yo… —Nicholas titubeó—. No soporto ver la cara que ponen cuando les digo que no. Es… —hizo un ademán— Se hacen tantas ilusiones. Vienen a Hollywood desde todo el país muy ilusionadas. Como en la canción de Mamas & Papas, «Las jovencitas van para el Cañón». Hoy hubo una chica… Hizo autostop desde Kansas City, llevaba una guitarra de práctica Sears de diez dólares…, quizá sabía cinco acordes, y tenía que leer de un cancionero. Por lo común no les hacemos una audición a menos que ya las hayan contratado en algún sitio. Entiéndeme, no podemos hacer audiciones a todo el mundo —tenía un aire triste al decirlo.

—¿Qué dice Sivainvi en estos días? —pregunté. Tal vez con su nueva y más amplia vida ya no oía voces ni veía páginas escritas en sueños.

Nicholas esbozó un extraño gesto. Por primera vez desde que surgiera el tema, parecía poco dispuesto a comentarlo.

—He des… —empezó a decir, y entonces me indicó con la mano que le acompañara, fuera del cuarto de estar y a su dormitorio—. Ahora Rachel tiene una norma —explicó, cerrando la puerta detrás de nosotros—. No lo mencionaré siquiera. Escucha —se sentó en la cama frente a mí—, he descubierto algo. La claridad con que le oigo —o la oigo, o los oigo; sea lo que fuere—, depende del viento. Cuando sopla el viento —aquí sopla desde el desierto, hacia el este y el norte—, recibo mejor la comunicación. He estado tomando notas. Mira esto. —Abrió un cajón de la cómoda; había allí un montón de papeles escritos a máquina, alrededor de un centenar de páginas. Y en un rincón del dormitorio estaba una pequeña mesa para máquina de escribir con una Royal portátil encima—. Hay muchas cosas que no te he contado —dijo— acerca de mis contactos con ellos. Creo que hay más de uno. Parece que son capaces de reunirse y formar un solo cuerpo o mente, como una forma de vida plasmática. Creo que existen en la atmósfera.

—¡Dios mío! —exclamé.

Nicholas dijo con la mayor seriedad:

—Para ellos, esto es un océano contaminado que habitamos nosotros; he tenido sucesivos sueños en los que adoptaba su punto de vista, y siempre están mirando hacia abajo —yo miro hacia abajo en los sueños—, en dirección a un océano estancado o una charca.

—La niebla y el humo —dije.

—Les repugnan. Les impiden descender. Tú eres escritor de ciencia-ficción. ¿Es posible que existan insospechadas formas de vida en la atmósfera de la tierra, formas de vida sumamente evolucionadas e inteligentes, que se interesen vivamente por nuestro bienestar y puedan ayudarnos cuando lo crean conveniente? Cabe suponer que a lo largo de los siglos se hubieran escrito crónicas acerca de ello.

—Eso carece de sentido; alguien les habría descubierto mucho tiempo atrás.

—Quizá —es una de mis teorías—, quizá hayan entrado hace poco en nuestra atmósfera, posiblemente procedentes de otro planeta, o bien de otro plano. Una segunda posibilidad que se me ha ocurrido es que vengan del futuro, y regresen aquí oportunamente para ayudarnos. Están deseosos de ayudarnos. Parecen saberlo todo. Santo Dios, creo que pueden ir a cualquier parte; no tienen cuerpos materiales, solamente las formas plasmáticas energéticas, como campos electromagnéticos. Probablemente se funden, reúnen su información, y luego se separan. Naturalmente, sólo estoy teorizando. No lo sé. Es ésta la impresión que me producen.

—¿Cómo es que los oigas tú y nadie más? —dije.

—No tengo ninguna teoría acerca de esto.

—¿No te lo pueden comunicar?

—En realidad no entiendo mucho de lo que dicen. Sólo recibo impresiones de su presencia. Querían que me trasladara aquí, a Orange County; en eso tenía razón. Creo que se debe a que pueden contactar mejor conmigo, al estar cerca del desierto, con el viento de Santa Ana soplando casi continuamente. He comprado varios libros para hacer investigaciones, como la Britannica.

—Si existen, alguna otra persona habría…

—Estoy de acuerdo —Nicholas asintió—. ¿Por qué yo? ¿Por qué no hablarían con el presidente de los Estados Unidos?

—¿Ferris F. Fremont?

Se echó a reír.

—Bueno, creo que ya entiendo lo que quieres decir. Pero hay muchísima gente importante de verdad. Una vez…, escucha esto —se puso a revolver los papeles—. Me mostraron un principio de ingeniería, un motor con dos ejes que giraban en direcciones opuestas. Me explicaron el principio en su totalidad; yo vi el puñetero artilugio con mis propios ojos: era redondo y muy pesado. Carecía de par de fuerzas debido a los ejes opuestos. Los ejes, por último, funcionaban mediante un tren de engranajes conectado a un mecanismo de transmisión común, supongo, pero eso no lo vi; quedaba en el otro lado. En el sueño tuve en las manos el aparato…, estaba pintado de rojo. No sé qué tipo de energía lo impulsaba, probablemente electricidad. Y me acuerdo de esto: llevaba un sistema de leva, una cadena con pesos que iba moviéndose rápidamente de un rotor giratorio a otro, para actuar de freno. Querían que lo apuntara todo al despertar; me enseñaron un lápiz muy afilado y un bloc. Dijeron —y nunca lo olvidaré—, me dijeron: «Este principio fue conocido en tu época». ¿Te das cuenta de lo que esto presupone? —Nicholas había empezado a enardecerse muchísimo; estaba sonrojado, con el rostro desbordante de emoción, y las palabras le salían a borbotones—. Eso indicaba que vienen del futuro.

—Cabe otra posibilidad —dije—. Podría significar, simplemente, que en el futuro el motor que viste llegará a ser conocido. Puede que lo único que signifique sea que conocen nuestro futuro.

Nicholas me miró fijamente, frunciendo la boca en silencio, perplejo.

—Verás —expliqué—, unos seres de tan elevado orden podrían haber rebasado la barrera del…

—Esto es real —dijo Nicholas quedamente.

—¿Cómo? —pregunté.

En voz baja y uniforme, Nicholas dijo:

—Esto no es ningún cuento. Tengo más de veinte mil palabras de notas que he tomado acerca de este asunto. Teorías, investigación, lo que he visto y oído. Lo que sé. ¿Tienes idea de lo que sé? Esto avanza hacia algo, pero no acierto a entender qué es. No quieren que entienda lo que es; me enteraré cuando llegue el momento, cuando ellos lo crean oportuno. No me dicen mucho; qué va. A veces creo que me dicen lo menos que pueden. De modo que no pierdas el tiempo contándome teorías de ciencia-ficción, Phil. ¿Comprendes?

Hubo un silencio. Nos miramos.

—¿Qué debo decir? —pregunté por fin.

—Tómatelo en serio, nada más —repuso Nicholas—. Limítate a tomarlo como lo que es: un asunto gravísimo, acaso terrible. Ojalá lo supiera. Presiento que van muy en serio, que andan involucrados en un juego fatal a una escala que me supera, que nos supera a todos. Que están aquí con un fin que… —Se interrumpió—. Dios mío —dijo—, todo esto me está volviendo loco. Ojalá pudiera contárselo a alguien; eso es lo que me fastidia, no poder contárselo a nadie. Ellos me trasladaron de Berkeley a Orange County… Ni siquiera eso puedo contar.

—¿Y por qué no?

—Lo he intentado —Nicholas no dio más explicaciones.

—Pareces haber madurado —dije.

—Bueno, me fui de Berkeley —se encogió de hombros.

—Ahora tienes auténticas responsabilidades.

—Ya las tenía entonces. Estoy empezando a darme cuenta de que no es un juego.

—¿Tu trabajo?

—Lo que me dicen. Cuando duermo. Sólo porque no lo recuerdo, al despertar no me dice nada. He leído lo bastante como para saber que en alguna parte del cerebro se recuerda. Va a parar al inconsciente y queda almacenado. Escucha —Me clavó la vista—. Phil, creo que me están programando. Comprendo una frase, una palabra; nada más. Ninguna pista que pueda seguir de un modo u otro. Lo suficiente, tan sólo para entenderlo así. Si me están programando, entonces los datos se inhiben, que es la forma en que funciona la programación, en el cerebro o bien en los circuitos electrónicos, y a la larga tropezaré con el estímulo desinhibidor, y toda la programación se activará, correctamente o no, según el acierto con que haya ido depositándose. —Hizo una pausa, y luego añadió, remotamente—: He estado leyendo acerca de ello. No llegaría a saberlo.

—¿Aun cuando encuentres el estímulo desinhibidor?

—No, todo lo que dijera o hiciese parecería natural. Creería que se me había ocurrido a mí. Como una sugestión posthipnótica: uno la incorpora a su cosmovisión como algo lógico. No importa lo extraña, o lo destructiva, o lo… —Volvió a guardar silencio, y esta vez no reanudó su discurso.

—Has cambiado —dije—. Además de ser más maduro, en todos los sentidos.

—El trasladarme aquí me ha cambiado —dijo Nicholas— y también las investigaciones que he llevado a cabo; ahora dispongo de los recursos económicos para adquirir el material de referencia fundamental que me permita continuarlas. Herb Jackman me pagaba una miseria, Phil. Sólo que yo no sabía qué hacer.

—No se trata únicamente de investigar —dije—. Berkeley está llena de gente que investiga. ¿Qué tipo de amigos tienes por aquí? ¿A quién has conocido?

—A gente de Discos Progresistas, sobre todo —contestó Nicholas—. Técnicos, metidos en la industria de la música.

—¿Les has hablado de Sivainvi?

—No.

—¿Has hablado con un psiquiatra?

—Mierda —dijo Nicholas en tono de hastío—. Ambos sabemos que esto no es cosa de psiquiatras. Pudiera habérmelo planteado hace muchísimo tiempo. Hace años, y a seiscientas millas de distancia, en una ciudad de locos. En Orange County no hay locos; es un sitio muy conservador y muy equilibrado. Los locos están allá en el norte, en el condado de Los Angeles, no aquí. No fuí a caer en la región de los locos por sesenta y cinco millas; me pasé de la raya. Coño, no me pasé de la raya; me lanzaron adrede hacia aquí, a Orange County central. Para librarme de ciudades de miras estrechas como Berkeley. A un lugar en el que pudiera pensar y dedicarme a la introspección, aprender a valorar las cosas en su justa medida y alcanzar una cierta comprensión. Una mayor confianza, en realidad. Eso es lo que he conseguido, si cabe.

—Puede que sea así.

Dijo Nicholas, medio para sí:

—Parecía que todo fuese… como en broma, allá en Berkeley; esos contactos secretos con otra inteligencia, a altas horas de la noche, sin querer, estando yo tendido en la cama sin más, pasivamente; y obligado a escuchar, me gustara o no. En Berkeley éramos unos críos; nadie que viva allí madura nunca de verdad. Quizá por eso Ferris Fremont detesta tanto Berkeley.

—¿Te importa mucho de él, ahora que te encuentras aquí? —pregunté.

—Soy consciente de Ferris Fremont —dijo Nicholas misteriosamente—. Ahora que me encuentro aquí, en efecto.

Gracias a una voz imaginaria, Nicholas se había hecho una persona completa, antes que la persona parcial que había sido en Berkeley. Si se hubiera quedado en Berkeley habría vivido y muerto como una persona parcial, sin llegar a conocer la integridad. ¿Qué clase de voz imaginaria es ésa?, me pregunté. Supongamos que Colón hubiera escuchado una voz imaginaria que le decía que zarpara con rumbo al oeste. Y gracias a ella, hubiera descubierto el Nuevo Mundo y cambiado la historia de la humanidad… Nos resultaría difícil el uso del término «imaginario», entonces, aplicado a dicha voz, puesto que las consecuencias de sus palabras acabaron afectándonos a todos. ¿Qué habría constituído una mayor realidad? ¿Una voz imaginaria diciéndole que zarpara con rumbo al oeste, o una voz real diciéndole que la idea era irrealizable?

Si Sivainvi no se hubiera dirigido a él en sueños, mostrándole visualmente un porvenir más dichoso, hablándole de modo persuasivo, Nicholas habría ido a Disneylandia y regresado luego a Berkeley. Yo lo sabía y Nicholas también. Que cualquier otra persona expresara su conformidad carecía de importancia; yo le conocía y sabía que, por sí solo, sin ayuda de nadie, habría permanecido esclavo de la rutina para siempre. Algo había intervenido en la vida de Nicholas y acabado con la opresión a la que un mal Karma le sometía. Algo había cortado las cadenas de hierro.

Así, comprendí, es como un hombre llega a ser lo que no es: haciendo lo que nunca podría hacer; en el caso de Nicholas, el acto completamente imposible de trasladarse desde Berkeley hacia el sur de California. Todos sus compañeros seguían allí; incluso yo seguía allí. Era espectacular; aquí estaba él, que se había criado en Berkeley, sentado en su piso moderno (Berkeley carece de pisos modernos) de Placentia, vestido con una camisa floreada al estilo del sur de California, pantalones flojos y zapatos; ya se había integrado en el estilo de vida que privaba aquí. La época de los tejanos había pasado.