15

Tommy y yo nos asomamos por la barandilla y nos quedamos contemplando el paisaje hasta que los otros se hubieron perdido de vista.

—Son sólo palabras —dijo al fin Tommy. Y luego, tras una pausa, añadió—: Es lo que la gente dice cuando siente lástima de sí misma. Palabras. Los custodios nunca nos hablaron de semejante asunto.

Empecé a andar —en dirección contraria a la de Chrissie y Rodney y Ruth—, y esperé un poco a que Tommy se incorporara a mi paso.

—No merece la pena molestarse —siguió Tommy—. Ruth se pasa el tiempo haciendo cosas de éstas últimamente. Así se desahoga. De todas formas, como le hemos dicho antes, aunque sea cierto, aunque tan sólo hubiera una pizca de verdad en todo el asunto, no veo cómo iba a cambiar las cosas. Nuestros modelos, cómo son y demás, no tienen nada que ver con nosotros, Kath. No merece la pena hacerse mala sangre por eso.

—De acuerdo —dije, y deliberadamente dejé que mi hombro golpeara contra el suyo—. De acuerdo, de acuerdo.

Me pareció que íbamos en dirección al centro de la ciudad, aunque no podía estar segura. Estaba tratando de buscar un modo de cambiar de tema cuando Tommy se me adelantó y dijo:

—¿Sabes cuando antes hemos estado en Woolworth’s? ¿Cuando has ido al fondo de la planta con los demás? Pues yo estaba intentando encontrar algo. Algo para ti.

—¿Un regalo? —Lo miré, sorprendida—. No creo que a Ruth le hubiera parecido bien lo que me estás diciendo. A menos que a ella le compraras otro más grande.

—Una especie de regalo, sí. Lamentablemente, no lo he podido encontrar. No era mi intención decírtelo, pero ahora, bueno, ahora tengo otra oportunidad de encontrarlo, aunque creo que tendrás que ayudarme. No soy muy bueno en las compras.

—Tommy, ¿se puede saber de qué estás hablando? Quieres hacerme un regalo, y quieres que te ayude a escogerlo.

—No. Sé lo que es. Sólo que… —Se echó a reír y se encogió de hombros—. Oh, será mejor que te lo diga. En esos grandes almacenes había un expositor con montones de discos y cintas. Así que he estado buscando aquella que perdiste aquella vez. ¿Te acuerdas, Kath? Pero no he logrado acordarme de cuál era.

—¿Mi cinta? No tenía ni idea de que lo supieses, Tommy.

—Oh, sí. Ruth estuvo pidiéndole a todo el mundo que la ayudara a encontrarla, que estabas muy triste por haberla perdido. Así que la estuve buscando por todo Hailsham. No te lo dije entonces, pero lo intenté con todas mis fuerzas. Pensé que había sitios donde yo podía mirar y tú no. Los dormitorios de los chicos, sitios así… Recuerdo que la busqué durante mucho tiempo, pero ya ves que no dio resultado.

Miré a Tommy, y sentí que mi mal humor se esfumaba.

—Nunca lo supe, Tommy. Fue muy bonito de tu parte.

—Bueno, no sirvió de mucho. Y te aseguro que quería encontrarla para que te pusieras contenta. Cuando al final me di cuenta de que no iba a lograrlo, me dije a mí mismo que algún día iría a Norfolk y allí la encontraría.

—El rincón perdido de Inglaterra —dije, y miré a mi alrededor y añadí—: ¡Estamos en él!

Tommy miró también a su alrededor, y los dos nos paramos. Estábamos en otra calle lateral, no tan estrecha como la de la galería de arte. Durante un momento estuvimos mirando a un lado y a otro con aire teatral, y al cabo soltamos unas risitas.

—Así que no era ninguna idea tonta —dijo Tommy—. En Woolworth’s tienen cantidad de cintas, y he supuesto que también tendrían la tuya. Pero no creo que la tuvieran.

—¿No crees que la tuvieran? Oh, Tommy, quieres decir que ni siquiera has mirado como es debido…

—Claro que sí, Kath; sólo que, bueno, es horrible que no haya podido acordarme del título. Tanto tiempo abriendo los arcones de los chicos y demás, allí en Hailsham, y no conseguir acordarme de cómo se titula… Era de Julie Bridges o algo así…

—Sí, es Judy Bridgewater. Canciones para después del crepúsculo.

Tommy sacudió la cabeza con solemnidad.

—Entonces seguro que no la tenían.

Me eché a reír y le di con el puño en un brazo. Tommy pareció desconcertado, así que dije:

—Es normal que no tengan nada de eso en Woolworth’s, Tommy. En Woolworth’s tienen los éxitos del momento. Judy Bridgewater es de hace siglos. Dio la casualidad de que apareció en uno de nuestros Saldos. ¡Pero en Woolworth’s no vas a encontrarla, tonto!

—Bueno, ya te lo he dicho: no sé nada de ese tipo de cosas. Y tienen tantas cintas…

—Sí, tienen unas cuantas, Tommy. Oh, no te preocupes. Ha sido un detalle precioso. Estoy emocionada. Era una gran idea. Estamos en Norfolk, después de todo.

Echamos de nuevo a andar y Tommy dijo, en tono dubitativo:

—Bueno, por eso tenía que decírtelo. Quería sorprenderte, pero de nada ha servido. No sabría dónde mirar, por mucho que ahora sepa el título de la cinta. Pero ya que te lo he dicho, puedes ayudarme. Podemos buscarla juntos.

—¿De qué estás hablando, Tommy?

Trataba de que sonara a reproche, pero no pude evitar reírme.

—Bueno, tenemos más de una hora. Es una oportunidad única.

—No seas tonto, Tommy. Te lo crees de verdad, ¿no es cierto? Lo del rincón de las cosas perdidas y demás…

—No necesariamente. Pero podemos mirar, ya que estamos aquí. Quiero decir que a ti te encantaría encontrarla, ¿no? ¿Tenemos algo que perder?

—De acuerdo. Eres un completo bobo, pero de acuerdo.

Tommy abrió los brazos en un gesto de impotencia.

—Bien, ¿adónde vamos, Kath? Como te he dicho, no soy nada bueno comprando.

—Tenemos que mirar en tiendas de segunda mano —dije, después de pensarlo un momento—. En esos sitios llenos de ropa vieja, de libros viejos. A veces suelen tener cajas llenas de discos y cintas.

—Muy bien. Pero ¿dónde están esas tiendas?

Cuando hoy pienso en aquel momento, allí en aquella pequeña calle lateral con Tommy, a punto de emprender nuestra búsqueda, siento que una calidez recorre mi interior. De pronto todo era perfecto: teníamos una hora por delante, sin ninguna otra cosa mejor que hacer. Tuve realmente que contenerme para no echarme a reír como una tonta, o ponerme a brincar en medio de la acera como una niña. No mucho tiempo atrás, cuando estuve cuidando a Tommy y saqué a colación nuestro viaje a Norfolk, me dijo que había sentido exactamente lo mismo. El momento en que decidimos ir en busca de la cinta perdida fue como si de pronto todas las nubes se hubieran despejado y no hubiera más que risa y diversión ante nosotros.

Al principio, no hacíamos más que entrar en sitios equivocados: librerías de segunda mano, tiendas llenas de aspiradoras viejas…, pero ninguna música en absoluto. Al cabo de un rato Tommy decidió que, como yo no tenía mucha más idea que él, tomaba el mando de la expedición. Así pues, por puro azar, de pronto descubrió una calle con cuatro tiendas del tipo que buscábamos, y casi una detrás de otra. Sus escaparates estaban llenos de vestidos, bolsos, anuarios escolares, y cuando entramos en ellas enseguida percibimos un agradable aroma a mundo añejo. Había montones de libros de bolsillo arrugados, cajas polvorientas llenas de tarjetas postales o de baratijas. Una de las tiendas estaba especializada en artículos hippies, mientras otra vendía medallas de guerra y fotos de soldados en el desierto. Pero todas ellas, en algún rincón, tenían una o dos grandes cajas de cartón llenas de elepés y cintas. Rebuscamos en aquellas tiendas, y si he de ser sincera, al cabo de unos minutos creo que Judy Bridgewater se había esfumado de nuestras cabezas. Sencillamente disfrutábamos buscando juntos entre aquellas cosas, perdiéndonos durante un rato y volviéndonos a ver otra vez juntos, tal vez compitiendo por la misma caja de baratijas en un polvoriento rincón iluminado por un rayo de sol.

Y por fin la encontré. Había estado hurgando en una hilera de casetes, con la mente en otra parte, cuando de pronto la vi allí, bajo mis dedos, con aspecto idéntico a aquella remota cinta del pasado: Judy, con su cigarrillo, mirando coquetamente al barman, con las palmeras desvaídas al fondo.

No solté ninguna exclamación, como había hecho un instante antes al encontrar alguna cosa que me había entusiasmado sólo a medias. Me quedé quieta, mirando la caja de plástico, sin saber muy bien si estaba o no loca de gozo. Durante unos segundos me llegó a parecer incluso una equivocación. La cinta había sido una excusa perfecta para divertirnos un poco, y ahora que la habíamos encontrado tendríamos que dejarlo. Tal vez fue ésa la razón por la que, para mi sorpresa, me quedé callada al principio; por la que incluso pensé en fingir que no la había visto. Y ahora que la tenía allí delante, había en ella algo vagamente embarazoso, como si se tratara de algo que debería haber dejado atrás al madurar y dejar de ser una chiquilla. De hecho llegué a pasar la casete como la hoja de un libro y permitir que le cayera encima la siguiente. Pero seguía estando el lomo, que no paraba de mirarme, y al final llamé a Tommy.

—¿Es ésa? —dijo. Parecía no creérselo, quizá porque no me veía haciendo grandes aspavientos.

Saqué la cinta y se la enseñé. Y de pronto sentí un placer muy intenso (y algo más, algo no sólo más complejo sino capaz de hacerme llorar a lágrima viva), pero contuve la emoción, y di un fuerte tirón del brazo de Tommy.

—Sí, es ésta —dije, y por primera vez sonreí con entusiasmo—. ¿No es increíble? ¡La hemos encontrado!

—¿Crees que podría ser la misma? Me refiero a la misma. La que perdiste.

Al darle la vuelta entre los dedos me di cuenta de que recordaba todos los detalles del reverso, los títulos de las canciones, todo.

—No veo por qué no. Podría ser —dije—. Pero tengo que decirte, Tommy, que puede haber miles circulando por ahí.

Entonces me di cuenta de que ahora era Tommy quien no estaba tan entusiasmado como cabía esperar.

—Tommy, no pareces muy contento con mi suerte —dije, aunque, como es lógico, en tono de broma.

—Estoy muy contento por ti, Kath. Es que, bueno, me gustaría haberla encontrado yo —lanzó una risita, y continuó—: ¿Te acuerdas de cuando la perdiste? Pues yo solía pensar mucho en el asunto, y me preguntaba mentalmente qué pasaría si la encontraba y te la daba. Qué dirías, qué cara pondrías, todo eso.

Su voz era más suave que de costumbre, y no quitaba la vista de la caja de plástico de la casete, que seguía en mi mano. Entonces caí en la cuenta de que no había nadie más que nosotros en la tienda, aparte del viejo que estaba detrás del mostrador, junto a la entrada, ensimismado en el papeleo de su negocio. Estábamos en el fondo de la tienda, sobre una especie de entarimado más alto, donde la luz era más tenue; un espacio un tanto aparte, como si el viejo no quisiera pensar en los artículos de nuestra zona y la hubiera aislado mentalmente. Durante varios segundos, Tommy siguió en una suerte de trance, supongo que dándole vueltas a la cabeza a la antigua fantasía de que era él quien me ofrecía la cinta perdida. De pronto me arrebató la cinta de la mano.

—Bien, al menos puedo comprártela —dijo con una sonrisa, y antes de que pudiera detenerle bajó de la zona elevada y echó a andar hacia el mostrador.

Yo seguí curioseando en el fondo de la tienda mientras el viejo buscaba la cinta para ponerla en su caja. No había dejado de sentir aquella punzada de pesar por haberla encontrado tan pronto, y sólo mucho después, de vuelta ya en las Cottages y sola en mi cuarto, aprecié en su justo valor volver a tener la cinta (y en especial aquella canción que me había gustado tanto). Pero incluso entonces era sobre todo una cuestión de nostalgia, y si hoy saco alguna vez la cinta y la miro me trae recuerdos de aquella tarde en Norfolk del mismo modo que me trae recuerdos de nuestro pasado en Hailsham.

Cuando salimos de la tienda, yo ya estaba deseando volver al estado de ánimo despreocupado, alocado de antes. Pero cuando hice unas cuantas bromas me di cuenta de que Tommy estaba ensimismado en sus pensamientos y no me respondía.

Empezamos a subir por una cuesta empinada, y quizá a un centenar de metros, justo al borde del acantilado, divisamos una especie de mirador con bancos que daban al mar. Era el sitio ideal para que una familia disfrutase de una merienda estival al aire libre. Y ahora, a pesar del viento frío, caminábamos hacia los bancos con determinación; pero cuando aún nos faltaba un trecho Tommy aflojó el paso y se rezagó y me dijo:

—Chrissie y Rodney están realmente obsesionados con esa idea. Ya sabes, con lo de que a una pareja le aplazaban las donaciones si estaba enamorada de verdad. Están convencidos de que nosotros estamos al tanto de ese asunto, pero en Hailsham nadie nos dijo nunca nada de eso. Yo nunca oí nada parecido, al menos. ¿Y tú, Kath? Es algo que se rumorea últimamente entre los veteranos. Y lo que hace la gente como Ruth no es más que echar leña al fuego.

Lo miré con detenimiento, pero era difícil apreciar si lo había dicho con una especie de afecto travieso o con profundo desagrado. Vi, de todas formas, que le estaba dando vueltas a la cabeza a algo que no tenía nada que ver con Ruth, así que no dije nada, y esperé. Al final dejó de andar y se puso a dar pequeños puntapiés a un vaso de papel aplastado que había en el suelo.

—En realidad, Kath —dijo—, llevo ya un tiempo pensando en ello. Estoy seguro de que tenemos razón, de que no se habló nunca de tal cosa en Hailsham. Pero en aquel tiempo había montones de cosas que no tenían ningún sentido. Y he estado pensando que si es cierto, si ese rumor es cierto, podría explicar muchas cosas. Cosas a las que solíamos darles vueltas y vueltas en la cabeza.

—¿Qué quieres decir? ¿Qué tipo de cosas?

—La Galería, por ejemplo —Tommy había bajado la voz, y yo me había acercado a él, como si aún estuviéramos en Hailsham y habláramos en la cola del almuerzo o en la orilla del estanque—. Nunca llegamos al fondo del asunto: a saber para qué era la Galería. Por qué Madame se llevaba todos los mejores trabajos. Pero ahora creo que lo sé. Kath, ¿te acuerdas de aquella vez que todo el mundo discutía sobre los vales? ¿De si debían o no darse Vales para compensar los trabajos que se llevaba Madame? ¿Y Roy J. fue a ver a la señorita Emily para hablarle del asunto? Bien, pues hubo algo que la señorita Emily dijo entonces, algo que dejó caer y que me ha estado haciendo pensar últimamente.

Pasaban dos mujeres con sus perros atados con correa y, aunque pueda parecer completamente estúpido, los dos callamos hasta que las damas coronaron la pendiente y no pudieron oírnos. Entonces dije:

—¿Qué, Tommy? ¿Qué «dejó caer» la señorita Emily?

—Cuando Roy J. le preguntó por qué Madame se llevaba nuestros trabajos, ¿recuerdas lo que se suponía que tenía que haber dicho?

—Recuerdo que dijo que era un privilegio, y que tendríamos que estar orgullosos…

—Pero eso no fue todo —la voz de Tommy era ahora un suspiro—. ¿Qué le dijo a Roy, qué «dejó caer», aunque probablemente no quiso de verdad decirlo? ¿Te acuerdas, Kath? Le dijo a Roy que las pinturas, la poesía y ese tipo de cosas, revelaban cómo era uno por dentro. Dijo que revelaban cómo era su alma.

Cuando le oí decir esto, recordé súbitamente un dibujo que una vez había hecho Laura de sus propios intestinos, y me eché a reír. Pero algo se estaba abriendo paso en mi memoria.

—Es cierto —dije—. Lo recuerdo. Bien, ¿adónde quieres ir a parar?

—Lo que yo pienso —dijo Tommy despacio— es esto: supongamos que es verdad lo que los veteranos están diciendo; supongamos que hay ciertas disposiciones especiales para los alumnos de Hailsham; supongamos que dos alumnos afirman estar muy enamorados, y que quieren un tiempo extra para estar juntos. Entonces, Kath, tendrá que haber un modo de saber si están diciendo la verdad. Que no están diciendo que están enamorados simplemente para aplazar sus donaciones. ¿Te das cuenta de lo difícil que puede ser tomar una decisión al respecto? O que una pareja crea de verdad que están enamorados, pero que en realidad no sea más que una cuestión de sexo. O un enamoramiento pasajero. ¿Te das cuenta de adonde quiero llegar, Kath? Tiene que ser muy difícil juzgar estos casos, y probablemente imposible acertar todas las veces. Pero la cuestión, sea quien sea quien decida, sea Madame o cualquier otro, es que necesitan algo para seguir considerando la cuestión

Asentí con la cabeza despacio.

—Así que por eso se llevaban nuestro arte…

—Puede ser. Madame tiene en alguna parte una galería llena de trabajos de alumnos; de cuando eran chicos y chicas muy pequeños. Supongamos que una pareja se presenta y dice que están enamorados. Madame puede buscar las obras que estos dos alumnos han ido haciendo a lo largo de los años. Y puede ver si encajan. Si casan. Puede decidir por sí misma qué amor puede perdurar y qué otro no es más que un mero enamoriscamiento.

Eché a andar despacio, sin apenas mirar hacia delante. Tommy me alcanzó, aguardando mi respuesta.

—No estoy segura —dije al fin—. Lo que estás diciendo podría explicar lo de la señorita Emily, lo que le dijo a Roy. Y supongo que explicaría también por qué los custodios siempre pensaban que era tan importante para nosotros que supiéramos pintar y todo eso.

—Exactamente. Y por tanto… —Tommy suspiró, y siguió con cierto esfuerzo—: Por tanto, la señorita Lucy tuvo que admitir que estaba equivocada, y decirme que en realidad sí importaba. Me había dicho lo anterior porque en aquel tiempo le daba lástima. Pero en el fondo de sí misma sabía que importaba. Lo que nos distinguía a los que habíamos estado en Hailsham era que se nos brindaba esa oportunidad especial. Pero si no tenías ningún trabajo en la galería de Madame era como si hubieras desperdiciado tu oportunidad.

Fue después de oír las palabras de Tommy cuando de pronto vi con claridad, y con un escalofrío, adonde nos llevaba todo aquello. Me detuve y me volví hacia él, pero antes de que pudiera decir nada Tommy soltó una carcajada.

—Así que si lo he entendido bien…, bien, pues parece que he desperdiciado mi oportunidad.

—Tommy, ¿se llevaron alguna vez algo tuyo para la Galería? ¿Cuando eras mucho más pequeño, quizá?

Tommy sacudía ya la cabeza en señal de negativa.

—Ya sabes lo inútil que era. Y luego estaba lo de la señorita Lucy. Sé que su intención era buena. Le daba pena y quería ayudarme. Y estoy seguro de que lo hizo. Pero si mi teoría es cierta, entonces…

—Sólo es una teoría, Tommy —dije—. Y sabes perfectamente cómo suelen ser tus teorías.

Quería quitarle hierro al asunto, pero no daba con el tono adecuado, y creo que era evidente que seguía pensando detenidamente en lo que acababa de decir Tommy.

—Quizá disponen de todo tipo de medios para juzgar —dije al cabo de un momento—. Quizá el arte no es más que uno de ellos.

Tommy negó de nuevo con la cabeza.

—¿Y cuáles serían esos medios? Madame nunca llegó a conocernos. No podría recordarnos individualmente. Además, es muy probable que Madame no sea la única que decide. Seguramente hay gente de un nivel más alto que ella, gente que jamás puso un pie en Hailsham. He pensado mucho en esto, Kath. Y todo cuadra. Ésa es la razón por la que la Galería era tan importante, y por eso los custodios querían que trabajásemos duro en el arte y la poesía. ¿En qué estás pensando, Kath?

Ciertamente me había alejado un poco del asunto. De hecho estaba pensando en aquella tarde en que estuve sola en nuestro dormitorio, poniendo la cinta que acabábamos de encontrar; en cómo me bamboleaba de un lado a otro, con una almohada pegada contra el pecho, mientras Madame me observaba desde el umbral con lágrimas en los ojos. El episodio, para el que nunca había encontrado una explicación convincente, parecía encajar bien con la teoría de Tommy. Mientras danzaba lentamente imaginaba que estaba abrazando a un bebé pero, por supuesto, Madame no podía saberlo. Debió de suponer que abrazaba a un amante. Si la teoría de Tommy era cierta, si Madame tenía relación con nosotros con el solo propósito de diferir nuestras donaciones cuando, andando el tiempo, estuviéramos enamorados, entonces tenía sentido —pese a su habitual frialdad para con nosotros— que se emocionara al darse casi de bruces con una escena como aquélla. Estaba dándole vueltas a esto en la cabeza, y a punto estuve de soltárselo todo de pronto a Tommy, pero me contuve porque lo que ahora quería era quitarle importancia a su teoría.

—He estado pensando en lo que has dicho, eso es todo —dije—. Tenemos que volver ya. Nos va a llevar un rato encontrar el aparcamiento.

Empezamos a desandar la pendiente, pero sabíamos que aún teníamos tiempo y no apretamos el paso.

—Tommy —le pregunté, después de haber caminado un rato—. ¿Le has dicho algo de esto a Ruth?

Tommy negó con la cabeza, y siguió andando. Y luego dijo:

—La cuestión es que Ruth se lo cree todo; todo lo que están diciendo los veteranos. Sí, le gusta hacer como que sabe mucho más de lo que sabe. Lo malo es que se lo cree. Y tarde o temprano va a querer ir más lejos…

—¿Te refieres a que querrá…?

—Sí. Querrá hacer la solicitud. Pero de momento no se ha parado a pensar demasiado en el asunto. No como acabamos de hacer nosotros.

—¿Nunca le has contado tu teoría sobre la Galería?

Volvió a negar con la cabeza, pero no dijo nada.

—Si le explicas tu teoría —dije—, y admite que quizá tengas razón… Bueno, se va a poner hecha una furia.

Tommy se quedó pensativo, pero siguió sin decir nada. Hasta que estuvimos de nuevo en las calles laterales estrechas no volvió a hablar, y cuando lo hizo su voz se había vuelto súbitamente mansa.

—La verdad, Kath —dijo—, es que he estado haciendo algunas cosas. Por si acaso. No se lo he contado a nadie, ni siquiera a Ruth. No es más que un comienzo.

Fue la primera vez que oí hablar de sus animales imaginarios. Cuando empezó a describir lo que estaba haciendo —no me enseñó ninguno de estos trabajos hasta semanas más tarde—, me resultó difícil mostrar gran entusiasmo. De hecho, tengo que admitir que al oírle recordé aquel dibujo original de un elefante en la hierba que había dado lugar a todos los problemas de Tommy en Hailsham. La inspiración, me explicó, le había venido de un viejo libro infantil al que le faltaba la cubierta trasera y que había encontrado detrás de uno de los sofás de las Cottages. Había convencido a Keffers para que le diera uno de aquellos pequeños cuadernos negros donde él garabateaba sus números, y desde entonces había creado como mínimo una docena de criaturas fantásticas.

—El caso es que estoy haciendo unos animales increíblemente pequeños. Diminutos. Jamás se me ocurrió hacerlos así en Hailsham. Y quizá fue ahí donde me equivoqué. Si los haces muy pequeños, y no me queda más remedio que hacerlos así porque las hojas son más o menos de este tamaño, todo cambia. Es como si cobraran vida por sí mismos. Y entonces no tienes más que dibujarles todos esos detalles que los diferencian. Tienes que pensar en cómo se protegen, en cómo consiguen coger las cosas. De verdad, Kath, no tiene nada que ver con lo que solía hacer en Hailsham.

Se puso a describirme los que más le gustaban, pero yo no podía concentrarme en lo que me estaba contando; cuanto más se entusiasmaba él hablándome de sus animales, más incómoda me sentía yo. «Tommy —tenía ganas de decirle—, vas a volver a ser el hazmerreír de todo el mundo. Animales imaginarios… ¿Qué es lo que te pasa?». Pero no lo hice. Lo miré con cautela y dije:

—Eso suena fantástico, Tommy.

Luego, en un momento dado, él dijo:

—Como te he dicho, Kath, Ruth no sabe nada de estos dibujos.

Y cuando dijo esto pareció recordar todo lo demás, y en primer lugar por qué estábamos hablando de sus animales, y la energía desapareció de su semblante. Volvimos a caminar en silencio, y al llegar a High Street dije:

—Bien, aun en el caso de que haya algo cierto en tu teoría, Tommy, hay muchísimo más por descubrir. Por ejemplo, ¿cómo ha de hacer esa solicitud una pareja? ¿Qué tienen que hacer? Porque no es que los formularios para cumplimentarla estén precisamente por todas partes…

—También yo me he preguntado todas esas cosas —su voz volvía a sonar calma y solemne—. Si quieres que te diga mi opinión, no veo más que un camino a seguir: encontrar a Madame.

Pensé en ello, y dije:

—Eso puede no ser tan fácil. No sabemos nada de ella. Ni siquiera sabemos su nombre. ¿Y tú recuerdas cómo era? No le gustábamos; ni siquiera quería vernos de cerca. Y aunque consiguiéramos dar con ella, no creo que nos sirviera de mucho.

Tommy suspiró.

—Lo sé —dijo—. Bueno, supongo que tenemos tiempo. Ninguno de nosotros tiene tanta prisa.

Cuando llegamos al coche la tarde se había encapotado y empezaba a hacer bastante frío. Los demás no habían llegado todavía, así que Tommy y yo nos apoyamos en el coche y nos pusimos a mirar el campo de minigolf. No había nadie jugando, y las banderas se agitaban al viento. Yo no quería hablar más de Madame, ni de la Galería, ni de nada relacionado con este asunto, así que saqué la casete de Judy Bridgewater de su bolsita y la examiné con detenimiento.

—Gracias por regalármela —dije.

Tommy sonrió.

—Si yo hubiera estado mirando en la caja de las cintas y tú en la de los elepés, la habría encontrado yo. El pobre Tommy ha tenido mala suerte.

—No tiene la menor importancia. La hemos encontrado porque tú te has empeñado en que la buscáramos. Yo me había olvidado de lo del rincón de las cosas perdidas. Y como Ruth se ha puesto tan pesada con todo eso, yo me he puesto de muy mal humor. Judy Bridgewater… Mi vieja amiga. Es como si nunca me hubiera separado de ella. Me pregunto quién pudo robármela en Hailsham.

Durante un momento, miramos hacia la calle en busca de los demás.

—¿Sabes? —dijo Tommy—. Cuando Ruth ha dicho antes lo que ha dicho, y he visto cuánto te has molestado…

—Déjalo, Tommy. Ahora estoy bien. Y no voy a sacarlo a relucir cuando vuelvan.

—No, no es a eso a lo que me refería —dijo Tommy. Dejó de apoyarse en el coche, se volvió y apretó con la punta del zapato la rueda de delante, como para comprobar la presión del aire—. Lo que quiero decir es que, cuando Ruth ha salido con todo eso, me he dado cuenta de por qué sigues mirando esas revistas porno. Está bien, está bien…, no es que me haya dado cuenta. Es sólo una teoría. Otra de mis teorías. Pero cuando Ruth ha dicho eso antes, me ha parecido que algo encajaba al fin.

Sabía que me estaba mirando, pero mantuve la mirada fija hacia el frente y no respondí nada.

—Pero sigo sin entenderlo totalmente, Kath —dijo al cabo de unos segundos—. Aun en el caso de que lo que dice Ruth sea cierto, ¿por qué miras y miras esas viejas revistas porno, para ver si encuentras a alguna de tus posibles? ¿Por qué tu modelo tiene que ser por fuerza una de esas chicas?

Me encogí de hombros, pero seguí sin mirarle.

—No pretendo que tenga mucho sentido. Pero lo hago de todas formas —los ojos se me estaban llenando de lágrimas, y traté de que Tommy no las viera. Pero la voz me temblaba cuando añadí—: Si tanto te molesta, dejaré de hacerlo.

No sé si Tommy vio mis lágrimas. De todas formas, cuando Tommy se acercó a mí y me dio un apretón en los hombros, yo ya las había controlado. Contener las lágrimas era algo que ya había hecho antes en ocasiones, y no me suponía ningún esfuerzo especial. Pero además me sentía algo mejor, y dejé escapar una risita. Entonces Tommy me soltó, y nos quedamos casi juntos, codo a codo, con la espalda hacia el coche.

—De acuerdo, no tiene ningún sentido —dije—, pero lo hacemos todos, ¿no es cierto? Todos nos preguntamos sobre nuestro modelo. Al fin y al cabo, ése es el motivo por el que hoy hemos venido aquí. Todos, todos lo hacemos.

—Kath, sabes perfectamente que no se lo he dicho a nadie. Lo de aquella vez en el cobertizo de la caldera. Ni a Ruth ni a nadie. Pero no lo entiendo bien. No comprendo bien por qué lo haces.

—Está bien, Tommy. Te lo contaré. Puede que, cuando te lo cuente, para ti siga sin tener mucho sentido, pero voy a contártelo de todas formas. El caso es que de vez en cuando, cuando me apetece el sexo, tengo unos sentimientos fortísimos. A veces me viene de repente y durante una hora o dos es francamente espeluznante. Hasta el punto de que, si de mí dependiera, sería capaz de acabar haciéndolo con el viejo Keffers. Es así de horrible. Y por eso… Ésa fue la única razón por la que lo hice con Hughie. Y con Oliver. No significó nada en mi interior. Ni siquiera me gustan mucho. No sé qué será; pero luego, cuando ya ha pasado, me da mucho miedo. Así es como empecé a pensar que, bueno, la cosa tenía que venir de alguna parte. Tenía que estar relacionado con cómo soy —callé, pero cuando vi que Tommy no decía nada, continué—: Así que pensé que si encontraba su fotografía en alguna de esas revistas, al menos tendría una explicación. Y no es que quisiera ir a buscar a esa mujer ni nada parecido. ¿Entiendes?, sería una especie de explicación de por qué soy como soy.

—A mí me pasa algo parecido a veces —dijo Tommy—. Cuando tengo muchas ganas de hacerlo. Supongo que los demás, si son sinceros, admitirán que también les pasa a ellos. No creo que seas nada diferente en eso, Kath. La verdad es que a mí me pasa montones de veces —dejó de hablar y se echó a reír, pero yo no reí con él.

—Estoy hablando de algo diferente —dije yo—. He observado a los demás. Puede apetecerles, pero eso no les hace hacer cosas. Nunca actúan del modo en que yo lo he hecho, irse con tipos como ese Hughie…

Estuve a punto de volver a echarme a llorar, porque sentí que el brazo de Tommy me rodeaba los hombros. Disgustada como estaba, seguí siendo consciente de dónde estábamos, y eché una especie de freno en mi mente para que si Ruth y los otros doblaban la esquina en ese momento y nos veían así, no hubiera ninguna posibilidad de malentendido. Seguíamos uno al lado del otro, apoyados en el coche, y lo que verían sería que yo estaba disgustada por algo y Tommy trataba de consolarme. Y entonces oí que Tommy me decía:

—No creo que eso sea necesariamente malo. Una vez que encuentres a alguien, Kath, a alguien con quien realmente quieras estar, entonces será estupendo. ¿Te acuerdas de lo que los custodios solían decirnos? Si es con la persona adecuada, te hace sentirte bien de verdad.

Hice un movimiento de hombros para que Tommy me quitara el brazo de encima, y aspiré profundamente.

—Olvidémoslo. Será mejor que me controle cuando me vengan esos arrebatos. Así que vamos a olvidarlo.

—De todas formas, Kath, es bastante tonto andar mirando esas revistas.

—Es estúpido, de acuerdo. Pero dejémoslo, Tommy. Ya estoy bien.

No recuerdo de qué hablamos hasta que llegaron los demás. Pero de nada serio; y si los otros, al llegar, pudieron percibir aún algo en el ambiente, no hicieron ningún comentario. Estaban de muy buen humor, y Ruth, en especial, parecía decidida a subsanar el incidente de antes. Vino hasta mí y me tocó la mejilla, mientras hacía una broma, y cuando montamos en el coche se esforzó por que el ánimo jovial siguiera en todos nosotros. A ella y a Chrissie todo lo de Martin les había parecido cómico, y disfrutaban de la libertad de reírse abiertamente de él ahora que ya no estaban en su apartamento. Rodney no parecía aprobar sus comentarios, pero me di perfecta cuenta de que Ruth y Chrissie lo hacían más que nada para tomarle el pelo. El talante era fraterno. Reparé en que si antes Ruth había procurado que Tommy y yo no nos enteráramos en absoluto del sentido de todas aquellas bromas y referencias, durante el camino de vuelta no dejó de volverse hacia mí para explicarme con detalle de qué estaban hablando. De hecho se me hizo un tanto pesado al cabo de un rato, porque daba la impresión de que todo lo que se decía en aquel coche era para que lo oyéramos Tommy y yo (o yo al menos). Pero me complacía que Ruth nos lo estuviera contando todo a bombo y platillo. Comprendía —lo mismo que Tommy— que Ruth reconocía lo mal que se había portado antes, y que aquélla era su forma de admitirlo. Iba sentada entre Tommy y yo, tal como la ida, pero ahora se pasó todo el trayecto hablándome a mí, y sólo muy de vez en cuando se volvía a Tommy para darle algún que otro achuchón o beso. El ambiente era bueno, y nadie sacó a colación a la posible de Ruth ni hizo referencia a nada parecido. Y yo no mencioné la cinta de Judy Bridgewater que Tommy me había comprado. Sabía que Ruth se enteraría de ello tarde o temprano, pero no quería que lo supiera en ese momento. En aquel viaje de vuelta a las Cottages, con la oscuridad cerniéndose ya sobre las largas carreteras vacías, era como si los tres volviéramos a estar unidos y no quisiéramos que nada pudiera ensombrecer nuestro estado de ánimo.