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Casi hemos llegado al final. Dudo que haya contemplado todo lo que necesitas saber para ser mejor escritor, y seguro que no he dado respuesta a todas tus preguntas, pero una cosa tengo clara: he comentado todos los aspectos de la vida de escritor de los que puedo hablar con un mínimo de confianza. Aun así, debo decirte que la elaboración de este libro coincidió con notables restricciones en el suministro de dicho producto, la confianza. De lo que andaba sobrado era de dolor físico e inseguridad.

Al proponerle la idea de un libro sobre la escritura a mi editor de Scribner, lo hice con la sensación de saber mucho sobre el tema; casi me explotaba la cabeza de querer decir tantas cosas. Ahora no niego que pueda saber mucho, pero hay muchas cosas que han acabado por resultar aburridas, y he descubierto que el resto, por lo general, tiene más relación con el instinto que con algo parecido al «pensamiento elevado». El esfuerzo de poner por escrito esas verdades instintivas me ha costado sudor y lágrimas. Por otro lado, en plena redacción de este libro ocurrió una de esas cosas que, como suele decirse, te cambian la vida. Enseguida lo cuento. Ahora sólo quiero dejar claro que he puesto todo mi empeño.

Queda otro tema por abordar, uno que está directamente relacionado con el hecho decisivo al que acabo de referirme, y del que ya he hablado pero sólo de manera indirecta. Ahora voy a coger el toro por los cuernos. Es una pregunta que me hace la gente de distintas maneras. Hay quien me la hace educadamente y hay quien a lo bestia, pero siempre se reduce a lo mismo: «Oye, ¿tú escribes por dinero?».

La respuesta es que no, ni ahora ni nunca. No niego que mis libros me hayan dado mucha pasta, pero nunca he escrito ni una sola palabra pensando en que me la pagarían. A veces he escrito para hacerle un favor a un amigo, pero no se puede definir de ninguna manera peor que como una especie de trueque rudimentario. Siempre he escrito porque me llenaba. Puede que sirviera para pagar la hipoteca y los estudios de los niños, pero eso era aparte. Yo he escrito porque me hacía vibrar. Por el simple gozo de hacerlo. Y el que disfruta puede pasarse la vida escribiendo.

Ha habido momentos de mi vida en que escribir ha sido un pequeño acto de fe, como escupirle a la cara a la desesperación. La segunda mitad de este libro ha sido escrita con ese espíritu. Me ha salido de las entrañas. Escribir no es la vida, pero yo creo que puede ser una manera de volver a la vida. Lo averigüé en verano de 1999, cuando estuvo a punto de matarme el conductor de una camioneta azul.