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En verano de 1969 conseguí una especie de beca de colaboración en la biblioteca de la Universidad de Maine. Fue una temporada con aspectos buenos y malos. Nixon había puesto en marcha su plan de punto final a la guerra de Vietnam, plan que parecía consistir en arrasar todo el sudeste asiático con bombardeos indiscriminados. Cantaban los Who: Meet the new boss (same as the old boss). «Os presento al jefe nuevo, que es igual que el de siempre». Eugene McCarthy, el rival de Johnson entre las filas demócratas, se dedicaba a fondo a la poesía, y los felices hippies llevaban pantalones de pata de elefante y camisetas con lemas como «Matar por la paz es como follar por la castidad». Yo llevaba unas patillas de concurso, casi hasta la barbilla. Credence Clearwater Revival cantaba Green River (chicas descalzas bailando a la luz de la luna), y Kenny Rogers seguía con The First Edition. Habían muerto Martin Luther King y Robert Kennedy, pero Janis Joplin, Jim Morrison, Bob the Bear Hite, Jimi Hendrix, Cass Elliott, John Lennon y Elvis Presley seguían vivos y en activo. Yo me alojaba justo al lado del campus, en las habitaciones que alquilaba un tal Ed Price (siete dólares semanales, incluido un cambio de sábanas). El hombre había llegado a la luna, y yo a la lista de alumnos problemáticos. Ocurrían verdaderos milagros, cosas prodigiosas.

Un día de finales de julio, yo y otros de la biblioteca habíamos salido a comer al césped de detrás de la librería universitaria y Paolo Silva y Eddie Marsh tenían sentada entre los dos a una chica delgada de risa escandalosa, pelo teñido de rojo y unas piernas de impresión, perfectamente a la vista gracias a una minifalda amarilla. Llevaba Soul on Ice, de Eldridge Cleaver. Nunca la había visto en la biblioteca, y me pareció imposible que una risa tan estupenda, tan sin complejos, perteneciera a una estudiante universitaria. Encima, por muy lectora que fuera, decía tacos más propios de una fábrica que de una facultad. (Yo podía afirmarlo, porque había trabajado en una). Se llamaba Tabitha Spruce. Nos casamos al año y medio. Seguimos juntos, y nunca ha dejado que me olvidase de que al conocerla la tomé por novia de Eddie Marsh, no por estudiante. Quizá una camarera de la pizzería, aficionada a la lectura y aprovechando su tarde libre.