Como ya he dicho, no fue hasta mucho más tarde —mucho tiempo después de que yo dejara las Cottages— cuando caí en la cuenta de lo importante que había sido nuestro encuentro en el cementerio. Yo me disgusté mucho entonces, es cierto. Pero no creí que fuera a ser diferente de otras peleas que habíamos tenido antes. Jamás se me pasó por la cabeza que nuestras vidas, hasta entonces tan estrechamente vinculadas, pudieran llegar a separarse tan drásticamente a raíz de aquello.
Pero supongo que para entonces ya existían poderosas corrientes que tendían a separarnos, y que sólo fue necesario un incidente como el que he relatado para que la ruptura se hiciera definitiva. Si hubiéramos entendido esto entonces, quién sabe, a lo mejor podríamos haber conservado unos lazos más fuertes.
Para empezar, cada día eran más y más los alumnos que se iban para ser cuidadores, y entre nuestra gente de Hailsham había un sentimiento creciente de que ése era el curso natural de las cosas. Aún teníamos que acabar de redactar nuestros trabajos, pero era de dominio público que no era obligatorio terminarlos si decidíamos empezar el adiestramiento. En nuestros primeros días en las Cottages la idea de no terminarlos habría sido impensable. Pero cuanto más lejano se nos hacía Hailsham menos importantes nos parecían estos trabajos. En aquel tiempo me daba la impresión —probablemente acertada— de que si permitíamos que se perdiera nuestra percepción de que los trabajos eran importantes, se perdería también todo lo demás que nos unía y vertebraba como alumnos de Hailsham. Por eso, durante un tiempo, traté de que se mantuviera nuestro entusiasmo por las lecturas y el acopio de notas para los trabajos. Pero sin ninguna razón que nos permitiera suponer que algún día volveríamos a ver a nuestros custodios (lo cierto es que, con toda aquella cantidad de alumnos cambiando de destino, la empresa pronto empezó a parecerme una causa perdida).
De todas formas, en los días que siguieron a nuestra conversación en el cementerio, hice todo lo que pude para que el incidente quedara definitivamente zanjado como algo del pasado. Me comportaba con Ruth y Tommy como si no hubiera sucedido nada del otro mundo, y ellos hacían más o menos lo mismo. Pero ahora había algo que siempre estaba ahí, y no sólo entre ellos y yo. Aunque mantenían la apariencia de seguir siendo una pareja —seguían haciendo lo del golpecito en el brazo cuando se separaban—, los conocía demasiado bien para no ver que se habían distanciado.
Por supuesto, yo me sentía mal por lo que había sucedido entre nosotros, sobre todo por lo de los animales imaginarios. No obstante, ya nada era tan sencillo como para solucionarlo acercándome a él para explicarle cómo había sido todo y decirle cuánto lo sentía. Unos años —quizá incluso seis meses— antes, la cosa probablemente habría funcionado de ese modo. Tommy y yo habríamos hablado de ello, y lo habríamos solucionado. Pero aquel segundo verano las cosas ya eran diferentes. Tal vez por mi relación con Lenny, no sé. En cualquier caso, ya no era fácil hablar con Tommy. Superficialmente, al menos, todo seguía siendo como antes, pero jamás mencionábamos sus animales o lo que había sucedido en el cementerio.
Tales habían sido los acontecimientos inmediatamente anteriores a que Ruth y yo tuviéramos aquella conversación en la vieja marquesina de autobuses, cuando me puse furiosa con ella al ver que fingía no acordarse de la parcela de ruibarbo de Hailsham. Como ya dije antes, probablemente no me habría enfadado tanto si no lo hubiera hecho en mitad de una conversación tan seria. Cierto que para entonces ya habíamos tocado la mayoría de los puntos importantes, pero aun así, por mucho que estuviéramos ya charlando de otros temas más livianos, no habíamos dejado aún el terreno de nuestro intento de arreglar las cosas entre nosotras, y no había ningún lugar para aquel tipo de fingimientos.
Lo que sucedió fue lo siguiente. Aunque algo se había interpuesto entre Tommy y yo, con Ruth las cosas no habían llegado hasta ese punto —o al menos eso pensaba yo en aquel momento—, y había decidido que ya era hora de hablar con ella de lo que había pasado en el cementerio. Acabábamos de tener uno de esos días de lluvia y tormenta eléctrica y, a pesar de la humedad, nos habíamos quedado en casa. Así que, cuando al atardecer vimos que el tiempo había mejorado —la puesta de sol estaba siendo de un rosa hermoso—, le dije a Ruth que por qué no salíamos a tomar un poco el aire. Había un empinado sendero que acababa de descubrir y que llevaba hasta el borde del valle, y justo donde el sendero iba a dar a la carretera había una antigua marquesina de autobuses. Éstos habían dejado de operar hacía mucho tiempo, y la señal de parada ya no estaba, y en la pared trasera de la marquesina podía verse el marco sin cristal de lo que un día habían sido los horarios. Pero la marquesina —una agradable estructura de madera con uno de los lados abiertos a los campos que descendían por la ladera del valle— seguía en pie, e incluso con el banco aún intacto. Allí era, pues, donde Ruth y yo estábamos sentadas tratando de recuperar el resuello, mirando las telarañas de las vigas del techo y el anochecer estival. Entonces yo dije algo como:
—¿Sabes, Ruth? Deberíamos intentar solucionar lo nuestro, lo que pasó el otro día.
Había utilizado un tono conciliador, y Ruth respondió al instante. Dijo que sí, que era bastante tonto que los tres nos peleáramos por verdaderas nimiedades. Sacó a relucir otras veces en que nos habíamos peleado, y estuvimos riéndonos de ello durante un rato. Pero en realidad yo no quería que Ruth se limitara a enterrar aquello de ese modo, así que, con el tono menos desafiante que pude, dije:
—Ruth, ¿sabes?, creo que a veces, cuando tienes pareja, no puedes ver las cosas tan claramente como quizá pueda verlas otra persona desde fuera. Bueno, sólo a veces.
Ruth asintió con la cabeza.
—Probablemente es cierto.
—No quiero interferir. Pero creo que a veces, últimamente, Tommy se ha sentido bastante dolido. Ya sabes. Por ciertas cosas que tú has dicho o hecho.
Me preocupaba que Ruth pudiera enfadarse, pero la vi asentir de nuevo con la cabeza, y suspirar.
—Creo que tienes razón —dijo al final—. Yo también he estado pensando mucho en ello.
—Entonces quizá no debería haberlo dicho. Tendría que haberme dado cuenta de que tú veías perfectamente lo que estaba pasando. Además no es cosa mía, la verdad.
—Sí es cosa tuya, Kathy. Eres una de los nuestros, y por tanto siempre te concierne. Tienes razón, no estuvo bien. Sé a lo que te refieres. Lo del otro día, lo de los animales. No estuvo bien. Luego le dije que lo sentía.
—Me alegro de que lo hablarais. No sabía si lo habíais hecho.
Ruth estaba raspando unas pequeñas laminillas de madera de un costado del banco con las uñas, y durante un instante pareció absolutamente absorta en tal tarea. Y luego dijo:
—Mira, Kathy, es bueno que estemos hablando de Tommy. Quería decirte algo, pero no sabía muy bien cómo hacerlo, ni cuándo. Kathy, prométeme que no vas a enfadarte mucho conmigo.
La miré y dije:
—Con tal de que no se trate otra vez de algo respecto a esas camisetas…
—No, en serio. Prométeme que no vas a enfadarte. Porque tengo que decirte una cosa. No me lo perdonaría nunca si siguiera callando mucho más tiempo.
—De acuerdo, ¿qué es?
—Kathy, llevo ya tiempo pensando en ello. No eres ninguna estúpida, y puedes darte cuenta de que quizá Tommy y yo no sigamos siempre siendo pareja. No es ninguna tragedia. Nos hemos convenido mutuamente durante un tiempo. Pero si vamos o no a seguir siendo el uno para el otro en el futuro, eso nadie puede saberlo. Y ahora se habla continuamente de parejas que consiguen aplazamientos si pueden probar, ya sabes, que están bien de verdad. En fin, mira, Kathy, lo que quiero decirte, es esto: sería algo completamente natural que tú te pusieras a pensar, ya sabes, qué sucedería si Tommy y yo decidiéramos no seguir juntos. No es que estemos a punto de romper ni nada parecido, no me malinterpretes. Pero me parecería absolutamente normal que tú pensaras al menos en tal posibilidad. Bien, Kathy, de lo que tienes que darte cuenta es de que Tommy no te ve a ti de esa forma. Le gustas de veras, en serio; piensa que eres genial. Pero yo sé que no te ve como, ya sabes, una novia o algo así. Además… —Hizo una pausa, y suspiró—. Además, ya sabes cómo es Tommy. Puede ser muy quisquilloso.
Me quedé mirándola fijamente.
—¿Qué quieres decir?
—Seguro que sabes a qué me refiero. A Tommy no le gustan las chicas que han estado con… Bueno, ya sabes, con éste y con el otro. Es una especie de manía que tiene. Lo siento, Kathy, pero no habría estado bien que no te lo hubiera dicho.
Pensé en ello, y luego dije:
—Siempre es bueno saber este tipo de cosas.
Sentí que Ruth me tocaba el brazo.
—Sabía que te lo tomarías bien. Lo que tienes que entender, sin embargo, es que piensa que eres la mejor de las personas. Lo digo en serio.
Yo quería cambiar de tema, pero tenía la mente en blanco. Supongo que Ruth se aprovechó de ello, porque extendió los brazos y emitió una especie de bostezo, y luego dijo:
—Si algún día aprendo a conducir, os llevaré a algún sitio salvaje. A Dartmoor, por ejemplo. Iremos los tres, y puede que también Laura y Hannah. Me encantará ver todas esas ciénagas.
Pasamos los minutos siguientes hablando sobre lo que haríamos en un viaje como ése si alguna vez podíamos realizarlo. Le pregunté dónde nos hospedaríamos, y Ruth dijo que podíamos pedir prestada una tienda de campaña grande. Le recordé que el viento podía ponerse increíblemente fuerte en parajes como ésos, y que la tienda podía volar en mitad de la noche. En realidad no hablábamos en serio. Pero fue más o menos a esa altura de la conversación cuando recordé aquella vez en Hailsham en que, estando aún en secundaria, fuimos de picnic a la orilla del estanque con la señorita Geraldine. James B. fue a recoger el pastel que todos habíamos hecho horas antes, pero cuando volvía con él hacia el estanque una fuerte ráfaga de viento había levantado al aire la capa de arriba de bizcocho, que había ido a caer sobre las hojas de ruibarbo. Ruth dijo que apenas recordaba vagamente el episodio, y yo, a fin de ayudar a que aflorara a su memoria, dije:
—Y el caso es que James se metió en un buen lío, porque eso demostró que había atravesado la parcela de ruibarbo.
Y fue entonces cuando Ruth me miró y dijo:
—¿Por qué? ¿Qué había de malo en eso?
Fue la forma de decirlo, tan falsa que hasta cualquiera que hubiera estado escuchando se habría dado cuenta del fingimiento. Suspiré con irritación y dije:
—Ruth, no pretendas que me trague eso. No es posible que lo hayas olvidado. Sabes perfectamente que aquél era un camino prohibido.
Puede que lo dijera con cierta brusquedad. De todas formas, Ruth no dio su brazo a torcer. Siguió fingiendo que no se acordaba de nada, y ello me puso aún más furiosa. Y fue entonces cuando dijo:
—¿Qué más da, además? ¿Qué tiene que ver la parcela de ruibarbo con lo que estamos hablando? Vuelve de una vez a lo que estabas diciendo.
Creo que, después de aquello, volvimos a hablar de forma más o menos amistosa, y luego, al rato, estábamos bajando a media luz por el sendero en dirección a las Cottages. Pero la sintonía entre nosotras ya no era la misma, y cuando nos dimos las buenas noches delante del Granero Negro, nos separamos sin los toquecitos en brazos y hombros que solíamos darnos siempre.
No mucho después tomé la decisión, y, una vez tomada, nunca flaqueé. Me levanté una mañana y fui a buscar a Keffers y le dije que quería empezar el adiestramiento para convertirme en cuidadora. Fue asombrosamente sencillo. El viejo estaba cruzando el patio, con las botas de agua llenas de barro, refunfuñando para sí mismo con un trozo de cañería en la mano. Fui hasta él y se lo dije, y él me miró, molesto, como si le estuviera pidiendo más leña. Luego masculló que fuera a verle aquella tarde para cumplimentar los papeles de la solicitud. Así de fácil.
Luego la cosa llevó algo más de tiempo, como es lógico, pero la maquinaria se había puesto en marcha, y de pronto me vi mirándolo todo —las Cottages, a mis compañeros— de un modo diferente. Ahora yo era uno de los que se iban, y al poco todo el mundo lo sabía. Quizá Ruth pensó que tendríamos que pasarnos horas y horas hablando de mi futuro; quizá pensó que podría influir decisivamente en el hecho de que yo pudiera o no cambiar mi decisión al respecto. Pero mantuve la distancia con ella, y también con Tommy. Y ya nunca volveríamos a hablar de verdad en las Cottages, y antes siquiera de que pudiera darme cuenta les estaba diciendo adiós.