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Casi se puede leer en cualquier parte, pero, tratándose de escribir, los cubículos de biblioteca y bancos de parque deberían ser el último recurso. Decía Truman Capote que sus mejores obras estaban hechas en habitaciones de motel, pero es la excepción. La mayoría trabajamos mejor en casa. Mientras no tengas un espacio propio, encontrarás bastante más laboriosa tu nueva decisión de escribir mucho.

No es necesario que tu despacho exhiba un interiorismo a lo Playboy, ni que guardes los enseres de escribir en un escritorio colonial de los de persiana. Las dos primeras novelas que publiqué (Carrie y El misterio de Salem’s Lot) las escribí en el cuartucho de lavar de una caravana doble, aporreando la Olivetti portátil de mi mujer y haciendo equilibrios con una mesa infantil en las rodillas. Dicen que John Cheever escribía en el sótano del bloque de pisos donde vivía, en Park Avenue, al lado de la caldera. El espacio puede ser modesto (hasta es posible que deba serlo, como ya creo haber insinuado), y en realidad sólo requiere una cosa: una puerta que estés dispuesto a cerrar. La puerta cerrada es una manera de decirles a los demás y a ti mismo que vas en serio. Te has comprometido con la literatura y tienes la intención de no quedarte en simples promesas.

Cuando entres en tu nuevo espacio de escritura y cierres la puerta, ya deberías haberte decidido por un objetivo diario. Es como con la gimnasia: al principio conviene no imponerse metas muy altas, para no desanimarse. Propongo unas mil palabras al día, y, como me siento magnánimo, añadiré un día de descanso semanal, al menos al principio. Más de uno no, o perderías la urgencia e inmediatez de tu relato. Una vez concretado el objetivo, toma la resolución de no abrir la puerta hasta haberlo cumplido. Dedícate por entero a poner las mil palabras en papel o en disquete.

Durante una de mis primeras entrevistas (creo que para promocionar Carrie), un locutor de radio me preguntó cómo escribía, y mí respuesta («palabra por palabra») lo dejó mudo. Sospecho que estaba pensando sí era una broma, pero no. Al final siempre es así de sencillo. Trátese de un simple apunte de una página, o de una trilogía épica como El Señor de los Anillos, siempre se trabaja palabra por palabra. La puerta te aísla del resto del mundo, pero también te confina, concentrándote en lo que tienes entre manos.

Conviene, dentro de lo posible, que en el despacho no haya teléfono, y menos televisión o videojuegos para perder el tiempo. Si hay ventana, y no da a una pared, corre la cortina o baja la persiana. Cualquier escritor hará bien en eliminar las distracciones, y el novicio más. Si sigues escribiendo empezarás a filtrarlas de manera natural, pero al principio conviene ocuparse de ellas ames de ponerse a trabajar. Yo trabajo con la música a tope (siempre he preferido el rock duro, tipo AC/DC, Guns’n Roses y Metallica), pero sólo porque es otra manera de cerrar la puerta. Me rodea, aislándome del mundo. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. Escribir es crearse un mundo propio.

En el fondo, creo que se trata de dormir creativamente. La sala de escritura debería ser igual de íntima que el dormitorio, ser la habitación donde sueñas. La razón de ser del horario (entrar cada día más o menos a la misma hora y salir cuando tengas las mil palabras en papel o disquete) es acostumbrarte, predisponerte al sueño como le predispones a dormir yéndote a la cama más o menos a la misma hora y siguiendo el mismo ritual. Escribir y dormir se parecen en que aprendemos a estar físicamente quietos al mismo tiempo que animamos al cerebro a desconectar del pensamiento racional diurno, rutinario. De la misma manera que el cerebro y el cuerpo, noche tras noche, se te acostumbran a cierta cantidad de sueño fija (seis horas, siete, quizá las ocho recomendadas), existe la posibilidad de entrenar a la conciencia para que duerma creativamente y, despierta, teja sueños de gran nitidez, que es lo que son las obras narrativas bien hechas.

Pero son necesarias la habitación y la puerta, y es necesaria la decisión de cerrarla. También necesitas un objetivo concreto. Cuanto más dure tu adhesión a estos requisitos básicos, más fácil irá haciéndosete el acto de escribir. No esperes al muso. Ya te he dicho que es un tozudo, y que no se le puede pedir mucho aleteo creativo. No te estoy hablando de ningún tablero ouija, ni del mundo de los espíritus, sino de un oficio cualquiera, como fontanero o camionero. El tuyo es procurar que el muso sepa dónde encontrarte a diario desde las nueve a las doce, o desde las siete a las tres. SÍ lo sabe, te aseguro que tarde o temprano se presentará con el puro en la boca y la magia en el saco.