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En la bandeja superior de la caja de herramientas también debe estar la gramática, y no me vengas con quejas de que no entiendes de gramática, que nunca la has entendido, que cateaste lengua en el instituto, que escribir es divertido pero la gramática es un palizón…

Tranquilo. Que no cunda el pánico. No vamos a dedicarle mucho tiempo, por el simple motivo de que no hace falta. Los principios gramaticales de la lengua materna, o se absorben oyendo hablar y leyendo, o no se absorben. La asignatura de lengua hace (o pretende) poca cosa más que poner nombres a las partes.

Y aquí no estamos en el instituto. Ahora que ya no tienes que preocuparte de a) llevar la falda demasiado larga o demasiado corta, y que se rían las demás, b) no ser aceptado en el equipo de natación de la universidad, c) acabar el bachillerato virgen y con granos (y hasta morirse de la misma manera, vete tú a saber), d) que el profesor de física no ponga las notas según el nivel de la clase, o e) no ser querido por nadie (ni haberlo sido nunca…), ahora que nos hemos quitado de encima toda esa mierda superfina puedes estudiar determinadas disciplinas académicas con un grado de concentración imposible en los días del manicomio educativo. Además, cuando empieces te darás cuenta de que ya lo sabes casi todo. Ya he dicho que se trata más que nada de desoxidar las brocas y afilar la hoja de la sierra.

Y… menos cuento, joder. Si eres capaz de acordarte del contenido del bolso, de la alineación de los Yankees de Nueva York o los Oilers de Houston, o del sello donde apareció el Hang On Sloopy de los McCoys, también puedes acordarte de las diferencias entre el gerundio y el participio.

He reflexionado muy a fondo sobre la posibilidad de incluir en el librito una sección pormenorizada sobre gramática, y me ha costado tiempo y esfuerzo decidirme. A una parte de mí le gustaría, porque es una disciplina que impartí fructíferamente en el instituto (oculta bajo el nombre de «inglés comercial»), y con la que disfruté siendo estudiante. La gramática americana no es tan robusta como la inglesa (un publicista británico con buena formación es capaz de hacer que un anuncio de condones estriados suene igual que la Carta Magna de los cojones), pero, dentro de su desgaliche, tiene cierto encanto.

Al final me he decidido por el no, sin duda por la misma razón que William Strunk para no recapitular lo básico en la primera edición de The Elements of Style: porque el que no lo sepa ya no está a tiempo de aprenderlo. Además, a la gente que sea refractaria del todo al aprendizaje de la gramática (como yo a aprender determinados riffs y progresiones de guitarra) tampoco va a interesarles un libro así, o no mucho. En ese sentido, predico a conversos. A pesar de ello, pido permiso para avanzar un poco más.

El vocabulario, oral o escrito, se reparte en siete categorías lingüísticas (ocho si contamos las interjecciones, como «¡ah!», «¡uy!», «¡caray!»). El mensaje que se construye con ellas debe organizarse de acuerdo con unas reglas consensuadas de gramática. Infringirlas significa romper o dificultar la comunicación. Una gramática defectuosa genera frases defectuosas, como: «En tanto que madre de cinco hijos, y con otro en camino, mi tabla de planchar siempre está abierta».

Las dos partes indispensables de la escritura son los nombres y los verbos. Sin el concurso de ambos no existiría ningún grupo de palabras que mereciera el apelativo de frase, porque frase, por definición, es un grupo de palabras que contiene sujeto (nombre) y predicado (verbo). Las cadenas de palabras así definidas empiezan con mayúscula, acaban con punto y, combinadas, forman un pensamiento completo, que nace en la cabeza del escritor y salta a la del lector.

¿Siempre hay que hacer frases completas? ¿Sin excepción? ¡Dios nos libre! Si lo que escribes está hecho de fragmentos y cláusulas sueltas, no vendrá la brigada gramatical a detenerte. El propio William Strunk, una especie de Mussolini de la retórica reconoció la deliciosa flexibilidad del idioma. Escribe: «Según consta desde antiguo, a veces los mejores escritores se saltan las reglas de la retórica». No obstante, añade la siguiente observación, que te aconsejo tomar en cuenta: «A menos que esté seguro de actuar con acierto, probablemente [el escritor] haga bien en seguir las reglas».

En este caso, la cláusula reveladora es «a menos que esté seguro de actuar con acierto». ¿Cómo estarlo sin una noción, por rudimentaria que sea, de cómo se convierten las partes del discurso en frases coherentes? Es más: ¿cómo reconocer los errores? La respuesta es obvia: no se puede. La persona que tiene nociones básicas de gramática descubre en su núcleo una simplicidad reconfortante, donde lo único imprescindible son los nombres, palabras que designan, y los verbos, palabras que actúan.

Juntando un nombre cualquiera con un verbo cualquiera siempre se obtiene una frase. No falla. «Las piedras explotan», «Jane transmite», «Las montañas flotan». Son todas frases perfectas. En muchos casos, las ideas obtenidas tienen poco sentido racional, pero hasta las más raras (¡«Las ciruelas deifican»!) seducen por lo que podríamos llamar su peso poético. La simplicidad de la construcción nombre-verbo es útil, porque como mínimo suministra una red de seguridad a la escritura. Strunk y White alertan contra el exceso de frases simples encadenadas, pero las frases simples proporcionan un camino al que tiene miedo de perderse en el laberinto de la retórica, con su proliferación de cláusulas restrictivas y no restrictivas, sus complementos circunstanciales, sus yuxtaposiciones, sus subordinadas… Si te parece un flipe ver una extensión tan grande de territorio inexplorado (al menos por ti), ten presente que las piedras explotan. Jane transmite y las ciruelas deifican. La gramática es algo más que una lata. Es un bastón para poner de pie a las ideas y hacer que caminen. Además, ¿a que a Hemingway le fueron bien las frases simples? El muy cabrón era un genio, hasta cuando agarraba turcas de órdago.

Si quieres repasar la gramática, ve a una librería de segunda mano y busca un buen manual, como Warriner’s English Grammar and Composition, el libro que nos llevamos casi todos a casa para forrarlo con papel de estraza cuando hacíamos bachillerato. Creo que te aliviará descubrir que casi todo lo que hace falta está resumido en las guardas del principio y el final.