A finales de los años cincuenta, un agente literario y coleccionista compulsivo de objetos relacionados con la ciencia ficción, Forrest J. Ackerman, les cambió la vida a millares de niños (yo entre ellos) con la aparición de una revista titulada Famous Monsters of Filmland. Cualquier persona que haya tenido algo que ver con el género fantástico, de terror o de ciencia ficción durante los últimos treinta años, y a quien se le pregunte por la mencionada publicación, contestará con una risa, un brillo en la mirada y un torrente de recuerdos felices. Casi pongo la mano en el fuego.
Hacia 1960. Forry (quien se refería a veces a si mismo como «Ackermonster») pertrechó Spacemen, una revista efímera pero interesante cuyo tema eran las películas de ciencia ficción. En 1960 envié un cuento, mi primer envío a una publicación, si no me falla la memoria. Se me ha olvidado el titulo, pero aun estaba en mi fase de desarrollo Ro-Man, y no me cabe duda de que el cuento reflejaba una deuda clarísima hacia el mono asesino con cabeza de pecera.
Me lo rechazaron, pero Forry se lo quedó. (Forry se lo queda absolutamente todo, como puede corroborar cualquier persona que haya visitado su casa, la Ackermansión). Unos veinte años después, durante una sesión de autógrafos en una librería de Los Ángeles, apareció Forry en la fila… con mi cuento, redactado a un espacio con la máquina de escribir Royal que me regaló mi madre en Navidad al cumplir once años (máquina de la cual hace tiempo que no quedan vestigios). Quería que se lo firmara, y supongo que lo hice, aunque fue un encuentro tan surrealista que no puedo estar seguro. Para que hablen luego de fantasmas. Hay que ver.