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Ahora toca hablar un poco de la investigación, que es una modalidad de historia de fondo especializada. Hazme un favor: si no tienes más remedio que investigar, porque hay partes de tu historia que tratan de cosas que conoces poco o nada, ten presente las palabras «de fondo». Es donde le corresponde estar a la investigación: lo más al fondo que puedas ponerla. A li puede que te apasione lo que estás averiguando sobre las bacterias carnívoras, el alcantarillado de Nueva York o el potencial de inteligencia de los cachorros de collie, pero es de prever que a tus lectores les interesen mucho más tus personajes y tu historia.

¿Que sí hay excepciones? Claro que sí. Como en todas las reglas, ¿no? Hay casos de escritores de mucho éxito (los primeros que se me ocurren son Arthur Hailey y James Michener) cuyas novelas beben mucho de la investigación y los datos. Las de Hailey son manuales apenas disfrazados sobre el funcionamiento de ciertas cosas (bancos, aeropuertos, hoteles), y las de Michener una combinación de documental de viajes, clase de geografía y libro de historia. Hay otros escritores de éxito, como Tom Clancy y Patricia Cornwell, que se concentran más en la narración, pero que no renuncian a acompañar el melodrama con raciones abundantes (y a veces indigestas) de información a palo seco. A veces pienso que los lee una porción considerable del público lector a quien le parece un poco inmoral la ficción, algo de mal gusto que sólo puede justificarse diciendo: «Pues… sí, sí que leo a [aquí el nombre del autor], pero sólo en los aviones y en las habitaciones de hotel donde no hay CNN. Además me entero de muchas cosas sobre [aquí el tema que corresponda].»

Aun así, por cada escritor del tipo documentalista hay cien (y puede que hasta mil) aspirantes, algunos publicados y otros no. Yo, en general, creo que lo primero es la historia, pero que es inevitable investigar un poco. Si te la saltas es cosa tuya.

En primavera, de 1999 hice el viaje de vuelta de Florida (que es donde habíamos pasado el invierno mi mujer y yo) a Maine. En el segundo día de carretera paré en una gasolinera cerca de la autopista de Pensilvania, de esas de antes tan divertidas, donde sigue saliendo alguien, te pone la gasolina y te pregunta qué tal, y qué jugador de baloncesto te gusta más.

Contesté al empleado que muy bien y nombré a mi favorito. Luego fui al lavabo, en la parte de atrás del edificio (donde había un arroyo en pleno deshielo, haciendo un ruido ensordecedor), y al salir, queriendo ver el agua más de cerca, me paseé por la pendiente, que estaba llena de llantas sueltas y piezas de motor. El suelo conservaba manchas de nieve. Resbalé en una y me deslicé hacia la orilla hasta que conseguí frenar cogiéndome a un motor viejo. Sólo había patinado un par de metros, pero al levantarme me di cuenta de que, dependiendo de dónde resbalara, podía caerme al agua y ser arrastrado por ella. Reflexioné sobre la hipótesis y me pregunté cuánto habría tardado el encargado de la gasolinera en avisar a la policía del estado sí mi coche, un Lincoln Navigator recién estrenado, se quedaba vacío mucho rato delante de los surtidores. Volví a la autopista con dos cosas el culo mojado por la caída detrás de la gasolinera Mobil y una idea excelente para un relato.

La siguiente: un hombre misterioso con abrigo negro (y aspecto de no ser humano, sino otra clase de ser disfrazado con poca habilidad) abandona su vehículo frente a una gasolinera pequeña de una zona rural de Pensilvania. El vehículo parece un Buick Special viejo de finales de los cincuenta, pero es tan poco Buick como humano el del abrigo negro. El vehículo cae en manos de unos agentes de la policía del estado, pertenecientes a una comisaría ficticia del oeste de Pensilvania. Transcurren unos veinte años, y un buen día los policías cuentan la historia del Buick para consolar al hijo de un colega que ha muerto de servicio.

Era una idea buenísima, y ha dado pie a una novela con mucha fuerza que habla de cómo transmitimos nuestros conocimientos y secretos. También es un relato macabro y de terror acerca de un aparato extraterrestre que puede tragarse enteras a las personas. Por descontado que había una serie de problemas de detalle (como no saber ni jota de la policía del estado de Pensilvania), pero no permití que me afectara. Me limité a inventarme todo lo que no sabía.

Podía hacerlo porque estaba escribiendo a puerta cerrada, únicamente para mí y el Lector Ideal que tenía en la cabeza. (Mi versión mental de Tabby no suele ser tan tiquismiquis como mi esposa de verdad. Me la imagino aplaudiendo y animándome a seguir con los ojos brillantes). Una de mis sesiones más memorables se produjo en una habitación del tercer piso del hotel Eliot de Boston. Estaba sentado al lado de la ventana, escribiendo acerca de la autopsia de un extraterrestre con pinta de murciélago mientras fluía majestuosa la maratón de Boston a mis pies, y los altavoces atronaban los tímpanos con Dirty Water, de los Standells. Las calles estaban ocupadas por millares de personas, pero arriba, en mi habitación, no había ningún aguafiestas que me dijera que tal o cual detalle estaba mal, o que al oeste de Pensilvania no actúan así los polis, o que esto, o que lo otro…

La novela (cuyo título es From a Buick Eight) está metida en un cajón desde finales de mayo de 1999, que es cuando acabé la primera redacción. Su escritura se ha visto interrumpida por circunstancias ajenas a mi control, pero espero, y preveo, que un día u otro pasaré dos semanas en el oeste de Pensilvanía, donde me han dado permiso condicional para ir de patrulla con la policía del estado, (La condición, que me parece la mar de sensata, es no hacerlos quedar como malos, locos o idiotas). Una vez cumplido el requisito, debería estar en situación de corregir mis peores disparates e incorporar una serie de datos que dará gusto leerlos.

Pero no muchos. La investigación es historia de fondo, expresión cuya palabra clave es «fondo». Lo que tengo que contar en From a Buick Eight versa sobre monstruos y secretos. De ningún modo es un relato sobre la actuación policial en el oeste de Pensilvania. Lo único que busco es un toque de verosimilitud, como la pizca de especias que se echa para redondear la salsa para la pasta. La sensación de realidad es importante en todas las obras de ficción, pero considero que en un relato que trate de fenómenos anormales o paranormales todavía reviste mayor importancia. Otra ventaja de incluir un número suficiente de datos (suponiendo, claro está, que sean correctos) es que sirve para atajar la avalancha de cartas de lectores quisquillosos que deben de vivir para decirles a los escritores que han metido la pata hasta el fondo, (El tono de las cartas, sin excepción, es de alegría). En cuanto te sales de la norma del «escribe de lo que sepas» se vuelve inevitable investigar, y puede contribuir mucho a tu relato. Ahora bien, no pongas el carro delante de los bueyes. Acuérdate de que escribes una novela, no un ensayo. La historia siempre es lo primero. Creo que hasta James Michener y Arthur Hailey habrían estado de acuerdo.